Alera (17 page)

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Authors: Cayla Kluver

BOOK: Alera
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Al día siguiente, después de tomar una comida temprana en la sala del té, volví a pasar la tarde en la sala de la Reina y, desde allí, mandé noticia a Galen de que deseaba verlo tan pronto como fuera posible. Mientras esperaba, intenté distraerme con los varios asuntos de la casa que merecían mi atención, pero mi capacidad de concentración no era la que debía ser. Las dudas acerca de Steldor y la cada vez mayor preocupación por London y Narian no dejaban de acosarme. Fue a última hora de la tarde cuando, por fin, el sargento de armas apareció por la puerta.

—¿Deseabais hablar conmigo, alteza?

Asentí con la cabeza y le hice una señal hacia la silla que encontraba al lado del sofá en que yo me encontraba sentada. Aunque deseaba de forma ardiente obtener una respuesta a mis preguntas, también me parecía incómodo sacar el tema directamente, así que inicié con torpeza una charla ligera.

—¿Qué tal va todo con Tiersia?

—Muy bien —repuso él con una amplia sonrisa—. Pero dudo que me hayáis pedido que viniera para hablar de mi prometida.

—No era ése el motivo principal. Pero felicidades. No sabía que vuestra relación había progresado tanto.

—Gracias —respondió él, mientras me observaba con curiosidad—. A juzgar por el color de vuestras mejillas, diría que se trata de algo referente a vuestro esposo. ¿Por qué no me decís qué es lo que os ronda por la cabeza?

—Muy bien. —Respiré hondo, dejé mi orgullo a un lado y fui directamente a la cuestión—: Steldor se va de nuestros aposentos cada noche varias veces a la semana, pero es reacio a mis preguntas; no me quiere decir ni adónde va ni a quién va a ver. Puesto que tú eres su mejor amigo, pensé que quizá me pudieras informar.

Galen me sorprendió con una carcajada.

—Si me permitís que os lo pregunte, ¿qué os ha contado Steldor acerca de sus actividades?

—Tal como he dicho, poca cosa. Precisamente es el hecho de que no me lo diga lo que me preocupa.

—¿Y qué teméis que pueda estar haciendo? Volví a notar que me sonrojaba y miré a mi alrededor, casi arrepentida de haber empezado esa incómoda conversación y a punto de desear que un cokyriano entrara por la gran ventana que tenía a mi espalda y pusiera fin a aquella charla.

—No puedo evitar preguntarme si va a ver a otra mujer —confesé por fin.

Galen volvió a reírse.

—¿Es eso lo que él os ha hecho creer?

—No lo ha dicho de una forma tan directa —respondí, abatida, mientras juntaba las manos en el regazo—. Pero cada vez que saco el tema, me responde con evasivas.

Galen se puso serio y supe que su respuesta sería sincera.

—Bueno, no tenéis que preocuparos. Steldor pasa el tiempo conmigo o con otros compañeros del complejo multar. Jugamos a las cartas o a los dados y, por supuesto, bebemos cerveza. Casi siempre nos encontramos en el destacamento, aunque a veces él y yo jugamos al ajedrez en su estudio.

Sentí que me invadía un inmenso alivio, así que asentí, agradecida.

—Mi señora —dijo Galen en un tono bromista y amable—, parece que os habéis casado con un hombre a quien le gusta que creáis que es un libertino. Pero, creedme, no lo es. Está enamorado de una mujer con la cual pocas se pueden comparar, y él ha perdido interés en las demás. Nunca he visto a un hombre tan enamorado.

Sentí que mi corazón se aligeraba, al igual que mi humor.

—Creo que será mejor que Tiersía no te deje escapar, pues temo que, en cuanto las demás mujeres descubran tu encanto, tu integridad estará en peligro.

—No temáis —respondió él con ojos brillantes—. Es un secreto muy bien guardado. Y ahora os ruego que me disculpéis, pues mi deber me llama, o, por lo menos, el capitán.

—Sí, por supuesto. Pero gracias, tanto por venir como por haber accedido a responder mis preguntas.

—Me alegro de haber sido de ayuda.

Galen se puso en pie, me saludó con una generosa reverencia y desapareció por la puerta.

Esa noche, mientras me dirigía hacia el comedor familiar para cenar, vi que el asiento que quedaba a mi lado y que acostumbraba a estar vacío se encontraba ocupado por mi esposo. Su presencia me pilló desprevenida, pero a pesar de ello cené de muy buen humor, pues Galen me había quitado un gran peso de encima. También era la primera vez que disfrutaba de una comida en compañía de roda mi familia: mis padres, mi hermana y mi esposo. Aunque mi padre todavía se mostraba un poco distante conmigo, su actitud había mejorado y su buen carácter volvía a hacer acto de presencia entre nosotros. Me di cuenta de que si conseguía mantener alejados los pensamientos de temor sobre las noticias que London pudiera traer, podía pasármelo bien.

Cuando terminamos de cenar, Miranna desapareció por la puerta lateral, pues era la que quedaba más cerca de sus aposentos. Mis padres, Steldor y yo salimos por la puerta de enfrente. Después de despedirme de mi padre y de mi madre, que subieron por la escalera de caracol para dirigirse a sus habitaciones del tercer piso, me encaminé hacia los aposentos del Rey y de la Reina. Steldor, sin embargo, se dirigió hacia la escalera principal a través del vestíbulo.

—¿Adónde vas? —pregunté, envalentonada por la información que Galen me había facilitado.

—Tengo un compromiso —contestó él, haciendo un gesto leve con la mano. Estaba claro que deseaba inquietarme.

—Pensé que habías venido a cenar con nosotros porque no tenías ninguno.

Él se dio la vuelta y me miró.

—Muy bien. Si quieres saberlo, voy a buscar consuelo en otra parte.

Steldor arqueó una ceja, como si lo que acababa de decir fuera evidente, pero yo no fui capaz de permitir que continuara con ese juego.

—Oh, basta —dije con exasperación—. Sé que vas a ver a Galen. No me extraña que tu padre te llame Averno.

Él se me quedó mirando con el ceño fruncido, como preguntándose qué era lo que yo sabía.

—Mi padre no me llama así —replicó, dolido pero incapaz de negar mi primera afirmación.

—¿Ah, no? —Yo me esforzaba desesperadamente por no echarme a reír—. Quizá deberías preguntárselo.

Steldor me observó con atención y me di cuenta de que la confianza en sí mismo empezaba a abandonarlo. Le sonreí con dulzura y casi no pude resistir la tentación de pestañear un poco. Él se dio la vuelta con brusquedad y se alejó sin decir palabra. Me costó contener una carcajada de victoria: por fin había conseguido exasperarlo.

Al cabo de unos cuantos días, la mañana en que Baelic y yo habíamos quedado para ir a cabalgar, me puse el pantalón que mi tío me había regalado, pues eso era lo que contenía el paquete que él colocó entre mis manos durante mi primera visita. Luego me puse una falda encima, me recogí el pelo en un moño y me dirigí hacía la puerta principal para esperar a Baelic. No quería que Steldor ni Cannan me vieran en palacio con él, pues estaba segura de que no aprobarían mis actividades.

Baelic llegó en un carruaje tras el cual cabalgaban dos caballos ensillados: Briar, la hermosa yegua zaina, y una pequeña yegua alazana que era de Shaselle. Celdrid cabalgaba sobre un caballo castrado oscuro como Briar, y llevaba a Alcander, el caballo castrado de color dorado que me reservaban a mí, ensillado y listo.

Subí al carruaje, al lado de Shaselle, que llevaba pantalón también, pero que había tenido el atrevimiento de no cubrírselo con ninguna falda. No tardamos mucho en estar inmersas en una fluida conversación, ya que, al igual que su madre, era muy agradable. Le pregunté a dónde íbamos, y recibí una respuesta inesperada:

—Vamos a la casa de campo de mi tío Cannan. El terreno es precioso y además nadie entra en las tierras del capitán, así que, desde el punto de vista de mi madre, es perfecto. No quiere que nadie me vea cabalgar.

Viajar en una compañía tan agradable hizo que el trayecto se hiciera corto, y nos pareció que llegábamos enseguida a nuestro destino. Shaselle abrió la puerta del carruaje, saltó al suelo sin esperar ninguna ayuda y se dirigió rápidamente a desatar a los caballos. Yo me quité la falda para quedarme solamente con el pantalón y la blusa. Luego, Baelic me ayudó a descender del carruaje.

La propiedad de Cannan era impresionante, incluso en esos momentos en que se veía vacía y abandonada. Se encontraba en una curva del río, allí donde el Recorah detenía su recorrido hacia el sur y giraba hacia el oeste; de esa manera formaba dos fronteras en nuestro reino, lo cual hacía que ese territorio se encontrara más lejos de la amenaza de los cokyrianos que los terrenos de Koranis. La casa de piedra, de dos plantas, se erigía entre dos grandes robles y era muy extensa. Unas enredaderas cubrían el muro norte. Además de la residencia principal, también había una casa de piedra para los invitados, unas casitas de madera para el servicio y un gran establo con varios terrenos de pastos vallados alrededor.

Baelic desenganchó los caballos del carruaje y los dejó sueltos en un pequeño corral. Luego los cuatro montamos a nuestros animales. Baelic nos condujo a campo abierto a un trote ligero, probablemente para apreciar mis habilidades como amazona, pero Alcander era muy obediente. Después de cabalgar durante unos quince minutos, Baelic se colocó a mi lado y animamos a los caballos a empezar un suave galope. Shaselk y Celdric nos seguían de cerca.

Hasta que Baelic levantó una mano para llevar a los caballos al paso no se me ocurrió pensar que yo ya había estado en esa propiedad. Observé los enormes campos que nos rodeaban y supe que ese triste picnic que habíamos celebrado un año antes con Steldor, Miranna y Temerson había sido en esa zona. Después de todo, mi padre había elegido el lugar con gran escrúpulo, ¿y qué sitio era mejor para enviar a las princesas y a sus acompañantes que a la hermosa propiedad que uno de sus hombres conocía a fondo?

Pasé casi toda la mañana escuchando, encantada, las tristes anécdotas que Baelic contaba sobre la infancia de Steldor Aunque esas historias nos hicieron reír mucho, deseé que, si alguna vez tenía hijos con mi esposo, éstos se parecieran a mi pues Steldor había sido un niño realmente terrible. Mientras Baelic hablaba de su sobrino, el afecto que sentía por él se hacía evidente, así como el orgullo.

Cabalgamos durante otra hora y media, y luego regresamos a la casa para lavarnos y disfrutar de un picnic a la sombra de los robles. Cuando el sol empezó a bajar nacía zonte del oeste, recogimos todas nuestras cosas para iniciar el camino de vuelta a casa, y yo volví a ponerme la falda encima del pantalón.

Cuando llegamos a palacio, al atardecer, Baelic se ofreció a acompañarme por el camino que atravesaba el patio, pero yo decliné su ofrecimiento, pues no quería que nadie me viera con él. En circunstancias normales, habría estado en contacto con mi tío solamente a través de Steldor, y no quería que nadie formulara preguntas sobre nuestra relación, en especial porque mi esposo no aprobaría mi nuevo pasatiempo. Así que crucé la puerta principal, cansada pero feliz, y estaba a punto de subir por la escalera principal cuando Steldor salió de la antecámara. Me observó un momento e hizo un comentario que hubiera sido una absoluta grosería de no ser porque era certero.

—Creo que hueles como un caballo.

—Es un nuevo perfume —repliqué mientras subía unos cuantos escalones a toda prisa con la esperanza de que no me siguiera.

—Creo que prefiero el olor a jabón —dijo, arqueando una ceja con expresión irreverente.

—¿Es que yo acostumbro a oler a jabón? —pregunté, sin saber si debía sentirme ofendida.

—No hay nada malo en el olor a jabón —respondió él con impaciencia—. Es un olor limpio y agradable. Pero si ésta es la idea que tienes de lo que es un perfume, creo que tendré que elegir por ti también en cuanto a cosmética.

Me dirigió una mirada de desconcierto y salió por la puerta principal, acompañado por un par de guardias de élite. Continué hacia nuestros aposentos. Me hubiera podido sentir muy enojada por esa presuntuosa afirmación de que él ser capaz de elegir un perfume mejor que yo, pero en lugar d ello me sentía enormemente agradecida de que no hubiera continuado haciendo preguntas. Sonreí y me prometí a mí misma que, a partir de ese momento, dedicaría más tiempo a lavarme antes de iniciar el camino de regreso a casa.

Las semanas siguientes transcurrieron de forma muy agradable, y durante ese tiempo retomé mis deberes diarios y, poco a poco, averigüé más cosas sobre Steldor. Él se levantaba temprano y se reunía primero con Cannan para hablar sobre informes y temas de seguridad y de defensa del reino. Luego pasaba el resto de la mañana reunido con otros consejeros y supervisando los asuntos cotidianos de palacio. Después de la comida, atendía audiencias y escuchaba las peticiones de los ciudadanos. Más tarde se reunía con los escribientes para redactar cartas, despachos o decretos. Muchas veces, a última hora de la tarde, salía de la ciudad con su semental gris, normalmente acompañado por Galen y siempre con un grupo de guardias de élite. Durante esas excursiones visitaba las propiedades de la familia real, inspeccionaba el complejo militar y las tropas y, a veces, iba a cazar, aunque yo sospechaba que algunas de esas actividades no eran más que una excusa para escapar de las exigencias de palacio. Él había sido un militar muy activo y sin duda se sentía prisionero de todas las reuniones a las que tenía que asistir y de todos los asuntos administrativos que tenía que manejar. Normalmente regresaba a palacio a primera hora de la noche, cenaba después de que lo hiciéramos mi familia y yo, y luego subía a nuestros aposentos para cambiarse de ropa y salir. La verdad era que no lo veía mucho, pero durante un tiempo esa situación resultó adecuada para los dos.

A pesar del calor, salí a cabalgar con Baelic dos veces durante el mes de julio, de nuevo en compañía de Shaselle y de Celdrid. Continuamos utilizando la propiedad de Cannan para esas excursiones, y llegué a pensar que conocía más a mi esposo a través de las historias que contaba Baelic que por el tiempo que pasaba con él. Curiosamente, lo que más me preocupaba era la posibilidad de que Steldor y yo nos encontráramos alguna vez durante esas excursiones. Me imaginaba que mi esposo salía a caballo por la tarde y que nos cruzábamos cuando nosotros regresábamos. Intenté pensar en cómo sería ese encuentro, y siempre llegaba a la conclusión de que si alguien era capaz de manejar a Steldor en una situación así, ése era Baelic. En cualquier caso, disfrutaba demasiado de ese prohibido placer de cabalgar como para dejar de hacerlo, a pesar del riesgo de que me descubrieran. Y el hecho de estar haciendo algo que a mi esposo no le gustaba me provocaba una satisfacción mayor de lo que hubiera sido adecuado.

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