23-F, El Rey y su secreto (11 page)

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Authors: Jesús Palacios

Tags: #Historico, Política

BOOK: 23-F, El Rey y su secreto
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Antes de su salida de Zarzuela, Armada promocionó a Sabino Fernández Campo como sustituto suyo. Ambos habían estado juntos años atrás en la secretaría de varios ministros del Ejército, llegando a conocerse profundamente y a trabar una profunda relación personal de amistad, que se extendía a sus respectivas familias. Se respetaban mutuamente. Pero lo que verdaderamente interesa señalar en este estudio es que el general Armada jamás dejó de mantener una estrecha, fluida y permanente relación con el rey. Don Juan Carlos quiso designarlo senador real, lo que no se llevó a cabo al convencerle Armada de que no lo hiciera, muy poco antes de que publicara la lista. El monarca había depositado en él toda su confianza, y le interesaba especialmente como nexo de unión en la relaciones de la corona con las fuerzas armadas. Papel que en todo momento desarrollaría su antiguo preceptor; bien fuese desde la Escuela Superior del Ejército, en la que estuvo año y medio como profesor de táctica, bien el año que estuvo en el Cuartel General del Ejército al ser ascendido a general de división, con Gabeiras de JEME, bien desde Lérida, tras nombrarlo Rodríguez Sahagún gobernador militar de la plaza y jefe de la División Urgel a primeros de enero de 1980.

Durante todo ese tiempo, el monarca solicitaría a Armada su apoyo y colaboración para que le informara sobre el ambiente de crispación creciente que había en las fuerzas armadas por la mala marcha de las cosas. Pero no sólo le asesoraría sobre cuestiones militares, sino también políticas. Así, le enviaría el informe elaborado con toda seguridad por Laureano López Rodó en 1979, sobre la locura del desarrollo autonómico del Estado —el alegre «café para todos» promovido por un temerario presidente—, en el que se hacía hincapié en la inconstitucionalidad de los estatutos de Cataluña y el País Vasco, los dos primeros aprobados. Y el informe que en el otoño de 1980 —también redactado por López Rodó— desarrollaba la mecánica constitucional para la formación de un gobierno de concentración nacional presidido por una personalidad ajena a la disciplina de los partidos, pero consensuado por los líderes políticos.

Por encargo del monarca, Armada fue los ojos y los oídos del rey en el seno de la familia militar y, también, en otros muchos ámbitos políticos e institucionales. Todo ello se plasmaría desde el verano de 1977 hasta el 23 de febrero de 1981 en múltiples conversaciones, audiencias y entrevistas en Zarzuela y en la residencia de La Pleta, el refugio invernal de los monarcas durante sus estancias invernales en la estación del pirineo leridano de Baqueira. Por eso no puede resultar extraño que, ante un panorama de progresiva alarma militar (inventado o no, exagerado o no, fabricado o no, cuestión que examinaremos más adelante), el rey solicitara a Armada que le informara de todo lo que se podía mover; que hablara con Milans del Bosch, el otro gran militar monárquico e igualmente leal a la corona, y que estudiaran juntos cómo atajar las cosas, para que en el caso de que produjese un movimiento militar de gran envergadura, el rey se encargara de reconducirlo. Misiones que Armada acometería disciplinadamente, bajo las órdenes del monarca. Y sin ambiciones personales de su parte, como absurdamente se ha venido jaleando.

El 13 de febrero de 1981, el rey recibió a primera hora de la mañana a Armada en Zarzuela. Fue un despacho largo y principal con su flamante segundo jefe de Estado Mayor. El monarca tenía especial interés en hablar con él sobre la situación militar y política, y sobre los hechos que se desencadenarían unos pocos días después. Ignoro si pudo ser una continuación de la que habían mantenido el 6 de febrero en Baqueira, interrumpida tras el súbito fallecimiento de la reina Federica, madre de doña Sofía, y que no pudo reanudarse hasta después de los oficios religiosos y del enterramiento de la reina en Grecia. La cita se la dio personalmente el rey el miércoles 11, durante el funeral ortodoxo por la reina Federica. Sabino puso inicialmente algún reparo porque la agenda de ese día estaba completa y don Juan Carlos tuvo que resolver: «Mete a Alfonso el primero y corre la audiencia de mi primo Alfonso».

En aquella audiencia, el general Armada informó al monarca que se estaba ultimando la puesta en marcha de la operación especial. El golpe de Estado sui generis de rectificación política. Pero no le dio la fecha del asalto al Congreso, «porque en esos momentos todavía no la sé». Le dijo al rey que habría un golpe de mano que sería apoyado por una capitanía, a la que después se irían sumando otras más. El rey le escuchó con toda atención, pidiéndole que le siguiera manteniendo informado de cuanto fuera conociendo. Por último, le pidió que fuera a informar a Gutiérrez Mellado de lo que acababa de decirle a él. Armada también cumpliría ese cometido, y tuvo a continuación una entrevista con el vicepresidente del gobierno. En realidad, la cita formal era su presentación oficial por su reciente nombramiento.

El general Armada ha asegurado posteriormente que así lo hizo, pero no ha dado demasiados detalles explícitos respecto de sí el contenido de ambas conversaciones fue igual. Tan sólo que informó a Gutiérrez Mellado de lo que él sabía y que se ganó un fenomenal broncazo del «Guti», quien lo despidió con cajas destempladas: «tú ves visiones». Luego, Armada regresaría al cuartel general, donde Gabeiras le preguntó por la audiencia con Su Majestad y quiso saber si en algún momento habían hablado de él. Armada, parco en palabras, le respondió que él no contaba sus conversaciones con el rey, y que había recibido instrucciones de ayudarlo en su trabajo. Quizás, en este punto, Armada se refiera a que don Juan Carlos le pidió que como toda la cúpula militar estaba furiosa con Gabeiras «tú haces un poco de puente y suavizas las relaciones». Varios jefes militares, como Milans, ni siquiera le dirigían la palabra.

A lo largo de todos estos años, las especulaciones acerca de aquella famosa entrevista del general Armada con el rey han sido abundantes. Sin duda, contribuyó a ello la petición que por escrito le dirigió Armada al rey el 23 de marzo de 1981, un año antes del comienzo de las sesiones del juicio de Campamento. Desvelar el contenido de la conversación era clave para su defensa. Armada recibía constantes presiones de su familia, amigos, militares, políticos y ministros para que se defendiera. Con la decisión tomada, escribió dicha carta al rey solicitando su autorización para revelar lo que hablaron. Esa carta, que nunca se ha publicado, venía a decir que el rey podía estar seguro de que mantendría su lealtad hacia su persona y hacia la corona hasta el final, para lo que estaba dispuesto a sacrificarse, pero que también debía limpiar y salvar el honor de su familia, de su apellido, el de sus hijos y el suyo propio. Por todo ello, le pedía autorización para revelar el contenido de la conversación del 13 de febrero, de la que él, Armada, tenía recogida notas exactas. La carta la llevó en mano a Zarzuela José María Allende Salazar, conde de Montefuerte, diplomático, Grande de España y primo segundo de Alfonso Armada.

En Zarzuela el asunto se analizó con todo detenimiento entre el jefe y el secretario de la casa, los ayudantes y el personal más cualificado de palacio. Sin duda alguna, se trataba de una cuestión grave y de gran compromiso para el rey, tanto si contestaba afirmativa como negativamente. Y, sobre todo, si lo hacía mediante nota escrita. El rey había sido el primero en tachar de traidor a Armada durante la recepción que ofreció a los líderes políticos la tarde del 24 de febrero. Por ello, la decisión que se tomó en Zarzuela, por consejo de Sabino, fue que no era prudente que Su Majestad contestara por escrito. En vez de eso, una persona de toda confianza, amiga de Armada, le llevaría un mensaje verbal del rey. El mensajero escogido sería el teniente coronel Montesinos, que había coincidido con Armada en palacio. La respuesta real, inspirada por Sabino, era clara: «No puedo autorizarte a revelar el contenido de esa conversación puesto que desconozco lo que quieres exponer, pues aunque tú tengas notas recogidas de la misma, yo no las tengo y no sé lo que vas a decir.»

Sin duda alguna, el rey podía sentirse seguro del silencio de tan fiel y leal servidor. Efectivamente, el general Armada no utilizó nada de la citada conversación en su defensa durante el juicio por el 23-F, pero al trascender que había habido una petición y una respuesta, se fue creando una leyenda y un vendaval de rumores sobre la citada audiencia, que sería calentada por las defensas durante el proceso. Y aquella audiencia del 13 de febrero permaneció herméticamente sellada durante bastantes años. Con el paso del tiempo, Armada —aunque sin abrir totalmente el archivo de su memoria— ha llegado a reconocer que tanto el rey como el vicepresidente Mellado «sabían que algo iba a ocurrir, sabían que se iba a producir una acción, lo que después fue el 23-F; sabían que se iba a producir y no hicieron nada por evitarlo». Con el paso del tiempo, tuve la oportunidad de que el general Armada me facilitara por escrito unas notas de aquella entrevista con el rey Juan Carlos.

«La cuestión que se refiere a la entrevista que tuve con Su Majestad el 13 de febrero, es clave para mí. Nunca quise utilizarla, pero ahora para la historia creo mi deber aclararla. No revelo ningún secreto. Por eso la escribo con la conciencia tranquila y mi fidelidad está perfectamente conservada.

»El 10 de febrero, ultimando en Lérida mi regreso a Madrid, me llamaron de la Casa del Rey para que fuera el 11 por la tarde a la Zarzuela a un acto ortodoxo fúnebre por la Reina Federica. Fui con mi mujer y con mi ayudante el teniente coronel Torres. Después del acto hablé con el rey que me citó para el 13 a las 9,30 de la mañana. Sabino se opuso a esta cita sin que yo sepa la razón, pero el Rey tenía mucho interés en verme. El 12 se fueron todos a Atenas para el entierro de la Reina. Fui a Barajas para despedirlos. Ese día vi a Adolfo Suárez, entre otras personas.

»El 13 de febrero, a las nueve y media fui a ver al Rey. Le hablé de la situación, del descontento, de mis conversaciones con Milans (éste me había dicho «cuéntaselo al Rey»). Le insinué que había varias reuniones de oficiales y jefes que hablaban de dar un golpe. Pero no le dije lo del asalto al Congreso porque entonces yo no sabía la fecha fijada. Pero sí que algo se preparaba: «Señor va a ocurrir algo». El Rey me pidió que le informase de todo lo que supiera. Así lo hice. Le informé con todo detalle del malestar que había en las Fuerzas Armadas y de que se estaba preparando algo, un movimiento fuerte de generales y que tan pronto como se produjera se iban a sumar al mismo varias capitanías generales, como la III de Milans, la II de Merry Gordon, la IV de Pascual Galmes, la VII de Campano López y alguna otra más. La de González del Yerro, Canarias, que era el más decidido, fue el que no quiso saber nada cuando el que estaba tirando del asunto era Milans, de quien no se fiaba.

»Mi impresión es que me juzgó un alarmista. Pero me dijo que hablara con Gutiérrez Mellado. Fui a verlo al palacio de la Moncloa con mi ayudante, el comandante Bonel. El vicepresidente me recibió enseguida y empecé a narrarle lo que acababa de decirle al Rey. Poco a poco su cara se fue congestionando y crispando más. Me cortó. Estaba muy enfadado. Entre indignado y enfurecido me preguntó por Lérida, le contesté que la división estaba muy tranquila; que si eran monárquicos, inquirió, le afirmé que creía que sí y que en todo caso a mí me obedecerían. Entonces me confesó «yo no soy monárquico, soy juancarlista». Luego, de forma seca y dura, me dijo que cómo me atrevía a ir hasta el Rey con esas patrañas, que con mis historias fantásticas no hacía más que preocupar al Rey, perturbando su tranquilidad, sabiendo, además, que todo lo que le estaba contando no eran más que exageraciones mías que yo veía visiones. Me echó una buena bronca y me dio un mandato tajante: «Te ordeno que no vuelvas a molestar más al Rey ni a hablar con él sobre estas cosas. Olvida la política y ocúpate de tu destino en el Estado Mayor. Ayuda a Gabeiras que es tu obligación. No vuelvas a hablar con el Rey hasta que él te llame.» Me acompañó hasta el ascensor y al despedirnos volvió a reiterarme lo mismo de forma muy enérgica y molesta delante de mi ayudante. Al bajar me comentó Bonel: «Mi general, ¿qué es lo que le ha dicho? ¡Vaya cabreo morrocotudo que tenía el Guti!»

»Gutiérrez Mellado tuvo información, sabía lo del 23-F y no hizo nada para abortarlo. Fue uno de los grandes responsables de que eso sucediera.»
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V.
EL EJÉRCITO NUNCA FUE GOLPISTA

En la tarde del 23 de febrero de 1981 el rey depositó toda su confianza en el ejército. Lo conocía bien y estaba seguro de su lealtad. Pero, ¿en aquellos instantes de duda por los que pasó, llegó a temer el rey que las cosas se le pudieran escapar de las manos? ¿Qué perdiera el control? Por que, ¿cuál fue la actitud de las fuerzas armadas en el 23-F? ¿Hubo riesgo de división del ejército a lo largo de aquella tarde noche? ¿Era golpista el ejército? ¿Deseaba la involución? ¿Estaban conspirando las fuerzas armadas o una parte de las mismas para rebelarse? Dicha batería de preguntas merecen una serena reflexión. Si yo mismo las hubiera respondido después del fracaso del 23-F, o durante el proceso militar y su posterior revisión por la justicia civil, posiblemente habría afirmado, ante tal cúmulo de intoxicación activa como la que se estaba vertiendo, que por su herencia franquista, el ejército deseaba la involución, que si no en su totalidad, gran parte del mismo era golpista y estaba conspirando para rebelarse, que repudiaba la democracia, y que si en el 23-F no se rebeló en bloque fue gracias a la decidida y firme actuación del rey, que logró sujetarlo, aunque durante algunas horas de incertidumbre existió cierto riesgo de división. ¿Y fue realmente así?

Con la perspectiva del tiempo transcurrido, hoy puedo afirmar que, a mi juicio, en absoluto. Ni las fuerzas armadas en su conjunto ni una parte significativa de sus mandos estaban conspirando para rebelarse, ni el ejército era involucionista ni deseaba el retorno a un pasado de régimen autoritario o de dictadura, y mucho menos militar; como tampoco existió el más mínimo riesgo de división de las fuerzas armadas durante aquella jornada. Entonces, ¿cuál fue la actitud del ejército en el 23-F? Categóricamente hay que responder que de una disciplina plena, y de total acatamiento y lealtad a Su Majestad el rey. Y en un muy segundo plano al orden constitucional; en proporción similar en este caso a la de la clase política, que estaba iniciando el desarrollo de un alocado proceso autonómico trufado de inconstitucionalidad, y que después estuvo dispuesta a aceptar un regate «seudoconstitucional» para frenar y corregir dicho proceso.

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