Vencer al Dragón (5 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Fantasía, Aventuras

BOOK: Vencer al Dragón
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—Y nosotros necesitamos la vuestra. —El timbre leve de la voz brumosa de Aversin tomó de pronto la dureza del pedernal—. Necesitamos vuestra ayuda desde hace cien años, desde que esta parte del reino, del río Salvaje hacia el norte, quedó inerme y yerma frente al ataque de los ladrones y los lobos y los Bandidos del Hielo y cosas aún peores, cosas que no sabemos cómo afrontar: diablos de los pantanos y Murmuradores y los males que recorren las noches de los bosques, males que viven de la sangre y el alma de los vivos. ¿Ha pensado en eso tu rey? Es un poco tarde para que empiece a pedirnos favores.

El muchacho lo miró, atónito.

—Pero el dragón…

—¡A la mierda tu dragón! Tu rey tiene cientos de caballeros y mi gente me tiene sólo a mí. —La luz pasó a través de los lentes de sus anteojos en un relámpago de oro cuando apoyó sus hombros contra las piedras ennegrecidas de la chimenea; la punta de la cola del dragón colgaba como el mal sobre su cabeza—. Los gnomos nunca tienen una sola entrada a sus Grutas. Los caballeros de tu rey, ¿no podrían hacer que los gnomos sobrevivientes los guiaran por una segunda entrada para poder atacar a esa cosa por detrás?

—Ummm… —Evidentemente sorprendido por la forma práctica y antiheroica de la sugerencia, Gareth tartamudeó—. No creo que pudieran. La entrada trasera a la Gruta está en la fortaleza de Halnath. El Señor de Halnath, Policarpio, el sobrino del rey, se levantó contra el monarca no mucho antes de que viniera el dragón. La ciudadela está sitiada.

En silencio, en un rincón del hogar adonde se había retirado, Jenny oyó el cambio súbito en la voz del muchacho, como el sonido de un cimiento débil que cede a la tensión. Levantó la vista y vio la prominente nuez de Adán de Gareth moverse al tragar saliva.

Había alguna otra herida allí, se dijo, un recuerdo que todavía dolía cuando lo tocaban.

—Esa…, ésa es una de las razones por las que no podían venir los campeones del rey. No es sólo el dragón, ya veis. —Se inclinó hacia delante, con tono de súplica—. Todo el reino está en peligro por el dragón y por los rebeldes. La Gruta tiene túneles que llegan hasta el pie de la Pared de Nast, la gran cadena de montañas que divide las tierras bajas de Belmarie de los pantanos del noreste. Desde las puertas principales de la Gruta se ve la ciudadela de Halnath, sobre un acantilado al otro lado de la montaña, con la ciudad y la universidad debajo. Los gnomos de Ylferdun fueron nuestros aliados contra los rebeldes, pero ahora la mayor parte de ellos se ha pasado al bando de Halnath. Todo el reino está dividido. ¡Debéis venir! Mientras el dragón esté en Ylferdun, no podemos defender bien los caminos de las montañas contra los rebeldes, ni enviar repuestos a los sitiadores. Los campeones del rey se han ido… —Tragó saliva otra vez, la voz tensa con los recuerdos—. Los hombres que trajeron de vuelta los cuerpos dijeron que la mayoría ni siquiera pudo sacar la espada.

—¡Bah! —Aversin desvió la vista; el enojo y la pena torcían su boca sensible—. Cualquier imbécil que quiera sacar la espada contra un dragón…

—¡Pero no lo sabían! ¡Sólo podían guiarse por las canciones!

Aversin no dijo nada; pero a juzgar por los labios apretados y el brillo de su nariz, sus pensamientos no eran agradables. Jenny miró el fuego y oyó el silencio de John y algo como la sombra fría de una nube pasajera cruzó sobre su corazón.

Casi en contra de su voluntad, vio cómo se formaban imágenes en el ámbar fundido del corazón del fuego. Reconoció el cielo color invierno sobre la hondonada; las hojas quemadas y quebradizas de pastos envenenados, finas como arañazos de agujas; John, de pie sobre el borde, la punta barbada de acero de un arpón en una mano enguantada, un hacha brillando en su cinto. Algo se movía en la hondonada, una alfombra viva de cuchillos de oro.

Más claro que los fantasmas agudos, pequeños del pasado, ella sintió el recuerdo retorcido y salvaje del miedo cuando lo vio saltar.

Por aquel entonces habían sido amantes durante menos de un año, todavía conscientes hasta el delirio del cuerpo del otro. Cuando John buscó el nido del dragón, Jenny fue consciente, sobre todo, de la fragilidad de la carne y el hueso medidos contra el acero y fuego.

Cerró los ojos; cuando los abrió de nuevo, las imágenes de seda habían desaparecido. Apretó los labios con fuerza, obligándose a escuchar sin hablar, sabiendo que no era ni podía ser asunto suyo. No podía decirle que no fuese —ni ahora ni antes— como él no podía decirle a ella que dejara la casa de piedra en Colina Helada y abandonara su búsqueda para venir al fuerte a cocinar sus comidas y criar a sus hijos.

John estaba diciendo:

—Cuéntame algo sobre el dragón.

—¿Significa que vendréis? —La ansiedad anticipada en la voz de Gareth hizo que Jenny tuviera ganas de levantarse y tirarle de las orejas.

—Significa que quiero saber algo sobre él. —El Vencedor de Dragones dio la vuelta a la mesa y se dejó caer en una de las grandes sillas talladas de la habitación, mientras deslizaba otra hacia Gareth con un empujón de su bota—. ¿Cuánto hace que atacó?

—Llegó de noche, hace dos semanas. Yo me embarqué tres días después, desde el puerto de Claekith debajo de la ciudad de Bel. El barco nos espera en Eldsbouch.

—Lo dudo. —John se rascó la larga nariz con un índice lleno de cicatrices—. Si tus marineros son inteligentes, habrán dado media vuelta hace dos días en busca de un puerto seguro. Vienen las tormentas. Eldsbouch no tiene protección.

—¡Pero dijeron que se quedarían! —protestó Gareth, indignado—. ¡Les he pagado!

—El oro no les servirá más que para llevar sus huesos al fondo de la ensenada —señaló John.

Gareth se dejó caer de nuevo en la silla, impresionado y con el corazón herido por esa traición final.

—No pueden haberse ido… —Hubo un momento de silencio mientras John se miraba las manos. Sin levantar los ojos del fuego, Jenny dijo con suavidad:

—No están ahí, Gareth. Veo el mar y está negro de tormentas; veo el viejo puerto de Eldsbouch, el río gris que corre a través de las casas rotas; veo a los pescadores llevando los botecitos con rapidez a la sombra de los viejos muelles y las piedras brillando bajo la lluvia. Allí no hay barcos, Gareth…

—Estáis equivocada —dijo él, desesperado—. Tenéis que estarlo. —Se volvió hacia John—. Nos llevará semanas volver si viajamos por tierra…


¿Nos?
—dijo John con suavidad y Gareth enrojeció y lo miró con miedo como si le hubiera largado un insulto mortal. Después de un momento, John continuó—: ¿Qué tamaño tiene ese dragón tuyo?

Gareth tragó saliva de nuevo y suspiró, tembloroso.

—Enorme —dijo con voz monótona.

—¿Cuánto?

Gareth dudó. Como la mayoría de las personas, no tenía ojo para el tamaño relativo.

—Debe de tener unos treinta metros de largo. Dicen que la sombra de sus alas cubría todo el valle de la Gruta.

—¿Quién lo dice? —preguntó John, cambiando de posición en la silla y poniendo una rodilla sobre los leones marinos en cópula que formaban el lugar donde estaba apoyando el brazo—. Pensaba que había llegado de noche y se había comido a todos los que se acercaron de día.

—Bueno… —Gareth tartamudeó en un mar de rumores de tercera mano.

—¿Alguna vez lo han visto en el suelo?

Gareth enrojeció y meneó la cabeza.

—Es muy difícil juzgar el tamaño de las cosas en el aire —dijo John con amabilidad, mientras volvía a ponerse los anteojos—. El dragón que maté aquí parecía de treinta metros en el aire, cuando lo vi bajar por primera vez sobre la villa de Gran Toby. Luego resultó que medía ocho metros de cola a cabeza. —De nuevo una sonrisa rápida iluminó su cara generalmente inexpresiva—. Eso me viene de ser un naturalista. Lo primero que hicimos, Jenny y yo, cuando pude ponerme de pie de nuevo después de matarlo fue ir hasta allá con cuchillos para ver cómo estaba hecho ese bicho, en fin, lo que quedaba de él…

—Podría ser mayor, ¿verdad? —preguntó Gareth. Parecía un poco preocupado, como si pensara que un dragón de ocho metros era algo pobre, pensó Jenny con amargura—. Quiero decir, en la variante de Greenhythe de la Lucha del Vencedor de Dragones Selkythar y el Gusano del Bosque Imperteng, dice que el Gusano medía dieciocho metros con alas que podrían haber cubierto a un batallón entero.

—¿Alguien lo midió?

—Bueno, seguramente. Excepto que…, ahora que lo pienso, de acuerdo con esa variante, cuando Selkythar lo hirió de muerte, el dragón cayó al río Salvaje; y en una versión tardía de Belmarie dice que cayó al mar. Así que no veo cómo pudieron haberlo medido.

—Así que lo del dragón de dieciocho metros es la medida que le puso alguien a la grandeza de Selkythar. —John se reclinó en su silla y sus manos siguieron sin darse cuenta los dibujos enloquecidos, las formas mezcladas de las criaturas del
Libro de las Bestias.
El baño de oro ya muy viejo todavía se mantenía en las grietas y tembló ahora con el brillo opaco de las chispas perdidas del fuego— Ocho metros no parecen muchos pero esa cosa está ahí y escupe fuego. ¿Sabes que su carne se descompone apenas se mueren? Es como si su propio fuego los consumiera, como a todo lo demás.

—¿Escupen fuego? —Gareth frunció el ceño—. Las canciones dicen que es el aliento.

Aversin meneó la cabeza.

—Es como si lo escupieran.,., es fuego líquido y se enciende en casi cualquier cosa que toque. Ése es el truco para pelear contra un dragón, ¿sabes?, ponerte tan cerca que no pueda escupir por miedo a quemarse él mismo y al mismo tiempo conseguir que no te pise o te corte en pedazos con sus escamas. Las escamas tienen el filo de una navaja, y pueden levantarlas como un pez.

Escala y estructura de un dragón

(de las notas de John Aversin)

  1. La estructura de las crines y las púas en las coyunturas es mas ancha de lo que aparece en el dibujo. Un escudo de hueso se extiende desde el extremo inferior del cráneo por debajo de la piel para proteger la nuca.
  2. El Dragón Dorado de Wyr medía aproximadamente ocho metros, de los cuales cuatro pertenecían a la cola. Se dice que hay dragones que miden más de quince metros.

—No lo había oído nunca —suspiró Gareth. La curiosidad y el asombro reblandecieron por el momento el caparazón de dignidad y orgullo ofendidos.

—Bueno, la pena es que probablemente, los campeones del rey tampoco lo sabían. Dios sabe que yo tampoco lo sabía cuando fui contra el dragón en la garganta. No había nada sobre eso en ningún libro…, Dotys y Clivy y todos ellos. Sólo algunas viejas canciones de abuelas que mencionaban dragones…, o gusanos, como los llamaban, y no ayudaban mucho. Cosas como:

Serpiente por la cabeza; por el cuello, caballo.

Dragón por el nombre; por las patas, gallo.

»O lo que tenía Polyborus en sus
Selecciones
sobre que ciertos pueblos creían que si uno plantaba alrededor de la casa, semilla de amor, esas cosas rastreras con flores como trompetas púrpuras, los dragones no se acercaban. Jen y yo usamos algo de esa sabiduría popular. Jen puso un veneno de la semilla de amor en mis arpones porque era obvio que ninguna espadita podría pasar esas escamas. Y realmente el veneno lo hizo más lento. Pero no sé lo suficiente sobre esas cosas, no todo lo que quisiera.

—No. —Jenny sacó por fin los ojos del corazón latente del fuego y puso la mejilla contra la mano sobre sus rodillas recogidas y levantadas y miró a los dos hombres, cada uno a un lado de la mesa llena de libros. Habló con suavidad, casi para sí misma—. No sabemos de dónde vienen, ni dónde se reproducen; no sabemos por qué, de todos los animales de la Tierra, sólo ellos tienen seis miembros en lugar de cuatro…

—«Los gusanos, de la carne; los gorgojos, del trigo; los dragones, de las estrellas en un cielo vacío» —citó John—. Eso está en
De fantasmas
de Terens. O de Caerdinn: «Salva a un dragón, hazlo tu esclavo.» O la razón por la que dicen que uno nunca debe mirar a los ojos de un dragón…, y te digo, Gar, yo me cuidé mucho de hacerlo. No sabemos siquiera las cosas simples, como por qué la magia y la ilusión no los afectan; por qué Jen no podía invocar la imagen del dragón en su joya, o usar un hechizo o para que no la notara…, no sabemos nada.

—Nada —dijo Jenny suavemente—, excepto cómo mueren, asesinados por hombres que saben tan poco de ellos como nosotros.

John debió percibir la extraña tristeza que impregnaba su voz, porque ella sintió que la miraba, preocupado, curioso. Pero Jenny apartó la vista, sin saber la respuesta a la pregunta de él.

Después de un momento, John suspiró y dijo a Gareth:

—Es conocimiento que se ha perdido en todos estos años, como el
Dador del
fuego
de Luciardo y cómo consiguieron construir un rompeolas frente a la boca del puerto en Eldsbouch, conocimiento que se perdió y tal vez nunca se recupere.

Se puso de pie y empezó a dar vueltas, inquieto, por la habitación; los reflejos gris blancuzcos de la ventana temblaron sobre los punzones y los restos de notas y el bronce del puño de la daga y las hebillas de la capa.

—Estamos viviendo en un mundo en decadencia, Gar; las cosas desaparecen día tras día. Hasta tú, allá al sur en Bel…, hasta tú pierdes el reino poco a poco: las Tierras de Invierno se van en una dirección y los rebeldes te quitan los pantanos en la otra. Estás perdiendo lo que tenías sin siquiera saberlo, y todo el tiempo, el conocimiento se pierde por las costuras entreabiertas, como la comida en una bolsa rota, porque no hay tiempo ni ganas de cuidarlo. Yo nunca habría matado al dragón, Gar, nunca lo habría masacrado de esa forma cuando no sabemos nada de él… Y era hermoso, tal vez la cosa más hermosa que yo haya visto nunca: cada uno de sus colores perfecto como el atardecer, como un campo de cebada en esa luz especial de las tardes de verano.

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