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Authors: Jens Lapidus

Tags: #Policíaca, Novela negra

Una vida de lujo (51 page)

BOOK: Una vida de lujo
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Peppe continuó parloteando sobre sus inteligentes planes habituales. Las facturas ficticias del sector de la construcción, los últimos métodos de control de Hacienda, las empresas de trabajo temporal con chavales trabajadores de Latinoamérica, que quitaban la nieve de los tejados por cuatro euros la hora.

—Ya sabes que se acerca el invierno. Y todas las comunidades de vecinos están cagadas por el miedo de que caiga nieve y hielo sobre algún tío en la calle. Sueltan la tela que haga falta para un poco de curro con las palas. Montamos una empresa para los tíos, luego nuestra empresa, que tiene todos los cachivaches, los subcontrata. La empresa de los currantes les paga a todos en dinero B, hasta el último céntimo. Si Hacienda se queja, nuestra empresa nunca se lleva el palo.

—Suena guay, tío —dijo Jorge—. Entonces supongo que tienes un montón de palas y artilugios, ¿no?

Ya estaba oscuro en la calle cuando Jorge aparcó la
pick-up
. Peppe se la había prestado. Atrás había artilugios para profesionales. Palas grandes, una palanca, cadenas, correas, guantes y un mono de trabajo azul.

También podía dormir un par de noches en el coche. A Peppe no le hacía falta inmediatamente.

Quizá todo se solucionara, después de todo.

La prudencia era su mayor
mandamiento
ahora mismo. Había ido de casa en casa como un vagabundo sin techo desde que había vuelto a Suecia. Había estado en casa de Paola, de su madre, de la hermana de Mahmud, incluso en casa de Rolando el vikinguillo. Comprobaba la matrícula de cada coche que se comportaba de manera extraña; enviaba SMS a Tráfico. Servicio a la ciudadanía: contestaban con un SMS en el plazo de tres minutos. Información sobre el propietario oficial del coche. Se veía directamente si era la autoridad policial la que trataba de vigilar en un vehículo camuflado. Evitaba su territorio, salvo por las noches. No enseñaba el número de su tarjeta de crédito a nadie. Se compró un par de gafas de sol y comenzó a andar con un estilo hip-hop. Alteró el ritmo. Movía el brazo. Los pasos de la pierna derecha, con una trayectoria un poco más amplia.
Nigga with attitude
.
[68]
Era como si se hubiera andado de esta manera toda la vida. Esperaba que esto hiciera que se pareciera un poco menos a sí mismo.

Todo le recordaba a la época cuando se había fugado del trullo, pero entonces lo había llevado al extremo, untando todo el cuerpo con autobronceador. El Fugitivo. Babak podía follarse a su madre. ¿Ahora quién estaba en prisión?

Salió del coche. El bosque de Sätra. Abetos y pinos y árboles caducifolios. La grava crujía. Abrió el portón trasero. Se veía la torre de agua a cien metros de distancia como una especie de seta alucinógena gigante. Sacó la cadena y las correas. Dio cuatro pasos por el bosque. Encendió el foco que llevaba en la frente. Intentó orientarse.

Pasó la luz por encima de las hojas. El musgo. La hierba amarillenta.

El aire era frío. Tal vez cinco grados de temperatura. Sintió un escalofrío.

Las ramas de los abetos que colgaban obstruían la vista. Iba de un lado a otro. Dio patadas a piñas y a terrones con hierba.

Buscó el sitio. El lugar donde habían escondido la pasta que nunca habían enseñado ni a los otros chicos ni al Finlandés.

Volvió a la carretera. Miró hacia el bosque. Izquierda, derecha. Derecha, izquierda. La luz era como un pequeño puntito en una oscura masa de abetos.

Luego los vio. Tres pedruscos alineados. Cinco centímetros entre cada piedra. Recordaba cómo habían luchado por colocarlos. Cada piedra pesaría al menos ciento cincuenta kilitos.

Se acercó. Sabía que no tenía ningún sentido jugar a
El hombre más fuerte del mundo
. Se agachó. Echó la correa dos veces alrededor del pedrusco más grande, que estaba entre los otros dos. Enganchó la cadena en la correa. Llevó la cadena hasta el coche, a cuatro metros de distancia. La enganchó en el gancho de remolque.

Arrancó el coche. Lo llevó despaciiiiito hacia delante.

Estaba demasiado oscuro como para poder ver algo por el espejo retrovisor.

Abrió la puerta, inclinó el cuerpo, iluminó con el foco. Siguió la línea marcada por la cadena hacia la oscuridad. La piedra se había movido. Eso era suficiente.

Saltó del vehículo. Cogió la palanca y la pala. Se puso los guantes de jardinería.

Había arrastrado la piedra medio metro. Se veía una marca redonda y plana en la hierba donde había estado. Clavó la palanca.

No pensó en nada. Solo excavaba con la pala y clavaba la palanca. Lo único que le quedaba: sacar la pasta y volver a Tailandia. Iba a pasar del iraní. Le importaba una mierda que ese gilipollas cantara. Le importaba una mierda que la Autoridad Judicial expidiera una orden de búsqueda y captura más gorda que para un terrorista suicida. Tenía un pasaporte que funcionaba. Tenía un amigo que había salido del hospital allá abajo.

Todo parecía tan sencillo.

Bañado en sudor. Los dedos jodidos. ¿Cómo podían formarse tantas raíces en un solo verano? Tampoco recordaba todas esas piedrecitas. ¿De dónde habían salido? ¿Brotaban piedrecitas de los hoyos de tierra o qué?

Miró. Un montón de tierra al lado del hoyo.

Un metro de profundidad.

Le dolía la espalda.

Continuó excavando.

Clavaba la palanca para ablandar la tierra. Machacar las raíces. Apartar las piedras.

Al cabo de una hora larga: una bolsa de plástico.

Había ochocientas mil en los maletines, pero le había dado doscientas mil al cabrón del iraní. ¿Ahora quién le daba las gracias por ello? Menudo idiota que había sido. Debería haber finiquitado a Babak directamente.

Se agachó.

El pulso: BPM
[69]
en
prestissimo
. El sudor le corría por los ojos. Notó cómo su vieja tripa volvía a hacer de las suyas. Estaba hasta los huevos de ella.

Tuvo que bajar al hoyo. Agarró la bolsa por el extremo superior. Había que sacarla con cuidado.

Cogió una pala más pequeña con la otra mano. Trató de dar estocadas pequeñas. No quería estropear la bolsa.

Estuvo diez minutos dándole.

Después: la bolsa quedó totalmente liberada. La cogió.

No podía esperar.

Notaba el peso de seiscientas mil en billetes de quinientas y de cien.

Comenzó a desatarla.

Capítulo 47

E
ra de noche.

Hägerström pensó en cómo había metido la pata. Había dejado el móvil encendido y sin cerrar. Normalmente hacía falta un código de cuatro dígitos para meterse en su móvil. Pero cuando no estaba cerrado con tapa no se activaba esa función, según parecía.

Javier estaba con el móvil en la mano. Era un tío curioso, con manos muy largas, y demasiado interesado en la vida de Hägerström. No se veía quién lo había enviado, pero el mensaje era suficientemente sospechoso en sí.

«Trata de traer a todos los que puedas a casa», había escrito Torsfjäll. Era una orden. Hägerström entendía el razonamiento. Era más fácil detener a sospechosos en Suecia que abrirse paso entre toneladas de burocracia para sacar una orden de arresto internacional y después doblar la cantidad de burocracia para hacer que la policía tailandesa actuara.

Se rio, quitándole el móvil a Javier.

—Es mi hermana. Quiere que le lleve el mayor número posible de esos brillantes tailandeses. Ya sabes que por aquí están tirados de precio, ¿no?

Javier le miró, durante un buen rato.

Después se puso en pie. También él estaba desnudo. Cuerpo fibroso, la mitad de él cubierto de tatuajes con tema de bandas. «Alby Forever» en uno de los hombros. Un crucifijo y un mini-uzi sobre el corazón. Y en la espalda, «Mamá intentó». Javier estaba más orgulloso de este último que de los demás. Amaba a su madre por encima de todo lo demás en Alby. No quería culparla por haberse convertido en lo que era. Profesional del crimen, gánster del cemento. Bisexual.

Javier se puso los calzoncillos. Seguía sin decir nada. Hägerström se quedó de pie toqueteando el móvil. Borró el SMS. Volvió a comprobar que no había olvidado borrar algún otro también.

—¿Por qué no me habías dicho nada sobre los brillantes? —dijo Javier.

—No sé, se me pasaría.

—Con todo lo que hemos hablado. Me has hablado de tu hermana. ¿Por qué no dijiste nada?

—No se puede contar todo, ¿no? —dijo Hägerström.

Javier volvió a callarse. Se puso la camiseta de manga corta.

—Porque tengo un colega, Tompa, que controla mogollón todo ese rollo —dijo finalmente—. Ha estado en los casinos de por aquí, en Bangkok. ¿Quieres que le llame?

Hägerström suspiró de alivio por dentro.

Era lo más cerca que había estado de ser desenmascarado. Tenía que espabilar.

Anuncios de los nuevos móviles androides de HTC en la pantalla del cine. Hägerström estaba cómodo. Solo había otras dos personas en la sala.

Cuando era adolescente, le encantaban los anuncios en el cine. Él y sus amigos podían ir al cine casi solo por ver los anuncios. Pero aquello fue en la antigua Suecia, antes de que el Estado hubiera permitido anuncios en la televisión. Ahora le parecían un coñazo.

Llegó un tráiler de alguna película de suspense sueca.
Dinero fácil 2
. Los actores parecían creíbles por una vez; normalmente las pelis de suspense de Suecia no solían caracterizarse precisamente por tener unos vínculos muy convincentes con la realidad.

Hägerström estaba de vuelta en Estocolmo. Y ahora mismo estaba en un cine, esperando a Torsfjäll.

Había decidido volver. Todo ese rollo con Javier era de locos. Torsfjäll le había ordenado que tratara de volver con todos los que pudiera. Babak estaba detenido y ya lo habían traído a Suecia. Jorge ya estaba en casa, probablemente para conseguir dinero para el negocio de la cafetería. Hägerström no tenía ni idea de dónde andaba Mahmud y le habría costado ganarse su confianza, ya que nunca se habían visto. Había más gente en Tailandia también, ahora ya lo sabía. Tom Lehtimäki y Jimmy, pero nunca los había visto. Al único al que había podido llevar a casa era a Javier.

Diez minutos más tarde, Torsfjäll se acomodó en el asiento de al lado. Hägerström no giró la cabeza, pero suponía que la sonrisa del comisario era la de siempre. Amplia, blanca como la tiza y medio falsa.

Inclinó la cabeza y susurró al oído de Hägerström:

—¿Esto de verdad es necesario? ¿No podríamos haber quedado en alguno de los pisos, como siempre?

—Hay una filtración en algún sitio —contestó Hägerström—. JW ha sacado un montón de material que envió a Jorge. Solo puede haberlo hecho a través de alguien importante de la Autoridad Judicial. Había extractos del registro general y un montón de otras cosas.

—Bien, pero eso no quiere decir que lo haya hecho mi gente. Puedes confiar en los que trabajan conmigo.

Hägerström negó con la cabeza, lentamente.

—Tú no eres el que asume los riesgos.

Torsfjäll sonrió de nuevo. Aceptó.

—¿Has tenido tiempo para quedar con JW?

—No, llegué antes de ayer. Pero nos hemos enviado SMS. Nos veremos en breve.

—¿Cómo conseguiste traer a Javier?

—No fue difícil. Estaba bastante cansado de Tailandia y le parecía que si Jorge había podido volver, pues él también. Así que no resultó especialmente difícil convencerlo, sobre todo porque yo pagué el billete.

—Bien, muy bien. Han identificado y detenido a otros dos sospechosos del atraco en países de la Unión Europea. Es mucho más fácil traerlos a casa que de aquel puto país de chinos. Uno es Sergio Salinas Morena, el primo de Jorge, que está en España. Y otro es Robert Progat, que está en Serbia. Van a ser trasladados a Suecia dentro de unos días. ¿Javier lo sabe?

—No creo. Al menos no me ha dicho nada.

—Bien. ¿Sabes dónde está ahora mismo?

Hägerström apuró la respuesta. Pensó en los días junto a Javier en Bangkok. Ya lo estaba echando en falta. No habían pasado ni cuarenta y ocho horas desde que se habían despedido en Arlanda.

Dijo la verdad.

—No sé dónde está. Pero voy a quedar con él esta noche.

Torsfjäll puso una pierna encima de la otra.

Estuvieron viendo la película durante unos segundos. El actor de Hollywood que hacía de protagonista estaba jugando al tenis.

—¿Tienes alguna idea de dónde está Jorge? —susurró Torsfjäll.

—No, pero seguro que está en Estocolmo. Javier ha dicho que Jorge seguramente tiene dinero escondido por aquí.

—¿Puedes conseguir que Javier te lleve a Jorge? ¿Cuando quedes con él esta noche? No quiero detener a Javier sin detener también a Jorge a la vez, que, si no, corremos el riesgo de que huya del país.

—Puedo intentarlo. Pero ¿qué tipo de pruebas tienen contra estos tíos con respecto a Tomteboda? ¿Voy a tener que prestar declaración o ya tenemos suficiente?

—Yo opino que no deberías tener que declarar, ya sabes que quiero seguir con la Operación Ariel Ultra contra JW y ese Bladman. Pero no soy yo quien lleva la investigación del atraco.

Hägerström pudo ver la escena. Un precio a su cabeza. Jorge, Javier, JW, todos querrían verlo muerto si saliera a la luz el papel que había jugado en todo esto. Podría ser tarde ya, aunque la idea siempre había sido la de encontrar información que pudiera ser suficiente por sí sola. Y mientras el comisario Torsfjäll dirigía la operación, no había problemas. Pero ahora la situación había cambiado. La investigación de Tomteboda no formaba parte de las responsabilidades de Torsfjäll. El viaje a Tailandia podía haber sido el error de su vida.

Pensó en Pravat.

—El HRA a Bladman ha empezado a dar resultados —continuó Torsfjäll, como si eso diera igual.

—¿Cuáles?

—Dos cosas. En primer lugar, se ha podido saber que cuentan con un lugar de almacenaje de datos, o una oficina, en un lugar que no es la sede de MB Redovisningskonsult AB, tal y como yo sospechaba. No mencionan la dirección explícitamente, pero es evidente que lo tienen en algún sitio. ¿Has apuntado las direcciones donde has llevado a JW antes de ir a Tailandia?

Hägerström seguía enfrascado en sus pensamientos. En Suecia los testigos anónimos no estaban permitidos, pero podría obtener permiso para declarar bajo otro nombre, dependía de lo cualificada que fuera la protección de su identidad. Tuvo que reflexionar durante unos segundos antes de contestar a la pregunta de Torsfjäll. Por supuesto que conocía todas las direcciones a las que había llevado a JW. Torsfjäll las comprobaría cuanto antes.

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