¿El 23 F fue un golpe de involución o una operación especial del sistema?
¿Eran golpistas las fuerzas armadas o, por el contrario, se mantuvieron siempre leales y disciplinadas a las órdenes del rey? ¿Había conspiraciones militares o rebeliones de capitanías generales o la preparación de varios golpes simultáneos en los meses previos a la jornada del 23 F? ¿Fue realmente el general Alfonso Armada el mayor traidor de todos, o un hombre leal y disciplinado, que en todo momento estuvo a las órdenes del monarca? ¿Tras el asalto de Tejero al Congreso, se dio desde Zarzuela un contragolpe inmediato, o se quedó a verlas venir , hasta que el general Armada saliera investido presidente de un gobierno de concentración nacional? ¿Por qué el general Armada era el hombre políticamente bendecido por todas las fuerzas políticas -especialmente por la cúpula del Partido Socialista- para resolver la gravísima crisis del sistema semanas antes del 23 F? ¿Cuál fue el grado de participación que tuvo el PSOE en la Operación De Gaulle? ¿Y el resto de líderes de los demás partidos políticos? ¿Qué protagonismo tuvo el Servicio de Inteligencia -CESID- en el golpe del 23 F? ¿Dio un contragolpe o, por el contrario, fue quién lo activo y ejecutó? ¿Qué apoyo dio la Administración del presidente Reagan y el Vaticano a la operación especial del 23 F? ¿Cómo se desarrolló la Operación De Gaulle y en cuantas fases se ejecutó para que pudiera ser asumible democrática y constitucionalmente por todos? ¿Qué fue la Operación De Gaulle?
Jesús Palacios
23-F, El Rey y su secreto
30 años después se desvela la llamada «Operación De Gaulle»
ePUB v1.0
ePUByrm22.08.12
Título original:
23-F, El Rey y su secreto
Jesús Palacios, 2010.
Editor original: ePUByrm (v1.0)
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A Alesia, que representa a la generación que nació después del 23-F. Con el deseo de que esta obra contribuya a aclararle y aclararles aquellos hechos y sus circunstancias.
El período de la Transición política española ha sido analizado desde diferentes ángulos y perspectivas a lo largo de estos años, en forma de memorias, crónicas, ensayos y relatos históricos. Diversos políticos que tuvieron su propio protagonismo en la citada etapa, así como periodistas, analistas e historiadores, han dejado escritos sus testimonios. Dicho período ha interesado por la forma en que se condujo el tránsito del régimen autoritario hacia la democracia y, especialmente, por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, que sin duda alguna, marcó el punto de inflexión en la misma.
De la Transición en su conjunto, se ha hecho hincapié en Adolfo Suárez y, singularmente, en el protagonismo del rey Juan Carlos, verdadero artífice de la misma. Cuando estamos a punto de cumplir los 35 años de la coronación de don Juan Carlos de Borbón y Borbón, y los 30 años de aquella jornada del 23-F, me ha parecido un momento adecuado para hacer un estudio de aquel período, de sus circunstancias políticas y de sus máximos protagonistas. Éstas son las razones principales que motivan este ensayo.
Lo he centrado fundamentalmente en aquellas horas intensas del 23 de febrero de 1981 vividas por el monarca desde Zarzuela, porque don Juan Carlos no ha sido sólo el máximo protagonista de la Transición, sino porque también lo fue en aquella jornada del 23-F, en la que tuvo su momento decisivo.
La figura de Suárez y sus decisiones políticas, la analizo desde la doble vertiente de su plena sintonía con el rey, hasta el tiempo del profundo distanciamiento de la corona con el presidente, que condujo inexorablemente a la jornada del 23-F. Igualmente, dedico algo más que un capítulo al papel desarrollado por las fuerzas armadas en su conjunto, que desde el inicio de la Transición cerraron filas en torno al rey, y le fueron absolutamente leales en todo momento y circunstancia. Incluido el 23-F. También enjuicio el papel que jugaron las diferentes fuerzas políticas durante la crisis del suarismo y de la UCD, especialmente la actitud de los dirigentes del Partido Socialista, a quienes, en su afán de llegar al poder cuanto antes, no pareció importarles demasiado aceptar fórmulas delicadas y peligrosas o de difícil constitucionalidad.
A lo largo de esta obra, sostengo que lo que derivó en el 23-F no fue un intento de golpe de involución, sino una operación especial de corrección del sistema, que fue ampliamente «consensuada» con la nomenclatura de la clase política e institucional. Y con el beneplácito exterior de la administración norteamericana y del Vaticano.
Todo ello fue debido a que una vez producido el divorcio Suárez don Juan Carlos, se fueron alzando numerosas voces desde dentro del propio sistema, reclamando la apertura de un nuevo consenso, un nuevo pacto político, para reconducir el proceso de la Transición hacia una nuevas vías democráticas de desarrollo político. La frase «España necesita un golpe de timón», que popularizó el veterano político catalán Josep Tarradellas, llegó a sintetizar dichas aspiraciones. El objetivo principal era corregir el proceso autonómico, reformar el Título Octavo de la Constitución y cambiar la Ley Electoral, que primaba de forma escandalosa y antidemocrática a las formaciones políticas del nacionalismo vasco y catalán, principalmente, a las que otorgaba un desmesurado protagonismo.
Sobre Suárez recayó la crítica de su entrega al nacionalismo (don Juan Carlos llegó a calificar de «suicida» su política autonómica) mediante la concesión de las preautonomías, del término «nacionalidades», de impulsar el Título Octavo de la Constitución y de favorecer los estatutos de Cataluña y del País Vasco, sin que hubiera previamente una integración sólida en el conjunto de España por una idea global de nación, de un proyecto común compartido. Y los partidos nacionalistas encontraron que a través de la disparatada representación que les concedía la Ley Electoral, y que explotando su pueril victimismo histórico, podían ejercer permanentemente un chantaje al gobierno del Estado, a cambio de apoyos puntuales para obtener más privilegios, y siempre mayores cuotas de autogobierno y de aumento en sus intenciones soberanistas.
La operación especial 23-F, que entre otras razones se llevó a cabo para corregir dichas desviaciones y excesos peligrosos, fracasó al no conseguir que saliera adelante la formación de un gobierno excepcional integrado por representantes de todas las formaciones del arco parlamentario —excepto las nacionalistas—, que estaría presidido por el general Alfonso Armada Comyn, y cuyo vicepresidente hubiera sido Felipe González, secretario general del Partido Socialista. Armada había sido preceptor de don Juan Carlos y secretario de la Casa del Rey, y en todo momento un hombre leal a Su Majestad y a la corona.
Pero pese a su fracaso real, el 23-F mantuvo sus efectos en toda la clase política y la nomenclatura del sistema a lo largo de varios años, en lo que yo llamo «el golpe de Estado sicológico», paralizando en parte las desmesuradas exigencias nacionalistas, pero tan sólo en parte, porque ante la debilidad mostrada por los diferentes gobiernos del Estado, los partidos nacionalistas catalanes y vascos siguieron clamando por su «normalización» en contra del resto de España. Para ello continuaron presionando para ir alcanzando mayores cuotas financieras, mayor gestión de impuestos, prevalencia de su lengua en contra de la lengua española, común para todos; confrontación de los símbolos en la guerra de las banderas, exaltando la senyera y la ikurriña frente a la bandera rojigualda como separación; desarrollo de una educación sectaria, fomentando el odio hacia lo español y, en definitiva, la invención o acomodación de una historia tan dogmática como falsa, a fin de justificar sus continuas afrentas contra el resto de España.
Y si bien es cierto que Suárez fue quien abrió la lata autonómica de las nacionalidades, también lo es que los sucesivos presidentes la mantuvieron abierta sin contenerla, e incluso trasfiriendo más competencias a los nacionalismos, fuese con mayorías gubernamentales absolutas o relativas. Pero, en todo caso, ha sido con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero con quien se ha desatado una carrera febril autonomista-nacionalista sin freno, decantada abiertamente hacia el secesionismo. De ahí que entre las figuras de Suárez y de Zapatero se pueda establecer un paralelismo histórico a este respecto.
Suárez se lanzó de forma harto improvisada a la construcción del Estado de las autonomías, que no tenía precedente alguno en el derecho constitucional comparado. Y Rodríguez Zapatero se ha embarcado en la concesión de nuevos estatutos de mayor autogobierno por intereses exclusivamente partidistas y de poder y, en todo caso, espurios. Zapatero, en su afán de aislar a la oposición e impedir su alternancia en el poder (recuérdese la figura del «cordón sanitario»), ha ido mucho más lejos, llegando a identificarse con el discurso del nacionalismo identitario y secesionista, cuestionándose el concepto de nación, «discutido y discutible», hasta inventarse la «nación política, sociológica y histórica». Todo ello es debido a que tanto la cuestión de las autonomías como la de los nacionalismos siguen abiertas y sin resolver.
La exacerbación nacionalista viene provocando que desde el asesinato del almirante Carrero Blanco, España sea un país presionado por el terrorismo de ETA, chantajeado por el nacionalismo vasco y catalán más reaccionario y secesionista, y secuestrado por una clase política oligárquica, que resulta ser absolutamente incompetente para darse en el servicio a la sociedad, pero que se muestra resuelta y ávida para luchar por sus sectarios intereses de poder. De ahí que para nada resulte extraño que la sociedad en su conjunto vea a la clase política —tanto de la izquierda como de la derecha—, no sólo distante y alejada, sino como el segundo de sus problemas principales. Exclusivamente, como una secta de poder.
Hace casi diez años publiqué un primer estudio sobre la Transición y el 23-F. Dicho trabajo apareció con el título
23-F: el golpe del CESID
, que a juicio de numerosos historiadores, analistas y periodistas, supuso una notable contribución para el esclarecimiento de aquellos hechos. Pero a mí, personalmente, también me supuso que el general Javier Calderón, director general del servicio de inteligencia por entonces, me presentara una querella criminal al estar disconforme con el papel que, a mi juicio, tuvo en los hechos del 23-F. Afortunadamente para mí, dicha querella se resolvió en la doble vía judicial; tanto ante el juzgado de primera instancia, como ante la audiencia provincial, con todos los pronunciamientos favorables hacia mí.
Sobre la etapa de la Transición hay numerosas fuentes escritas, pero la historia del 23-F es básicamente una historia oral. De ahí que, para la elaboración de este ensayo, haya mantenido a lo largo de estos pasados años numerosas conversaciones con el general Sabino Fernández Campo, ex jefe de la Casa del Rey. Muchas más conversaciones aún he venido manteniendo con el general Alfonso Armada Comyn, quien en diferentes momentos me facilitó su testimonio de forma manuscrita. También me reuní y hablé varias veces con el general Jaime Milans del Bosch, y con los generales Torres Rojas, Carlos Alvarado, Cabeza Calahorra y con otros más, así como con el coronel San Martín, el teniente coronel Antonio Tejero Molina, el comandante Pardo Zancada y con casi todos los que en los hechos del 23-F tuvieron algún tipo de protagonismo. Excepción hecha, naturalmente, de Su Majestad, el rey Juan Carlos.