Authors: Cayla Kluver
—Ella debe de adoraros —dije.
Sentía que la cabeza me daba vueltas ante esa generosa y poco habitual propuesta. Pocos hombres habrían sido tan tolerantes, o habrían tenido el interés de facilitar a su hija la oportunidad que él le ofrecía a Shaselle de forma tan despreocupada.
—Ella se entiende mejor conmigo que con su madre —me confió; rápidamente, sus labios esbozaron una sonrisa maliciosa y volvió al tema con que había iniciado la conversación—. Lo único que tenéis que hacer es mandar aviso, y estaréis encima de la silla… sin mis sobrinos detrás.
Me guiño un ojo y sospeché que Cannan, que era evidente que tenía una estrecha relación con su hermano, le había contado mi aventura a caballo. No podía sentirme enojada de que mi suegro le hubiera ofrecido esa información a mi tío, en vista de los resultados. También pensé que esa podía ser mi oportunidad de aprovechar el regalo que Baelic me había hecho el día de mi boda, su disposición contarme cosas de Steldor que ni siquiera Cannan sabía.
—Gracias. Tened la seguridad de que lo haré.
—Contendré la respiración hasta tener noticias vuestras —bromeó mientras me acompañaba al jardín. Y, con un saludo con la cabeza, terminó—: Si permites que me baya debo continuar torturando a mi hermano.
—Por supuesto —repuse, riendo.
Baelic fue a reunirse con Cannan, mi padre, Koranis y Garrek, que se encontraban a poca distancia, a mi derecha, ya en el jardín, y saboreaban el vino especiado que acaban de servir.
Las mujeres de más edad se habían reunido y también disfrutaban del vino y de la conservación. Más adelante, en el camino, Galen, Steldor, Temerson y las jóvenes damas se habían juntado. El guardaespaldas de Steldor, Tadark estaba pegado a él, mientras que Halias, más discreto, mantenía una educada distancia con mi hermana. Temerson parecía descorazonado. Imaginé que, ahora que se había hecho oficial que él cortejaba a Miranna, había supuesto que Steldor dejaría de jugar de jugar con el afecto de mi hermana, pero ése no era el caso. También Galen flirteaba sin vergüenza alguna, y las jóvenes damas le reían todas las ocurrencias. Aunque yo sabía que Temerson se había ganado el corazón de mi hermana, dudé de que tuviera la habilidad necesaria para cumplir con el papel de esposo, pues no sabía si sería capaz de mantenerse en su lugar en medio de esa compañía.
Puesto que la posibilidad de soportar la popularidad de mi esposo no atraía, fui a reunirme con mi madre, Faramay, Alantonya, Lania y Tanda. Pero pronto lamenté mi decisión, pues el tema de conversación no me resultaba cómodo y ya era demasiado tarde para retirarme sin parecer maleducada.
—Koranis nos ha prohibido tajantemente que pronunciemos su nombre —decía la barones Alantonya en tono triste y preocupado cuando me acerqué—. Es peor que antes de que regresara, cuando creíamos que había muerto. Pero no podemos comportarnos como si nunca hubiéramos tenido otro hijo, y saber que está vivo en alguna parte me consume y… ¡Alteza!
Alantonya se interrumpió en cuanto me vio y me dedicó una generosa reverencia. Las demás mujeres hicieron lo mismo, a pesar de que los ojos de Faramay no dejaban de dirigirse hacia Steldor. Parecía que controlara cada uno de sus movimientos, lo cual me hacía comprender mejor el comportamiento que tenía Steldor con ella.
—Quizás Alera os pueda consolar un poco —dijo mi madre, retomando el hilo de la conversación y claramente ignorante de mi verdadera relación con el hijo mayor de Alantonya—. Ella tenía una buena amistad con Narian, y tal vez os pueda tranquilizar.
Alantonya me dirigió una mirada esperanzada con sus claros ojos azules que me desgarró el corazón. Yo no quería hablar de Narian con ella, pues mi nostalgia hacía que pronunciar su nombre ya me resultara doloroso. Pero, por otro lado, no podía ignorar la expresión de tristeza de la baronesa, pues era demasiado parecida a la mía.
—Narian…, no sé por qué Narian se marchó, ni adónde fue —conseguí decir. La baronesa mostró inmediatamente una expresión de decepción—. Pero creo que quizá regrese a Hytanica: por lo menos sabemos que no ha ido a Cokyria. Si os sirve de consuelo, él siempre habló con mucho cariño de vos, y estoy segura de que sabe que os preocupáis por él, esté donde esté.
A pesar de que mis palabras no le dieron ninguna información, parecieron calmarla, y la baronesa me lo agradeció sinceramente. A continuación expresó otra de sus preocupaciones:
—Koranis tampoco nos permite ir a nuestra casa de campo. Dice que está demasiado cerca de la frontera con Cokyria. Sé que es posible que ir implique algún peligro, pero estoy preocupada por la posibilidad de que nos roben. Recordáis, supongo, los saqueos de la última vez que estuvimos en guerra, y está tan cerca del río…
—Es mejor que vuestra familia esté en un lugar seguro —le aconsejó lady Tanda, la madre de Temerson, con tono amable. Por primera vez me di cuenta del gran parecido que había entre madre e hijo: el cabello de ella, de un color rojizo canela, sólo era un poco más oscuro que el del chico, y sus ojos marrones cálidos eran exactamente iguales.
—Sí, por supuesto. Y doy gracias de tener nuestra casa dentro de la ciudad. Pero me vi obligada a dejar atrás algunos objetos con los que estoy muy encariñada, y me gustaría enviar a alguien a buscarlos. —Los dedos nerviosos de Alantonya jugueteaban nerviosamente con su anillo de casada mientras pensaba en las pérdidas que podría sufrir—. Pero Koranis no permite que nadie vaya allá, ni siquiera uno de los sirvientes. No tengo manera de saber en qué estado se encuentra ni de comprobar hasta qué punto el peligro de saque es real.
—London a estado allí hace poco —le dije, sin mencionar el irrelevante detalle de que yo también estuve allí—. Lo llamaré: quizás os pueda tranquilizar al respecto.
Me di la vuelta sin darme cuenta de que algo en el ambiente había cambiado. Le hice una señal a mi guardia de ojos de color índigo, que se encontraba a unos pasos de distancia apoyado en una de las paredes de palacio con los brazos cruzados, como tenía por costumbre. Él se incorporó al verme y empezó a acercarse a mí cuando, de repente, se paró en seco. Ladeé la cabeza y fruncí el seño, extrañada por su comportamiento. Pero todavía fruncí más el ceño al ver que él negaba ligeramente con la cabeza y retomaba su postura contra la pared. Continué mirándolo, incapaz de creer que me estuviera desobedeciendo, pero él se negó tercamente a devolverme la mirada.
—Lo siento —le dije a Alantonya, volviéndome hacia ella—. No sé por qué se comporta de esta manera.
—No es importante, alteza —se apresuró a responder la baronesa, contradiciendo sus anteriores afirmaciones—. Estoy segura de que la casa está bien.
—Sí…, por supuesto —asentí, perpleja por el cambio en su actitud y por el extraño comportamiento de London.
Miré a las otras mujeres del corro: Faramay, que parecía no interesarse por nada que no fuera su hijo; Lania, la esposa de Baelic, que miraba con irritación a su cuñada; mi madre, que tenía la mano sobre el brazo de Tanda; y Tanda, que parecía casi triste.
—Disculpadme un momento —dije, sin saber cómo salvar ese extraño silencio y deseando obtener una explicación de mi desobediente guardia.
Me alejé del grupo y di unos pasos hacia palacio cuando me di cuenta de que London se había movido de donde estaba. Me sentí un poco tonta por haber dejado a las mujeres y encontrarme sola, así que miré a mi alrededor por si veía a London. A causa de la tenue luz del atardecer tardé un poco en localizarlo junto a Steldor, Galen y las mujeres jóvenes, cerca de una de las fuentes de mármol, vi que London se acercaba a Halias, bajo la sombra de los árboles, y, con cierta satisfacción, me di cuenta de que Tadark continuaba agobiando a Steldor; Temerson, por su parte, parecía haber abandonado toda esperanza y se había sentado, solo, en uno de los bancos que rodeaban la fuente de tres metros de diámetro. A pesar de que mi hermana no había tenido intención de abandonar a su joven pretendiente, éste se mostraba desconsolado.
Enfilé el camino en dirección al guardia de elite, que, en ese momento, se puso entre Galen y Steldor para hablar con ellos, lo cual hacia más difícil que yo pudiera abordarlo. A cada segundo que pasaba, London se mostraba más ofensivo y extraño.
—Hemos empezado a llamarlo el Caballero Borracho de Armas —le decía London a Steldor en tono insolente,
Steldor soltó una carcajada y le dio un empujo amistoso a su amigo, y Galen se lo devolvió sonriendo, a pesar de las burlas que estaba recibiendo.
—¡Eso es culpa tuya, ya lo sabes! ¡No podía dejar que el Rey bebiera solo!
Galen le dio otro empujón a Steldor, y Tadark se colocó detrás del sargento, preparado para sujetarlo si se sobrepasaba, como preocupado de que mi esposo pudiera recibir algún daño. En realidad, lo más probable era la preocupación de Tadark fuera que un incidente como ése pusiera en evidencia su inutilidad como guardaespaldas. Todos miraban con expresión divertida al Rey y al sargento de armas, que continuaban dándose empujones como adolescentes; me di cuenta de que Temerson se mostraba más animado, como sorprendido de que su comportamiento fuera más refinado que el de esos hombres que normalmente lo eclipsaban. Tiersia parecía desconcertado y London sonreía ante el jaleo que había montado…, o lo hizo hasta que se topó con mi mirada.
Me acerqué a mi guardaespaldas. Él suspiro, aceptando que ya no podía esquivarme. En ese momento, Steldor, con mirada maliciosa, le dio un tremendo empujón a Galen por el que éste cayó sobre Tadark, y éste, a su vez, cayó dentro de la fuente. Las carcajadas que eso provocó llamaron la atención de todos los demás invitados, que se acercaron para ver qué había pasado. Por un momento creí que Steldor y Galen, crecidos por la hilaridad que había despertado, se meterían en el agua con Tadark, pero consiguieron resistir la tentación, el pobre Tadark escupía y gritaba afanándose por salir del agua, rojo de vergüenza. Tan desesperado estaba por terminar con esa humillación que no atinaba a saltar fuera de la fuente y se cayó en el agua varias veces. Nadie pensó en ayudarle hasta que Steldor consiguió dejar de reír y le tendió la mano para sacarlo. Justo en ese momento apareció Cannan.
—Puedes marcharte, teniente —dijo con calma—. Ve a tus habitaciones.
—Sí, señor, gracias, señor —farfullo Tadark, abatido y agradecido a su capitán.
Tadark desapareció en palacio con la dignidad tan maltrecha como sus ropas. Cannan supo de inmediato que Steldor y Galen, que volvían a reír a carcajadas, habían sido los responsables de todo, y los miró con desaprobación. Pero algo en su expresión delataba que también él se estaba divirtiendo. Steldor le devolvió una sonrisa mansa, aunque no del todo arrepentida. Cannan meneó la cabeza y anunció a los invitados que todo estaba bien, así que el grupo que se había apiñado alrededor empezó a disgregarse. Galen le dio una palmada en la espalda a Steldor, le ofreció el brazo a Tiersia y cuando ella accedió a caminar con él, ambos se marcharon por uno de los caminos del jardín sin nadie que los acompañara. Miranna, decidida a seguir su ejemplo, se colocó al lado de Temerson con un par de brincos y lo miró con una sonrisa y un rubor tentadores. A Temerson se le iluminó la cara y la cogió de la mano; entonces los dos se alejaron en la misma dirección que Galen y Tiersia. Halias los siguió a una distancia prudencial. Antes de que desaparecieran de la vista, vi que Temerson se sacaba una cajita del bolsillo de su jubón y me pregunté cuál sería el regalo que le iba a ofrecer a Miranna.
Dahnath tiró de la manga de su hermana para apartarla de su primo y para reunirse, junto con Semari y Shaselle, con sus madres, aunque le fue difícil, pues la charla femenina no atraía mucho a la joven cuando Steldor estaba cerca. London, por supuesto, había vuelto a evitarme y había desaparecido de mi vista. Así que me había quedado a solas con el Rey, que se encontraba a unos tres metros de mí. Por un momento estuve a punto de ir con Semari y las dos hermanas, pero había reaccionado tarde y hacerlo ya no parecería un gesto natural. Incomoda, note que Steldor tenía los ojos fijos en mí, y me pregunte qué era lo que le llamaba tanto la atención.
—Deja de mirarme —le dije en tono de amonestación, y por suerte conseguí parecer más molesta que avergonzada.
Él, sin apartar la vista de mí, se acercó tanto que el corazón se me aceleró.
—No puedo —dijo con suavidad mientras alargaba la mano para juguetear con un mechón de mi pelo—. Me dejas sin respiración.
Sin esperar respuesta, esbozó una sonrisa amplia que mostraba sus dientes perfectamente blancos y se dirigió hacia su padre y su tío. Se acababa de asegurar de que ésa fuera una de las veladas más extrañas de mi vida.
Cuando Steldor decidió dar por terminada la celebración, ambos dimos las buenas noches a nuestros invitados y nos marchamos a nuestros aposentos. Él entró en la sala detrás de mí, y yo pensé que debía decirle algo. Pero en cuanto me di la vuelta, él había desaparecido en su dormitorio. Fastidiada, pensé en llamar a la puerta de su habitación, pero no quise que él pudiera interpretar mi interés de forma equivocada. Esperé un momento por si decidía volver a reunirse conmigo, a pesar de que me sentía un poco tonta allí sola, en medio de la habitación. Mientras decidía si me sentaba a esperar o si me retiraba a mi habitación, él volvió a aparecer con unas ropas menos formales. Me dirigió un rápido saludo con la cabeza y se colocó la espada en la cintura, preparándose para salir, entonces recordé la suposición de Miranna: que él podía haber buscado la compañía de otras mujeres, ya que yo no le ofrecía la mía.
—¿Adónde vas? —pregunté.
—¿Por qué lo preguntas? —contestó en un tono que parecía verdaderamente curioso mientras abría la puerta.
—Porque yo… estaba pensando en la promesa que hiciste de mantenerme la fidelidad de tu cuerpo. —Me mordí el labio inferior, ansiosa, deseando que él me respondiera—. No puedo evitar preguntarme a quién vas a ver.
Él se dio la vuelta lentamente para ponerse de cara a mí y yo levanté la vista, esperando encontrarme con su enojo o su resentimiento. Pero, al parecer, mis palabras le resultaban cómicas.
—¿Estás preocupada por la salvación de mi alma? —preguntó. Me esforcé por contestar, pero él me hizo callar con un gesto de la mano—. No lo estés. Mi alma no se encontrará en peligro hasta que nos hayamos compartido cama. La consumación es un requisito del matrimonio, ¿no es así?
Sonreí, con la vista clavada en los dibujos de la alfombra. Deseé no haber sacado el tema. Se hizo un breve silencio y luego noté su mano izquierda bajo mi barbilla. Cuando levanté la cabeza, Steldor me dio un beso largo y sensual, y su olor me invadió de tal forma que perdí el equilibrio. Pero él salió de la sala como si nada hubiera pasado entre nosotros. Su beso me dejó en un inesperado estado de placer y confusión, y me dirigí a mi habitación con paso inseguro dispuesta a irme a dormir. En esos momentos, toda la velada me parecía surrealista: la oferta de Baelic de llevarme a montar a caballo; las preguntas de Alantonya acerca de Narian; el extraño comportamiento de London; el cumplido que Steldor me había dirigido antes; el amor que había notado en su beso, y mi respuesta a éste. Sonreí, pues sabía que, aunque estaba agotada hasta la extenuación, mi mente inquieta y mi corazón agitado tardarían horas en dejarme dormir.