Authors: Cayla Kluver
Los hombres se habían colocado al lado de las dos chimeneas de mármol que calentaban la habitación, y sus esposas charlaban a poca distancia de ellos. Mi hermana y los invitados más jóvenes se habían apiñado delante de la alta ventana que ofrecía vistas sobre el patio oeste. Mis padres fueron los primeros que se acercaron para saludarnos personalmente. Mi padre se dirigió a Steldor con calidez, pero a mí solamente me dedicó un seco saludo con la cabeza. Mi madre dividió su atención entre los dos. En cuanto al anterior rey se alejó, Steldor me miró con expresión interrogante, pero yo lo ignoré y me concentré en la voz de mi madre.
—Estoy orgullosa de la manera en que te has adaptado a tu nuevo papel, querida —me dijo, sin hacer caso de mis muecas.
Levantó la mano para acariciarme el pelo, pero sospeché que ese fingido gesto de cariño tenía por objetivo disimular un mechón de pelo rebelde, de forma que no me sintiera avergonzada, pues yo no me había dignado a mirarme en el espejo después de cambiar de peinado.
—Y yo te felicito por los vestidos que has elegido. No siempre has tenido paciencia para prestar atención a la moda, pero esta noche Steldor y tú estáis espléndidos.
Mi madre acababa de dar por sentado lo que Steldor había dicho, pero yo no me vi capaz de aceptar el cumplido. Ella me miró, ligeramente sorprendida, y Steldor habló por mí:
—Desde luego, Alera tiene un gusto impecable —asintió con un tono de voz increíblemente amable, pero que contenía con un tono de voz increíblemente amable, pero que contenía una nota de burla que iba dirigida exclusivamente hacia mí.
Mi madre se alejó y nosotros continuamos charlando con el resto de los invitados. Los hombres hablaban con Steldor y las mujeres me dedicaban generosos cumplidos. A pesar de que no deseaba admitirlo, sabía que Steldor había tenido razón al insistir en que me cambiara de vestido y que se mostraba muy caballeroso al permitir que yo recibiera los cumplidos. Cuando la gente que había a nuestro alrededor se empezó a alejar, la baronesa Faramay corrió hasta su hijo y Cannan la siguió a paso tranquilo.
—Oh, Steldor, ángel mío, qué guapo estás —exclamó, arreglándole innecesariamente el cuello de la camisa. El cabello le caía rizado y del color del chocolate, sobre los hombros, lo cual acentuaba los hermosos rasgos y la sonrisa radiante que compartía con su hijo.
—Hola, madre —contestó Steldor, en un tono de resignación casi imperceptible. Cruzó los brazos y crispó los dedos sobre los bíceps.
—No te he visto desde la coronación —continuó Faramay con los ojos brillantes de adoración hacia su único hijo—. Y te echo de menos, me gustaría que encontraras el momento de venir a verme, seguro que tu esposa no acapara toda tu atención.
La baronesa Faramay dirigió una mirada petulante en mi dirección, y yo no supe si debía sentirme ofendida o divertida. ¿De verdad me creía responsable de su falta de contacto con Steldor? ¿Estaba celosa de mí? Era una idea absurda.
—La verdad, madre, es que dirigir el reino es lo que absorbe mi atención —respondió Steldor, esta vez con un tono de sarcasmo evidente.
Ella frunció los labios como una niña enojada y extendió la mano para apartar un mechón de cabello de la frente de Steldor, pero él dio un paso atrás.
—No —saltó el, cortante.
En ese momento, Cannan se colocó al lado de Faramay, me saludó con una inclinación de cabeza y pasó un brazo alrededor de la cintura de su esposa.
—Faramay, creo que ya has charlado bastante con el chico —dijo, intentando llevársela a otra parte.
Sin embargo, ella no le hizo caso y volvió a dirigirse a Steldor.
—Vamos, cariño, no te enojes —rogó, poniéndole la mano en el pecho con delicadeza—. Ya sabes que yo no valgo para la política.
—Sí, por supuesto —repuso Steldor con impaciencia—. Perdóname. Ahora vete.
—Pero, cariño…
—Madre, no pasa nada, pero alera y yo tenemos otros invitados a quienes saludar. Quizá pueda ir a hablar contigo más tarde.
Faramay asintió con un fuerte suspiro y puso su brazo encima de Cannan. Pero antes de que se alejaran, Steldor dirigió a su padre una mirada de enojo, como si el capitán hubiera roto algún acuerdo al permitir que su madre se le acercara. Cannan respondió con un encogimiento de hombros casi imperceptible, y yo me pregunté qué era lo que hacía que Faramay se comportara de forma tan obsesiva con su hijo. Entonces, con un repentino sentimiento de empatía, recordé que su hijo pequeño fue secuestrado en la cuna y asesinado por los cokyrianos, lo cual era suficiente para hacer que cualquier madre se mostrara sobre protectora. A pesar de ello, sus cuidados parecían excesivos, pues su hijo ya no era un niño que los necesitara.
Steldor volvió a adoptar su carismática actitud en cuanto Galen se acercó con su acompañante, lady Tiersia, a la larga mesa que se encontraba en el centro de la habitación. Las primas de Steldor, lady Dahnath y lady Shaselle, hijas del hermano de Cannan, lord Baelic, y de su esposa lady Lania, los siguieron de cerca. Mientras los esperábamos, aproveché esa breve pausa para pronunciar una palabra que me quemaba en la lengua.
—¿Cariñito?
Steldor se inclinó hacia mí con un gesto caballeroso sin apartar la mirada del grupo que avanzaba hacia nosotros.
—Si me rascas en el lugar adecuado, ronroneo —bromeó.
Me quedé sin saber qué decir. Por mucho que creyera conocerlo, nunca estaba preparada del todo para sus extrañas salidas en una conversación civilizada. Incapaz de responder, solté una carcajada de incredulidad que, estoy segura, habría recibido una rápida respuesta de Steldor si Galen y las jóvenes no se hubieran reunido con nosotros en ese instante.
Galen me besó la mano y luego él y Steldor empezaron a pelearse amistosamente mientras las jóvenes mujeres charlaban sobre los recientes sucesos en el reino. Shaselle, cuyos ojos almendrados y cabello liso se parecían mucho a los de su madre, permanecía al lado de los jóvenes, pues su primo y su mejor amigo le parecían más interesantes que nosotras. Tiersia también dirigía sus dulces ojos verdes en esa dirección con mucha frecuencia, pero lo hacía por un motivo muy distinto: Galen, con su cabello color ceniza y sus cálidos ojos marrones, estaba muy atractivo vestido con su jubón de color amarillo. Me alegro darme cuenta de que Dahnath, la aplicada hermana de cabello rojizo de Sashelle, no estaba más interesada en los hombres que yo, así que conversamos agradablemente durante varios minutos.
Sin embargo, la llegada de Miranna impuso una pausa en la conversación. Apareció con Temerson y Semari detrás, e iba vestida con un iridiscente vestido azul pálido que flotaba a cada paso que daba y cuyo escote era más atrevido que los que acostumbraba llevar. Ésa era una señal que se estaba haciendo mayor. Al principio de la noche, su peinado estaba perfecto, pero al final empezaron a caerle rizados mechones que enmarcaban sus delicados rasgos faciales. Por algún milagro todavía llevaba en su sitio la diadema de oro y ópalos. Saludé a Miranna y a su mejor amiga con un beso en la mejilla, y Steldor dio a Temerson una palmada en la espalda con tanta fuerza que el pobre chico dio un paso hacia adelante. Mi hermana, sumamente excitada, se convirtió con facilidad en el centro de atención hasta que llegó la hora de servir la cena.
Todos nos trasladamos a la mesa, que estaba cubierta con un mantel de lino. Era una mesa grande, que permitía el acomodo de cuarenta y cinco personas, pero no tanto como para que se pudiera mantener una conversación. Steldor, como rey, se sentó a la cabecera; yo me senté a su izquierda, y Galen, a su derecha. A mi izquierda se colocó Shaselle, y a su lado, Semari, Miranna y Temerson, pues me parecía probable que el encanto de mi nuevo tío pudiera hacerse sentir cómodo al nervioso de Temerson. La esposa de Baelic, Lania, se sentaba a su izquierda, y más allá se encontraban los padres de Semari, la baronesa Alantonya y el barón Koranis. En el lado derecho de la mesa, Tiersia se sentó al lado de Galen, y luego estaba Dahnath, que ya había conocido a Tiersia; a la derecha de Dahnath se encontraba lady Tanda y el teniente Garrek, cuya corpulencia era comparable a la de Temerson, aunque la actitud de Garrek era mucho más severa que la de su hijo. Yo había decidido que Cannan se sentara al lado de Garrek, pues pensé que un militar tendría más cosas en común con el capitán que ningún otro, y había colocado a Faramay entre su esposo y mi madre. Mi padre se sentaba al lado de mi madre, y justo enfrente de él se encontraba su buen amigo el barón Koranis, una ubicación que me favorecía, pues el barón se encontraba todo lo lejos de mí que era posible.
La comida se sirvió en platos dorados y se acompaño con vino servido en copas; unos cuencos llenos de agua con pétalos de rosa permitían que los invitados se lavaran las manos. El primer plato fue una sopa; luego se sirvió un guisado; después, pescado ahumado con espárragos y cerdo y cordero asados, acompañados de remolachas, nabos, judías y otras verduras. El último plato consistía en unas reacciones de queso, fruta y dulces.
Steldor se comportó como un perfecto caballero durante toda la cena. Se mostró encantador con los invitados e hizo alarde de su ingenio. Yo hablé poco, me mostré como una reina educada pero reservada y, aunque lo detestara, como una dócil esposa. Mi madre me sonrió muchas veces, convencida de que había seguido su consejo de aceptar mi destino y que estaba, por tanto, satisfecha con mi papel, aunque no me sintiera feliz. Cuando estábamos terminando de cenar, mi padre miró a Steldor; cuando éste le hizo una señal con la cabeza, se levantó para hacer un anuncio.
—Mis buenos amigos —dijo, sonriendo y mirando a su alrededor—. Muchos de vosotros formáis parte de mi familia, sea por razones de consanguinidad o tras enlaces matrimoniales. A otros os conozco desde hace tanto tiempo que, si se hiciera justicia, os contaríais entre mi familia.
Al oír esto, Koranis adopto una postura pomposa, como si él y su familia acabaran de ser ascendidos en la jerarquía.
—Estoy muy contento de anunciar, este 19 de junio, que deseamos dar la bienvenida en nuestra familia a los demás invitados. Lord Garrek y yo hemos hablado, y he dado permiso para que el joven lord Temerson corteje a mi hija, la princesa Miranna.
Miranna dejó escapar un chillido de alegría impropio de una dama, y yo me habría unido a ella si no nos hubiéramos encontrado en una reunión tan formal. Se cubrió la boca con las manos, completamente sonrojada, pero todos nosotros le perdonamos ese relajamiento de las formas al ver la felicidad en sus ojos. Se dio la vuelta hacia Temerson y respondió al tímido gesto sonriente de éste con una amplia sonrisa. El chico mostró una expresión de alivio y se relajó, como si no hubiera estado seguro de cómo reaccionaría ella ante este anuncio.
Me sentía feliz por la afortunada pareja, pero en mis emociones había algo que tardé un tanto en identificar, un aguijonazo que sólo podía ser envidia. London me había dicho una vez que, por la manera en Narian y yo nos mirábamos, era evidente que estábamos enamorados. Ahora comprendía qué quería decir.
—¿Salimos al jardín? —preguntó Steldor, al tiempo que me ponía en pie.
Era una cálida tarde de mediados de junio, pero corría una ligera brisa que nos hacía sentir a gusto no sólo porque nos refrescaba, sino porque alejaba a los insectos. Steldor me ofreció el brazo para acompañarme y, a pesar de que yo sabía que era la cortesía lo que le empujaba a hacerlo, tuve la impresión de que ya habíamos dejado atrás la discusión de antes. Pero antes de que pusiera la mano en él, Faramay se acercó y se colgó de su brazo.
—He pensado que podíamos caminar juntos, querido —dijo—. Por supuesto, si a la Reina no le importa.
Accedí, un tanto temerosa de las posibles consecuencias de impedir el acceso de esa madre a su hijo, así que le dirigí una sonrisa de disculpa a Steldor. Él sonrió, seco, rindiéndose a lo inevitable. Observe la habitación, y me sentí un tanto perdida ahora que el Rey no me acompañaba. Vi que Cannan y Baelic estaban conversando. Mi atención se fijo por un momento en ellos, pues el capitán de la guardia, que habitualmente se mostraba serio, se reía y bromeaba con su hermano, más joven y más afable que él. Cannan levanto la vista un momento, probablemente buscando a su esposa, y su expresión se agrió un poco al ver que estaba con Steldor. Se lo indicó a Baelic, y éste le dio una fuerte palmada en la espalda, soltó una carcajada y le dijo algo que hizo que su hermano sonriera. Para mi disgusto, se dieron cuenta de que yo los estaba observando, así que desvié la mirada rápidamente. Pasaron unos momentos y sentí que alguien se acercaba. Al levantar la cabeza vi que era Baelic, moreno como todos los hombres de su familia, y que me ofrecía su brazo y una sonrisa.
—A diferencia del resto de nosotros, a la madre de Steldor le cuesta soltarlo —dijo con malicia—. ¿Os puedo acompañar yo en su lugar?
—Sí, gracias —contesté.
Me sentía sorprendida, pero en absoluto decepcionada. Sabía que uno de los caballerosos hermanos acudiría a acompañarme, pero creía que sería Cannan. Pero Cannan estaba con Lania, la esposa de Baelic, que parecía muy contenta de estar en su compañía.
Tomé a Baelic del brazo y empezamos a seguir a los demás a la parte trasera del palacio, hacia el jardín. Mientras caminábamos, mi nuevo tío se inclino hacia mí y me dijo:
—Fuentes muy fiables me han dicho que os gusta cabalgar de vez en cuando.
Sonreí, incomoda, y me pregunté qué quería decir con ese comentario.
—No saquéis conclusiones, alteza —dijo—. Soy oficial de la caballería, ¿recordáis? Os podría conseguir una manada de caballos, si ése fuera vuestro deseo, ante las narices de Cannan y de Steldor.
—¿Qué estáis insinuando? — pregunté, indecisa entre la desconfianza y la risa.
—Simplemente quiero que sepáis que, a pesar de que mi querido sobrino y mi querido hermano están atrapados en sus mentes conservadoras, yo cabalgo a menudo con Shaselle y con mi hijo, Celdrid. Nos sentiríamos muy honrados de que la Reina nos acompañara alguna vez.
—¿Shaselle monta a caballo? —pregunté, alegre ante la perspectiva de la fruta prohibida, y con curiosidad, al mismo tiempo, hacia su hija.
—Sí, Lania y yo a menudo nos preguntamos si no tenía que haber sido un chico. —Baelic me llevó hacia un lado de la puerta trasera para terminar de hablar antes de que saliéramos de palacio—. Lania detesta que la mime tanto, pero me volvería loco si alguien intentara impedirme que montara a caballo, así que no negárselo a mi propia hija.