Read A tres metros sobre el cielo Online
Authors: Federico Moccia
Tags: #Infantil y juvenil, Romántico
Babi se pregunta a qué principios se referirá. Dario le pasa el cigarrillo a Gloria.
—Claro que, si el que le daba el cabezazo era yo, habría visto las estrellas.
Dario suelta una carcajada.
Gloria da una calada, luego mira a Babi sonriendo.
—¿Y qué, estás saliendo con Step?
—¿Yo? ¡Tú estás loca! Bueno, yo me voy, tengo que encontrar a Pallina.
Se aleja. Se ha equivocado. Los dos están locos. Una hija feliz de que a su padre lo hayan vapuleado. Su novio disgustado por no haber podido hacerlo él. Increíble. Sobre una pequeña elevación, detrás de una red agujereada, está Pollo. Está sentado sobre una gruesa moto y charla alegremente con una chica que tiene abrazada entre las piernas. La chica lleva una gorra azul con la visera y la inscripción «NY» delante. El pelo negro recogido en una cola le sale de la gorra entre el cierre y la costura. Viste una cazadora con las mangas blancas plastificadas de típica chica pompón americana. El cinturón doble de
Camomilla
, un par de mallas azul oscuras y las Superga a juego la hacen parecer un poco más italiana. Esa loca desenfrenada que se ríe y mueve divertida la cabeza besando de vez en cuando a Pollo es Pallina. Babi se acerca. Su amiga la ve.
—¡Eh, hola, qué sorpresa! —Sale a su encuentro y la abraza—. Estoy muy contenta de que hayas venido.
—Yo para nada. Al contrario, ¡quiero irme lo antes posible!
—Por cierto, ¿qué haces aquí? ¿No es una idiotez venir a las carreras?
—De hecho, eres realmente una idiota. ¡Tu madre ha llamado!
—¿No…? ¿Y tú qué le has dicho?
—Que estabas durmiendo.
—¿Y se lo ha creído?
—Sí.
Pallina silba.
—¡Menos mal!
—Sí, pero me ha dicho que mañana por la mañana te viene a recoger pronto, que tienes que ir a hacer los análisis y te saltas la primera hora.
Pallina da un salto de alegría.
—¡Yuhuu! —Su entusiasmo, sin embargo, no dura mucho—. Pero mañana a primera hora tenemos religión, ¿no?
—Sí.
—Qué rabia, ¿no puedo hacer los análisis el viernes que tenemos italiano?
—Bueno, en cualquier caso, pasará a recogerte a las siete, así que trata de volver pronto, ¿eh?
—¡Quédate, venga! —Pallina coge del brazo a Babi y la arrastra hacia donde está Pollo—. ¿A qué hora se acaba esto?
Pollo sonríe a Babi que lo saluda resignada.
—Pronto, como mucho en dos horas se habrá acabado todo. Luego nos vamos a comer una buena pizza, ¿eh?
Pallina mira entusiasmada a su amiga.
—¡Venga, no seas muermo! —dice mientras Pollo sonríe y se enciende un cigarrillo—. Venga, que está también Step, se alegrará de verte.
—¡Sí, pero yo no! Pallina, yo me vuelvo a casa. Trata de volver pronto. ¡No quiero tener problemas con tu madre por tu culpa!
Babi advierte un letrero en el suelo en el borde de la carretera. Es de madera, y en el centro hay una foto de un chico junto a un círculo mitad negro y mitad blanco. El símbolo de la vida. Esa misma vida que el chico en cuestión ha dejado de tener. En él está escrito: «Era rápido y fuerte pero al final el Señor no se comportó con él como un verdadero señor. No quiso concederle el desquite. Sus amigos.»
—¡Menudos amigos que sois! ¡Y hasta os da por hacer de poetas! Prefiero estar sola que tener amigos como vosotros que me ayudan a matarme.
—¿Qué coño has venido a hacer aquí si nada te parece bien? —dice Pollo tirando al suelo el cigarrillo.
Luego, su voz.
—Pero ¿es posible que no consigas llevarte bien con nadie? Tienes realmente un carácter asqueroso, ¿eh?
Es Step. Plantado delante de ella con su sonrisa insolente.
—Da la casualidad de que yo me llevo bien con todos. Jamás he tenido una discusión en mi vida, puede que porque siempre he frecuentado un cierto tipo de gente. Sólo hace poco que mis amistades han empeorado, tal vez por culpa de alguien…
Mira alusivamente a Pallina, quien a su vez alza la mirada resoplando.
—Ya lo sé, de todos modos, lo mires como lo mires, es siempre culpa mía.
—¿Acaso no he venido hasta aquí sólo para avisarte?
—Pero bueno, ¿no has venido por mí? —Step se pone delante de ella—. Estoy seguro de que has venido a verme correr… Su cara se acerca demasiado peligrosamente a la de ella. Babi lo esquiva haciéndose a un lado.
—Pero si ni siquiera sabía que estabas aquí.
Enrojece.
—Lo sabías, lo sabías. Te has puesto roja como un pimiento. Ves, no te conviene contar mentiras, no eres capaz.
Babi se calla. Exasperada con aquel maldito rubor y con el corazón que, desobediente, le late con fuerza. Step se acerca a ella lentamente. Su cara se encuentra de nuevo demasiado próxima a la de Babi. Le sonríe.
—No entiendo por qué te preocupas tanto. ¿Tienes miedo de decirlo?
—¿Miedo? ¿Miedo yo? ¿Y de quién? Tú no me das miedo. Sólo me produces risa. ¿Quieres saber algo? Esta noche te he denunciado. —Esta vez es ella la que se acerca a la cara de Step—. ¿Has entendido? He dicho que has sido tú el que le pegó al señor Accado. Ése al que diste un cabezazo. Les he dado tu nombre. Imagínate, pues, el miedo que te tengo…
Pollo baja de la moto y se dirige deprisa hacia Babi.
—Asquerosa…
Step lo detiene.
—Tranquilo, Pollo, tranquilo.
—¿Cómo que tranquilo, Step? ¡Ésa te ha arruinado! Después de todo lo que pasó, otra denuncia y tendrás que pagar por todo el resto. Irás directamente a la cárcel.
Babi se queda estupefacta. Eso no lo sabía. Step calma a su amigo.
—No te preocupes, Pollo. No pasará nada. No iré a la cárcel. Puede que, como mucho, tenga que presentarme ante el juez. —Luego, dirigiéndose a Babi—: Lo que importa es lo que digas en el proceso cuando te llamen para testimoniar en mi contra. Ese día tú no dirás mi nombre. Estoy seguro. Dirás que no he sido yo. Que yo no tengo nada que ver.
Babi lo mira con aire de desafío.
—¿Ah, sí? ¿Estás seguro?
—Por supuesto.
—¿Piensas meterme miedo?
—En absoluto. Ese día, cuando vayamos al juzgado, estarás tan loca por mí que harás lo que sea con tal de salvarme.
Babi se queda en silencio por un instante, acto seguido suelta una carcajada.
—El que está loco eres tú, si te crees eso. Ese día diré tu nombre. Te lo juro.
Step le sonríe imperturbable.
—No jures.
Un silbido prolongado y decidido. Todos se dan la vuelta. Es Siga. En el centro de la carretera hay un hombre bajo de unos treinta y cinco años. Lleva puesta una cazadora negra de piel. Todos lo respetan, en parte porque se rumorea que lleva escondida una pistola en su interior. Levanta los brazos. Es la señal. La primera carrera, la de las
camomillas
. Step se vuelve hacia Babi.
—¿Quieres venir detrás de mí?
—¿Lo ves como es verdad? Estás loco.
—No, la verdad es otra: tú tienes miedo.
—¡No tengo miedo!
—Entonces pídele prestado el cinturón a Pallina, ¿no?
—Estoy en contra de esas estúpidas carreras.
Una SH azul se para delante de ellos. Es Maddalena. Saluda a Pallina con una sonrisa, luego ve a Babi. Las dos muchachas se miran fríamente. Maddalena se levanta la cazadora.
—¿Me llevas, Step?
Enseña el cinturón de Camomilla.
—Claro, pequeña. Apaga la SH.
Maddalena lanza una mirada de satisfacción a Babi, luego le pasa por delante para aparcar la SH un poco más allá. Step se acerca a Babi.
—Qué lástima, te habrías divertido. A veces el miedo es realmente algo terrible. Te impide disfrutar de los mejores momentos. Si no sabes vencerlo, es como una especie de maldición.
—Ya te he dicho que no tengo miedo. Vete a hacer tu carrera, si eso te divierte tanto.
—¿Me animarás?
—Me voy a casa.
—No puedes, después del silbido nadie se puede mover.
Pallina se acerca a ellos.
—Tiene razón. Venga, Babi. Quédate aquí conmigo. Vemos esta carrera y luego nos vamos las dos juntas.
Babi asiente. Step se le acerca y con un ágil movimiento le quita la bandana que ella lleva en lugar de cinturón. A Babi no le da tiempo a impedirlo.
—Devuélvemela.
Trata de cogerla. Step la tiene en alto con la mano. Entonces Babi intenta golpearle en plena cara, pero Step es más rápido. Le agarra la mano en el aire y se la aprieta con fuerza. Los ojos azules de Babi brillan. Le está haciendo daño. Orgullosa como es, no dice una palabra. Step se da cuenta. Afloja la mano.
—No vuelvas a intentarlo.
Luego la deja marcharse y monta en su moto.
En ese momento llega Maddalena y sube detrás de él. Lo hace al revés, como establece el reglamento, y se ata con su cinturón Camomilla. La moto da un salto hacia delante justo cuando ella está acabando de abrocharse el cinturón en el último agujero. Maddalena lleva las manos hacia atrás y se aferra a su cintura. Las dos muchachas se intercambian una última mirada.
Luego Step hace el caballito, Maddalena cierra los ojos sujetándose aún con más fuerza a él. El cinturón aguanta. Step vuelve sobre las dos ruedas y acelera para llegar al centro de la carretera, listo para la carrera. Levanta el brazo derecho. En su muñeca, llamativa y socarrona, se agita la bandana de Babi.
Repentinamente, tres motos salidas de la nada se colocan en el centro de la carretera. Todas llevan detrás a una chica sentada del revés. Las
camomillas
miran a su alrededor. Una multitud de chicos y chicas las rodea. Las miran divertidos. Algunas las conocen y las señalan gritando sus nombres. Otros las saludan con la mano tratando de llamar su atención. Pero las
camomillas
no contestan. Todas tienen los brazos hacia atrás y se aferran al conductor por miedo al arranque. Siga recoge las apuestas. Los señores del Jaguar son los que más dinero se juegan. Uno de ellos lo hace por Step. El otro por uno que está a su lado con la moto de colores. Recoge el dinero y se lo mete en el bolsillo delantero de la cazadora, el abolsado. A continuación levanta el brazo derecho y se lleva el silbato a la boca. Se produce un momento de silencio. Los chicos sobre las motos miran hacia delante, listos para partir. Las
camomillas
están sentadas detrás, mirando hacia el otro lado. Tienen los ojos cerrados. Todas menos una: Maddalena quiere disfrutar de ese momento. Adora las carreras. Las motos rugen. Tres pies izquierdos empujan hacia abajo el pedal. Con un único ruido entran tres primeras. Preparados. Siga baja el brazo y silba. Las motos arrancan hacia delante, casi de inmediato sobre una sola rueda, veloces y causando un gran estruendo. Las
camomillas
se sujetan con fuerza a sus hombres. Con la cara vuelta hacia el suelo, ven pasar corriendo bajo ellas la carretera, dura y terrible. Conteniendo el aliento, el corazón a dos mil, el estómago en la garganta. Arrastradas desde detrás a cien, ciento veinte, ciento cuarenta. El primero a la izquierda se adelanta. Baja la rueda delantera, tocando el suelo con un golpe fuerte, empujando sobre los amortiguadores. La horquilla tiembla, pero no sucede nada. El que va a su lado da demasiado gas. La moto se empina, la muchacha, sintiéndose casi en vertical, chilla. El chico, asustado, puede que porque, además, sale con ella, reduce gas y frena. La moto baja delicadamente. Una enorme Kawasaki de casi trescientos kilos planea dulcemente como teledirigida, baja el morro, tocando el suelo, como un pequeño avión sin alas. Step sigue con la carrera, alternando el freno y el acelerador. Su moto, proyectada hacia delante siempre a la misma altura, parece inmóvil, como dirigida por un hilo transparente en la oscuridad de la noche. Vuela, pegado a las estrellas. Maddalena ve pasar la carretera, las bandas blancas casi invisibles se mezclan unas con otras y aquel gris asfalto asemeja a un mar que blando, liso, sin olas, navega en silencio por debajo de ella. Step llega el primero entre los gritos de alegría de sus amigos presentes y la felicidad del señor que ha apostado por él, no tanto por el dinero que ha ganado como por haber vencido al amigo que lo ha llevado a aquel sitio.
Dario, Schello y algún que otro amigo más se precipitan a felicitarlo. Una mano fraterna difícil de reconocer en medio del grupo le ofrece una cerveza todavía fría. Step la coge al vuelo, le da un largo sorbo, luego se la pasa a Maddalena.
—Lo has hecho muy bien, no te has movido ni por un momento. Eres una
camomilla
perfecta.
Maddalena da un sorbo, después baja de la moto y le sonríe.
—Hay momentos en los que hay que quedarse quietos y otros en los que hace falta saberse mover. Estoy aprendiendo, ¿no?
Step sonríe. Es una tía estupenda, esa muchacha.
—Sí, estás aprendiendo.
La mira alejarse. Está también muy buena. Llega Pollo y salta detrás de él en la moto.
—Venga, coño, vamos a buscar a Siga. ¡A ver cuánto has ganado!
—¡No mucho, era el favorito!
—Coño, has dejado de ser una buena jugada. Deberías perder alguna vez, así aumentarías la cuota. Podrías incluso caerte y así luego nos jugaríamos todo a la última, en la que ganarías. Clásico, ¿no? Como los boxeadores americanos en las películas.
—¡De acuerdo, pero la caída la hago con tu moto!
—¡Eso sí que no! La acabo de arreglar.
—¡Step! ¡Step! —Se da la vuelta. Es Pallina que lo llama desde lo alto del muro que hay junto a la red—. ¡Genial! ¡Eres genial!
Step le sonríe. Luego ve a Babi a su lado. Alza el brazo derecho mostrándole su bandana azul.
—¡Ha sido pura suerte! —grita Babi a lo lejos.
Step mete la primera y, llevando detrás a Pollo, hace una gincana entre la gente y se aleja para retirar las merecidas ganancias.
Maddalena frena delante de Babi y Pallina. Lleva a una chica rubia un poco regordeta detrás, sobre su SH. Su amiga tiene los pies sobre los pedales y apenas si se apoya sobre el sillín, pero, de todos modos, la rueda posterior está prácticamente clavada en el suelo. Maddalena mastica una Virgosol con la boca abierta.
—No es sólo suerte. Es sobre todo valor, huevos. ¿Se puede saber qué hacen dos cobardes como vosotras en un sitio como éste?
La tipa rechoncha que va detrás sonríe.
—Ya, sobre todo, ¿cómo es que vais sin uniforme? ¿No sois dos de esas idiotas del Falconieri? O, mejor dicho, dos de esas furcias… ¿No es así como os llaman? ¡Dicen que sois todas unas putas!