Viaje a un planeta Wu-Wei (3 page)

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Authors: Gabriel Bermúdez Castillo

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Viaje a un planeta Wu-Wei
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—Como ordene Vuecencia.

El Secretario manejó los controles de la Caja-Dossier.

—Sergio Armstrong —dijo la Caja, con suave voz femenina—. Nacido en el Patio de la Verdad 397, Sector IIlinois, el día 19 de marzo del año 289. Actualmente tiene 27 años. Hijo de Sergio, Maquinista Fundidor, y de María. Técnico en Alimentación. No se le procuró doble genético, debido a los ingresos insuficientes de los padres. Altura actual, un metro sesenta y cinco. Pelo negro; ojos grises…

—Corrija eso —dijo el Juez—. Los ojos del reo me parecen negros.

—Lo son. Excelencia.

—Eran grises cuando yo era niño —dijo Sergio—. Luego…

—No interesa. Corrija, Secretario.

—…ojos negros, boca normal, nariz normal, orejas normales. Contextura normal, ligeramente atlética. Holografía disponible en…

—Alto —dijo el Juez—. Si el reo rechaza la identificación puede someterse a la de la Caja-Dossier. Si la de esta es positiva, no se admitirá prueba en contrario.

—No la rechazo —contestó Sergio—. Soy Sergio Armstrong. A ver quien es el que puede discutir con esos aparatos… Son inhumanos y crueles… La Ciudad no debería…

—Silencio —dijo el Juez—. No interesa. Continúe.

—…Estudios iniciales básicos sin aprovechamiento. Indice mental bajo. Tres tentativas de ingreso en la Escuela de Fundidores. Reprobado en todas ellas. Colocación obtenida a los diecinueve años en el Servicio de Alimentación como Camarero de 2.a. Ascendido a Camarero de 1.a a los veinticinco años. Informe de sus jefes: Insuficiente, inconstante, tardo en cumplir las órdenes, perezoso, sin deseos de superación. Informe familiar: Carencia del mismo; los padres murieron cuando Sergio Armstrong tenía catorce años en el hundimiento de la Bóveda de Gibraltar, el día 9 de abril del año 303. Informe de su tutor coincidente con el informe profesional, añadiéndose una probabilidad de falta de honradez del interesado: desapariciones de objetos de escaso valor de sus amigos o compañeros. Informe policial: Primeras relaciones sexuales a los dieciocho años con una prostituta del Nivel decimonoveno, Sector Illinois. Señas disponibles. Falta de formación religiosa y cívica. Informes totales sobre comportamiento social y sexual, visitas a espectáculos no recomendados a disposición…

—No interesan —dijo el Juez—. Informe político.

—A los veinticuatro años —continúa la Caja Dossier, con dulzura— conoce a James Norman y a Tadeo Mendoza, activistas partidarios de la ruptura del mecanicismo en el trato ciudadano, vulgarmente conocidos por Inercistas. Asiste a varias reuniones de las cuales existen informes contradictorios en los archivos de la Policía Presidencial. Probablemente en una de ellas se acuerda el atentar contra algún organismo ciudadano. Las declaraciones del detenido James Norman establecen que se sorteó, recayendo la obligación de colocar la carga explosiva en Sergio Armstrong. Dichas declaraciones establecen igualmente que el sorteo estaba trucado por los demás asistentes a la reunión y que de antemano se había decidido, dado el bajo nivel mental y la escasa posibilidad de utilización del acusado, que fuera este el que se ocupase de la voladura, dado que era prácticamente inútil para otras actividades más complicadas.

—Silencio —dijo el Juez.

Seguramente había notado el sobresalto que sacudió a Sergio al oír las últimas palabras de la Caja-Dossier. Durante interminables minutos los aguzados ojos de Su Excelencia el Juez Instructor de las Llanuras de Israel avizoraron, estudiaron, disecaron, el rostro del reo. Por un momento, pareció que el anciano iba a decir algo; levantó las huesudas manos hacia el rostro, abrió la boca… Pero las manos volvieron a su sitio, la boca se cerró, y los aterradores ojos del Juez continuaron su labor de escrutinio. Llegó un instante en que el asustado Sergio no pudo resistir aquella espantosa mirada, que parecía llegar hasta el fondo de su alma y sacar a relucir las mil cosas que no figuraban en la Caja-Dossier…

—Adelante —dijo el Juez.

—A las tres horas, quince minutos del veinte de febrero del corriente año —continuó suavemente la Caja-Dossier— Sergio Armstrong se aproximó al Precinto 421 portando consigo un paquete con tres cartuchos de estabiolita, conectados a un detonador de tiempo. Según declaraciones del cabo Lamont, superviviente del atentado, se acercó al Sargento de Guardia, le pidió un informe, y abandonó el lugar, dejando el paquete con el explosivo bajo una mesa auxiliar. Sin duda debido a su torpeza en el manejo del detonador, la explosión se produjo prematuramente, en el momento en que se encontraba a corta distancia del Precinto, siendo alcanzado por cascotes y quedando sin sentido. Fue capturado y encausado. Fin.

El Secretario cerró la Caja Dossier, que exhaló un ligero suspiro, y miró al Juez. Este se reclinó levemente hacia atrás, y alzó un dedo admonitorio hacia el acusado:

—El reo puede ahora aceptar o denegar los hechos. Si acepta, la sentencia se dictará de inmediato. Si deniega, será sometido a la Caja Dossier, la cual actuará como Detector de Mentiras, y adverará, o no, según el caso, las declaraciones del reo… En este último caso, la sentencia será dictada según los resultados de las declaraciones, y su certeza, establecida por la Caja-Dossier, en el transcurso de veinticuatro horas… ¿El reo acepta o deniega los hechos?

—Los acepto ¡qué remedio! —contestó Sergio—. ¿De qué me serviría negarlos, si esa Caja va a decir la verdad por mí? Sólo quiero decir que he tenido mis motivos… He querido sensibilizar la opinión… Actualmente hay una ruptura de tipo mecánico en el trato del ciudadano… La policía Presidencial no es el organismo adecuado…

—A este Tribunal no le interesan en absoluto los motivos por los que el acusado ha cometido su crimen; sino solamente, a efecto de procedimiento, si el acusado acepta o deniega los hechos.

—Acepto los hechos… sí, los acepto, pero…

—Dictaré la sentencia en breves segundos. Hasta entonces el acusado guardará silencio, o se le obligará a hacerlo.

El juez inclinó la cabeza, y escondió el rostro entre las manos. Hubo un ligero restallar luminoso en el aire:

HA SIDO CAPTURADO DESPUÉS DE BREVE LUCHA CON LAS FUERZAS DEL ORDEN EL CIRUJANO BANDIDO EFRAIM MAC DONALD, RESPONSABLE DE NUMEROSOS INJERTOS Y TRANSFERENCIAS DE ÓRGANOS NO AUTORIZADAS. LOS CÓMPLICES DEL CIRUJANO-BANDIDO EFRAIM MAC DONALD HAN PERECIDO EN EL ENCUENTRO, EN EL QUE HA SIDO HERIDO LEVEMENTE EL SARGENTO TAULER. ¡PAZ A TODOS!

USTED PUEDE ASEGURAR EL PORVENIR DE SUS HIJOS. ¿POR QUE NO CONSEGUIRLES UN DOBLE GENÉTICO MEDIANTE UNA SIMPLE TOMA DE EPIDERMIS EN EL MOMENTO DEL NACIMIENTO? ¡MARAVÍLLESE! PIENSE QUE CRECERÁ A LA VEZ QUE SU HIJO, SIENDO EXACTAMENTE IGUAL QUE ÉL, Y QUE CONSTITUIRÁ UNA VERDADERA RESERVA DE ÓRGANOS FRESCOS. ¡TRASPLANTES SIN PROBLEMA DE RECHAZO! ¡INOFENSIVOS! ¡GARANTIZADOS! ¡PERFECTOS!

«Incluso aquí», pensó Sergio, sin apartar la vista del Juez, que continuaba concentrado intensamente, el cuerpo encorvado dentro del ropaje escarlata, las manos huesudas extendidas sobre el rostro, la cabeza hundida entre los hombros. Hubo un ligero carraspeo por parte del Secretario, en medio del funeral silencio de la sala de Audiencias; el guardia se revolvió, inquieto. De la Caja-Dossier se escapaba un leve siseo, como si tuviera una perdida de vapor… y su brillo parecía ligeramente burlón, como si no se tomase en serio lo que estaba sucediendo allí. Y sin embargo, el fin de Sergio Armstrong era el fin de su Caja Dossier, que sería borrada, limpiada y reprogramada para otro ser humano…

—La juventud del acusado —dijo el Juez, mirando con fijeza a Sergio— y el hecho indudable de haber sido burdamente engañado por sus compañeros de conspiración, así como la certeza de que su escasa capacidad mental le ha impedido darse cuenta de la gravedad del hecho delictivo que iba a cometer, podrían inclinarme a la clemencia. Sin embargo, no cabe ninguna duda sobre que el acusado era plenamente consciente de que la colocación de un explosivo traería consigo la pérdida de vidas humanas, así como la destrucción de bienes materiales, y también de que ese explosivo y los correspondientes daños provocarían, en todo caso, una sensación de intranquilidad en la conciencia colectiva. Nada de esto ha sido ignorado por el reo; lo sabía de antemano, y bajo ningún concepto puede eximírsele de responsabilidad pensando que ignoraba las consecuencias de sus actos. La clemencia, sería, por tanto, en este caso, una concesión innecesaria y peligrosa para la ciudad. Con dolor de corazón debo pronunciar, y pronuncio, una sentencia condenatoria a la pena capital. El acusado será conducido de inmediato por el mismo Agente de la Autoridad que le custodia al nivel más bajo, y allí se procederá en la forma acostumbrada. Se le informará previamente del manejo de la cápsula, y se le entregarán raciones para una semana. A continuación, será expulsado de la ciudad. Tómese nota formularia en la Caja-Dossier, y después sea entregada esta a la Sección de Custodia para su reprogramación.

—¡No podéis…! —comenzó a gritar Sergio, levantándose.

Pero era inútil ya. La pantalla que reflejaba el rostro del Juez se extinguió, desapareció la imagen de éste y sólo quedó una pulida superficie gris.

—Cállese el acusado —dijo el Secretario—. O de lo contrario le será administrada una inyección. Proceda, Agente. A las cero horas, dieciocho minutos del día 22 de febrero del año 316 es condenado a la pena capital el reo Sergio Armstrong. El oficial… ¿cómo?

—Oficial Huntz, señor —dijo el agente.

—…el oficial Huntz queda encargado de proceder en la forma acostumbrada.

El Secretario cerró los mandos de la Caja-Dossier y la entregó al Oficial. Después, salió. Durante unos segundos, llegaron de nuevo a los oídos de Sergio los chasquidos de las máquinas de escribir y un confuso clamoreo. Luego, cuando la puerta se cerró de nuevo, y quedó a solas con el Oficial Huntz, retornó el opresivo silencio.

Estaba aterrado. Sentía como el corazón daba unos latidos enormes, lentos, que le llegaban a la boca y le hacían sentir una sensación de asfixia.

—Mira, chico —dijo el oficial Huntz—. Ahora va a abrirse esa pared —señaló una de las de terciopelo rojo—. No alborotes, no intentes rebelarte. No va a servir de nada. Si lo haces, ya has oído, te daré una inyección —mostró un pequeño tubo azul— y, además de que te quedarás mudo y apenas podrás moverte, te quitará todos los reflejos… Te quedarás como dormido, ¿entiendes? Y vas a necesitar estar muy despierto… ¿De acuerdo?

—De acuerdo —contestó Sergio, con un soplo de voz—. Pero, ¿qué probabilidades tengo…?

—No lo sé —respondió secamente el policía—. Nunca me han expulsado.

Suavemente la pared de terciopelo rojo que había frente a ellos se deslizó hacia arriba, revelando un hueco mal iluminado, en el que comenzaban unas sombrías escaleras.

—Vamos —dijo el Agente—. El camino es largo.

Sin protestar, Sergio entró en el hueco y comenzó a descender las escaleras, oyendo resonar tras él las botas blindadas del Oficial Huntz. Descendió durante un buen rato, sin que en las escaleras se presentase una sola revuelta. Ofrecían un notorio contraste con las zonas que acababa de abandonar, iluminadas profusamente, llenas de colorido. Aquí todo era gris, de desnudo hierro oxidado, donde los pasos retumbaban metálicamente. Las luces eran tristes bombillas cubiertas de polvo, alojadas en sucias hornacinas de los muros llenos de herrumbre. Parecía como si una oculta mente hubiera querido marcar con claridad la diferencia entre el mundo que acababa de dejar y aquel al que iba a pertenecer desde ahora.

—Más aprisa.

—¿Tienes ganas de acabar conmigo?

—Desde luego que sí.

Las escaleras continuaban descendiendo, sin interrumpirse, sin que pudiera avizorarse su final. Tras ellos, las luces iban extinguiéndose una a una, a medida que se alejaban. De cuando en cuando, un sordo rumor de maquinaria en marcha (choques metálicos, resoplidos de vapor aprisionado, estallidos, jadeos) atravesaba los metálicos muros. Poco a poco, una sensación de humedad y de frío invadió el cuerpo de Sergio: miasmas grises surgían de rejas abiertas a nivel del suelo; vedijas neblinosas cruzaban un lado a otro de la escalera.

—¿No podemos descansar un poco?

—Un par de minutos, el tiempo de un cigarrillo. Se detuvieron al lado de una de las bocas enrejadas abiertas en la pared, y Sergio, agotado, se sentó en el suelo, apoyando las manos esposadas en las rodillas. El Agente extrajo un cigarrillo y lo agitó en el aire. Chupó golosamente cuando el perfumado humo rosa (era un Ray Drug, una mezcla muy floja) se expandió en el espeso aire.

SI REUNES DINERO PARA LLEGAR A VIVIR BIEN VE A LA SALA DE FIESTAS DIVERSIONES ESPECTÁCULOS DEL BARON GRINDALL. — SI NO LO REUNES, NO SE TE OCURRA IR, PÚDRETE. — LAS MEJORES ATRACCIONES EN LA PISTA: EL BALLET TURCOMANO, LA SUPERSEXY LUCRECIA RAYOS X, Y NO ES BROMA. — SOLO CON RAYOS X VERAS LO QUE SE QUITA. — RECOMENDADA LA NO ASISTENCIA POR LAS AUTORIDADES RELIGIOSAS, CON QUE ¡FÍJATE!

SU ALTEZA EL PRESIDENTE HEREDITARIO HA LANZADO HOY UN PEQUEÑO SATÉLITE A MARTE. ES FELIZ Y SE PREPARA PARA EL JUBILEO, PERO RECOMIENDA A TODOS INVIERTAN EN LAS OBLIGACIONES DEL TESORO PRESIDENCIAL.

De la boca enrejada surgió un sonido repentino, como una violenta descarga de agua a través de un vertedero. Al mismo tiempo, una densa bocanada de olor pútrido llegó a las narices de ambos.

—¡Puaf! —dijo el guardia—. Se te ocurre pararte junto a una letrina. ¡Vámonos de aquí!

En parte por el olor y en parte por el puntapié que le dio el guardia, Sergio avanzó trompicando a lo largo de los escalones. No tenía ni idea de cuanto habían descendido ya, pero nunca hubiera creído que una escalera pudiera ser tan larga y tan recta. Continuaba el ballet de las luces turbias apagándose y encendiéndose, los ruidos inmundos saliendo de las rejas… y además, ahora, los escalones estaban francamente húmedos y resbaladizos. En cierto momento, estuvo a punto de caer, habiéndose deslizado su pie sobre un repugnante montón, y sólo la dura mano del oficial Huntz pudo retenerle.

Un luminar rojizo apareció en las profundidades. Pero carecía de la belleza alegre que las luces de la ciudad tenían; era una luz lóbrega, como producida por las llamas del infierno o por un inmenso montón de porquería ardiendo en las tinieblas. A medida que aquella lúgubre luz rojiza iba creciendo, Sergio pudo darse cuenta de que los escalones iban ganando en anchura, los muros alejándose, y de que lo que al principio le había parecido un simple punto rojo, ahora era una gigantesca boca de caverna, abriéndose en misterios desconocidos.

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