Read A tres metros sobre el cielo Online
Authors: Federico Moccia
Tags: #Infantil y juvenil, Romántico
La primera «A» es demasiado redonda, la segunda tiene el rabito demasiado largo, luego demasiado bajo, después la caligrafía es demasiado fina. Babi intenta de nuevo imitar la firma de su madre. Llena algunas hojas del cuaderno de matemáticas.
—¿Dani? ¿Crees que ésta puede pasar por la firma de mamá?
Daniela mira el último de sus intentos. Se queda un tanto pensativa.
—Mamá hace el apellido más largo. No, no lo sé. Hay algo extraño. Eso es. La «G» resulta demasiado delgada, le has hecho el redondel demasiado pequeño. Mamá empieza siempre el apellido con una «G» mucho más gruesa. Mira. —Abre su diario y le enseña a su hermana una firma auténtica—. ¿Lo ves?
Babi la observa por un momento comparándola con la que ha hecho ella.
—A mí me parecen idénticas. Eso es porque lo sabes.
Se marcha más tranquila a su habitación.
—Haz lo que quieras pero creo que la «g» es demasiado pequeña. Además, no entiendo por qué me preguntas lo que pienso si luego haces siempre lo que te da la gana.
Cierra la puerta.
Babi coge el diario en la página de la justificación. Donde figura el motivo de la ausencia escribe: «Razones de salud.» En el fondo, es cierto. La idea de no poder escapar con Step le habría hecho estar mal. Luego llega el momento de la firma. Vuelve a ponerse seria. Prueba una vez más sobre una hoja que hay junto a ella. Debajo de decenas de Raffaella Gervasi. Esta última le sale aún mejor. Es perfecta. Vaya, podría falsificar incluso los cheques, comprarse la SH 50. Se da cuenta de que está exagerando. En realidad, no necesita dinero, sólo una justificación. Coge la pluma y se lanza sin vacilar. Comienza por la «R» y prosigue, deslizándose con la mayor naturalidad posible hasta llegar al último puntito sobre la «I». Acto seguido, aún temblorosa a causa de la concentración, de la dificultad de copiar, de escribir exactamente como su madre, mira lo que ha escrito. Ha salido todavía mejor. Increíble. Tal vez el apellido esté un poco movido. Lo compara con el resto de las firmas de su madre que tiene en el diario. No hay una gran diferencia. Tampoco ningún signo impreciso. Y otra cosa, además, juega a su favor: a primera hora tiene a la profesora de matemáticas, la Boi. Gafas gruesas, una cara alargada y risueña. Incluso aquella vez, cuando pidió disculpas a la clase por haber perdido los deberes, les rogó que no se lo dijeran a nadie. Ese día Pallina estaba convencida de haber sacado al menos un siete. Según ella, ese era el motivo de que la Boi los hubiera perdido. Lo hizo adrede para no darle el gusto. Pallina está convencida de que todos los profesores se la tienen jurada a ella y a sus notas. Babi cierra el diario. Ahora está más tranquila. Sólo la Boi controlará aquella firma y es imposible que note que aquella firma es falsa. Se pone a estudiar. De repente, experimenta una extraña sensación. Mira en derredor pero no nota nada. Sigue con los deberes. Si hubiese mirado el horario con más atención habría entendido el motivo de su inquietud. A segunda hora tiene clase con la Giacci.
Más tarde, después de que sus padres hayan salido, Step la pasa a recoger. El grupo al completo los espera: Schello, Lucone, Dario y Gloria, el Siciliano, Hook, Pollo y Pallina y otros tipos en un Golf con un par de chicas. Van con las motos hasta Prima Porta, luego se desvían a la derecha en dirección a Fiano. Cuando llegan, Babi está ya muerta de frío. El sitio se llama Il Colonnello y está muy lejos. Babi no puede entender por qué han elegido un sitio como ese para comer. Dos salas enormes con el horno a la vista y unas mesas corrientes y molientes. «Puede que sea barato», piensa. Un camarero joven llega para tomar nota. Son quince y todos cambian de opinión menos ella que, desde un principio, ha elegido una ensalada mixta con poco aceite. El pobre camarero está hecho un lío. De cuando en cuando trata de recapitular los primeros para poder pasar al segundo, pero cuando llega el momento de elegir la guarnición alguien ha vuelto otra vez a cambiar de idea.
—Jefe, dos
pappardelle
con carne de jabalí.
—Para mí también.
Unos cuantos se adhieren de inmediato. Y acto seguido otros dos deciden pedir polenta o carbonara. Es el grupo más indeciso que Babi ha visto en su vida. Por si fuera poco, Pollo trata de echarle una mano repitiendo cada vez todo lo que piden, lo que crea aún más confusión. Al final todos acaban riéndose divertidos. Se ha convertido en una especie de juego. El pobre camarero se aleja aturdido. Lo único que ha sacado en claro es que tiene que llevarles catorce jarras de cerveza clara y una… «¿qué es lo que ha pedido esa rubia tan guapa de ojos azules?» Repasa de nuevo el bloc de notas lleno de tachones y entra en la cocina recordando que tiene que servir también una Coca-Cola
Light
.
La cena prosigue en medio de un total alboroto. Cada vez que les traen un plato, ya sea jamón, mozzarella o pan tostado, se produce un auténtico abordaje, todos se abalanzan sobre la comida y en un dos por tres los platos se vacían.
Unas chicas con los ojos pintarrajeados se ríen divertidas. Babi mira a Pallina en búsqueda de un poco de comprensión. Pero, a esas alturas, su amiga parece haberse integrado ya perfectamente en el grupo. Ha llegado su ensalada mixta con poco aceite. La situación no es, desde luego, de las más alegres. Luego llega el momento de la historia del Siciliano. Su protagonista es un tal Francesco Costanzi. Tuvo la mala idea de molestar a su antigua novia. «Ni siquiera su novia, piensa Babi. Su ex. Qué locura.»
Pero todos lo escuchan interesados y ninguno parece compartir su objeción. Así que, «piensa Babi, puede que tenga razón él. La loca soy yo.»
—Entonces, ¿sabéis lo que hice? —El Siciliano da un sorbo a su cerveza—. Fui con Hook a casa de Marina, que estaba sola.
Al otro lado de la mesa, Hook, con el parche en el ojo, sonríe. Es el centro de la atención y está recibiendo, como corresponde, su parte de gloria. El Siciliano prosigue:
—Entonces le hice llamar a ese gilipollas de Costanzi. Así que va y lo llama y le pide que pase a verla. ¿Y sabéis lo que hizo ese canalla?
Babi mira al grupo estupefacta. Da la impresión de que realmente no lo saben. Prueba a adivinar la respuesta:
—Fue.
El Siciliano se vuelve hacia ella. Parece ligeramente molesto.
—Muy bien, Babi. Precisamente. ¡Ese canalla vino! —Ella sonríe. Al advertir la mirada de fastidio que le lanza Step, abre los brazos. El Siciliano, sin darse cuenta de nada, prosigue divertido con su relato—: Ahora viene la parte mejor. Cuando el tipo llegó, Marina le hizo subir. Apenas metió el pie en la casa, Hook y yo nos abalanzamos sobre él y lo inmovilizamos. Luego, qué risa, lo desvestimos y lo atamos a una silla. ¡Oh! Teníais que haberle visto la cara. Desnudo como un gusano. Después cogí un cuchillo de cocina y se lo metí entre las piernas. El tipo se puso a gritar. ¡Hook dice que porque el cuchillo estaba helado! Luego entró Marina. La habíamos obligado a vestirse de pies a cabeza de encaje transparente. Bueno, pues entonces yo puse algo de música y ella empezó a hacer un
striptease
. Y yo le digo al tipo: si veo que esa cosa da alguna señal de vida te juro que te la corto. Marina se queda en sostén y bragas y el tipo ni se inmuta, ¿lo entendéis?, esa cosa estaba como muerta.
Todos se ríen como locos. Una muchacha al fondo de la mesa casi se atraganta. También Step parece divertirse. Babi no da crédito a sus oídos.
—Silencio, silencio —dice el Siciliano—. Llegado un momento, oímos un ruido en la puerta. ¿Podéis creer que eran los padres de Marina? Hook y yo nos precipitamos fuera y esos va y pillan
in fraganti
al tipo desnudo sentado en la silla y a Marina medio en pelotas. Os lo juro, una escena increíble, para morirse. Teníais que haber visto sus caras.
—¿Y qué le hicieron al tipo?
Babi mira a Pallina. Hasta es capaz de hacer preguntas como ésa.
—Bah, no lo sé. Nosotros salimos pitando de allí. Sólo sé que ese canalla ahora está con una y tiene serios problemas para tirársela… Después de lo que le hicimos ha perdido la costumbre. Ve a una desnuda y la cosa no se le levanta.
Es la apoteosis. Se produce un estallido de carcajadas. Acto seguido sucede, sin que se sepa muy bien por qué. Un trozo de pan sale volando. No tarda en convertirse en una lluvia, en una auténtica batalla de restos de carne, patatas y cerveza. Se tiran de todo. Las chicas son las primeras en abandonar sus puestos. Babi y Pallina se alejan rápidamente de la mesa seguidas de las otras. Ellos siguen tirándose unos a otros comida, con fuerza, con rabia, sin importarles las otras mesas, dar a los clientes más próximos. El colmo tiene lugar cuando el pobre camarero trata de detenerlos. Un trozo de pan mojado le da en plena cara. Se produce una especie de ovación. Es la primera vez que aquel desgraciado conoce un éxito semejante. Luego llega la cuenta. Pollo se ofrece a recoger el dinero. Step agarra a Babi del brazo y la conduce fuera del restaurante. Uno tras otro, los demás salen también.
Babi saca la cartera.
—¿Cuánto te debo?
Step le sonríe.
—¿Bromeas? Déjalo estar.
—Gracias.
—No es a mí a quien tienes que dar las gracias. Sube.
Step enciende la moto. Babi sube detrás de él.
—Entonces, ¿a quién tengo que darle las gracias? Pollo está recogiendo el dinero…
—No, ésa es la frase que hemos acordado.
Justo en ese momento, Pollo sale como una flecha del restaurante y salta sobre su moto.
—¡Vamos, tíos!
Todos arrancan derrapando a toda velocidad. Las motos inician la marcha con los faros apagados. Del restaurante sale corriendo el camarero y alguno más. Gritan mientras tratan en vano de leer las matrículas.
El estruendo de las motos retumba en los angostos callejones de Fiano. Uno tras otro, inclinados a toda velocidad, salen del pueblo atravesando sus calles, gritando y riéndose, tocando el claxon. Luego, casi volando, entran en la Tiberina, envueltos en el frío de la carretera, en el verde húmedo de los bosques cercanos. Sólo entonces vuelven a encender los faros.
Pollo alcanza a Step y se pone a su lado.
—Vaya, hay que reconocer que no se come mal en el Colonnello ese…
—No, la comida es buena.
—En cualquier caso, querían cuarenta euros por cabeza…
—¡Entonces has hecho lo que debías!
Pollo da gas y riéndose groseramente se aleja con Pallina. Babi se inclina hacia delante.
—¿Eso quiere decir que no hemos pagado?
—¿Te parece mal?
—¿Mal? ¿Te das cuenta que nos pueden denunciar? Pueden haber leído alguna de las matrículas.
—Con los faros apagados es imposible. Oye, lo hacemos siempre y nunca nos han pillado. ¡Así que no seas gafe!
—Yo no soy gafe. Sólo estoy tratando de hacerte razonar. A mí también me parece muy difícil pero ¿por qué no piensas en los del restaurante? Esa es gente que trabaja, que se pasa todo el día en la cocina sudando delante de los hornillos, que te pone la mesa, que te sirve la comida, que quita la mesa, que limpia, ¡y tú no tienes por ellos la más mínima consideración!
—¡Cómo que no la tengo! ¡Hasta te he dicho que me ha gustado mucho cómo se come en ese sitio!
Babi enmudece. Es inútil. Se impulsa hacia atrás en el sillín apartándose un poco de él. A su alrededor, el viento de la noche y la humedad de los bosques le rozan produciéndole escalofríos. Pero no es sólo eso. Está con uno que no entiende, que no puede entender. Alza la mirada. El cielo está despejado. Las estrellas brillan a lo lejos. Pequeñas nubes transparentes acarician la luna. Todo podría ser maravilloso si sólo…
—Eh, Step. —Hook se pone a su lado—. ¿Apuestas cincuenta euros por el que sea capaz de llegar hasta el centro sobre una sola rueda?
Step no se lo hace repetir dos veces.
—Hecho.
Reduce y da gas. La moto se levanta. Babi apenas tiene tiempo de sujetarse. «¡De nuevo! No lo soporto más. ¡Al menos esta vez no está girada boca abajo!»
—¡Step! ¡Step! —grita descargando fuertes puñetazos sobre su espalda—. ¡Para! Baja.
Step frena paulatinamente. La moto toca tierra con las dos ruedas. Hook canta victoria todavía durante un buen rato.
—Pero ¿qué te pasa? ¡¿Te has vuelto loca?!
—Basta de hacer el caballito, de vapulear a la gente, de salir corriendo, no lo soporto más, ¿lo entiendes? —Babi está gritando—. Quiero una vida normal, tranquila. De gente que va en moto como los demás. No quiero escapar de los restaurantes, quiero pagar como todos. No quiero que le pegues a la gente. No quiero oír que uno de tus amigos ha metido un cuchillo entre las piernas de uno sólo porque el tipo en cuestión ha llamado a su ex novia, ¡no querría oírlo aunque saliera con él! Odio la violencia, los matones, los arrogantes, la gente que no sabe vivir, hablar, discutir, que no tiene respeto por los demás. ¡La odio!
Permanecen durante un rato en silencio, dejándose mecer por la velocidad constante de la moto, por el viento que parece irla calmando poco a poco. Step se echa a reír de repente.
—¿Se puede saber qué es lo que encuentras tan divertido?
—¿Sabes en cambio lo que odio yo?
—No, ¿qué?
—Perder cincuenta euros.
Frente a la gasolinera de la plaza Euclide un grupo de jóvenes está escuchando a un tipo muy divertido. Tendría éxito en un pequeño teatro de cabaret. En cambio, se ha obstinado en hacer economía y comercio a pesar de que delante de sus profesores no dice ni pío. Un poco más allá, delante de Pandemonium, se han citado unos chicos algo más mayores. Llega un BMW Z3. Del coche baja una morena con las medias tan perfectas como sus piernas. Lleva una chaqueta negra y unas bermudas plisadas de seda opaca. El coche es azul celeste y un publicista no sería capaz de idear nada mejor. Al bajar él, sin embargo, la magia se desvanece. Tiene cuatro pelos en la cabeza y una barriga incipiente. Un creador como es debido no lo elegiría nunca. Algo más allá, frente al quiosco, hay parada una camioneta. Dos
carabinieri
controlan sin demasiada convicción la documentación de algunos de los muchachos que hay por allí, luego se marchan.
Un coche pasa veloz tocando el claxon. Una chica rubia se asoma a la ventanilla, saluda a alguien y desaparece derrapando a la derecha, por la calle Siacci. Una morena entra en el Caffè Shop a comprar tabaco.