A tres metros sobre el cielo (33 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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—Sentaos.

Extrañamente, esa mañana parece contenta. Lo que no presagia nada bueno. Pasa lista. Algunas muchachas levantan la mano respondiendo con un respetuoso «presente». Una chica, cuyo nombre empieza por C, no está. Llegadas a la F, otra alumna, en un tentativo de ser original, suelta un «aquí estoy» de escaso valor. La Giacci no deja escapar la ocasión y le toma el pelo delante de toda la clase. Catinelli, como de costumbre, parece apreciar el fino sentido del humor de la profesora. Tan fino que la mayor parte de las alumnas no alcanza a verle la gracia.

—¿Gervasi?

—Ausente —responde alguien al fondo de la clase.

La Giacci escribe una «a» junto al nombre de Babi. Luego levanta lentamente la mirada.

—Lombardi.

—¿Sí, profesora?

Pallina se pone de pie de un salto.

—¿Sabe usted por qué Gervasi no ha venido hoy a clase?

Pallina está algo nerviosa.

—No lo sé. Ayer por la noche me llamó por teléfono y me dijo que no se encontraba muy bien. Puede que esta mañana estuviera peor y haya preferido no venir.

La Giacci la mira. Pallina se encoge de hombros. La Giacci entorna los ojos. Éstos se convierten en dos fisuras impenetrables. Pallina siente un escalofrío en la espalda.

—Gracias, Lombardi, ya se puede sentar.

La Giacci vuelve a pasar lista. Su mirada se cruza de nuevo con la de Pallina. La profesora esboza una sonrisa burlona. Pallina enrojece. Se vuelve enseguida hacia otro lado, incómoda. ¿Y si supiera algo? Sobre el pupitre, la frase que ella misma ha grabado con la pluma: «Pallina e Pollo
forever
.» Sonríe. No, es imposible.

—Marini.

—¡Presente!

Pallina se calma. A saber dónde estará Babi en ese momento. Lo más probable es que ya haya desayunado. Un buen buñuelo con nata en Euclide y uno de esos capuchinos cubiertos de espuma. Daría lo que fuera por estar en su lugar con Pollo, en lugar de con Step. Sobre gustos no hay nada escrito, es su proverbio preferido. La Giacci cierra la lista y empieza a explicar. Explica la lección contenta, particularmente serena. Un rayo de sol ilumina sus manos. Alrededor del dedo con el que juega, el viejo anillo brilla con luz morada.

Se alejan de los ruidos de la ciudad recién levantada, con los labios embadurnados de café y la boca dulcificada por la nata de un buñuelo. Fácil de prever, el desayuno en el Euclide de la Flaminia, más apartado y lejano, donde es menos probable que alguien los pueda reconocer. Se dirigen hacia la torre. Por la Flaminia, envueltos en el sol mientras, a su alrededor, prados circulares, difuminados de verde, se pierden dulcemente entre los confines de bosques más oscuros. Dejan atrás la carretera. La moto dobla al pasar las altas espigas que, en un abrir y cerrar de ojos, vuelven a erguirse impertérritas e insolentes. Se detienen tras la colina, no muy lejos de la torre. Algo más abajo, a la derecha, un perro somnoliento vigila algunas ovejas peladas. Un pastor en vaqueros escucha una pequeña radio desvencijada mientras se fuma un canuto bien alejado de sus colegas de pesebre. Van un poco más allá. Solos. Babi abre la bolsa. Una enorme bandera inglesa hace su aparición.

—La compré en Portobello cuando estuve en Londres. Ayúdame a extenderla. ¿Has ido alguna vez?

—No, nunca. ¿Es bonito?

—Mucho. Me divertí como una loca. Estuve en Brighton un mes y luego algunos días en Londres. Fui con la EF.
[12]

Se tumban sobre la bandera caldeados por el sol. Step escucha la historia sobre Londres y sobre algún que otro viaje más. Parece haber estado en un montón de sitios y, además, se acuerda de todo. Pero él, poco interesado en sus aventuras y en absoluto acostumbrado a madrugar, se duerme.

Cuando Step abre los ojos, Babi ya no está a su lado. Se levanta mirando preocupado a su alrededor. Luego la ve. Un poco más abajo, sobre la colina. El suave contorno de sus hombros. Está sentada entre el trigo. La llama. Ella parece no oírlo. Cuando se acerca a ella, entiende el motivo. Está escuchando el Sony. Babi se gira hacia él. Su mirada no promete nada bueno. Luego, sus ojos se pierden de nuevo en los prados que hay a lo lejos. Step se sienta a su lado. Sin decir nada. Hasta que Babi no puede resistirlo más y se quita los auriculares.

—¿Te parece bonito dormirte mientras te estoy hablando? —Está realmente enfadada—. ¡Eso significa que no me tienes respeto!

—Venga, no te enfades. Sólo significa que no he dormido bastante.

Ella resopla y se da de nuevo la vuelta. Step no puede por menos que advertir lo guapa que es. Puede que incluso más cuando se enfada. Ha alzado el rostro y todo en él adquiere un aire cómico, la barbilla, la nariz, la frente. Su pelo refleja los rayos del sol, parece respirar el olor del trigo. Tiene la belleza de una playa abandonada cuyos confines remotos se ven rodeados por un mar embravecido. Algunos mechones de pelo, semejantes a olas de espuma, le rodean la cara, la cubren rebeldes en algunos puntos, sin que ella haga nada por evitarlo.

Step se inclina y recoge con la mano su delicada belleza. Babi trata de esquivarlo.

—¡Déjame!

—No puedo. Es más fuerte que yo. Tengo que darte un beso.

—He dicho que me dejes. Estoy enfadada.

Step se aproxima a sus labios.

—Te prometo que después te escucho: Inglaterra, tus viajes, ¡todo lo que quieras!

—¡Tenías que haberme escuchado antes!

Step se aprovecha y la besa al vuelo, sorprendiendo sus labios desprevenidos, apenas entreabiertos. Pero Babi cierra la boca decidida. Se produce entre ellos un simulacro de lucha. Ella finalmente se rinde, se abandona paulatinamente a su beso.

—Eres violento y maleducado.

Palabras susurradas entre labios que casi se pueden tocar.

—Es cierto.

Palabras que casi se confunden.

—No me gusta que hagas eso.

—No lo volveré a hacer, te lo prometo.

—Ya te he dicho que no creo en tus promesas.

—Entonces te lo juro…

—Figúrate si creo entonces en tus juramentos…

—Está bien, de acuerdo, lo juro por ti.

Babi le da un puñetazo. Él acusa el golpe bromeando. Luego la abraza y se hunde con ella entre las suaves espigas. En lo alto, el sol y el cielo azul, mudos espectadores. Más allá, una bandera inglesa abandonada. Algo más cerca, dos sonrisas llenas de frescura. Step se entretiene con los botones de su camisa. Se detiene por un instante, temeroso. Babi ha cerrado los ojos y parece tranquila. Desabrocha un botón, después otro, con delicadeza, como si un contacto algo más brusco pudiera romper en mil pedazos la magia de aquel momento. Acto seguido desliza su mano por el interior de la camisa, recorriendo el costado, sobre la piel blanda y tibia. La acaricia. Babi se lo permite y, besándolo, lo abraza con más intensidad. Step, embriagado por su perfume, cierra los ojos. Por primera vez todo le parece distinto. No tiene prisa, está tranquilo. Siente una extraña paz. Su palma resbala por la espalda, recorriendo aquel foso suave hasta llegar a la cintura de la falda. Una ligera pendiente en ascenso, el inicio de una dulce promesa. Por allí cerca, dos diminutos agujeros lo hacen sonreír, como los besos algo más apasionados de ella. Dulcemente, sigue acariciándola. Asciende de nuevo, hasta llegar a aquel débil elástico almenado. Se detiene en el cierre, intentando desvelar el misterio, y algo más. ¿Dos ganchos? ¿Dos pequeñas medias lunas que encajan una dentro de otra? ¿Una «s» metálica que se introduce desde arriba? Se demora un poco. Ella lo mira curiosa. Step empieza a ponerse nervioso.

—¿Cómo coño se abre?

Babi sacude la cabeza.

—¿Por qué has de ser siempre tan mal hablado? No me gusta que digas esas cosas cuando estás conmigo.

En ese preciso momento, el misterio se resuelve. Dos pequeñas medias lunas se separan tiradas por un elástico finalmente liberado. La mano de Step deambula por toda la espalda, subiendo hasta el cuello, finalmente sin obstáculos.

—Perdona…

Step apenas puede creer lo que oye. Le ha pedido perdón. Perdona. Vuelve a oír aquella palabra. Él, Step, se ha disculpado. Pero luego, sin querer pensar más en ello, se abandona como arrebatado por aquella nueva conquista. Le acaricia el pecho, la besa delicadamente en el cuello, pasa al otro seno y encuentra también allí aquella frágil señal de deseo y pasión. Entonces se desliza algo más lentamente hacia abajo, hacia su vientre liso, hacia la cintura de la falda. La mano de ella lo detiene. Step abre los ojos. Babi está frente a él, negando con la cabeza.

—No.

—No, ¿qué?

—No, eso…

Le sonríe.

—¿Por qué?

Él no sonríe en absoluto.

—¡Porque no!

—¿Y por qué no?

—¡Porque no y basta!

—Pero hay alguna razón, tipo…

Step esboza una leve sonrisa alusiva.

—No, cretino… ninguna razón. Simplemente que no quiero. Cuando aprendas a soltar menos tacos, entonces puede que…

Step se gira sobre un costado y empieza a hacer flexiones. Una tras otra, cada vez más rápido, sin parar.

—No me lo puedo creer, no puede ser verdad. La he encontrado.

Sonríe, hablando entre una flexión y otra, jadeando ligeramente. Babi se abrocha el sujetador y la blusa.

—¿Qué has encontrado? Y deja ya de hacer flexiones mientras hablamos…

Step hace las dos últimas con una sola mano. Luego se tumba de lado y se pone a mirarla sin dejar de sonreír.

—No has estado nunca con nadie.

—Si lo que insinúas es que soy virgen la respuesta es sí. —Aquella palabra le cuesta muchísimo. Babi se pone de pie. Se limpia la falda con la mano. Algunos trozos de espigas caen al suelo—. ¡Y ahora llévame al colegio!

—¿Qué pasa? ¿Te has enfadado?

Step la rodea con sus brazos.

—Sí, tienes un modo de comportarte que me exaspera. No estoy acostumbrada a que me traten así. Y déjame…

Se escabulle de su abrazo y camina a paso ligero hacia la bandera inglesa. Step va tras ella.

—Venga, Babi… No quería ofenderte. Perdóname, en serio.

—No te he oído.

—Sí que me has oído.

—No, repite.

Step vuelve la cabeza, molesto. Luego la mira otra vez.

—Perdóname, ¿vale? Mira que yo estoy encantado de que no hayas estado nunca con nadie.

Babi se inclina para recoger la bandera inglesa y se pone a doblarla.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué?

—Bueno, porque… porque sí. Me gusta y basta.

—¿Porque piensas acaso que tú vas a ser el primero?

—Oye, te he pedido ya perdón. Ahora basta, déjalo estar ya. Mira que eres difícil.

—Tienes razón. Tregua. —Le pasa un borde de la bandera—. Ten, ayúdame a doblarla. —Se alejan. La extienden y después se vuelven a acercar. Babi toma de sus manos el otro borde y le da un beso—. Es que ese tema me pone nerviosa.

Vuelven en silencio a la moto. Babi sube detrás de él. Se alejan por la colina, dejando a sus espaldas espigas deshechas y una conversación a la mitad. Es el primer día que salen juntos y Step le ha pedido perdón dos veces. «Caramba…» «No va nada mal.» Ella lo abraza feliz «Sí, vamos de maravilla.» Babi se ha calmado, ahora no piensa en nada. No sabe que un día no muy lejano volverá a afrontar con él ese tema que le pone tan nerviosa.

Cuarenta

—Para.

Babi grita y se sujeta con fuerza a la cintura de Step. La moto le obedece y casi frena en seco.

—¿Qué pasa?

—Ahí está mi madre.

Babi indica el Peugeot de Raffaella aparcado un poco más allá, frente a la escalinata del Falconieri. Faltan apenas unos minutos para la una y media. Tiene que intentarlo. Besa a Step en los labios.

—Hasta luego, te llamo esta tarde.

Se aleja agachándose por detrás de la fila de coches aparcados. Al llegar delante del colegio, se yergue lentamente. Su madre está allí, a pocos metros de ella, la puede ver perfectamente a través del cristal de un Mini. Entretenida con algo que tiene en su regazo. Raffaella alza la mano derecha y la observa. Babi comprende. Se está arreglando las uñas. Babi se acuclilla junto al coche, vuelve a mirar el reloj. No puede faltar mucho. Mira a su derecha, al final de la calle. Step se ha marchado. A saber lo que pensará de mí. «Lo llamaré más tarde.» De repente cae en la cuenta de que no puede hacerlo. No tiene su número de móvil. Ni siquiera sabe dónde vive. Suena el timbre de salida. Las alumnas más pequeñas empiezan a bajar las escaleras. Otro timbre. Es el turno de las de segundo y luego de las de tercero. Chicas más mayores. Una la mira con curiosidad. Babi se lleva el dedo a los labios, pidiéndole que guarde silencio. La chica mira hacia otro lado. Están habituadas a todo tipo de secretos. Finalmente le llega el turno a su clase. Su madre sigue distraída, puede que ocupada con una uña rota. Es el momento de ir hasta el coche. Babi sale de su escondite y se mezcla con el resto de las alumnas. Saluda a algunas y luego, procurando no ser vista, echa una ojeada al coche. Raffaella no se ha dado cuenta de nada. Lo ha conseguido.

—¡Babi!

Pallina corre hacia ella. Las dos amigas se abrazan.

Babi la mira preocupada.

—¿Cómo ha ido? ¿Han descubierto algo?

—No, todo está bajo control.

Ten, son los deberes que han puesto para hoy. Están también las interrogaciones. No falta detalle, podrías contratarme como secretaria. Bueno, ¿te has divertido?

—Muchísimo. —Babi mete la hoja en su bolsa y le sonríe a su amiga.

—Déjame adivinar… —Pallina la observa por un momento—. Desayuno en Euclide de Vigna Stelluti.
Capuccino
y buñuelo con nata.

—Casi, casi. Lo mismo pero en el de la Flaminia.

—¡Claro! Mucho más discreto. Preciso. Luego fuga a Fregene y sexo desenfrenado en la playa, ¿me equivoco?

—¡Has acertado!

Babi se aleja sonriéndole.

—¿Fregene o el resto?

—Sólo te digo que has adivinado una cosa.

Sube al coche mintiendo a su amiga y dejándola allí, frente al colegio, muerta de curiosidad. En realidad se ha equivocado sobre las dos.

—Hola, mamá.

—Hola. —Raffaella deja que Babi le dé un beso en la mejilla. La situación parece tranquila—. ¿Cómo ha ido el colegio?

—Bien, no me han preguntado. Llega también Daniela.

—Podemos irnos. Giovanna ha dicho que de ahora en adelante volverá a casa por su cuenta.

El Peugeot arranca. Aquella noticia las ha llenado a todas de felicidad. No tendrán que volver a esperarla. Mientras están paradas en el semáforo de plaza Euclide, Babi siente de repente que algo le pincha. Sin que la vean se mete la mano por la camiseta. Aprisionada en el sostén hay una pequeña espiga dorada. La suelta y la mete en el diario. Luego la contempla por un momento. Aquel pequeño gran secreto. Step le ha acariciado el pecho. Sonríe y justo cuando se pone verde lo ve. Está allí, parado a la derecha de la plaza. Hace ondear, riéndose, una bandera inglesa, su bandera. ¿Cuándo se la habrá robado? Entonces cae en la cuenta de la cosa más importante. Step es igual que Pollo, los dos roban. Hasta ahora no lo había pensado. Sale con un ladrón.

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