—¡Apartaos de la pared! -gritó al resto del grupo.
Zerika ya lo había hecho y se estaba arrastrando alrededor de la base de la plataforma, al otro lado del
wyvern,
en tanto se defendía de los ocasionales ataques que los insectos lanzaban desde arriba. Gunnodoyak permaneció al lado de Ragnar y Tahmurath, aunque parecía estar en media docena de sitios a la vez a fin de rechazar los ataques que sufrían sus dos compañeros.
Mientras Ragnar seguía tocando su canción, el errático vuelo de los insectos empezó a adoptar un patrón definido; poco a poco, comenzaron a volar en círculos sobre el patio en el sentido de las agujas del reloj. Con cada compás que tocaba Ragnar, más y más insectos se sumaban al patrón. Poco después, formaban un cilindro casi sólido, que era prácticamente tan ancho como el patio y se extendía en vertical hacia el cielo.
Entretanto, la titánica Megaera combatía con el
wyvern
con mucha cautela, protegiéndose sobre todo del aguijón de la cola, que podía ser venenoso. El monstruo avanzó hacia ella, mientras sostenía la cola en alto como si fuera un escorpión gigante. Megaera replicó alzando el escudo y tratando de perforarle el vientre con la espada, pero la criatura sujetó el escudo con sus fauces y se lo arrancó. Megaera quedó en una situación mucho más vulnerable a una mordedura o picadura, por lo que tuvo que retroceder, caminando en círculos por la plataforma y alrededor del extraño vehículo, al que trató de mantener entre ella y su enemigo. Zerika, que parecía haber dejado pasar el tiempo, surgió de la sombra de la plataforma a espaldas del
wyvern.
Dio un tajo a los tendones de las patas, lo que le causó una herida superficial pero lo distrajo por unos instantes. Megaera aprovechó la ocasión para atacar, y hundió su gigantesca espada en el pecho de la criatura hasta la empuñadura. Evidentemente, atravesó el corazón del
wyvern,
porque éste se desplomó de inmediato. La cola siguió retorciéndose y golpeando a ciegas, y Zerika tuvo que dar un salto para eludirla por muy poco.
—Un
wyvern
menos -dijo Tahmurath-. Ragnar, ¿qué vas a hacer con esos bichos? -añadió, señalando la masa de insectos que volaban en círculo.
Como respuesta, Ragnar aumentó el tono de la música; en cada compás lo elevaba en una quinta. El cilindro empezó a levantarse por los aires. Unos compases después estaba fuera de la colmena, y la base se contrajo hasta tomar el aspecto de un embudo, como un tornado.
Ragnar dejó de tocar, pero el embudo parecía haber generado su propia inercia y siguió elevándose por los aires; se llevó rodas las criaturas de la colmena.
—Una música pegadiza, ¿eh? -bromeó Gunnodoyak-. ¿Cómo se llama?
—
El vuelo del moscardón,
de Rimsky-Korsakov -respondió Ragnar.
Una vez pasado el peligro más inmediato, Gunnodoyak examinó la herida de Tahmurath.
—¿Te encuentras mejor? -le preguntó tras poner las manos sobre el brazo.
—Como nuevo.
Mientras se acababan los últimos estertores de agonía del
wyvern,
el grupo se acercó al extraño artilugio que, al parecer, era su botín. Rodearon la plataforma y descubrieron una escalera que permitía subir a la misma. Había una sola escotilla para entrar en la nave, sobre la que había una placa metálica con la inscripción: «Máquina de Exploración Universal (MEU)».
El interior de la máquina parecía calcado de un Thunderbird de 1954, con tapicería de piel roja y una guantera que contenía un manual de usuario y un libro que debía de haber sido consultado muy a menudo; se titulaba
Guía turística del ciberespacio.
También había un abanico de papel y unos guantes de niño, que eran demasiado pequeños para que nadie se los pudiera poner.
Tahmurath pasó el manual de usuario a Gunnodoyak y empezó a hojear la guía.
—Esto parece muy útil -dijo-. Contiene una lista de muchos nombres de lugares de los distintos MUD que hay en Internet, todo lo que necesitamos ahora es averiguar cómo funciona este armatoste. ¿Qué opinas, Gunnodoyak?
—Parece bastante sencillo. Sólo tienes que introducir la dirección Internet en el cuentakilómetros. También puede conducirse dentro de un MUD como conducirías un coche, salvo que el volante funciona como la palanca de control de un avión para elevarse o descender.
—Bien. ¿Te importa ponerte al volante? Sólo nos falta un destino. ¿Alguna sugerencia?
—Yo tengo una -dijo Megaera-. ¿Dice esa guía dónde podemos encontrar Borbetomagus?
Tahmurath volvió a hojear el libro.
—No, me temo que no.
—Quería decírtelo, porque he hecho algunas averiguaciones. Resulta que "Borbetomagus es el antiguo nombre de una ciudad real.
—¿Cuál?
—Worms.
El nombre causó una mezcla de risitas y gruñidos.
—¿Te refieres al lugar donde se firmó la Dieta de Worms? -preguntó Zerika.
—Eso es.
—Vale, Worms sí que está en la guía -dijo Tahmurath-. Pero, aparte de la similitud fonética, ¿tiene alguna relación con nuestra misión?
—Creo que sí. En
La Canción de los Nibelungos,
buena parte de la acción tiene lugar en Worms. He estado releyendo ese libro para averiguar qué se hizo de la espada de Sigfrido. Hagen la robó cuando lo mató. Kriemhild la usó para matar a Hagen, y después Hildebrand mató a Kriemhild…
—Y luego dicen que hay violencia en la televisión -comentó Ragnar.
—… pero no explica qué pasó con la espada. Creo que podría estar todavía en Worms.
—¿Qué te impulsa a pensar que se trata de la espada que andamos buscando: -preguntó Zerika.
—Otra investigación -respondió Megaera-. Se supone que estamos buscando la espada del padre. En la
Volsunga Saga,
la espada mágica de Sigurd se forja con los restos de la espada de su padre, Sigmund. Y fue Odín, el Padre de lodos, quien dio originalmente esta espada a Sigmund.
—¿Esa espada tiene algún nombre? -preguntó Ragnar.
—Gram.
—¿Gram? Suena a poco para tanto esfuerzo.
—¿Tahmurath?
—¿Sí?
—¿Puedo pedirte tu gallina muerta por unos segundos?
Tahmurath se la dio. Megaera asió la gallina, se volvió y golpeó a Ragnar en la cabeza con ella.
—¡Ay! -exclamó éste.
—¿Por qué has usado mi gallina muerta para hacer eso?
—Porque si le pego con algún objeto mío, lo mato. Sigamos. Lo más extraño es que, aunque se supone que Sigurd y Sigfrido son distintas versiones del mismo héroe, los relatos de cómo se apoderan de la espada mágica son diferentes. Sigurd usa a Gram para matar al dragón, pero Sigfrido no consigue a Balmung, su espada mágica, hasta después de matar al dragón.
—Parece bastante confuso, pero creo que puedes haber encontrado algo importante -dijo Tahmurath-. Dime, ¿has averiguado por qué tu espada es la espada del hijo?
—No tengo ni idea -respondió Megaera, con cierta timidez.
—Me gustaría saber una cosa. ¿Cómo mató Sigfrido al dragón sin usar una espada mágica? -inquirió Ragnar.
—Con una maza.
—¡Oh! Muy macho.
[14]
—Krishna, tú tienes el programa de la Máquina de Exploración Universal -dijo Art-. ¿Qué es lo que hace? ¿Krishna?
—¿Eh? Oh, lo siento, jefe. Básicamente, es un navegador de la web.
—¿Eso es todo? ¿Sólo un navegador?
—Bueno, sí… Sólo un navegador, como un Stradivarius sólo es un violín.
Wyrm de la tierra
Y apareció otra señal en el cielo:
un gran Dragón rojo, con siete cabezas
y diez cuernos, y sobre sus cabezas
siete diademas.
APOCALIPSIS 12,3
Durante mucho tiempo, fue evidente que Marión Oz nos evitaba como a la peste, y no sólo una epidemia de memes, sino como a la única y verdadera Muerte Negra. Intenté ponerme en contacto con él por medio de Dan Morgan; al principio, éste se mostró esquivo, pero, por fin, admitió que Oz nos estaba evitando, aunque no sabía la razón. Decidí poner todas mis cartas sobre la mesa.
—¿Hay alguna manera de que podamos hablar con él? -le pregunté.
¦-Bueno… si se entera de que te he contado esto, me matará; pero creo que deberíais venir a su fiesta.
—¿Una fiesta?
—Sí, la celebración del Samhain. Es una gran fiesta de Halloween que organiza cada año. Podéis venir disfrazados, así no os conocerá hasta que ya estéis dentro.
—¿Cuándo es?
—Ya te lo he dicho, en Halloween.
—¡Pero si es esta noche!
—¿En serio? ¡Ah, sí! ¿Crees que podéis venir?
—Desde luego, lo voy a intentar.
Colgué y llamé al móvil de Al.
—Esta noche vamos a una fiesta de Halloween -le dije.- En casa de Marión Oz.
—No lo dirás en serio, ¿verdad?
—Sí. Voy a hacer las reservas de avión y luego llamaré a George y a León para ver si pueden acompañarnos. Quiero contar con toda la gente que sea posible para presionarlo y hacer que hable. ¿Crees que podrás conseguir unos disfraces?
—Lo intentaré, pero no tengas muchas esperanzas. ¡Ah!, y llámame si León o George pueden venir. Procuraré encontrar también algo para ellos.
Llamé primero a George, porque tenía que venir desde California. Allí sólo eran las seis y media de la mañana; estaba medio dormido cuando descolgó el teléfono, pero cuando le dije lo que había planeado, se despertó y se mostró entusiasmado, incluso había oído hablar de la fiesta anual de Oz.
—Debí haberlo pensado -dijo-. Las fiestas de Halloween que organiza Oz legendarias. Asistí a una cuando él estaba en Berkeley con la esperanza conocerlo en persona, pero no lo conseguí; nadie sabía qué disfraz llevaba.
—¿Crees que podrás encontrar un vuelo a tiempo?
—Será mejor que llame ahora mismo y lo averigüe. Te telefonearé en cuanto lo sepa.
León estaba abrumado de trabajo en Tower, como siempre, pero dijo que no se perdería la fiesta de Oz por nada del mundo. Cuando acabé de hablar con él, la llamada de George estaba en espera.
—No puedo conseguir plaza en ningún vuelo directo a Boston que me permita llegar a tiempo así que haré escala en La Guardia -dijo, y me dio el número de su vuelo de conexión a Boston-. Mira a ver si puedes conseguir tres reservas en ese avión y nos encontraremos allí.
Hice las reservas y llamé a Al para explicarle que George y León también venían y para decirle el número de vuelo y la hora de salida.
—¿Quieres que te lleve al aeropuerto? -le pregunté.
—No, esta noche estaré trabajando cerca de allí. Nos veremos en la puerta de embarque.
En realidad, George y ella ya habían subido al avión cuando llegué, así que nos encontramos en la cabina. León me había acompañado.
—¿Conseguiste los disfraces? -pregunté.
—Sí, aunque no había muchos entre los que escoger. Espero que no seáis demasiado exigentes. -Se incorporó y abrió el maletero-. George, tú eres el mas alto; será mejor que te pongas éste. -Le entregó un paquete-. León, espero que te siente bien. Tal vez te vaya un poco justo en los hombros -añadió, y le entregó otro paquete.
—¿Por qué nos los das ahora? -pregunté cuando me entregó el tercer paquete.
—¿Cuándo queréis cambiaros? ¿En el taxi?
—¿Y en Logan? Estoy seguro de que los lavabos no serán tan estrechos como los de este avión -dije, aunque también pensaba en el bochorno de llevar un disfraz en estas circunstancias.
—Llegamos tarde -replicó Al-. No podemos permitirnos perder más tiempo
—¿De verdad tendré que cambiarme ahí? -inquirió George, señalando los aseos-. Tiene el tamaño de una cabina telefónica.
—Eso no es problema, George -dijo León, poniéndole una mano sobre el hombro-. Es como atarte los zapatos con los dientes. Y siempre puedes decir que en realidad eres Clark Kent y que te estás vistiendo de Superman.
Como el despegue era inminente, tuvimos que esperar a que el avión alzase el vuelo para levantarnos de los asientos y cambiarnos de ropa.
Fui el primero en regresar a mi asiento, con un vestido de topos azules, rojos y verdes, y con un sombrero azul, alto y puntiagudo.
George y León llegaron juntos. El primero llevaba una cota de malla medieval, y el segundo se había disfrazado de león. Bajo el brazo, George llevaba el casco, y León, la cabeza melenuda.
—Muy guapos -comenté.
—Gracias -dijo George-. Pero ¿no crees que también debería llevar una espada?
—La llevaba -dijo la voz de Al, procedente de algún lugar detrás de George y León; yo no podía verla por la diferencia de estatura-. No me dejaron meterla en el avión, aunque era de plástico.
George y León se apartaron para permitir que pasara; entonces la vi. El vestido no le tapaba la cara, pero la verdad es que en otras circunstancias habría tenido problemas para reconocerla. Llevaba una peluca pelirroja con trenzas y un vestido de aspecto harapiento, largas medias y sandalias.
—Son unos disfraces fantásticos -dijo León-. ¿Dónde los has encontrado tan a última hora?
—Fui a un distribuidor de ropa para el teatro -dijo Al-. George lleva la armadura de Lanzarote en Camelot; tú, León, el disfraz de Asían, de la obra
El león, la bruja y el guardarropa.
—¿Y yo?
La diabólica sonrisa de Al volvió a aparecer.
—Michael es el bufón de
El rey Lear
-dijo.
Como cabía esperar, esto provocó las risotadas de George. A León también le hizo gracia.