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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (7 page)

BOOK: Una vida de lujo
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Para empezar, Hägerström no estaba seguro de que quisiera ocuparse del asunto. Era excitante. Era un reto, sin lugar a dudas. Por otro lado, era algo muy arriesgado. Torsfjäll se lo había dejado claro en la reunión anterior. Era algo bueno que no constara en los registros que Hägerström tuviera hijos. Aun así: le apetecía muchísimo dejar la autoridad policial por una temporada. Además, estaba seguro de que se le daría bien hacer de agente UC.

Torsfjäll terminó su repaso.

—Para que lo sepas: ya no eres policía, eres un empleado del Servicio Penitenciario con una misión. Tienes que actuar por tu cuenta, sin inmunidad. ¿Estás conforme con ello?

Hägerström lo sopesó por un momento. Seguiría siendo policía, pero en secreto, y Torsfjäll le había prometido que no le perjudicaría económicamente. Repasó los posibles retos que supondría. Probablemente había que meter algún que otro teléfono móvil y sacar información a la calle. Quizá meter algunos centenares de gramos de hierba o un par de gramos de anfetamina. Esperaba que no fuera necesario meter armas.

—¿Supongo que es parte del procedimiento estandarizado?

Torsfjäll sonrió. Sus dientes eran de un blanco irreal.

—¿El procedimiento estandarizado? Me temo que no existe tal cosa. Pero quiero que empieces mañana. Tienes que aprenderlo todo sobre ese JW.

La gran pregunta, otra vez: ¿debería hacer esto? Hägerström no paraba de darle vueltas. Había querido ser policía toda su vida. Incluso había hecho la especialización de enfermería en el instituto porque era la mejor puerta de entrada a la policía. Solo eso molestó a su madre, Lottie, y a su padre, aunque su madre nunca lo mostraría. El servicio militar, por otro lado, les parecía algo muy positivo. Especialmente a su madre, a quien le daba la sensación de que «de esa manera puedes convertirte en oficial de la reserva igual que Gucke, no estaría mal, y además podrías llevar el uniforme cuando todos los demás llevan chaqué». En realidad, Gucke se llamaba Gustaf y era el primo de Hägerström por el lado materno, donde habían ido a la academia militar durante generaciones. Pero en lugar de eso, Hägerström optó por ir a la Academia de Policía. La consternación de su madre había sido tan grande que nunca había vuelto ni siquiera a mencionar el tema del oficial de la reserva.

—Martin, ¿no crees que echas a perder tu talento allí? —dijo su padre.

—Martin, ¿no te parece que hay trabajos más interesantes? —dijo Carl.

—Martin, ¿eso no es peligroso? —dijo Tin-Tin, su hermana.

Peligroso.

Él había trabajado como patrullero durante los primeros años. Era un trabajo físico; a menudo había que actuar con mano dura, y probablemente recibirías un par de leches. Te encontrabas con borrachos que te escupían a la cara, ciudadanos enfadados que pensaban que la policía no hacía bien su trabajo y jóvenes que se envalentonaban tratando de ensayar movimientos de MMA
[8]
, aunque siempre acababan mordiendo el asfalto. ¿Pero peligroso? Nunca se había sentido expuesto. Siempre había contado con un buen apoyo de sus colegas.

Pero la Operación Ariel Ultra era peligrosa.

Y podía imaginarse los comentarios de mamá cuando se enterase de que le habían despedido de la policía.

Quizá debiera rechazar el puesto después de todo. Seguir haciendo lo que se le daba bien: investigar crímenes, detener a sospechosos, estructurar investigaciones. Esta era su última oportunidad de abandonar.

* * *

Necesitaba una nueva arma de fuego. La que había usado con la señora de la limpieza la tiré al fiordo de Estocolmo metida en una bolsa de plástico. El nuevo hotel en el que me alojaba estaba cerca del agua
.

Afortunadamente, el que me había encomendado la misión, y que yo sospechaba era de Suecia, me pasó los contactos necesarios. Un restaurante en un barrio del centro de Estocolmo: Black & White Inn
.

Me acerqué al sitio. El pub había cerrado, o eso ponía, pero la puerta estaba abierta. Entré y eché un vistazo. Una mujer estaba en la barra, secando vasos de cerveza. Le pasé una nota con un nombre. La miró, luego levantó la mirada. Puede que me reconociera, pero no dijo nada
.

Me hizo una señal para que la siguiera. Atravesamos la cocina. Olía un poco a
productos de limpieza. La pintura de las paredes del pasillo se estaba desconchando y en el techo había un tubo fluorescente mal colocado. Podía haber sido cualquier lugar de Europa. La sensación era familiar, la cutredad era la misma. La mujer estaba callada, pero cambió de actitud al enterarse de mi recado. Era guapa, su pelo color ceniza estaba recogido en un moño. Me recordaba a mi primera —y única— esposa
.

Abrió una puerta y me dijo, en mi propia lengua, que me quedase quieto. Estiré los brazos y ella me cacheó a lo largo de la espalda, los brazos, los costados. Tocó mis zapatos y
mis bolsillos. Al final pasó las manos por mis piernas y por la entrepierna. Noté un cosquilleo allí abajo. Solo un microsegundo. Después lo sofoqué. Ella asintió con la cabeza. Estaba limpio. Tenía que haberlo sabido desde el principio
.

La mujer abrió una taquilla metálica y sacó dos maletines de metal. Los puso sobre una mesa, giró las rueditas de las cerraduras y los abrió. Vi gomaespuma oscura, moldeada para albergar objetos envueltos en tela, había cuatro en uno de los maletines y cinco en el otro. Desenvolvió los trozos de tela. Puso las armas sobre la mesa
.

Las calibré, las inspeccioné, quería saber si resultaban cómodas en la mano. Al final me hice con una Glock 17, de segunda generación. Es un cacharro fiable que aguanta diferentes tipos de munición. Luego también tenía una Stechkin APS con cargador Makarov. No todo el mundo elegiría esa arma, pero yo la conozco mejor que mi propia polla. De hecho, me puse un poco nostálgico, era un tipo de nostalgia adecuado para la misión
.

Cuando surgiera la ocasión, terminaría la misión. Sabía que podía costar semanas, pero ahora estaba otra vez materialmente preparado. Y no iba a asumir más riesgos, como lo había hecho con la señora de la limpieza
.

En mi sector no pensamos de la misma manera que en otros. Actuamos según nuestras propias reglas. Creo que estamos hechos así. Somos como unas autoridades independientes. No podemos cambiar. Es nuestra fuerza. Como solía decir Alexander Solonik, que en paz descanse
:
«Eto vasja sudba»
,
«Es tu destino»
.

Ahora estaba preparado
.

Iba a terminar con Radovan Kranjic
.

Capítulo 6

N
atalie estaba sentada en el asiento del copiloto, al lado de Stefanovic. El olor a coche nuevo, asientos de color beis de tapicería de lujo, sistema informático incorporado en la parte central del salpicadero y un crucifijo colgando del espejo retrovisor.

Su padre viajaba en otro coche. Él quería que fuera así. Los negocios de su padre no se ajustaban herméticamente a las leyes del Estado, precisamente. Y a veces tenía que ser duro con gente que trataba de jugársela; así que a cierta gente no le caía nada bien. Pero eso de viajar en coches distintos a Natalie le parecía un poco exagerado.

Stefanovic conducía con calma, una mano sobre la rodilla, la otra descansando ligeramente sobre el volante. Hubo un tiempo en que Natalie y Stefanovic habían estado al revés en el coche; ella detrás del volante y él a su lado. Stefanovic había sido uno de sus profesores cuando ella había luchado como una loca para sacarse el carné de conducir, hacía año y medio. En total: más de setenta clases en la autoescuela y seguramente más de un centenar con Stefanovic. Lollo se partía el culo cada vez que hablaban del tema. Pero Natalie consiguió pasar el examen la primera vez que se presentó; Louise tuvo que hacerlo cuatro veces antes de aprobarlo.

Iban camino de una gala de MMA en el Globen Arena: Extreme Affliction Heroes. Natalie había ido un par de veces a ver boxeo y K1, pero nunca MMA.

—Antes todo el mundo hablaba de K1 —dijo Stefanovic—, pero ahora ha llegado la histeria del UFC
[9]
a Suecia. Hemos metido el veinticinco por ciento en esta gala y el veinticinco por ciento en uno de los gimnasios. Han venido luchadores fichados por el UFC esta noche. Pero nuestros chicos
kick ass
.
[10]

Resultaba divertido escuchar a Stefanovic cuando trataba de usar expresiones que le parecían enrolladas.
Kick ass
, por Dios; sonaba tan divertido como cuando mamá decía que sus nuevos zapatos de Chloé eran
to-die-for
.
[11]

—Es la primera vez que Extreme Affliction Heroes actúan en una arena tan grande como la del Globen —continuó—. Este es el próximo gran deporte en este país.

Pasaron por el puente que conectaba Södermalm con Gullmarsplan. Natalie miraba por la ventana. El agua parecía una chapa gris, estaba lloviendo. Otra vez. Una primavera sin sol casi por completo.

El chaleco de piel de conejo de Natalie estaba en el asiento trasero. Llevaba una camisa blanca con volantes de Marc Jacobs que Louise le había prestado, y un collar de Swarovski. También se había puesto unos vaqueros que había comprado en Artilleri 2, un par de Victoria Beckham Wide Leg de color añil oscuro. Iba suficientemente
sport
para encajar en la gala. Su pelo oscuro estaba recogido en un moño. Se miró en el espejo retrovisor, viendo sus propios ojos marrones y pestañas largas.

El Globen Arena iluminaba la noche en la distancia; los focos de color lila y azul supuestamente servían para hacerlo más bonito de lo que en realidad era. Natalie pensaba en la iluminación de París. Los franceses sí sabían cómo iluminar una ciudad por la noche, dirigiendo los focos hacia poderosas fachadas.

Se acercaron, buscando las señales de aparcamiento. Entraron por debajo del Globen. Un parking gigantesco. Un Volvo verde entraba detrás de ellos. ¿Era un color habitual hoy en día?

Viktor había querido venir a la gala. Pero a su padre no le había parecido apropiado. A Natalie no le importaba.

La gala estaba saturada de tíos. El ambiente en el aire: excitación mezclada con expectación mezclada con niveles casi enfermizos de testosterona.

Entraron por la puerta A. La arena se abrió a sus pies. Una marea oscura de gente y, en el medio, una torre de diez metros de altura con focos de diferentes colores. Los espectadores, las cámaras, los focos, todos estaban enfocando el mismo objetivo: el cuadrilátero. En uno de los laterales, donde se solía montar el escenario para los conciertos de música, colgaban de la pared las gigantescas banderas de los países que competían. Suecia, Estados Unidos, Holanda, Rusia, Japón, Rumanía, Alemania, Marruecos. Serbia. En la pared de enfrente colgaba una banderola enorme, la bandera oficial: Extreme Affliction Heroes.

Stefanovic daba la mano a gente a diestro y siniestro. Saludaba a conocidos que se abrían paso como locos para estrecharle la mano, recibiendo una comedida inclinación de cabeza.

Al fondo: el cuadrilátero, rodeado de una red de seguridad, a solo diez metros delante de ella. Natalie fijó la mirada en un punto lejano, no miraba a nadie. No miraba a su alrededor. Asumió una expresión de indiferencia total.

Vio de reojo una panda de tías con silicona hasta en las orejas con el pelo rubio, escotes vulgares y faldas demasiado cortas. Pasarían con los carteles de los combates y esas cosas en las pausas. Vio a chicos de cabezas rapadas con orejas como coliflores. Se fijó en tipos trajeados que estaban sentados, como irritados por algo, y que no hacían más que mirar fijamente. Su padre estaría por allí. Parecía su gente.

Caminó a lo largo de la jaula del cuadrilátero.

Alguien se levantó a su lado.

Era su padre.

—Dragi
, ¡qué maravilloso que hayas venido!

Había un asiento libre a su lado. Natalie se sentó. En el otro lado estaba Göran.

Los focos atrapaban a cada luchador nuevo que entraba. Los altavoces anunciaban los nombres de los tíos, su club y su nacionalidad. Las guitarras eléctricas chirriaban a un volumen ensordecedor entre los combates. Las tías siliconadas se ponían camisetas ajustadas con publicidad y sujetaban carteles con el número del siguiente asalto. Natalie pensó: «Conque es así cómo se ganan la vida cuando no consiguen hacer portadas».

Es cierto que Lollo también se había puesto los pechos el año anterior, pero no tan exagerados.

Su padre charlaba con Natalie entre los asaltos. Hablaba de los combates y de que ella debería ir a la universidad cuanto antes. Le parecía que el derecho o la economía eran lo adecuado.

Natalie pensaba en la mañana. Viktor había ido a su casa, ella todavía seguía en la cama a pesar de que eran las once y media.

Oyó cómo intercambió algunas palabras con su madre. Luego entró con una bandeja de desayuno en las manos. Zumo de naranja Tropicana California Style, café
espresso
, un huevo cocido y pan de la panadería Kringlan de la calle Linnégatan. A pesar de que ella no tomaba pan debido al régimen: aun así, era un chico majo.

Viktor se sentó en un lado de la cama, poniendo la bandeja sobre el edredón con cuidado. Ella probó un sorbito de café. Dio unos golpecitos en el huevo.

Después del desayuno descargaron una peli de Adam Sandler; siempre tocaba alguna comedia romántica cuando veían películas juntos.

—Me gustaría hablar contigo de una cosa —dijo Viktor.

—Vale.

—Ya sabes a qué me dedico, ¿no?

—Sí, claro que lo sé. Coches y lanchas y esas cosas.

—El asunto es que las cosas van fatal ahora mismo. Primero llegó aquella crisis asquerosa que hizo que la gente ya no comprara coches y motos de nieve como antes. Así que pedí unos créditos para aguantar el tirón durante aquellos meses complicados. Y ahora me está costando salir.

Continuó hablando de cómo la competencia vendía cacharros de mierda por precios más bajos. Cómo el arrendatario había subido el alquiler. Natalie solo escuchaba a medias; en realidad, le interesaban los negocios, pero los asuntos de Viktor le parecían bastante triviales, de alguna manera.

Además, estaba empezando a darse cuenta de adónde quería llegar.

—Tengo que hacer frente a los créditos, no es un banco precisamente normal al que debo dinero. Luego tengo algunas deudas más por aquí y por allá, también impuestos. La situación es chunga, si te digo la verdad. Al principio pensaba prender fuego a todo y sacar la pasta del seguro, ya sabes.

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