Read A tres metros sobre el cielo Online
Authors: Federico Moccia
Tags: #Infantil y juvenil, Romántico
—¿Qué pasa?
Pollo abre los brazos.
—Nada, ¿por qué?
—Entonces, ¿se puede saber qué coño estás mirando?
—¿Por qué, acaso no puedo mirar?
—Pareces marica… Mira el partido, ¿no? Te traigo hasta aquí y ¿qué haces? ¿Te dedicas a mirarme la cara?
Step se vuelve hacia el campo. Algunos jugadores con chaquetas de entrenamiento sobre las camisetas del equipo se pasan rápidos la pelota mientras un desgraciado que hay en medio de ellos trata de arrebatársela. Step se vuelve de nuevo hacia Pollo. Sigue sin quitarle ojo.
—¡Todavía! Pero ¿es que no lo entiendes? —Step se abalanza sobre él. Le coge la cabeza con ambas manos y, riéndose, golpea con ella la red—. Tienes que mirar ahí. —Lo empuja varias veces—. ¡Ahí, ahí!
Schello, Hook y el resto del grupo se lanzan sobre ellos con el único objetivo de organizar un poco de follón. Otros hinchas se empujan entre ellos contra la red, armando alboroto. Uno de ellos, con un periódico enrollado y un silbato en la boca finge ser uno de la policía antidisturbios y aporrea a todos. Al poco tiempo, el grupo se disgrega, los hinchas corren en todas direcciones divertidos. Step sube a la moto. Pollo salta tras él y ambos escapan de allí deslizándose sobre la grava. Step se pregunta si Pollo habrá adivinado lo que estaba pensando antes.
—Oh, Step, qué lástima…
—¿Por qué?
—Se ha hecho muy tarde, si no, podríamos haber pasado a recogerlas al colegio.
Step no le contesta. Siente que Pollo sonríe a sus espaldas. Luego recibe un puñetazo en el costado.
—Eh, no te hagas el listo conmigo, ¿está claro?
Step se inclina hacia delante dolorido. Sí, Pollo lo ha adivinado y, por si fuera poco, da unos golpes terribles.
La tarde resulta interminable para los dos, aunque no lo sepan.
Babi trata de estudiar. Se dedica a ojear el diario, a cambiar las emisoras de la radio, a abrir y cerrar la nevera intentando resistir la tentación de saltarse la dieta. Acaba delante de la tele mirando un estúpido programa infantil y comiéndose un Danone al chocolate, lo que hace que poco después se sienta todavía peor. Quién sabe si habrá conseguido el número de mi móvil. De todos modos, aquí no hay cobertura. Esperemos que le hayan dado el de casa. En la duda, se apresura a responder a todas las llamadas. Pero la mayor parte de las veces le toca escribir sobre la agenda el apellido de alguna amiga de su madre. Andrea Palombi llama a Daniela al menos tres veces. La envidia. El teléfono suena de nuevo. El corazón le da un vuelco. Corre por el pasillo, levanta el auricular, sólo puede tratarse de Step. En cambio, es Palombi, por cuarta vez. Llama a Daniela rogándole que no se demore. Injusticias del mundo. A Daniela cuatro llamadas, a ella ninguna. Luego se anima. Con todas las carreras que ha hecho debe de haber quemado al menos la mitad de las calorías.
Step come en casa con su amigo. Pollo le vacía prácticamente la nevera. Le gusta mucho la cocina de Maria. Ella se muestra encantada de ver cómo su tarta de manzana desaparece entre las fauces del joven invitado. Step un poco menos ya que tendrá que soportar las quejas de Paolo, cuando vuelva a casa. La tarta de manzana, en realidad, era para él. Poco después, Maria se marcha y los dos descansan un poco. Step relee todos sus cómics de Pazienza.
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Controla las ilustraciones originales, de las que se siente muy orgulloso. Luego despierta a Pollo para enseñárselas. A pesar de que las ha visto ya un sinfín de veces, las contempla como si no las hubiera visto nunca. Son de verdad muy buenos amigos, tanto que Step no puede negarle una llamada por teléfono. Aunque esté al tanto del vicio de Pollo. Como era de prever, se pasa una hora al teléfono. Vaya donde vaya, tiene que llamar al menos una vez. Se tira horas hablando, con quien sea, aunque no tenga nada que decir. Ahora, encima, que se ha echado novia, es incontenible. Su sueño, confiesa a Step al salir, es robar un móvil.
—Mi hermano tiene uno nuevísimo —le responde divertido Step.
Paolo adquiere de inmediato un nuevo valor para Pollo. Quién sabe si después de la tarta de manzana no conseguirá birlarle también el teléfono.
Llueve. Babi y Daniela están sentadas en el sofá junto a sus padres. Miran una película divertida y familiar en el primer canal. La atmósfera parece más distendida.
Suena el teléfono. Daniela enciende el inalámbrico que tiene junto a ella sobre el almohadón del sofá.
—¿Sí? —Mira a Babi asombrada. Incapaz de dar crédito a sus oídos—. Ahora te la paso. —Babi se vuelve tranquila hacia su hermana—. Es para ti, Babi.
Basta ese instante, su mirada, su cara, para comprender. Es él.
Daniela le pasa el teléfono tratando de disimular delante de sus padres. Su hermana lo coge con delicadeza, casi temerosa de tocarlo, de apretarlo, como si una vibración de más pudiera cortar la comunicación, hacerlo desaparecer para siempre. Se lo lleva lentamente a la cara de mejillas encendidas, a los labios emocionados incluso por aquel simple…
—¿Sí?
—Hola, ¿cómo estás?
La voz cálida de Step le llega directamente al corazón. Babi mira a su alrededor consternada, preocupada porque alguien se haya dado cuenta de lo que siente, de su corazón que late enloquecido, de la felicidad que trata desesperadamente de disimular.
—Bien, ¿y tú?
—Bien. ¿Puedes hablar?
—Espera un momento, no oigo nada.
Se levanta del sofá con el teléfono en la mano mientras su bata hace una especie de revoloteo. A saber por qué, ciertos teléfonos no funcionan nunca delante de los padres. Su madre la mira salir del salón y luego se vuelve curiosa hacia Daniela.
—¿Quién es?
Daniela es rápida.
—Oh, Chicco Brandelli, uno de sus pretendientes.
Raffaella la mira por un momento. Luego se tranquiliza. Se concentra de nuevo en la película. También Daniela se vuelve hacia el televisor con un pequeño suspiro. Ha colado. Si su madre hubiera seguido mirándola se habría derrumbado. Es difícil sostener su mirada, uno tiene siempre la impresión de que lo sabe todo. Se felicita por la idea de Brandelli. Al menos ese estúpido ha servido para algo.
La habitación a oscuras. Ella apoyada contra el cristal, mojado por la lluvia, con el teléfono en la mano.
—Hola, Step, ¿eres tú?
—¿Quién si no?
Babi se echa a reír.
—¿Dónde estás?
—Bajo la lluvia. ¿Puedo ir a tu casa?
—Imposible. Están mis padres.
—Entonces ven tú.
—No, no puedo. Estoy castigada. Ayer me pillaron al volver a casa. Estaban esperándome en la ventana.
Step sonríe y tira el cigarrillo.
—¡Entonces es cierto! Todavía se castiga a ciertas chicas.
—Eh, sí, y tú estás saliendo con una de ellas.
Babi cierra los ojos aterrorizada por la bomba que acaba de lanzar. Se queda esperando la respuesta. Sea como sea, ahora ya no tiene remedio. Pero no oye ningún estallido. Lentamente, abre los ojos. Al otro lado del cristal, el resplandor de un rayo permite ver mejor la lluvia. Está amainando.
—¿Sigues ahí?
—Sí. Estaba tratando de entender qué efecto produce caer en las redes de una mosquita muerta.
—Si fuera realmente una mosquita muerta habría elegido otro que enredar.
Step se echa a reír.
—Está bien, hagamos las paces. Tratemos de resistir al menos un día. ¿Qué haces mañana?
—Ir al colegio, estudiar y luego, sigo castigada.
—Bueno, puedo ir a buscarte.
—Yo diría que esa no es precisamente una idea brillante…
—Me vestiré bien.
Babi se ríe.
—No, no es por eso. Es una cuestión algo más general. ¿A qué hora te levantas mañana?
—Bah, a las diez, a las once. Cuando Pollo venga a despertarme.
Babi sacude la cabeza.
—¿Y si no va?
—A las doce, a la una…
—¿Puedes venir a recogerme al colegio?
—¿A la una? Sí, creo que sí.
—Me refería a la entrada.
Silencio.
—¿A qué hora sería eso?
—A las ocho y diez.
—Pero ¿por qué hay que ir al colegio de madrugada? Y luego, ¿qué hacemos?
—Bueno, no sé, nos escapamos…
Babi apenas puede creer lo que está diciendo. «Nos escapamos…» Debe de haberse vuelto loca.
—Está bien, cometamos esa locura. A las ocho a la entrada de tu colegio. Espero poder despertarme a esa hora.
—Será difícil, ¿verdad?
—Bastante.
Se quedan por un momento en silencio. Sin saber muy bien qué decir, cómo despedirse.
—Bueno, entonces, hasta mañana.
Step mira afuera. Ha dejado de llover. Las nubes se mueven veloces. Es feliz. Mira el móvil. En ese momento, ella está al otro lado.
—Adiós, Babi.
Cuelgan. Step alza la mirada. Ahí arriba, en el cielo, han aparecido algunas estrellas, tímidas y mojadas. Mañana será un buen día. Pasará la mañana con ella.
Las ocho y diez. Debe de haberse vuelto loco. Trata de recordar cuándo se levantó por última vez tan temprano. No se acuerda. Sonríe. Hace apenas tres días, volvió a casa justo a esa hora.
En la oscuridad de su habitación, con el teléfono portátil en la mano, Babi sigue con la mirada clavada en el cristal durante un buen rato. Se lo imagina en la calle. Fuera debe de hacer frío. Se estremece por él. Regresa al salón. Le devuelve el teléfono a su hermana y luego se sienta junto a ella en el sofá. Sin que se dé cuenta, Daniela observa su cara con curiosidad. Le gustaría acribillarla a preguntas. Tiene que conformarse con aquellos ojos que, de repente, parecen extasiados. Babi se concentra de nuevo en la televisión. Por un instante, tiene la impresión de estar viendo a colores aquella vieja película en blanco y negro. No entiende mínimamente de qué están hablando y sus pensamientos la transportan muy lejos de allí. Poco después, vuelve inesperadamente a la realidad. Mira a los demás inquieta, pero ninguno da muestras de haberlo notado. Mañana hará novillos por primera vez en su vida.
Paolo está sentado a la mesa hojeando distraído el periódico. Mira a su alrededor. Qué extraño. Le había dicho a Maria que hiciera la tarta de manzana. Se habrá olvidado. Ingenuo. Recuerda el roscón que compró para las situaciones de emergencia. Decide que aquella es una de ellas. Abre algunos armarios. Al final lo encuentra. Lo escondió a conciencia para salvarlo del apetito insaciable de Step y sus amigos.
Mientras se corta un trozo, entra Step.
—Hola, hermano.
—¿Te parece que ésta es hora de volver a casa…? Ahora te pasarás todo el día en la cama, luego, si se tercia, irás al gimnasio y por la noche de nuevo por ahí con Pollo y con esos cuatro delincuentes con los que sales. Desde luego, te pegas una vida…
—Estupenda. —Step se sirve café, luego le añade un poco de leche—. En cualquier caso, da la casualidad de que no vuelvo ahora, salgo.
—Dios mío, ¿qué hora es?
Paolo mira preocupado el reloj. Las siete y media. Exhala un suspiro de alivio. Todo está bajo control. Algo no encaja, de todos modos. Step jamás ha salido a esta hora.
—¿Adónde vas?
—Al colegio.
—Ah. —Paolo se tranquiliza pero, de repente, recuerda que Step acabó el año pasado—. ¿Qué vas a hacer allí?
—Coño, ¿se puede saber a qué vienen todas estas preguntas? Y de madrugada, por si fuera poco…
—Haz lo que quieras, basta con que no te metas en líos. A propósito, ¿Maria no hizo ayer la tarta de manzana?
Step lo mira con aire inocente.
—¿Tarta de manzana? No, no creo.
—¿Seguro? ¿No será que tú, Pollo y esos muertos de hambre de tus amigos os la habéis acabado?
—Paolo, deja de insultar siempre a mis amigos. No me gusta. ¿Acaso ofendo yo a los tuyos?
Paolo se calla. No los ofende. Por otra parte, ¿cómo podría hacerlo? Paolo no tiene amigos. De vez en cuando le llama un colega o algún viejo compañero de la universidad, pero Step no podría ofenderlos. La vida se ha encargado ya de castigarlos. Tristes, grises, con físicos de poeta.
—Hasta luego, Pa', nos vemos esta noche.
Paolo mira la puerta cerrada. Su hermano consigue siempre sorprenderlo. A saber adónde va a esa hora de la mañana. Bebe un sorbo de café. Luego se dispone a coger el trozo de roscón que ha dejado sobre el plato. Ha desaparecido: con Step sale siempre perdiendo.
—Adiós, papá.
Babi y Daniela se bajan del Mercedes. Claudio mira a sus hijas mientras se encaminan hacia el colegio. Un último saludo y luego se marcha. Babi sube todavía algunos escalones. Se da la vuelta. El Mercedes está ya lejos. Baja deprisa y, justo en ese momento, se cruza con Pallina.
—Hola, ¿adónde vas?
—Me voy con Step.
—¿De verdad? ¿Y adónde vais?
—No lo sé. A dar una vuelta. Antes de nada, a desayunar. Esta mañana estaba demasiado emocionada como para poder comer algo. Imagínate. Es la primera vez que hago novillos…
—Yo también estaba emocionada la primera vez. Pero a estas alturas… ¡Hago yo mejor la firma de mi madre que ella misma!
Babi se ríe. La moto de Step se detiene con un zumbido delante de la acera.
—¿Vamos?
Babi se despide de Pallina con un beso apresurado y luego sube emocionada detrás de él. El corazón le late a mil por hora.
—Te lo ruego, Pallina… Trata de no recibir ninguna mala nota y anota a quién preguntan.
—¡OK, jefa!
—¿Otra vez? ¡Mira que me trae mala suerte! Ah, y ni una palabra a nadie, ¿eh?
Pallina asiente. Babi mira a su alrededor preocupada porque alguien la vea. Luego se abraza a Step. Ahora ya está. La moto arranca, huyendo del colegio, de las horas aburridas de clase, de la Giacci, de los deberes y de aquel timbre que a veces da la impresión de que nunca va a sonar.
Pallina mira alejarse con envidia a su amiga. Se alegra por ella. Sube las escaleras charlando, sin advertir que alguien la está observando. Algo más arriba, una mano ajada por el tiempo y el odio, adornada con un viejo anillo con una piedra morada en el centro, tan dura como su dueña, deja caer una cortina. Alguien lo ha visto todo.
Las alumnas de la III B entran preocupadas en el aula. A primera hora toca italiano y la profesora Giacci va a preguntar. Es una de las asignaturas que saldrán sin duda en el examen de selectividad. Las alumnas toman asiento saludándose. Una rezagada entra a toda prisa. Llega tarde, como siempre. Charlan nerviosas. Inesperadamente, un mudo y respetuoso silencio. La Giacci está en la puerta. Todas se cuadran. La profesora examina la clase.