Read A tres metros sobre el cielo Online
Authors: Federico Moccia
Tags: #Infantil y juvenil, Romántico
Babi coge de nuevo el cuaderno. Ahora lo encuentra increíblemente ligero. De repente, todo le parece diferente, sus movimientos, sus pasos. Tiene la impresión de estar flotando en el aire. Al volver a su sitio advierte las miradas de sus compañeras, aquel extraño silencio.
—¡Esta vez, Gervasi, es usted la que se ha equivocado!
No consigue entender muy bien lo que sucede a continuación. Se encuentra en una habitación con unos bancos de madera. Su madre chilla. Llega la Giacci con la directora. Le hacen salir. Discuten un buen rato mientras ella las espera en el pasillo. Una monja pasa por allí. Se intercambian una mirada que no va aparejada a ningún tipo de sonrisa o saludo. Finalmente, sale su madre. Se la lleva de allí tirándole del brazo. Está furibunda.
—¿Me expulsan, mamá?
—No, mañana por la mañana vuelves al colegio. Puede que haya una solución pero antes quiero saber lo que piensa tu padre, si también él está de acuerdo.
¿Qué solución será, que requiere el consentimiento de su padre? Después de comer, se entera. Es sólo cuestión de dinero. Tendrán que pagar. Lo bueno de los colegios privados es que todo se puede resolver fácilmente. El único gran problema es «cuánto» fácilmente.
Daniela entra en la habitación de su hermana con el móvil en la mano.
—Ten, es para ti.
Babi, cansada de tanto acontecimiento, se ha quedado dormida.
—¿Sí?
—Hola, ¿salimos?
Es Step. Babi se incorpora en la cama. Completamente despierta.
—Me encantaría, pero no puedo.
—Venga, vamos al Parnaso, o al Pantheon si prefieres. Te invito a un granizado de café con nata en la Tazza d´ Oro. ¿Lo has probado ya? Está buenísimo.
—Estoy castigada.
—¿Otra vez? ¿No se había acabado?
—Sí, pero hoy la maestra ha pillado la firma falsa y se ha organizado un buen lío. Esa no me puede ver. Ha informado a la directora. Por poco repito todo el año. Pero mi madre, al final, lo ha resuelto.
—¡Bien por ella! Tiene un carácter tremendo… pero consigue siempre lo que quiere.
—Bueno, la cosa no se ha resuelto precisamente así. Ha tenido que pagar.
—¿Cuánto?
—Cinco mil euros. Para obras de caridad…
Step silba.
—¡Joder! Menuda demostración de bondad. —Sigue un silencio embarazoso—. ¿Babi?
—Sí, estoy aquí.
—Pensaba que se había cortado la línea.
—No, estaba pensando en la Giacci, mi profesora. Tengo miedo de que la historia no se acabe aquí. La puse en evidencia delante de toda la clase y me la quiere hacer pagar como sea.
—¿Más de cinco mil euros?
—Ésos los ha desembolsado mi madre, claro… son algo así como una especie de donación. Ahora arremeterá contra mí. ¡Menudo coñazo! Con las buenas notas que tengo la selectividad habría sido pan comido.
—¿Entonces no puedes venir?
—No, ¿estás loco?, si llama mi madre y no me encuentra sucede una catástrofe.
—En ese caso, voy yo a tu casa.
Babi mira el reloj. Son casi las cinco. Raffaella no volverá hasta mucho más tarde.
—Está bien, ven. Te invito a un té.
—¿No podría ser una cerveza?
—¿A las cinco?
—No hay nada mejor que una cerveza a las cinco y, además, hay otra cosa: odio a los ingleses.
Cuelga.
—Dani, voy un momento a la tienda, ¿necesitas algo?
—No, nada, ¿quién viene? ¿Step?
—Vuelvo enseguida.
Compra dos tipos de cerveza, una lata de Heineken y otra de Peroni. Si se hubiera tratado de vino habría entendido algo más. De cerveza no tiene ni idea. Vuelve a subir a casa rápidamente y las mete en la nevera. Poco después suena el telefonillo.
—¿Sí?
—Soy yo, Babi.
—Primer piso.
Aprieta dos veces el botón y se encamina hacia la puerta. No puede evitar mirarse en el reflejo de un cuadro. Todo está bien. Abre la puerta. Lo ve subir corriendo por las escaleras. Se detiene sólo en el último momento, justo para dedicarle esa sonrisa que a ella le gusta tanto.
—Hola.
Babi se aparta para dejarlo pasar. Él entra y a continuación saca de debajo de la cazadora una caja.
—Ten, son galletitas inglesas de mantequilla. Las he comprado aquí cerca, son estupendas.
—Galletitas inglesas de mantequilla… Entonces sí que hay algo que te gusta de los ingleses…
—La verdad es que no las he probado nunca. Pero a mi hermano le privan. Y él está obsesionado con tartas de manzana y cosas por el estilo así que tienen que estar buenísimas. A mí me gustan sólo las cosas saladas. Hasta para desayunar como siempre un sándwich o un bocadillo. Dulces casi nunca.
Babi sonríe. Ligeramente preocupada por lo distintos que son, incluso en las cosas más insignificantes.
—Gracias, me las comeré enseguida.
En realidad, está a dieta y esos pequeños rectángulos de mantequilla desmenuzables deben de tener unas cien calorías cada uno. Step va tras ella, él también ligeramente preocupado. Las galletas no las ha comprado, las ha cogido en su casa. Pero luego lo piensa mejor y se tranquiliza. En el fondo, le está haciendo un favor a Paolo. Un poco de dieta no le vendrá mal. Daniela sale adrede de su habitación para verlo.
—Hola, Step.
—Hola.
Él le da la mano sonriente, parece no haber prestado demasiada importancia al hecho de que ella sepa su apodo. Babi fulmina con la mirada a su hermana. Daniela, pillando al vuelo sus intenciones, finge coger algo y regresa de inmediato a su habitación. Poco después, el agua empieza a hervir. Babi coge una caja de color rosa. Con una cucharita vierte diminutas hojas de té en el cacito. Lentamente, un perfume ligero inunda la cocina.
Luego van al salón. Ella con una taza de té a la cereza humeante entre las manos, él con las dos cervezas, resolviendo de este modo cualquier posible duda. Babi coge un álbum de fotografías de la librería y se las enseña. Puede que sea la Heineken, o también la Peroni, pero el caso es que se está divirtiendo. Escucha las historias entusiastas que vienen a continuación de cada fotografía, un viaje, un recuerdo, una fiesta.
Esta vez no se duerme. Foto a foto, la ve crecer, ojeando aquellas páginas con celofán. La contempla cuando le salen los primeros dientes, cuando apaga una velita, cuando va en bicicleta y luego, un poco más mayor, en el tiovivo con su hermana. Sobre el trineo con Papá Noel, en el zoo con un cachorro de león entre los brazos. Poco a poco, su rostro adelgaza, su pelo se aclara, su pequeño pecho aumenta de tamaño y, de repente, tras aquella página, se ha convertido ya en una mujer. Atrás queda el chicote enfurruñado en bañador con las manos sobre las caderas. Un pequeño bikini cubre el cuerpo moreno de una bonita muchacha, de piernas lisas, ahora delgadas y más largas. Sus ojos claros son ya capaces de entender, su inocencia una elección. Sentada sobre un patín, unos hombros delgados, puede que demasiado angulosos, se asoman dorados por entre los últimos mechones de pelo aclarado por el mar. Al fondo, unos bañistas desenfocados ignoran que han sido inmortalizados.
A medida que pasan las páginas, ella se va pareciendo cada vez más al original que está sentado a su lado. Step, interesado en aquellas historias, observa aquellas fotos, se bebe la segunda cerveza, hace de tanto en tanto alguna pregunta. Babi, de repente, sabiendo ya lo que viene a continuación, trata de saltar una página.
Step, divertido por aquel millar de pequeñas versiones suyas, se le adelanta.
—Eh, no, quiero verlo.
Simulan una lucha, sólo para abrazarse un poco y sentirse más cerca. Luego él, después de haber ganado, suelta una carcajada. Ahí está, cómica y haciendo una mueca con los ojos torcidos, en medio de la página. A Babi nunca le ha gustado aquella foto.
—Extraño, es la que más se parece a ti.
Ella, fingiendo ofenderse, le pega. Luego pone el álbum en su sitio, coge su taza, las dos latas de cerveza ya vacías y va hasta la cocina. Step, a solas, da vueltas por el salón. Se para delante de algunos cuadros de autores que desconoce. Sobre una mesa ancha de patas cortas hay toda una serie de cajitas y ceniceros de plata, colocados al azar, que habrían hecho las delicias de sus amigos.
Babi lava su taza y tira las dos latas de cerveza vacías en la basura que hay bajo la pila, cubriéndolas con un brik de leche vacío y con unos pañuelos de papel arrugados. No debe dejar ningún rastro. Al volver al salón, Step ha desaparecido de verdad.
—¿Step? —No hay respuesta. Se dirige a su habitación—. ¿Step?
Lo ve. Está de pie junto a su escritorio ojeando su diario.
—No está bien leer las cosas de los demás sin su permiso.
Babi le arranca el diario de las manos. Él la deja hacer. De todos modos, ya ha leído lo que le interesa. Lo memoriza.
—¿Por qué, acaso hay algo escrito que podría hacerme enfadar?
—Son cosas mías.
—Espero que no haya mensajes o partes dedicadas a ese memo del BMW.
—No, esa fue una historia un poco así, un pequeño
flirt
.
Se divierte pronunciando exageradamente la palabra extranjera.
—Un pequeño
flirt
—la imita Step.
—Por supuesto, nada que ver con la historia que hubo entre tú y esa loca furiosa.
—¿A quién te refieres?
Step finge no entenderla.
—¡Venga, sabes de sobra a quién me refiero! A esa morena, la bravucona que ayer puse en su sitio. No me digas que ésa se me tiró encima sólo para divertirse. Entre vosotros hay algo más que un
flirt
…
Step se ríe y se acerca a ella, la besa, arrastrándola hasta la cama. Luego empieza a subirle la camiseta.
—Quieto, venga. Si llegan mis padres y nos pillan se enfadarán, y si, además, nos encuentran en mi habitación, se organizará una buena.
—Tienes razón. —Step la coge y la levanta con facilidad, acostumbrado a barras mucho más pesadas que aquel delicado cuerpo—. Es mejor que vayamos allí.
Sin darle tiempo a responder, se mete en la habitación de los padres de Babi y cierra la puerta. Luego la coloca suavemente sobre la cama y, besándola en la penumbra del dormitorio, se extiende junto a ella.
—Estás loco, lo sabes, ¿verdad? —le susurra al oído.
Él no responde. Un pequeño rayo del último sol se filtra a través de la persiana bajada e ilumina su boca. Puede ver aquellos dientes blancos y perfectos sonreírle y entreabrirse antes de perderse en un beso. Luego, sin saber cómo, se encuentra entre sus brazos desnuda de cintura para arriba. Siente su piel acariciarle, sus manos apoderarse dulcemente de su pequeño seno. Babi tiene los ojos cerrados, sus labios suaves se abren y se cierran con un ritmo constante, cambiando un poco de cuando en cuando, pequeña fantasía del beso. Inesperadamente, se siente más tranquila, más libre. La mano de Step se adueña en silencio de su cinturón.
Desabrocha el cierre. En la oscuridad de la habitación, Babi oye el crujido del cuero, el ruido de la hebilla metálica. Con los cinco sentidos puestos en ello, sin dejar de besarlo. La habitación parece suspendida en el vacío. Sólo el lento tictac de un despertador lejano, su respiración cercana, ahora entrecortada por el amor. Un ligero apretón. El cinturón se cierra un poco más y el clavo abandona el tercer agujero de bordes oscuros, el más estropeado, el más gastado, fruto de su estricta dieta. En un abrir y cerrar de ojos, sus Levi's se abren. Los botones de plata, antes aprisionados, se ven liberados por el toque mágico de sus dedos. Uno tras otro, cada vez más abajo, mientras aumenta el peligro. Babi contiene la respiración y algo sucede de repente en medio del encanto de aquellos besos. Un leve cambio, casi imperceptible. Aquel suave hechizo parece desvanecerse. A pesar de que siguen besándose, entre ellos se produce algo parecido a una silenciosa espera. Step trata de percibir algo, una señal, una muestra de su deseo. Pero Babi permanece inmóvil, sin dejar traslucir nada. De hecho, todavía no ha tomado ninguna decisión. Nadie había llegado antes hasta aquel punto. Siente sus vaqueros abiertos y la mano de él sobre el borde de la pierna. Sigue besándolo, sin querer pensar, sin saber muy bien qué hacer. En ese momento, la mano de Step decide correr el riesgo. Se mueve lentamente, con delicadeza pero, a pesar de ello, ella puede sentirla de todos modos. Entorna los ojos exhalando un suspiro. Los dedos de Step sobre su piel, sobre aquel borde rosa fruncido, sus bragas. El elástico se aleja un poco de su vientre y casi de inmediato resbala de su mano para volver veloz a su sitio. Un segundo intento más decidido. Bajo sus vaqueros, la mano de Step aprisiona su cadera y allí, insolente y resuelta, pasa por debajo del elástico. Se desliza hacia abajo, hacia el centro, acariciándole la tripa, más y más abajo, hasta aquel contorno rizado, frontera aún inexplorada.
Pero entonces sucede algo. Babi le sujeta la mano. Step la mira en la penumbra.
—¿Qué pasa?
—Chss. —Babi se incorpora sobre un lado, aguzando los oídos para tratar de oír lo que pasa más allá de la habitación, del cierre metálico, abajo, en el patio. Un ruido repentino, una aceleración familiar. Esa marcha atrás—. ¡Mi madre! Rápido, tenemos que darnos prisa.
Se visten en menos que canta un gallo. Babi tira de la colcha. Step acaba de meterse la camisa en los pantalones. Alguien llama a la puerta de la habitación. Se quedan paralizados por un momento. Es Daniela.
—Babi, mira que mamá ha vuelto. —No le da tiempo a acabar la frase. La puerta se abre.
—Gracias, Dani, lo sé.
Babi sale arrastrando a sus espaldas a Step. Él se resiste un poco.
—No, quiero hablar, ¡quiero aclarar de una vez por todas esta situación!
De nuevo, en su cara, esa sonrisa insolente.
—Déjate de bromas. No sabes lo que mi madre sería capaz de hacerte si te encontrara aquí. —Se dirigen al salón—. Rápido, sal por ahí, así no te cruzarás con ellos.
Babi abre la cerradura de la puerta principal. Sale al rellano. El ascensor da directamente al patio. Lo llama. Se intercambian un beso apresurado.
—Quiero una cita con Raffaella.
Ella lo empuja dentro del ascensor.
—¡Desaparece!
Step aprieta el botón de la planta baja y, con una sonrisa, sigue el consejo de Babi. Justo en ese momento, la otra puerta, la de servicio, se abre. Entra Raffaella. Apoya algunas bolsas sobre la mesa de la cocina. Entonces tiene como una especie de presentimiento, siente que algo flota en el aire, puede que el golpe que da la otra puerta al cerrarse.