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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (4 page)

BOOK: Una vida de lujo
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Torsfjäll abrió el documento de la mesa.

—No sé hasta qué punto estás familiarizado con la evolución del crimen organizado actual en el área de Estocolmo, así que voy a repasar algunos datos.

Hägerström le miró a los ojos. Todavía no entendía hacia dónde llevaba todo aquello. Pero no preguntó. Primero dejaría que Torsfjäll dijera lo que tenía que decir.

El comisario comenzó describiendo la realidad de la ciudad. Recitó números y estadísticas, verdades teóricas. Solo ese invierno habían realizado treinta redadas contra la mefedrona, una nueva droga de diseño. Se estaban formando nuevas bandas en el extrarradio en menos tiempo de lo que tardabas en pronunciar las palabras «política de integración». Los fraudes de Internet habían aumentado en un trescientos por ciento solo desde el 1 de enero.

De repente se calló. Hägerström estaba esperando a que continuara.

Torsfjäll sonrió. Después se inclinó hacia delante, rozando el brazo de Hägerström.

—Déjame que te dé algunos datos más.

Hägerström notó un estremecimiento ante aquel roce, pero se controló para que no se notase.

—Hace cinco años hicimos una de las redadas más grandes de cocaína de toda la historia de Suecia. La Operación Tormenta de Nieve. Más de cien kilos. ¿Sabes cómo habían escondido esa mierda?

—Sí, recuerdo aquello, habían dejado que unas verduras la encapsularan orgánicamente.

—Bien, bien. Te suena el caso. Pillamos a algunos de los que estaban metidos. Uno se llama Mrado Slovovic, matón conocido y cacique en lo que llaman la mafia yugoslava, dirigida por Radovan Kranjic. Otro es Nenad Korhan, también él formaba parte de la red de los Kranjic y desempeñaba su actividad en la rama de estupefacientes de la organización. El tercero se llama Abdulkarim Haij, un árabe que vendía para los yugoslavos. Luego también había un personaje que no encajaba muy bien entre ellos.

—Johan Westlund —le interrumpió Hägerström—, JW, el chaval de Norrland que llevaba una doble vida. Evitó el procesamiento por asesinato, le sentenciaron por delito grave de tráfico de drogas.

Torsfjäll le dirigió la sonrisa más amplia que había desplegado hasta el momento. Hägerström pensó que debía de ser imposible que un ser humano pudiera tener una sonrisa más grande que esa.

—Eres
bueno, Hägerström. ¿Cómo es que conoces esos detalles?

—El caso me interesaba.

—Excelente. Parece que tienes una memoria ejemplar también. A lo que vamos, Johan Westlund era un personaje atípico, desde luego. Quizá fuera por eso por lo que solo le cayeron ocho años. Teniendo en cuenta la enorme cantidad de cocaína, deberían haberle caído catorce, si me preguntas a mí. Pero todos los tribunales de este país son unos mariposones. En la práctica no va a tener que cumplir más que unos cinco años. En breve saldrá en libertad condicional. De momento, JW está pasando sus ultimísimos meses en la cárcel de Salberga.

Hägerström trataba de analizar la información que le transmitía Torsfjäll, pero todavía no entendía qué pintaba él en todo aquello.

Quizá Torsfjäll pudo ver en su cara lo que estaba pensando.

—Enseguida llego a ti, no te preocupes —dijo, y bajó la mirada hacia el documento de la mesa—. Hägerström, eres el candidato perfecto para una operación que estoy planificando. He repasado tu historial y tu carrera. Deja que me explique. Te criaste en un lujoso piso de cuatrocientos metros cuadrados en Ostermalm. Tu padre era el director ejecutivo de Svenska Skogs AB, una empresa exitosa en el sector de la materia prima. Tu madre era fisioterapeuta, pero viene de una familia acaudalada. Dinero antiguo, como lo llaman, dinero de terrateniente, como suelo decir yo. Tienes un hermano que es abogado y una hermana que es agente inmobiliaria, pero tú hiciste la especialización de enfermería en el Instituto de Östra Real. Una familia sólida, simplemente, con carreras profesionales previsibles. Salvo en tu caso.

Hägerström puso una de sus manos sobre la otra.

—No te he oído decir que esto iba a ser un repaso en plan Stasi.

Torsfjäll soltó una risita. Esta vez parecía más auténtica.

—Comprendo que pueda parecer un poco extraño. Pero tiene sentido, te lo prometo. Déjame continuar. En el último año del instituto te hicieron las pruebas del servicio militar. Ya por aquel entonces estabas bien entrenado, después de años de tenis en el club de Kungliga. Sin embargo, incluso con ese entrenamiento, tus resultados fueron excepcionales. Te resultó fácil ser seleccionado para las fuerzas de asalto costero de Vaxholm, podrías haber sido seleccionado para cualquier cosa.

Este repaso parecía cada vez más extraño. Hasta el momento, todos los datos eran correctos y era cierto que su historial no era ningún secreto. Hägerström se sentía halagado, pero a pesar de todo quería saber adónde llevaba esta conversación.

—Terminaste el servicio militar después de dos años con las máximas calificaciones posibles —continuó Torsfjäll—. En la evaluación final consta, por ejemplo, el siguiente comentario. —El comisario hojeó el documento—: «Martin Hägerström pertenece a aquel pequeño grupo de soldados entrenados en los que se puede confiar para la realización de cualquier tarea, independientemente del nivel de dificultad y de las condiciones externas».

Sonrió con socarronería.

—Si yo tuviera un certificado así, lo colgaría en la pared.

Hägerström se abstuvo de hacer comentarios.

Torsfjäll siguió hablando:

—Sin embargo, después comenzaste algo que no era precisamente
comme il faut
en los círculos sociales de tu familia. Comenzaste a estudiar en la Academia de Policía. O, mejor dicho, las autoridades policiales te convencieron para que entrases. Nos venías muy bien. Y ahora todo el mundo va diciendo que podrías convertirte en comisario en cualquier momento. No está mal.

Evidentemente, Torsfjäll quería reclutarle para algo, ya que le estaba acribillando a piropos tan descaradamente. Parecía que el comisario ya estaba al tanto de todo, incluso la actitud de la familia de Martin hacia la profesión de policía.

—Y en este contexto me gustaría mencionar otra cosa sobre ti. Por desgracia, lo tengo que decir, te has divorciado. Y has perdido la custodia de tu hijo. Lo lamento de veras. Algunas mujeres son unas putas.

Hägerström no sabía qué decir. Toda aquella conversación le resultaba extraña: un resumen de su vida que se parecía más a un homenaje. Y ahora esto de Anna. Era cierto que le había quitado a su hijo y eso era imperdonable. Pero nadie tenía derecho a llamarla puta.

Torsfjäll miró a Hägerström.

—Quizá haya usado una palabra poco apropiada. Te pido disculpas por ello. Pero por fin llego al meollo de la cuestión, por así decirlo. Como digo, eres perfecto para un trabajo que estoy planificando. Una misión muy especial, con permiso de la Policía Judicial Nacional.

—Sospechaba que terminarías diciendo algo así.

Torsfjäll estaba totalmente quieto. Solo una leve sonrisa. Su mirada no expresaba vida. Solo su voz sonaba humana.

—Quiero que te conviertas en agente secreto.

Silencio.

—Me imagino que puedes adivinar a quién me gustaría que te acercaras.

Hägerström esperaba. Ciertamente, había hecho un curso para los agentes
under cover
, pero solo uno. No tenía ni idea de quién tenía en mente Torsfjäll. Luego pensó en el largo repaso de Torsfjäll. Las vías de entrada a Suecia de la cocaína y la anfetamina. La red de los yugoslavos, Radovan Kranjic, el padrino de los padrinos. Hägerström no hablaba serbio y no conocía su cultura. Otros nombres aparecieron en su cabeza. La Operación Tormenta de Nieve: una de las redadas más grandes de la historia policial de Suecia. Mrado Slovovic. Nenad Korhan. Abdulkarim Haij. La pieza que no encajaba: Johan, JW, Westlund.

Las piezas encajaron.

—Queréis que me acerque a JW —dijo.

—Exactamente. Quiero que recojas información de Johan Westlund y su círculo social.

—Comprendo, os parece que soy el hombre apropiado porque JW trataba de parecer holmiense, a pesar de ser de Norrland. Os parece que soy adecuado porque mi pasado coincide con la lucha de JW por ascender en la jerarquía de los juerguistas de Stureplan. Pensáis que me admirará y que podré llegar a ser íntimo suyo. Solo una pregunta, ¿por qué necesitáis un infiltrado para empezar?

Torsfjäll contestó.

—No es una misión de infiltración cualquiera. Queremos que empieces a trabajar como empleado del Servicio Penitenciario en el pasillo de JW. La Policía Judicial Nacional sospecha que en la actualidad está utilizando a uno de los chapas del lugar, Christer Stare, como mula, o burro, de alguna manera.

—Veo que habéis intentado pensar.

—Suelo intentar pensar —contestó el comisario, ignorando por completo la ironía del comentario de Hägerström. Después dijo—: También hay otra circunstancia que hace que seas perfecto.

—¿Cuál?

—No tienes hijos, estás solo.

—Eso no es verdad, tengo a Pravat.

—Lo sé. Claro que tienes a Pravat, tu hijo adoptivo. Pero no sobre el papel. Ya no tienes la custodia. Así que el resto del mundo pensará que estás solo, sin hijos.

Torsfjäll se calló. Hägerström se preguntaba si esperaba una respuesta inmediata.

El comisario cruzó las piernas.

—Hay una guerra ahí fuera.

—No, no es una guerra.

Por primera vez en toda la conversación, Torsfjäll dejó de sonreír.

—¿Por qué lo dices? —preguntó.

—Porque las guerras tienen un final —constató Hägerström.

—Tienes toda la razón —dijo Torsfjäll lentamente—. Y justo por eso eres perfecto. Nadie trataría de hacerle daño a tu hijo si algo, contra todo pronóstico, saliera mal. Nadie sabe que tienes un hijo. No podemos encontrar a nadie mejor que tú. No hay nadie mejor que tú.

Capítulo 3

N
atalie esperaba con sentimientos encontrados. Esa noche, Viktor conocería a sus padres por primera vez. Eso era ya de por sí una cosa importante, pero más importante aún era el hecho de que fuera a venir a su casa. Iba a sentarse en sus sofás de cuero, ver el falso estucado del techo y los bustos que su padre había mandado hacer de sí mismo y de su madre. Sorbería su té y seguramente se le invitaría a tomar
rakia
. Podría echar un vistazo a las plantas de su madre y reírse del retrato del rey que ella había enmarcado y colgado en el aseo de los invitados, en el que el muro de olor de los ambientadores era tan compacto que costaba entrar.

Pero sobre todo: lo más importante era que Viktor conocería a su padre.

A SU PADRE, ni más ni menos.

Natalie había vuelto de París hacía ya un par de semanas. Había estado allí seis meses. Dos días por semana había estudiado francés y el resto del tiempo había trabajado en un restaurante, propiedad de un amigo de su padre, lo cual además era mejor para el aprendizaje del francés que el aula de estudio. Ella se sentía más como en su casa en un restaurante que en muchos otros sitios. Su padre le había llevado a sus locales desde que era pequeña. Y cuando cumplió quince años comenzó a trabajar algunas horas en varios restaurantes de Estocolmo; no porque necesitara dinero, sino porque su padre pensaba que debía ganarse su propio dinero. Al principio trabajaba principalmente de camarera, pero luego empezó a pasar más tiempo en los bares y a responsabilizarse de la caja en la entrada de los clubes nocturnos. En los últimos años había trabajado como jefa del personal del Clara’s Kök & Bar. Conocía el negocio como la palma de su mano. Pero no tenía intención de quedarse en el sector de por vida.

Había conocido a Viktor unos meses antes de ir a París. Era un buen chico que estaba familiarizado con mucha gente de la ciudad y que tenía una actitud adecuada ante la vida. Y estaba bueno. Puede que no fuera el amor de su vida, pero esta era la primera vez que un novio iba a gozar del privilegio de una audiencia. Era importante que su padre y su madre se acostumbrasen a la idea de que ella podía tener sus propias relaciones.

Natalie bajó a la calle y recibió a Viktor en la verja. Casi parecía un enano en el asiento del conductor de su BMW X6. Mientras él entraba por la rampa del garaje, apareció un Volvo verde detrás de él, avanzando despacito. Por un breve instante, Natalie pensó que Viktor había sido tan tonto como para traer a algún amigo. Pero luego desapareció el coche en la oscuridad de la calle.

En el garaje estaban aparcados los dos coches de su padre, el Renault Clio de su madre y el Golf de Natalie que le habían regalado cuando había cumplido los dieciocho años. Viktor tuvo que aparcar fuera. La grava crujía bajo los neumáticos. Levantó una mano del volante para saludarla.

Su madre fue a su encuentro en la entrada. Llevaba una blusa casi transparente de Dries Van Noten y unos pantalones negros. El cinturón era de Gucci, con la hebilla en forma de una G.

Se acercó a Viktor. Con la cara más alegre y una sonrisa muy amplia.

—Hola, Viktor, cuánto me alegro de conocerte. Hemos oído hablar taaanto de ti.

Se inclinó hacia delante. Su cara contra la cara de Viktor. Su boca rozando la mejilla de Viktor. Él se quedó inmóvil demasiado tiempo, no estaba acostumbrado a la ceremonia de los saludos. Pero al final se dio cuenta. Besó las mejillas de su madre casi bien; debería haber besado la derecha dos veces, pero era mejor que nada.

Entraron en la biblioteca de su padre.

Radovan estaba sentado en su butaca de cuero, como de costumbre. Americana azul marino. Pantalones de pana claros. Gemelos de oro con el símbolo de la familia —era un diseño de él mismo—: una K con muchos ringorrangos y tres coronas encima. Su escudo de armas hoy en día.

El papel pintado de la biblioteca era de color oscuro. A lo largo de las paredes había estanterías bajas. En las paredes, sobre las estanterías: mapas enmarcados, cuadros e iconos. Europa y los Balcanes. El bello Danubio azul. La batalla de Kosovo Polje. La República Federal de Yugoslavia. Los héroes de la historia. Retratos de Karađorđe. El santo Sava. Sobre todo, mapas de Serbia y Montenegro.

Su madre casi empujó a Natalie, con una mano plantada en sus lumbares. Su padre se levantó al ver a Viktor.

—¿Conque tú eres el novio de mi hija?

Su padre estrechó la mano de Viktor.

—Vaya una biblioteca guay —dijo Viktor.

Radovan volvió a sentarse en la butaca. No contestó. Se limitó a coger la botella que estaba en la mesa auxiliar y llenó dos copas.
Rakia
, lo esperado.

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