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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Fantasía, Aventuras

Vencer al Dragón (33 page)

BOOK: Vencer al Dragón
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Jenny apartó la vista, pensando en lo que representaría ser ese niño. La misma ola de náuseas que había sentido Gareth la dominó ahora porque sabía lo que le haría Zyerne a cualquier hijo suyo. No se alimentaría con él como se había alimentado con el rey y con Servio; pero lo educaría deliberadamente como un inválido emocional, dependiente de ella y de su amor para siempre. Jenny había visto cómo se hacía eso, había visto hombres y mujeres que lo hacían y sabía el tipo de hombre o mujer que surgía de esos chicos sofocados. Pero incluso en esos casos, la distorsión había sido por alguna necesidad en el corazón del padre o de la madre, y no algo pensado para mantenerse en el poder.

Pensó en sus propios hijos y en el amor absurdo que sentía por ellos. Tal vez los habría abandonado, pensó con una furia súbita contra Zyerne, pero incluso si no los hubiera amado, incluso si los hubiera concebido en una violación, nunca les habría hecho eso. Era algo que le hubiera gustado pensarse incapaz de creer de nadie. Que alguien fuera capaz de hacerle eso a un niño inocente…; pero en su corazón sabía cómo se hacía.

La rabia y la náusea se movieron en ella como si hubiera sido testigo de una sesión de tortura.

—¿Jenny?

La voz de Gareth la separó de sus pensamientos. El muchacho estaba a unos pasos de ella, mirándola con ojos suplicantes.

—¿Se pondrá mejor, verdad? —preguntó, con dudas—. Mi padre, quiero decir… Cuando Zyerne se vaya o…, la maten…, ¿será como antes?

Jenny suspiró.

—No lo sé —replicó en voz baja. Sacudió su mente del letargo que la dominaba, un cansancio de espíritu tanto como el dolor del cuerpo que le habían dejado los hechizos de Zyerne. No era sólo que hubiera abusado de sus nuevos poderes, no sólo que su cuerpo no estuviera acostumbrado a sostener las terribles exigencias de la magia del dragón. Ahora se daba cuenta de que hasta sus percepciones estaban cambiando, de que no era sólo la magia la que había cambiado en ella por el toque de la mente del dragón.
El dragón que hay en ti contestó,
había dicho Morkeleb…, y Jenny estaba empezando a ver en la forma en que veía un dragón.

Se puso de pie con el cuerpo endurecido, se tambaleó un poco contra el poste levantado de la casa del pozo, físicamente seca y muy débil. Había vigilado durante la noche, preguntándose si estaba esperando a Zyerne aunque sabía en su corazón que la encantadora no volvería y que no era en realidad a ella a quien esperaba. Luego, dijo:

—No son los hechizos los que le hacen daño. Zyerne es un vampiro, Gareth…, no de sangre como los Murmuradores sino de la esencia de la vida misma. Anoche vi en sus ojos su esencia, su alma: una cosa pegajosa y devoradora, sí, pero una cosa que tiene que alimentarse para seguir viviendo. La señora Mab me habló de uno de los hechizos de los Lugares de Curación que puede salvar la vida de un hombre moribundo tomando un poco de la energía de vida de los que consienten en darla. Se hace muy pocas veces y sólo en casos de gran necesidad. Estoy segura de que eso es lo que ella hizo con tu padre y con Servio. Lo que no entiendo es por qué lo necesita, sus poderes son tan grandes que…

—Sabes —interrumpió John—, se dice en las
Historias
de Dotys…, o tal vez es en Terencio…, o es en el
Elucidus Lapidarus…

—¿Pero qué podemos hacer? —rogó Gareth—. ¡Debe de haber algo! Podría volver a Bel y dejar que Dromar sepa que los gnomos pueden volver a ocupar la Gruta. Eso les daría una base fuerte para…

—No —dijo Jenny—. La fuerza de Zyerne en la ciudad es demasiado grande. Después de esto, estará esperándote, mirando las rutas con el cristal. Te interceptaría mucho antes de que llegaras a Bel.

—¡Pero tenemos que hacer algo! —El pánico y la desesperación esperaban, acechantes, en su voz—. ¿Dónde podemos ir? Policarpio nos daría refugio en la ciudadela…

—¿Vas a decirle a las tropas de asalto que están alrededor de los muros que quieres una reunión en privado con él? —preguntó John, que había olvidado por completo sus dudas sobre los clásicos.

—Hay caminos hacia Halnath por la Gruta.

—Y una puerta muy linda y muy cerrada al final, supongo, o los túneles sellados con pólvora para mantener lejos al dragón…, incluso si Dromar los hubiera puesto en sus mapas. Ya miré eso en Bel.

—Maldito sea —empezó Gareth con rabia y John hizo un gesto para que se callara con una torta en la mano.

—No puedo culparlo —dijo luego. Contra los castaños cambiados y los brezos de la capa manchada de sangre doblada bajo su cabeza, su cara todavía estaba pálida pero había perdido ese terrible color tiza. Detrás de los anteojos, sus ojos castaños estaban brillantes y alerta—. Es un pájaro astuto y viejo ese gnomo y conoce a Zyerne. Si ella no conocía ya el lugar en que los caminos desde la ciudadela se unen a los principales de la Gruta, él no iba a poner esa información sobre un papel que ella podría robar. Sin embargo, Jen tal vez pueda guiarnos.

—No. —Jenny lo miró desde donde estaba sentada con las piernas cruzadas junto al fuego mientras hundía su último trozo de torta en la miel—. Aunque veo en la oscuridad, no puedo encontrar los caminos sin ayuda. Y en cuanto a que tú vengas, si tratas de levantarte antes de una semana, voy a ponerte un hechizo de invalidez.

—Tramposa.

—Piensa en mí. —Jenny se limpió los dedos sobre el borde de su capa—. Morkeleb me guió hasta el corazón de la Gruta. Nunca lo hubiera encontrado yo sola.

—¿Cómo era? —preguntó Gareth después de un momento—. El corazón de la Gruta. Los gnomos juran por él…

Todos a una, los caballos levantaron la cabeza asustados del pasto duro, escarchado. Martillo de Batalla relinchó con suavidad y le contestaron, claro, leve, desde las nieblas que flotaban sobre los bordes de los bosques que rodeaban el valle de Grutas. Unos cascos golpearon la grava y una voz de muchacha llamó desde lejos:

—¿Gar? Gar, ¿dónde estás?

—Es Trey. —Gareth levantó la voz para gritar—. ¡Aquí!

Hubo un sonido enloquecido de la grava en caída, y las nieblas blancuzcas se solidificaron en la forma oscura de un caballo y un jinete en un aleteo de velos húmedos. Gareth caminó hasta el borde del suelo alto de la Ladera para tomar la brida del corcel moteado de Trey cuando llegó tropezando sobre la última cuesta, la cabeza baja de cansancio y cubierto de sudor a pesar del día helado. Trey, aferrada de la montura, parecía sólo un poco mejor que él, la cara raspada como si hubiera cabalgado a través de ramas bajas en el bosque y con el pelo en largos mechones sueltos púrpura y blanco.

—Gar, sabía que tenías que estar bien. —Se deslizó desde la montura a los brazos del príncipe—. Dicen que vieron al dragón…, que la señora Jenny lo había encantado…, sabía que tenías que estar bien.

—Estamos bien, Trey —dijo Gareth con dudas, frunciendo el ceño ante el terror y la desesperación de la voz de la muchacha—. Se diría que has cabalgado de un tirón.

—Tenía que hacerlo —jadeó ella. Bajo los jirones desgarrados de su vestido blanco de corte, le temblaban las rodillas y se aferró al brazo de Gareth para mantenerse de pie; tenía la cara sin color bajo lo que quedaba del maquillaje—. ¡Vienen a buscaros! No entiendo lo que está pasando pero tenéis que marcharos de aquí… Servio… —Se detuvo al decir el nombre de su hermano.

—¿Qué pasa con Servio? Trey, ¿qué está pasando?

—¡No sé! —exclamó ella. Lágrimas de desdicha y agotamiento le llenaron los ojos y se las quitó con impaciencia, dejando líneas leves de pintura azul sobre las mejillas redondas—. Hay una multitud que viene hacia aquí. Servio es el líder…


¿Servio?
—La idea del elegante y perezoso Servio molestándose en ser el líder de cualquier cosa era absurda.

—Van a matarte, Gar… ¡Les oí decirlo! A ti, a la señora Jenny, al señor Aversin…

—¿Qué? Pero, ¿por qué? —Gareth se confundía más y más.

—Creo que lo que importa es quién —dijo John, levantándose de nuevo sobre sus mantas.

—Esta…, esta gente, trabajadores sobre todo…, artesanos y fundidores de Grutas que se quedaron sin trabajo, los que dan vueltas por la Oveja en el Fango todo el día. Hay guardias de palacio con ellos y creo que vienen más…, ¡y no sé por qué! Traté de hacerle decir algo lógico a Servio, pero era como si no me oyera, como si no me conociera… Me dio una bofetada…, y nunca me había pegado, Gar, no desde que éramos chicos…

—Dinos —dijo Jenny con calma, tomando la mano de la muchacha, fría como un pájaro muerto dentro de la suya, cálida, áspera—. Empieza por el principio.

Trey tragó saliva y se frotó los ojos de nuevo, las manos temblorosas de cansancio por la cabalgata de veinte kilómetros. La capa ornamental que llevaba sobre los hombros era un traje para usar dentro de una mansión, seda blanca y piel lechosa, diseñado para cuidarse de las corrientes de aire de un salón de baile, no del frío hiriente de una noche neblinosa como la última. Trey tenía los largos dedos rojos y cuarteados entre los diamantes.

—Estuvimos bailando —empezó ella con dudas—. Era después de medianoche cuando apareció Zyerne. Parecía extraña…, pensé que había estado vomitando, pero yo la había visto por la mañana y entonces parecía bien. Llamó a Servio y se fueron a un nicho junto a la ventana. Yo… —Un poco de color volvió a sus mejillas demasiado pálidas—. Me arrastré para escucharlos. Sé que es de muy mala educación, desagradable, pero después de lo que hablamos cuando te fuiste, no pude dejar de hacerlo. No era para pasar chismes —agregó con ansias—. Tenía miedo por él y tenía tanto miedo porque nunca había espiado antes y no soy tan buena como Isolda o Merriwyn.

Gareth parecía un poco impresionado con esa franqueza, pero John rió y dio unas palmaditas a la punta de los zapatos llenos de perlas de la niña como para consolarla.

—Te perdonaremos esta vez, amor, pero no descuides así tu educación. Te das cuenta de adonde te lleva eso, ¿verdad?

Jenny le dio una patada sin fuerza sobre el hombro que no estaba herido.

—¿Y después? —preguntó.

—La oí decir: «Tengo que conseguir la Gruta. Tengo que destruirlos y debe ser ahora, antes de que lo sepan los gnomos. No deben entrar allí.» Los seguí por la puertecita que da al Mercado; fueron hasta la Oveja en el Fango. El lugar todavía estaba lleno de hombres y mujeres; todos borrachos y discutiendo unos con otros.

Servio entró corriendo y les dijo que había oído que vosotros los habíais traicionado, que los habíais vendido a Policarpio; que teníais al dragón bajo los hechizos de la señora Jenny y que ibais a enviarlo contra Bel; que ibais a quedaros con el oro de la Gruta y que no se lo daríais a ellos, sus verdaderos dueños. Pero nunca fueron sus verdaderos dueños…, siempre fue de los gnomos, o de los mercaderes ricos de Grutas. Traté de decírselo a Servio… —Su mano roja por el frío se apoyó en su mejilla, como para borrar el recuerdo de un bofetón—. Pero todos gritaban que iban a mataros y a recuperar su oro. Todos estaban borrachos…, Zyerne hizo que el tabernero trajera más jarras de vino. Dijo que iba a reforzar la partida con la guardia del palacio. Todos gritaban y hacían antorchas y conseguían armas. Yo corrí a los establos del palacio y conseguí Pieslindos… —Acarició el cuello moteado del caballo y su voz se hizo de pronto muy débil—. Y luego llegué aquí. Cabalgué lo más rápido que pude…, tenía miedo de lo que me pasaría si me atrapaban. Nunca había cabalgado de noche…

Gareth se sacó la gruesa capa carmesí y se la puso sobre los hombros cuando vio que cada vez temblaba más.

—Así que tenéis que salir de aquí… —terminó ella.

—Eso lo podemos hacer. —John arrojó las píeles de oso de su cuerpo—. Podemos defender la Gruta.

—¿Podéis cabalgar hasta allá? —preguntó Gareth preocupado mientras les alcanzaba el jubón de cuero con placas de hierro.

—Voy a meterme en serios problemas si no puedo, héroe.

—¿Trey?

La muchacha levantó la vista de su tarea de recoger las cosas del campamento cuando oyó que Jenny decía su nombre.

Jenny fue lentamente hasta donde estaba ella y la tomó por los hombros mientras la miraba a los ojos durante un rato. Buscó muy adentro y Trey se sacudió con un gritito de alarma que hizo que Gareth llegara corriendo hasta donde estaban las dos. Pero hasta el fondo, su alma era la de una joven…, no siempre fiable, ansiosa por gustar a otros, ansiosa por amar y ser amada. No había mancha en ella y su inocencia retorció el corazón de Jenny.

Luego Gareth estuvo allí, abrazando a Trey con indignación.

La sonrisa de Jenny era torcida pero amable.

—Lo lamento —dijo—. Tenía que asegurarme.

Por las caras asustadas de los dos jóvenes, se dio cuenta de que no se les había ocurrido que Zyerne hubiera podido usar la forma de Trey…, o a Trey misma.

—Venid —dijo—. Probablemente no tenemos mucho tiempo. Gar, pon a John sobre un caballo. Trey, ayúdalo.

—Soy perfectamente capaz de… —empezó John, irritado.

Pero Jenny ya no lo oía. En algún lugar en medio de las nieblas de los bosques medio quemados bajo la ciudad, sintió movimientos, la llegada de voces furiosas al silencio bordeado de escarcha de los árboles ennegrecidos. Estaban llegando y estaban llegando con rapidez…, casi podía verlos en la curva justo debajo de las ruinas caídas de la torre del reloj.

Se volvió hacia los demás.

—¡Marchaos! —dijo—. ¡Rápido, casi están sobre nosotros!

—¿Cómo…? —empezó Gareth.

Ella cogió la bolsa de drogas y la alabarda y saltó sobre el lomo de Luna.

—¡Ahora! Gar, lleva a Trey contigo. ¡John, VETE, maldición! —Porque él se había vuelto, casi cayéndose de la montura de Vaca, para quedarse junto a ella. Gareth arrojó a Trey sobre el lomo de Martillo de Batalla en un vuelo de faldas deshechas; Jenny casi podía oír el eco de los cascos en el sendero, más abajo.

Su mente se expandió, reuniendo los hechizos y hasta ese pequeño esfuerzo la doblaba en dos. Apretó los dientes por el dolor hiriente mientras reunía las nieblas que se dispersaban ya bajo el brillo pálido del sol que las quemaba…, su cuerpo todavía no se había recuperado del día anterior. Pero no había tiempo para nada más. Tejió una capa con el frío y la humedad para cubrir todo el valle de Grutas; como un dibujo secundario en una capa, trazó los hechizos de desorientación, de
jamais vu.
Mientras lo hacía, los cascos y las voces furiosas, incoherentes se acercaban cada vez más. Sonaban en los bosques neblinosos alrededor de la Ladera y cerca de la puerta del valle…, Zyerne debía de haberles dicho adonde dirigirse. Jenny hizo girar a Luna y la golpeó con fuerza en las costillas huesudas y la yegua blanca se lanzó por la bajada rocosa en un despliegue delgado de patas hacia las Puertas de la Gruta.

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