A tres metros sobre el cielo (47 page)

Read A tres metros sobre el cielo Online

Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: A tres metros sobre el cielo
8.35Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Compromiso aplazado. Prefiero estar con mi hermano. A condición de que hagamos un pacto. Aunque la cena dé asco, tú dejarás en paz mis gafas… —Paolo saca del bolsillo de la chaqueta un par de flamantes gafas recién estrenadas—. No te digo cuánto me han costado, si no luego me dices que sólo pienso en el dinero. En cualquier caso, es verdad, los comerciantes se aprovechan de que es Navidad.

Paolo pone sobre la mesa que hay junto a Step una enorme ensalada con rúcula, parmesano y trozos de champiñón.


¡Et voilà!
¡Cocina francesa!

Step nota que se ha puesto un delantal claro corriente y moliente. El de flores que le regaló Babi está colgado junto a la pila. Se pregunta si su hermano lo habrá hecho adrede.

—Bromas aparte, ¿por qué no has salido a cenar con Manuela?

—¿Qué pasa esta noche, me vas a interrogar? Es Navidad, tenemos que ser felices, hablemos de otra cosa. Es una fea historia.

—Lo siento.

Step coge un trozo de parmesano y se lo mete en la boca.

—Sí, gracias. Trata, sin embargo, de no comerte toda la ensalada, ¿eh? Oye, ¿por qué no vas al salón y pones la mesa? El mantel está ahí abajo.

Step coge el primero que pilla.

—No, coge el rojo. Está más limpio y, además, es Navidad. Por cierto, han llamado papá y mamá… querían felicitarte. ¿Por qué no los llamas?

—Lo he intentado… comunica.

Step se dirige al salón.

—¿Por qué no vuelves a intentarlo ahora?

Step decide no contestarle.

—Haz como quieras… Yo te lo he dicho.

Paolo se quema un dedo al tratar de averiguar si la pasta está lista. También él decide no insistir.

Más tarde, están sentados uno frente a otro. Un pequeño árbol de Navidad resplandece sobre un mueble cercano. La televisión está encendida pero sin volumen, unos presentadores navideños hablan por encima de la música alegre de la radio.

—Caramba, Paolo, esta pasta está buenísima. En serio.

—Le falta un poco de sal.

—No, yo creo que está bien así.

En un abrir y cerrar de ojos, los recuerdos se apoderan de él de nuevo. Babi le añadía sal a casi todo. Él le tomaba el pelo porque lo hacía en cualquier caso, con todos los platos, incluso antes de probarlos.

—Pero pruébalo antes, ¿no?, puede que esté ya saladísimo.

—No, no lo entiendes, a mí me gusta poner sal…

«Dulce cabezota.» No, no se entiende. No se puede entender. ¿Cómo puede haber pasado? ¿Cómo es posible que ya no esté? ¿Cómo puede estar con otro? Vuelve a ver el coche que avanza tranquilo. Los imagina juntos, abrazados.

De algo estoy seguro. «No podrá quererla como la quería yo, no podrá adorarla de ese modo, no sabrá advertir hasta el menor de sus dulces movimientos, de aquellos gestos imperceptibles de su cara.» Es como si sólo a él le hubiera sido concedida la facultad de ver, de conocer el verdadero sabor de sus besos, el color real de sus ojos. «Ningún hombre podrá ver nunca lo que yo he visto. Y él menos que ninguno. Él, real, cruel, inútil, material…» Se lo representa así, incapaz de amarla, deseando sólo su cuerpo, incapaz de verla verdaderamente, de entenderla, de respetarla. Él no se divertirá con esos tiernos caprichos. Él no amará incluso su mano pequeña, sus uñas comidas, sus pies ligeramente regordetes, aquel diminuto lunar escondido, aunque no tanto, a fin de cuentas. Puede que lo vea, sí, qué terrible sufrimiento, pero nunca será capaz de amarlo. No de aquel modo. La tristeza inunda sus ojos. Paolo lo mira preocupado.

—Da realmente asco, ¿verdad? Si no te gusta, déjala. El segundo plato es estupendo.

Step levanta la mirada hacia su hermano, sacude la cabeza haciendo un esfuerzo por sonreír.

—No, Pa', está buena, de verdad.

—¿Quieres hablar?

—No, es una fea historia.

—¿Peor que la mía?

Step asiente. Se sonríen. Una mirada fraternal en el verdadero sentido de la palabra, puede que por primera vez en sus vidas. Inesperadamente, el timbre de la puerta. Un sonido prolongado e insistente atraviesa el aire, llevándose consigo alegría y esperanza. Step corre hacia la puerta, la abre.

—Hola, Step.

—Ah, hola, Pallina. —Trata de ocultar su desilusión—. Ven, ¿quieres entrar?

—No, gracias, sólo he pasado para felicitarte. Te he traído esto.

Le da un pequeño paquete.

—¿Lo abro ahora?

Pallina asiente. Step le da la vuelta entre las manos para encontrar el lado justo, lo desenvuelve deprisa. Un marco de madera y, dentro, el mejor regalo que podía desear. Él y Pollo sobre la moto, abrazados, con el pelo corto, las piernas levantadas, la carcajada al viento. Una dolorosa punzada.

—Es precioso, Pallina, gracias.

—Dios mío, Step, si supieras cuánto lo echo de menos.

—Yo también.

Sólo entonces se da cuenta de cómo va vestida Pallina. Cuántas veces la ha visto con aquella cazadora vaquera detrás de su moto, cuántas palmadas le ha dado, con amistad, con fuerza, con alegría.

—Step, ¿te puedo pedir algo?

—Lo que quieras.

—Abrázame. —Step se acerca a ella temeroso, extiende los brazos y la acoge entre ellos. Piensa en su amigo, en cuánto lo quería ella—. Apriétame fuerte, más fuerte. Como hacía él. ¿Sabes?, siempre me decía: «Así no te escaparás. Te quedarás siempre conmigo.» —Pallina apoya la cabeza sobre su hombro—. Y, en cambio, es él el que se ha ido. —Se pone a llorar—. Me recuerdas mucho a él, Step. Él te adoraba. Decía que sólo tú le entendías, que erais iguales, vosotros dos.

Step mira a lo lejos. La puerta se desdibuja ligeramente. La abraza cada vez más fuerte.

—Eso no es verdad, Pallina, él era mucho mejor que yo.

—Sí, es verdad. —Sonríe sorbiendo por la nariz. Pallina se separa de Step—. Bueno, me voy a casa.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, gracias. Dema me está esperando abajo.

—Salúdalo de mi parte.

—Feliz Navidad, Step.

—Feliz Navidad.

La mira entrar en el ascensor. Pallina le vuelve a sonreír antes de cerrar la puerta y de apretar el botón B. Mientras baja, saca de la cazadora su cajetilla de Camel
light
. Se enciende el último cigarrillo, el que está al revés. Pero se lo fuma con tristeza, sin esperanza. Consciente de que su único, verdadero deseo, es irrealizable.

Step va a su habitación y, tras poner la foto sobre su mesita, vuelve al salón. Junto a su plato hay un paquete.

—¿Y esto qué es?

—Tu regalo. —Paolo le sonríe—. ¿No sabes que en Navidad se dan regalos?

Step empieza a abrir el paquete. Paolo lo observa divertido.

—Al ver que ayer quemabas todos tus dibujos se me ocurrió que ahora ya no tendrás nada para leer.

Step lo desenvuelve del todo. Le entra risa.

—Tex Willer.

El cómic que más odia.

—Si no te gusta, lo puedes cambiar.

—¿Bromeas, Paolo? Gracias. No lo tengo. Espera un momento, yo también tengo algo para ti.

Poco después vuelve de su habitación con un estuche. Lo compró aquella tarde mientras esperaba bajo la casa de Babi. Antes de verla. Prefiere no pensar en ello.

—Ten.

Paolo coge el regalo y lo abre. Un par de Ray-Ban negras Predator aparecen en sus manos.

—Son como las mías. Son durísimas y no se rompen nunca. Aunque alguien te las tire al suelo. —Le sonríe—. Ah, por cierto, no las puedes cambiar.

Paolo se las pone.

—¿Cómo estoy?

—¡Muy bien! Coño, pareces un tipo duro. Casi das miedo.

De repente, se asoma a su mente, lúcida, perfecta, divertida.

—Oye, Pa', tengo una idea, sólo que no me puedes decir que no como de costumbre. ¡Hoy es Navidad, no me lo puedes negar!

El viento frío los despeina.

—¿Podrías ir más despacio, Step?

—Pero si voy a ochenta.

—En ciudad no habría que superar los cincuenta.

—Cállate ya, sé que te gusta.

Step acelera. Paolo lo abraza con fuerza. La moto corre veloz por las calles de la ciudad, atraviesa los cruces, pasa los semáforos en naranja, silenciosa, ágil. Los dos hermanos van sobre ella, abrazados. La corbata de Paolo se libera de la cazadora y agita alegre en la noche sus rombos severos. Algo más arriba, sus gafas oscuras. Paolo mira aterrorizado la calle, listo para advertir cualquier peligro. Delante de él, Step conduce tranquilo. El viento acaricia sus Ray-Ban. Algunas personas aparcan apresuradas en segunda fila delante de una iglesia. Van a misa. Religiosidad navideña, oraciones cargadas con el sabor a
panettone
. Por un momento siente ganas de entrar, de pedir algo, de rezar.

Pero enseguida se pregunta cuánto le puede importar a Dios uno como él, uno así. Nada. Dios es feliz. Él tiene las estrellas. Mira a lo alto, al cielo. Nítidas, a millares, aparecen inmóviles y brillantes. En ese momento, aquel azul le parece más remoto que nunca, inalcanzable. Entonces acelera, mientras el viento le golpea en la cara, mientras sus ojos empiezan a dejar caer paulatinamente unas lágrimas de las que no sólo es culpable el frío. Siente que Paolo se abraza aún más estrechamente a él.

—Venga, Step, no corras. ¡Tengo miedo!

«Yo también tengo miedo, Paolo. Tengo miedo de los días que están por venir, de no poder resistirlo, de lo que ya no tengo, de lo que el viento cancelará.» Da un poco más de gas. Reduce con suavidad. Por un momento, le parece oír la risa de Pollo. Aquellas risotadas fuertes y alegres. Su cara, su voz amiga…

—Coño, Step, nos divertimos, ¿eh?

Y cervezas, y noches fuera, siempre juntos, siempre alegres y con ganas de vivir, de pelear, con un cigarrillo a medias y tantos sueños. Acelera de nuevo. Paolo grita, mientras la moto se levanta. Step sigue así, acelerando sobre una sola rueda, haciendo el caballito como en los buenos tiempos, sonriendo a aquel ramo de flores apoyado en el arcén.

Lejos, más lejos, en el sofá de una casa elegante, dos cuerpos desnudos se acarician.

—Eres preciosa. —Ella sonríe avergonzada, sintiéndose todavía un poco extraña—. Pero ¿qué es esto?

Una ligera vergüenza.

—Nada, un tatuaje.

—Es un águila, ¿verdad?

—Sí. —A continuación, una amarga mentira—: Me lo hice con una amiga mía.

En ese momento, no hay ningún gallo que cante, pero una oleada de tristeza invade igualmente su corazón. Y un cruel destino radiofónico se ceba con ella, casi como si quisiera hacérsela pagar.
Beautiful
. Su canción. Babi se echa a llorar.

—¿Por qué lloras?

—No lo sé.

No encuentra ninguna respuesta. Puede que porque no las haya.

En otros lugares, la gente juega gritando y armando alboroto. Fichas de colores van cayendo sobre paños verdes. Abuelas cansadas son conducidas hasta casa. Una muchacha morena se duerme, romántica, abrazada al almohadón. Sueña con conocer a aquel chico que ha visto pasar.

Dulcemente, la rueda toca de nuevo el suelo, igual que se ha levantado, sin problemas.

Paolo vuelve a respirar. Step aminora la marcha. Sonríe.

Es verano. Los dos son todavía unos niños. Sus padres están allí, felices bajo la sombrilla. Charlan sobre dos tumbonas azules, las que tienen el nombre del establecimiento arriba. Step sale del agua corriendo hacia ellos, con el pelo mojado y unas gotas saladas deslizándose por sus labios.

—¡Tengo hambre, mamá!

—Primero cámbiate el bañador y luego te daré un trozo de pizza.

Entonces su madre lo envuelve en una gruesa toalla. La sujeta sobre sus hombros, sonriendo. Él se quita obediente el bañador. Luego, avergonzado de estar desnudo, se pone enseguida el seco. Trata de no mancharlo con la arena mojada y más oscura que le cubre los tobillos. No lo consigue. Sonríe de todos modos. Su madre lo besa. Tiene unos labios suaves y cálidos, huele a sol y a crema. Step se aleja corriendo feliz, con su trozo de pizza blanca en la mano. Esponjosa, aún caliente, con el borde crujiente, justo como le gusta a él.

Paulatinamente, la moto entra en la curva. Es hora de volver a casa. Es hora de volver a empezar, lentamente, sin dar demasiadas sacudidas al motor. Sin darle demasiadas vueltas. Con una única pregunta. «¿Volveré a estar alguna vez allí arriba, en ese lugar tan difícil de alcanzar?» Allí, donde todo resulta más hermoso. Desgraciadamente, en ese mismo instante, sabe ya la respuesta.

FEDERICO MOCCIA, (1963) nació en Roma. Trabaja como diseñador de escenografías para cine y teatro. Hasta el año 2008 ha publicado en italiano tres obras:
Tre metri sopra il cielo
(Tres metros sobre el cielo)
,
Ho voglia di te
(Tengo ganas de ti)
y
Scusa ma ti chiamo amore
(Perdona si te llamo amor)
, de las cuales ha vendido más de tres millones de ejemplares.

Su primera novela
Tre metri sopra il cielo
(Tres metros sobre el cielo)
fue rechazada por todas las editoriales, por lo que Federico Moccia decidió publicarla por su cuenta, en 1992, en una edición mínima pagada por el propio autor y que se agotó inmediatamente, fue fotocopiado una y otra vez, y circuló de mano en mano hasta que se reeditó en 2004, cuando una gran editorial apostó por el autor y lo catapultó a la fama, convirtiendo su obra en un espectacular éxito de ventas.

Es uno de los fenómenos editoriales más asombrosos de los últimos tiempos. Sus cuatro novelas se han convertido en referente indiscutible para el público joven, que se ha visto reflejado en las historias y ha sentido su autenticidad, la conexión que guardan con la realidad social del momento. Roma tiene ya la «ruta Moccia», las frases de sus libros se escriben en las paredes de la ciudad y, como sucede con los protagonistas de su segunda novela, miles de jóvenes italianos sellan su amor atando un candado en las farolas del puente Milvio.

Other books

Flesh and Blood by Michael Cunningham
Through Russian Snows by G. A. Henty
Sudden Threat by A.J. Tata
The Spacetime Pool by Catherine Asaro
Hung Up by Kristen Tracy
Waiting for Orders by Eric Ambler