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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (41 page)

BOOK: Una vida de lujo
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—Vamos a ver, ya sé quiénes sois. Nunca me habíais enviado a una chica como tú, pero de todos modos lo sé. Conozco vuestro estilo. Y no tengo nada que ocultar. He dejado aquella vida atrás. Y ya que tenéis tantas ganas de saberlo, os contaré lo que sé de Melissa Cherkasova. Y si después no me dejáis en paz, iré directamente a la policía. Os lo prometo, me da igual que me hagáis daño a mí o a mi familia. Haré que la policía os detenga.

Natalie estaba callada sin más. Contenta de que la mujer hablara.

—Melissa y yo somos iguales. ¿Lo entiendes? Yo he sido como Melissa. Y he salido de ahí por mi cuenta, sin la ayuda de nadie. Mira lo que tengo ahora; todo lo que había soñado. Tengo marido, un chalé, una niña. Tenemos un bonito coche que está en el garaje ahí fuera. Hoy soy feliz. Y Melissa también podría estar aquí ahora, pero quiere llegar más lejos. Trato de hacer que ella comprenda que esta vida es suficiente. Pero tú nunca podrás entender esto. No sabes lo que es estar abajo.

Martina gesticulaba mientras hablaba. Natalie pensó: «Podría venirle bien a esta mujer tener a alguien para soltar todo».

Quería parecer comprensiva.

—Puede que no. Pero yo también soy mujer. Respeto lo que dices.

—Me cuesta creerlo. Y me cuesta creer que puedas comprender. Cuando yo tenía diecisiete años, había pasado por más cosas de las que una persona normal tarda una vida entera en conocer. Vengo de una familia de mierda. Me han pegado. Me han echado de casa. Me han metido en un centro de rehabilitación juvenil. Han abusado de mí, me han engañado. He probado todas las drogas que te puedas imaginar, aparte de inyectarme heroína. Todos los que yo creía que me querían me han traicionado. Así que al final me convertí en lo que todo el mundo ya decía que era. Todo empezó cuando estudiaba en un centro de enseñanza para adultos para tratar de recuperar mis estudios. Otras dos tías y yo. Nos invitaban a salir a sitios guays, nos hacían caso y nos invitaban a las copas. Pero siempre se suponía que teníamos que dar algo a cambio, y no me parecía mal dárselo. Lo asqueroso era que fuera uno de los profesores el que organizaba todo aquello. Después, todo comenzó a ir cada vez más rápido. Yo podía ganar tres mil coronas en una noche y a veces no tenía ni que hacer nada con aquellos hombres. Algunas de nosotras éramos suecas, pero la mayoría venía del este. Estuve haciéndolo unos años, pero sabía que lo dejaría cuando hubiera ahorrado el dinero suficiente. Y después ocurrió algo que dio la vuelta a todo.

Natalie vio, con el rabillo del ojo, cómo Göran se movía.

Se acercó a la mesa de la cocina.

—Habla demasiado —dijo en serbio—. Esas historias no nos interesan. Dile que nos hable de Cherkasova.

Natalie negó con la cabeza.

—No, quiero escuchar eso.

—Pero no creo que te convenga. Pueden ser cosas que te perturben innecesariamente.

Natalie no le hizo caso. Indicó a Martina con la cabeza que continuara.

—Una de las chicas, era de Norrland, se pasó de lista. Comenzó a reunir información sobre los hombres y los viejos con los que quedábamos. Nosotras éramos las
escorts
más solicitadas, las de élite. Nos enviaban a nosotras cuando los tipos pagaban realmente bien. Quedábamos con clientes que tenían poder, y esa chica procuró enterarse de quiénes eran. Escondió reproductores mp3 con grabadoras en las mesillas de noche, escondió webcams entre los objetos de decoración de las habitaciones del hotel y después se hizo con una especie de cámara de espías. Parecía un bolígrafo. Sacó fotos de todos ellos. Pero vosotros os enterasteis de lo que ella hacía. Y no podíais tolerar que alguien tratara de sacarse sus propios beneficios. Así que procurasteis que ella desapareciera.

Natalie la interrumpió.

—¿Qué coño dices? «Vosotros»; ¿qué quieres decir con eso?

—Lo que digo: no sé quién eres. Pero sé que fuisteis vosotros. La gente de Radovan Kranjic.

—Ya es suficiente —dijo Göran en sueco—. Cuéntanos lo que sabes de Cherkasova, no un montón de mierda que no viene a cuento.

Natalie no sabía qué decir. Se inclinó hacia delante. Se sujetó con los brazos contra la mesa. El bebé estaba tranquilo, estaba agitando un sonajero en su silla alta. Natalie miró a Göran. Tenía la cara relajada, no revelaba nada de lo que estaba pensando.

Nada.

Tal vez todos supieran de qué iba esa historia de Cherkasova salvo ella. Tal vez había juzgado mal a Göran. Pero eso era algo para tratar en otro momento. Hablaría con él sobre eso después.

Ahora tenía que mantener la calma.

No enseñar nada.

La mujer comenzó a hablar otra vez.

—Vale, vale, os contaré lo que sé de Cherkasova. Pero tenéis que entender de dónde vengo. Conocí a Melissa en un evento hace unos años. Una fiesta enorme en un chalé gigante al sur de Estocolmo. Comenzamos a hablar de cosas serias. Unas semanas después lo dejé. Ella acababa de empezar. Nos vimos un par de veces después de la fiesta. Luego pasaron unos años en los que no hablamos nada, yo conocí a Magnus y comencé a vivir esta vida. Pero hace cosa de un año, Melissa se puso en contacto conmigo. Seguía en el negocio, pero realmente quería dejarlo. Y lo único que he hecho desde entonces es apoyarla. Prepararla para salir. Viene por aquí de vez en cuando. Hablamos. Trato de guiarla. Ella necesita apoyo. Es lo único que puedo darle.

Natalie trató de concentrarse.

—Antes has mencionado a Radovan Kranjic. ¿Cuál es la conexión entre ellos dos? —preguntó.

Pareció que Martina trataba de acordarse de verdad.

—No tengo ni idea. No sé si llegó a estar con él siquiera. La mayoría de nosotras nunca le vimos. Solo sabíamos que era una persona a la que todo el mundo temía. Nosotras solo veíamos a aquellos que organizaban el negocio. Otros hombres. Nunca lo ha mencionado. Además, he leído que él ahora está muerto.

—Sí, eso es cierto. Y Bengt Svelander, ¿ella lo ha mencionado alguna vez?

—¿Svelander?

—Sí, uno de sus clientes.

—Un cliente, entiendo. Nunca dice los nombres de los clientes.

—Es político.

Martina pareció pensar otra vez.

Natalie vio en su cara que sabía algo más.

—¿Político? ¿De Estocolmo?

—Sí.

—Ha mencionado a un político. Pero es algo que tenéis que saber vosotros.

—¿Por qué?

—Fue vuestra gente la que le pidió que grabara sus sesiones. Habréis aprendido lo mucho que se puede ganar recogiendo material.

Silencio en la cocina.

El bebé balbuceaba.

—Vale, haremos lo siguiente —dijo Natalie—. Tú le cuentas a Melissa que hemos estado aquí. Dile que de ahora en adelante no puede entregar grabaciones a nadie salvo a mí o a Göran. A nadie más. ¿Has entendido lo que te he dicho?

Martina asintió con la cabeza.

* * *

Aftonbladet

Los paraísos fiscales, a punto de desaparecer

Olvida ya los tiempos en que los suecos ricos podían esconder su fortuna en paraísos fiscales como la isla de Man.

Hacienda acaba de cerrar acuerdos con varios países, y ha podido sacar información sobre cuentas bancarias y transacciones, según los informativos
Aktuellt
de SVT.

«Ya no quedan muchos lugares donde esconder dinero de forma segura», dice Jan-Erik Bäckman, jefe de la sección de análisis de Hacienda, al programa.

Se podrán solicitar extractos de cuentas

Los acuerdos permiten a Hacienda tener la posibilidad de controlar el manejo de capitales de los suecos en el extranjero a través de extractos de cuentas, el seguimiento de transacciones y la visualización de datos de tarjetas de crédito, entre otras cosas.

Solo este año, Hacienda ha ingresado ochocientos cincuenta millones de coronas de las cuentas extranjeras de los suecos, según
Aktuellt
. Se trata de ciento sesenta personas físicas que juntos deben pagar quinientos millones de impuestos pendientes, además de cien millones por el retraso. Por otro lado, trescientas setenta y cinco personas honradas han informado de ganancias que hasta la fecha no habían sido declaradas, lo cual ha aportado otros doscientos cincuenta millones a las arcas de Hacienda.

El último país en firmar un acuerdo con Hacienda es Liechtenstein. Este acuerdo implica que ya no será necesario contar con el apoyo de un fiscal para pedir información de los diferentes países.

«Ya no va a hacer falta una investigación judicial para poder hacer preguntas sobre dinero e ingresos en el extranjero. En breve no quedarán sitios donde esconder capital», dice Jan-Erik Bäckman a
Aktuellt
.

Capítulo 37

S
amitivej Hospital Phuket. Jorge se había esperado otra cosa: algo más sencillo, más sucio, más cutre. En lugar de eso: pedazo de vestíbulo de lujo, techos la hostia de altos, flores guapas en jarrones mogollón de grandes en el suelo. Lámparas que se balanceaban en el techo y vitrinas con reliquias tailandesas o algo parecido. Un poco más adelante: un piano. Un tío con traje negro que tocaba pling-plong, pling-plong, auténtica música de chinos. Estaban en un hospital, joder, un poco
crazy
ya era.

La recepción era como en un hotel de lujo: un mostrador de cristal, paneles de madera oscura de fondo, gente haciendo cola educadamente. Una recepcionista con gorro blanco de enfermera que juntaba las manos y decía:
Kapun kha
; como todo el mundo en este lugar. Pero cuando Jorge empezó a hablar, ella le contestó en un inglés perfecto.

Shit
, aquello era realmente estrambótico. Pero para eso soltaban una buena pasta.

Lo sabían perfectamente: Mahmud al-Askori.
«Yes sir
. La cuarta sección. Le acompañaremos a la habitación».

Jorge sujetaba las flores con una mano tensa.

Las paredes eran blancas como la tiza, no había nadie.

La enfermera pulsó el botón.

Las puertas del ascensor eran de metal.

Entraron.

Jorge se alojaba en un hotel barato cerca del hospital. Phuket era más caro que Pattaya. La cama de hospital de Mahmud costaba dinero.

El
cash
no iba a durar
forever
. El botín había sido de risa. Además, J-boy había tenido que renunciar a una buena parte para calmar a los chicos tras el fiasco. Aparte: la vida en Pattaya había salido cara.

Estaba pensando en volver a Vikingolandia para desenterrar los billetes que él y Mahmud habían escondido en el bosque. Lo que habían sacado de los maletines que él había apartado. Seiscientos billetes. A Babak le había dado doscientos y estaba contento. O eso fue lo que dijo. ¿Pero ahora?

Jorge no había visto a Mahmud desde que los rusos le atropellaran.

El mal ambiente entre los chicos había alcanzado nuevas cotas cuando se enteraron de lo que había pasado.

Tom quería volver a Bangkok para jugar. Opinaba que toda la peña debería darse un tiempo. Jimmy quería regresar a Suecia. Le daba todo igual, según dijo. Especialmente, después de que Jorge hubiera metido la pata más todavía. Jorge le prohibió largarse: si era él quien había jodido el tema de la pala cargadora.

Javier lloriqueaba como siempre.

Y Babak se cabreó la hostia. Flipó como un tonto.

—Eres un pedazo de inútil, macho. Engañaste a Mahmud. Le dijiste que pagaríamos a esos hijos de puta. Después trataste de convencerlo de largarse al día siguiente. ¿Cómo hostias pensabas que iba a reaccionar la mafia ruso-tailandesa? ¿Sonreír y desearos un buen viaje o qué?

Babak podía follarse a su madre. Jorge no iba a aguantar más mierda del iraní.

—Olvídalo, chaval.

Se dio la vuelta y se marchó. Esperaba que Babak gritara algo sobre los maletines escondidos.

En cambio, Babak fue corriendo tras él. Gritando tanto que salpicaba todo de saliva. Jorge pasaba. Ahora no tenía energía para broncas. Y no dijo nada sobre el timo.

Seguía caminando. Los tíos podían elegir. Él o Babak.

Al día siguiente: se dividieron. Tom y Jimmy se marcharon a Bangkok con el iraní. Jorge y Javier se fueron a Phuket.

En realidad, deberían haberlo hecho desde el principio; los atracadores nunca podían dejar de pelearse. Era un clásico. Caía de cajón. Casi un
mandamiento
.

La ambulancia había llevado a Mahmud al hospital local de Pattaya. Pero cuando se enteraron de que era ciudadano sueco lo habían trasladado a este sitio, a Phuket. Jorge y Javier llegaron después. Esperando poder ver al árabe. Primero, las putas del hospital les dijeron que no; Mahmud estaba inconsciente. Después se dijo algo de que había una gripe que arrasaba en Tailandia; riesgo de infecciones y esas chorradas. Luego dijeron que solo los familiares podían hacer visitas.
Bullshit
; si Jorge hubiera sido un vikingo rubio no habrían montado estos numeritos. Ahora ya llevaba más de una semana esperando.

La habitación de Mahmud: suelo de parqué, una cama de hospital, una nevera, una butaca de cuero junto a una ventana con vistas al parque del hospital, flores secas en un cesto colocado sobre una mesita. Hasta había cuadros en las paredes.

Podría haber sido una habitación de hospital en cualquier lugar de Suecia. Pero había diferencias: el suelo de parqué, los cuadros, la nevera…, esas cosas no existían en sitios suecos. Tailandia-Suecia: una victoria inesperada; Tailandia tres, Suecia cero.

La enfermera iba detrás de Jorge.

Mahmud estaba en la cama. Con los ojos cerrados. Todavía tenía costras y tiritas en la cara, un cacharro blanco en el cuello, uno de los brazos vendados y un tubito metido en la mano. El resto del cuerpo estaba bajo una manta verde.

No tenía buena pinta.

A decir verdad: tenía muy mala pinta.

—Hey, socio, ¿estás despierto?

Mahmud no se movió.

—Chabibi
, ¿cómo va eso?

No ocurrió nada.

Jorge se acercó a la cama. Se agachó.

—¿Qué pasa, colega?

Mahmud movió la mano. Abrió uno de los ojos. Parecía que estaba ido.

—¿Cómo estás? ¿Puedes hablar?

Mahmud abrió el otro ojo. Intentó una sonrisa. Parecía más bien que le había salido un tic en la comisura de los labios.

Jorge le enseñó las flores.

—Te he traído esto. Pero tendrás que decirme si necesitas alguna otra cosa.

Mahmud hizo un movimiento débil con el brazo. Jorge lo pilló: el amigo estaba demasiado cansado como para sujetar las flores. Jorge se las pasó a la enfermera.

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