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Authors: Greg Cox

Tags: #Aventuras, #Fantasía

Underworld (12 page)

BOOK: Underworld
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En la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Karolyi reinaba un desagradable olor a antiséptico. Pierce daba gracias a que en su forma humana su olfato no estuviera ni de lejos tan aguzado como cuando era un lobo.

Taylor y él habían llegado al hospital disfrazados con los característicos uniformes azules de los policías húngaros para buscar al esquivo Michael Corvin. Pierce estaba impaciente por tener éxito allí donde Raze había fracasado: capturar al humano, complacer a Lucian y por consiguiente mejorar su posición y la de Taylor en el seno de la manada.

Por desgracia, parecía que Corvin se había marchado ya y su colega, un humano de aspecto cansino llamado Lockwood, no estaba siéndoles de gran ayuda.

—Lo siento —les dijo el larguirucho médico mientras se encogía de hombros—. Han debido de cruzarse con él al llegar.

Pierce le había explicado que su compañero «agente» y él no querían más que hacer a Corvin algunas preguntas más sobre el incidente del metro. El licano se había recogido la larga melena en una cola de caballo para pasar más fácilmente por policía.

—¿Sabe dónde podemos encontrarlo?

Lockwood levantó las manos.

—Tiene un turno partido. Tendrán que probar en su casa o esperar a que regrese.

Con el ceño fruncido, Pierce intercambió una mirada impaciente con Taylor. El otro licano seguía teniendo un feo corte en la mejilla, recuerdo de la batalla que habían librado en su guarida. Pierce recordaba haberle hecho aquella herida con sus propias y ensangrentadas garras y lamentaba que Lucian hubiera detenido la pelea antes de que alguno de los dos hubiera podido reclamar la victoria.
¡Sé que le hubiera vencido!,
pensó salvajemente.
¡Mis fauces eran fuertes, mis colmillos estaban manchados de rojo!

Puede que Lockwood reparara en la avidez de sangre que brillaba en sus ojos o puede que sólo captara el nerviosismo tenso de los dos licanos; en cualquier caso, un tono de preocupación se insinuó en su voz:

—Michael no estará metido en un lío, ¿verdad?

• • •

A pesar de lo temprano de la hora, Michael Corvin no se encontraba en casa. Para Selene no supuso ninguna sorpresa. Sabía que los estudiantes de medicina trabajaban muchas veces con horarios insólitos.
Más o menos como los vampiros,
pensó con ironía.

Aquélla no era la única cosa que tenía en común con Corvin. Al igual que sus propios aposentos en Ordoghaz, el apartamento del humano trasmitía una sensación de severo utilitarismo. El mobiliario era funcional, no decorativo, y las paredes desnudas y encaladas ofrecían muy pocas pistas sobre su personalidad y sus gustos. El neutro apartamento, carente de rasgos distintivos, casi hubiera podido pasar por una habitación de hotel.

¿Por qué pueden los licanos estar interesados en este humano?
Selene se aprovechó de la ausencia de Corvin para registrar su apartamento con la esperanza de descubrir algún indicio sobre el misterio. Con precisión casi quirúrgica llevó a cabo un exhaustivo recorrido por sus escasos efectos personales. No tuvo que encender la luz; la visión vampírica era lo único que necesitaba para sondear los oscuros rincones del piso.

Un montón de correspondencia en una mesita lateral no contenía nada sospechoso, sólo facturas y publicidad. La estantería era igualmente inocua y en ella no encontró más que varios textos médicos, un diccionario Inglés-Húngaro y unas cuantas de novelas de bolsillo, en inglés, naturalmente. De misterio y terror, sobre todo. Nada digno de mención. Ni siquiera los típicos ejemplares de
Drácula
o
Un hombre Lobo en París.

En el apartamento no había tampoco armas, drogas, pornografía ni ninguna otra cosa ilícita o peligrosa en alguna medida. Nada de balas de plata, estacas de madera, ajo… nada. Su pequeña nevera no contenía más que comida congelada; ni plasma ni carne humana. Michael Corvin parecía ser exactamente lo que aparentaba: un ser humano normal y corriente, aunque un poco lejos de casa.

Entonces, ¿por qué buscándolo estaban Raze y los demás licanos?

Estaba a punto de abandonar su búsqueda cuando topó por puro accidente con un sobre de manila arrugado guardado en el fondo de un cajón, que se le había pasado por alto en su anterior registro. Lo abrió cuidadosamente y descubrió en su interior un montón de fotografías en color.

Una cabalgata de rostros desconocidos le sonrió. Los amigos y familiares de Corvin, supuso. El propio joven de cabello castaño aparecía en muchas de las fotos, con su sonriente rostro capturado en multitud de contextos poco sospechosos: fiestas de cumpleaños, graduaciones, acampadas, días de playa, viajes de esquí y cosas por el estilo.

Las alegres imágenes, radiantes de calidez y diversión y camaradería, provocaron una peculiar melancolía en la resuelta vampiresa. Se le hizo un nudo en la garganta mientras examinaba las despreocupadas fotos, que de improviso se le antojaban un recuerdo de la humanidad que había perdido con el paso del tiempo. Se acordó del retrato amarillento que descansaba sobre su propia mesa y se preguntó por que guardaría Corvin aquellos recuerdos dorados donde no estaban a la vista de nadie.

¿Acaso no se da cuenta de lo afortunado que es?

Llegó a una conmovedora fotografía en la que Corvin posaba con una mujer desconocida, abrazados frente a una puesta de sol que quitaba el aliento, una de esas que Selene no había visto desde que aprendiera a temer al sol. El afecto y la complicidad que había entre la pareja resultaban innegables. Se profesaban un amor profundo, feliz, inevitable.

Selene sintió un anhelo casi físico. Sus ojos castaños se humedecieron. ¿Había conocido alguna vez un amor como aquél? Lo cierto era que no, tuvo que admitir. No era más que un jirón de niña, de rostro fresco y virginal, cuando Viktor la convirtiera, hacía siglos. Desde entonces, su existencia inmortal había sido consumida en tal medida por la guerra sagrada contra los licanos que había terminado por olvidar los sencillos y mundanos placeres de la amistad y la familia.

Y del amor.

La misma mujer, morena y radiante, aparecía en varias fotografías. ¿La novia de Corvin? ¿Su chica? ¿Su amante? ¿Su esposa? Selene sintió un súbito e irracional ataque de celos.

Ya basta,
se dijo con firmeza. Estaba perdiendo el tiempo. Estaba claro que aquellas fotografías inocentes no contenían explicación alguna para el incomprensible interés de los licanos por Corvin.

Tras dejar caer las fotos al suelo como si fueran basura, regresó a la estantería abarrotada de Corvin para asegurarse de que no se le había pasado nada por alto en su anterior registro. Pasó un dedo enguantado sobre los lomos de los libros y una vez más no encontró más que un montón de libros de medicina.
¿Es posible que los licanos estén tratando de reclutar a un médico?,
especuló. Alguien tenía que sacarles las balas de plata de sus mugrientos cuerpos.
¿Pero por qué Corvin? ¿Y por qué ahora?

Un estetoscopio colgaba de un clavo no muy lejos de la estantería. Pasó el dedo por la goma con aire meditabundo, mientras se preguntaba cuánto tiempo iba a esperar a que Corvin regresara a casa. El amanecer se acercaba y estaba lejos de la mansión…

El teléfono sonó y la sobresaltó.

Capítulo 9

M
ichael escuchó el teléfono mientras caminaba por el vestíbulo en dirección a su apartamento. Durante un momento consideró la posibilidad de correr para cogerlo pero era muy tarde y estaba demasiado cansado. Para eso estaban los contestadores automáticos.

Sin embargo, no pudo por menos que preguntarse quién lo estaría llamando a esas horas de la mañana. ¿Alguno de sus amigos de los Estados Unidos se habría olvidado de las seis horas de diferencia entre Long Island y Budapest?
Lo más probable es que se hayan equivocado de número.
O puede que Nicholas quisiera que hiciese un turno extra.

De eso nada,
pensó. Entre el baño de sangre del metro y la locura que la cercanía de la luna llena provocaba en el servicio de Urgencias, él ya había cumplido por aquella noche. En este momento lo único que quería era disfrutar de un par de horas de sueño ininterrumpido.

Sus ojos soñolientos se abrieron de sorpresa, sin embargo, al ver que la puerta de su apartamento estaba entreabierta.
¿Qué demonios es esto?,
se preguntó mientras su contestador automático se ponía al fin en funcionamiento. Michael escuchó su propia voz, extrañamente distorsionada por el barato trasto, proveniente del interior del apartamento:

—Eh, aquí Michael. Ya sabes lo que tienes que hacer.

Transmitió el saludo en inglés y a continuación lo repitió en un húngaro algo vacilante mientras el Michael de verdad entraba cautelosamente en su apartamento.
No puedo creer lo que me está pasando, joder,
pensó, alarmado y exasperado a un tiempo.
¡Primero el tiroteo y ahora esto!
¿Estaba interrumpiendo un robo o los ladrones habían huido ya de la escena del crimen? Michael esperaba fervientemente que fuera esto último. Todavía, si hubiera algo en el apartamento que mereciera la pena robar…

El contestador automático emitió un pitido agudo y Michael se quedó parado mientras la máquina grababa un mensaje frenético:

—Eh, Mike, soy Adam. —Michael detectó un grado insólito de ansiedad en la voz de su amigo—. Mira, la policía acaba de estar aquí buscándote y me ha dado la impresión de que creen que estás involucrado en el tiroteo. Les he dicho que eso era imposible…

¿La policía?
Michael reaccionó sorprendido, un segundo antes de que una sombra emergiera con la fuerza de un estallido de la oscuridad, lo empujara contra la pared y lo inmovilizara allí. Entrevió una cara femenina oculta entre las sombras. Unos dedos poderosos, dotados de una asombrosa fuerza, lo sujetaban por la garganta. Una voz fría y dura exigió respuestas:

—¿Quién eres? ¿Por qué te buscan?

Michael estaba demasiado asustado y sorprendido para responder. Bajó la mirada y descubrió con asombro que sus pies estaban separados no menos de quince centímetros del suelo.
¿Cómo es posible?,
se preguntó, boquiabierto.
¿Quién coño es éste? ¿Darth Vader?

Su atacante se inclinó hacia delante. La luz del pasillo reveló su rostro y descubrió con asombro que era el de la preciosa mujer morena que había visto en la estación del metro. El reconocimiento inundó su rostro.

—Tú…

Antes de que pudiera siquiera empezar a procesar lo que estaba ocurriendo, el apartamento entero se estremeció. Tres objetos pesados cayeron sobre el tejado y provocaron una lluvia de yeso sobre sus cabezas.
¿Uh?,
pensó, incapaz de seguirle el paso a la sucesión de acontecimientos inesperados.
¿Qué coño acaba de caer al tejado?

Siseando como una gata, la misteriosa mujer soltó a Michael y sacó una pistola de aspecto letal de entre los pliegues de una gabardina de cuero negro. Sin perder un instante, vació el cargador entero sobre el techo. El estruendo explosivo del fuego automático resonó en los oídos de Michael.

El asalto de gran calibre dirigido contra el tejado provocó un coro de feroces rugidos proferidos por quienquiera —o lo que quiera— que se encontrara allí. Michael temblaba como una hoja, sin saber qué era lo que más lo asustado, si el ensordecedor tiroteo o los horrendos aullidos.

—¡Al suelo! —le gritó la mujer.

¡Y una mierda!,
pensó Michael y se abalanzó contra la puerta.

• • •

A diferencia de Michael, Selene sabía exactamente qué era lo que había en el tejado. Sus oídos veteranos reconocieron el trote monstruoso de tres licántropos transformados.
Deben de estar desesperados por coger a Corvin,
comprendió,
si están tan dispuestos a mostrar sus formas bestiales.

Sacó el cargador vacío de la Beretta y volvió a cargar apresuradamente antes de volverse hacia el perplejo humano, que hasta el momento no había dado señales de saber lo que estaba ocurriendo. Para su consternación, descubrió que estaba sola en el apartamento.

Michael Corvin se había ido.

¡Maldición!,
pensó llena de frustración. Salió corriendo al pasillo justo a tiempo de ver cómo se cerraban las puertas del ascensor delante de Corvin.

¡Estaba escapando!

Hubo un estallido de madera y cristal a su derecha mientras, uno tras otro, tres enfurecidos hombres-lobo irrumpían por la ventana de la escalera de incendios del otro extremo del pasillo. Con los colmillos al aire y un fulgor en los ojos de color cobalto, echaron a correr hacia ella por el mal iluminado pasillo. Brotaba saliva espumosa de sus fauces abiertas.

Selene buscó apresuradamente una salida. Por desgracia, el otro extremo del pasillo terminaba en la puerta cerrada de un apartamento. Y lo que era peor, las únicas escaleras se encontraban al extremo opuesto,
detrás
de los hombres-lobo.

Estaba atrapada… ¿o no? Tras pensar un instante, abrió fuego sobre las enfurecidas bestias al mismo tiempo que sacaba la segunda Beretta del cinturón. La descarga de balas de platas apenas frenó el asalto de los voraces hombres-lobo. Ahora estaban en un estado de furia asesina y nada que no fuera la muerte iba a detenerlos. Era imposible que abatiera a los tres lobos antes de que uno de ellos la hiciera pedazos.

Era hora de buscar una salida rápida. Giró sobre sus talones y disparó al suelo con la segunda arma dibujando un patrón circular alrededor de sus botas. Las astillas volaban en todas direcciones alrededor de sus tobillos y un agujero irregular se abrió debajo de ella.

La gravedad hizo su trabajo y cayó por el agujero sobre el pasillo del siguiente piso. Aterrizó con fuerza en medio de una polvorienta avalancha de madera destrozada y moqueta. Lanzó una mirada rápida hacia el ascensor, pero éste acababa de pasar por aquel piso en dirección al vestíbulo.
Estupendo,
pensó con sarcasmo. Corvin seguía huyendo de ella.

Giró sobre sus talones y corrió hacia la escalera, su única vía de escape. Se encontraba al otro extremo del pasillo, a unos treinta pasos de distancia. Si se daba prisa, puede que aún lograse eludir a los hombres-lobo y llegar al primer piso antes que Corvin.

Un rugido ensordecedor sonó sobre su cabeza y una zarpa aterradora asomó por el agujero del techo. Selene se agachó justo a tiempo y gracias a eso logró librarse por los pelos de ser decapitada. Disparó de nuevo a los licántropos y llenó el techo de plata al rojo vivo mientras corría hacia las escaleras.

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