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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo

BOOK: Una vida de lujo
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El legado se ha transmitido. De padre a hija. De hermana a hermano. La actitud, el honor, el poder.

El dinero sucio –no importa de dónde proceda– se pasará a efectivo cuando lo haya blanqueado la persona correcta: JW no ha malgastado el tiempo que ha estado en la cárcel. Está preparando una reaparición por todo lo alto.

Jorge está cansado de su rígida existencia vendiendo cafés y capuchinos. Una vida llena de lujos surge en el horizonte cuando planea su último golpe. Esta vez se trata de mucho dinero, de algo grande. Un cerebro en la sombra se encarga de la planificación. Pero la policía le pisa los talones. Un policía de incógnito se ha infiltrado en los círculos criminales de Estocolmo.

Mientras, alguien quiere llegar al mismo Padrino, Radovan Kranjic. Varias personas comienzan a preguntarse ¿quién será el nuevo rey de Estocolmo cuando Radovan no esté? Las técnicas varían; protección, robo, coca, proxenetismo abren paso a nuevos negocios: la construcción, las empresas de trabajo temporal marcan los nuevos tiempos. La búsqueda de dinero, poder y una vida sin preocupaciones en un lugar al sol continúa. La meta es el dinero fácil, y una vida de lujo.

Jens Lapidus

Una vida de lujo

Trilogía negra de Estocolmo III

ePUB v1.0

Sarah
29.07.12

Título original:
Livet de Luxe

© Jens Lapidus, 2011

Traducción: © Martin Simonson

Diseño de portada: OpalWorks

Editor original: Sarah (v1.0)

ePub base v2.0

Para Jack y Flora

—Tú eres del West Side. Sabrás quién es Charlie Sollers, ¿no?

—No.

—La historia de Sollers se remonta hasta los tiempos de Franklin y Fremont. Quiero decir, hasta los años sesenta, joder.

—¿Sollers?

—Vendía heroína como si fuera agua. Quiero decir, el hijo de puta ganaba dinero.

—No sé de quién cojones me estás hablando.

—Sé que no lo sabes. Y la policía tampoco. Y los granujas de medio pelo tampoco tendrían ni puta idea. Porque Charlie Sollers solo vendía droga. No tenía otro perfil. No tenía disposición. Simplemente, comprar por un dólar, vender por dos.

Proposition Joe habla con Stringer Bell

(
The Wire
, segunda temporada)

PRÓLOGO

E
ra la segunda vez que venía a Estocolmo para un trabajo.

La primera vez fue para una boda, como guardaespaldas de uno de los invitados. Habían transcurrido diecisiete años y por aquel entonces era joven. Recuerdo que tenía ganas de que llegara el día siguiente para ir de juerga por Estocolmo y ligar con rubias. La boda en sí era un acontecimiento importante, comparado con las de mi país. Decían que también en Suecia se consideraba importante; habría unos trescientos invitados. Y, claro, todo estaba muy bien organizado. Los novios salieron de la iglesia vestidos con abrigos de piel. También tenían una hija pequeña, una niña muy guapa, y ella también llevaba un abrigo de piel. La pareja de novios fue conducida desde la iglesia en un trineo tirado por cuatro caballos blancos. Su hijita se quedó con la niñera, saludando con la mano desde las escaleras de la iglesia.

El aire era limpio, la nieve brillaba y el cielo era claro. Recuerdo que pensé que Suecia debía de ser el país más limpio del mundo. Luego vi las caras de los invitados. Algunas mostraban alegría y otras admiración. Pero había una cosa que se reflejaba en todas: respeto.

El que se casaba entonces era el mismo del que tenía que ocuparme ahora: Radovan Kranjic. Era una ironía del destino el haber presenciado cómo se iniciaba la nueva vida que ahora me tocaba terminar.

No suelo calibrar mis sensaciones. Al revés, me aniquilo a mí mismo ante cada misión. Me han contratado y pagado, soy independiente: no hay nada personal en lo que hago. Pero esta vez venir a Estocolmo me parecía total, de alguna manera.

Iba a cerrar el círculo. A reinstaurar un equilibrio.

Entonces sucedió algo.

Llevaba todo el día en el Volvo. Cuando subí a la habitación, decidí limpiar mis armas de fuego. Las había comprado en Dinamarca, donde tengo contactos; después de la guerra contra el terrorismo, como la llaman los americanos, ya no entro en la Unión Europea con armas.

Había un Accuracy International L96A1 —un rifle de francotirador de un modelo exclusivo— y una pistola Makarov. Desmonté las armas y las coloqué sobre un mantel encima de la cama, limpias y relucientes. Sujetaba la última arma, un revólver, en la mano.

Entonces se abrió la puerta.

Me di cuenta de que se me había olvidado cerrar la puerta con llave, algo que siempre hago.

Era una señora de la limpieza. Me pregunté en qué clase de hotel de mierda me había metido, en el que el personal no llamaba a la puerta antes de entrar.

Miró mis armas durante algunos segundos. Después pidió disculpas y comenzó a retirarse hacia el pasillo.

Pero era demasiado tarde, ya había visto demasiado. Me puse de pie, levanté el revólver y le pedí que volviera a la habitación.

Tenía aspecto de estar cagada de miedo. Lo puedo comprender, esa era mi intención. Le dije que también metiera su carrito de limpieza en la habitación, y después cerré la puerta tras ella. Todo ese tiempo la apuntaba con el arma. Después dejé que limpiara mi habitación.

Le llevó como mucho diez minutos, se notaba que era una profesional. Limpió la pequeña superficie del suelo con la aspiradora, pasó un paño por todas las demás superficies y limpió el lavabo y el váter con agua. Era importante para mí que lo hiciera con esmero.

Mientras tanto, yo hacía la maleta.

Cuando terminó, le pedí que echara un vistazo al pasillo para ver si había alguien. Estaba vacío. La empujé hacia delante. Salimos, y le dije que abriera la puerta de otra habitación. Abrió una que estaba a dos puertas de la mía.

Entramos. Era una habitación desordenada. Parecía que la persona que estaba allí disfrutaba haciendo sufrir a las señoras de la limpieza.

Cerré la puerta.

Ella me miró.

Cogí una almohada.

Levanté el revólver y le metí un balazo en el ojo, a través de la almohada.

PARTE 1
Capítulo 1

E
l club de estriptis de la calle Roslagsgatan estaba reservado. Jorge echó un vistazo al sitio: focos rojos en el techo, butacas de terciopelo en el suelo y publicidad de neón de Heineken en las paredes. Mesas redondas con manchas de cera, manchas de cerveza, y no quería ni imaginar qué otro tipo de manchas. Una barra de bar en uno de los laterales, un
disc-jockey
en un rincón, un pequeño escenario junto a la pared de enfrente. La barra de las estríperes, de momento sin chicas. Pero detrás del bar, cuatro chorbas que enseñaban más piel que ropa estaban tomando champán. En breve aquellas tías se deslizarían por la barra. Enseñándolo todo a los tíos.

No era un ambiente de lujo desmesurado, precisamente. Pero daba lo mismo; la gente creaba ambiente. Jorge reconocía a muchos. Había venido con su primo Sergio y su colega Javier. Vio a Mahmud al fondo, en las butacas. El
hermano
[1]
estaba sorbiendo champán. Haciendo piña con sus propios colegas: Tom Lehtimäki, Robban, Denko, Birra.

Jorge saludó a Mahmud con la cabeza, guiñando un ojo, queriendo decir: «Ya te veo, amigo, luego parloteamos». Tenían que hablar de mañana. J-boy: apenas podía esperar. Podía ser algo grande lo que se estaba cociendo. La vuelta a la vida g de gánster. Lejos de la vida m. M de magdalenas.

Jorge había pasado una mala noche. Todo el asunto: como el Agente Smith contra Neo. La oscuridad contra la luz. La vida vikinga: una cosa que te desgastaba.
The dark side
. El lado oscuro. Al mismo tiempo: este asunto que iban a montar…, algo guay. El lado bueno: iba a tener una oportunidad; con tal de que llegasen a aquella reunión mañana, todo saldría bien.

Quizá.

—¡El Fugitivo!

Jorge giró la cabeza.

Babak venía hacia él con los brazos abiertos y una sonrisilla falsa. El iraní le dio un abrazo. Palmaditas en la espalda. Clavándole cuchillos verbales.

—¿Cómo va la cafetería, tío? ¿Seguro que no sacas más margen vendiendo kebabs que café?

Jorge echó la cabeza hacia atrás. Mirando al tío desde treinta centímetros de distancia. Le dio el regalo: un Dom Pérignon 2002, un lujo de la hostia, según decían.

Babak: el
homie
[2]
más viejo de Mahmud. Babak: el profeta-camello iraní, un imán para los coños, cargado de chulería de barrio, o eso al menos pensaba él. Babak: había hecho el viaje que Jorge una vez había planificado. Le había robado el camino que estaba allanado para él. Empezando en la calle. Aprendiendo cómo funcionaban las cosas. Comprendiendo el mercado, cómo los tipejos del extrarradio habían empezado a meterse rayas como si fueran de Stureplan, pero multiplicado por un billete. Había entendido el futuro. La farla, hoy en día: más común en casa de los veinteañeros que la hierba entre los quinceañeros.

Podía haber sido el juego de Jorge. Su operación. Pero no fue así.

Y hoy el iraní invitaba a todos los chicos al local. Fiesta con estríperes, champán y barra libre de birra. Los asistentes de Babak habían entregado las tarjetas de invitación. Con letras góticas impresas: «¡Celebrémoslo como auténticos bandidos! Cumplo veinticinco e invito a champán, snacks y chicas. El club Red Light de la calle Roslagsgatan. Ven como te apetezca».

La actitud de Babak irritaba como una picadura de mosquito en el culo. El centelleo en los ojos del iraní. El tono: lapos en plena cara. El pequeño pringado sabía que Jorge y Mahmud se rompían el culo todos los días como las putas rumanas un sábado por la noche. Sabía que no facturaban ni la mitad en un mes de lo que él se levantaba en una semana. Sabía que los yugoslavos les chupaban pasta a cambio de protección. Fijo: sabía que Hacienda andaba detrás de ellos soplete en mano. Cien por cien: el puto Babak entendía que la vida de cafetero no funcionaba para J-boy.

Lo que Jorge no terminaba de pillar era por qué Mahmud no le soltaba una hostia ya, cortando relaciones de una vez por todas. Daba asco.

Pero lo que más asco daba era la palabra que Babak acababa de usar: Fugitivo. Ese nombre…, en serio, Jorge no lo aguantaba. Fugitivo…, menudo
bullshit
. Babak daba patadas a un tío que ya estaba en el suelo. Retorcía el cuchillo hasta completar una vuelta más, echaba chili en las heridas.

Hacía casi cinco años que Jorge se había fugado de Österåker. Cierto, muchos chorbos del local habían oído su historia mil veces. Una leyenda de héroes entre la gente de los barrios. Un cuento con el que soñabas cuando el cemento de las paredes de la celda te ahogaba. Pero también, como en todos los cuentos, toda la peña sabía cómo terminaba la historia. El latino, la leyenda, J-boy, el Fugitivo… tuvo que volver al trullo. Como un
loser
.
Adiós
a la libertad. Era una historia de mierda.

Y Babak nunca desperdiciaba una ocasión de recordárselo.

Unos tíos del BMC estaban en el bar: los chalecos de cuero como uniformes negros. Estampados del Unporciento, MC Sweden y The Fat Mexican sobre los pechos y en las espaldas. Tatuajes en el cuello, los antebrazos, alrededor de los ojos. Jorge conocía a algunos de esos tipos. No podían haber sido dueños de cafeterías, precisamente, pero eran tíos legales. Al mismo tiempo, sabía lo que pensaba la gente que hacía la vida de nueve a cinco cuando veía a estos chorbos. Más o menos como si hubiera estado escrito en letras fosforescentes sobre los chalecos, una sensación: miedo.

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