Authors: Cayla Kluver
UNA ROSA DE COLOR ROSA
—¡Alera!
Me detuve en seco justo cuando estaba a punto de entrar en mi salón. Al darme la vuelta, vi que Miranda, de pie en la esquina justo delante de sus aposentos, me hacía señas para que fuera hacia ella. Recorrí el largo pasillo mientras notaba el cansancio de mi primera tarde de agosto a caballo con Baelic y deseando meterme en una bañera caliente. Hice una señal con la cabeza a Halias, que se encontraba en el pasillo, y mi hermana me empujó al interior de su habitación. El rubor de sus mejillas era un claro indicio de la gran excitación que sentía.
—Hoy estás realmente animada —comenté mientras ella se tiraba sobre el sofá y me arrastraba con ella.
—¡Estoy tan profundamente, desesperadamente e increíblemente emocionada! —dijo casi sin aliento cuando ya estuvimos sentadas y me cogía de la mano mientras daba saltitos encima del sofá.
—Si, ya me doy cuenta. —Me eché a reír—. ¿Quieres contarme por qué?
—Lo deseo terriblemente, pero se supone que no se lo tengo que decir a nadie. ¡Si te lo cuento, debes prometerme que no repetirás mis palabras ni a un alma!
—Te lo prometo. ¿De qué se trata?
—¡De Temerson! Quiere que vaya a encontrarme con él esta noche en la capilla. ¡Creo que me va a pedir que me case con él!
Solté una exclamación de sorpresa, no porque ella esperara una reacción así por mi parte, sino verdaderamente sorprendida. Miranda aplaudió, encantada.
—Tengo que ir a verle justo cuando haya anochecido. Y quiere que vaya sola, lo cual lo hace todo más romántico. ¡Oh, Alera, desde mi cumpleaños tengo la sensación de que quiere pedirme algo, y esta noche averiguaré qué es!
Sonreí, encantada, pues su emoción era contagiosa. Entonces se me ocurrió algo que podía ser un obstáculo.
—¿Y qué pasa con Halias? Él no te dejará ir sola.
—Tengo que ir sin él. Temerson nunca sería capaz de hablar de algo tan importante y personal si Halias está presente.
—Eso es verdad —asentí, pues no me podía imaginar a ese joven haciendo una propuesta de matrimonio delante de un guardia de elite—. Pero ¿cómo lo despistarás? Y aunque lo consigas, alguno de los soldados de palacio que hacen guardia de noche insistirá en acompañarte.
—Tengo un plan —dijo, con una sonrisa pícara—. Simplemente, le diré a Halias que me retiro a dormir pronto y lo despediré antes de que los guardias de palacio empiecen el turno de noche. Iré a la capilla y esperaré a mi amor. —Suspiró y se puso las dos manos sobre el corazón con expresión soñadora—. ¿Te he dicho que me ha mandado una rosa de color rosa con la nota que Ryla me ha entregado? Sabe que esas son mis rosas preferidas. Es tan dulce, ¿no te lo parece?
—Eso sí lo es —asentí, pero no pude evitar bromear un poco—. ¿Y ya has pensado cuál va a ser tu respuesta?
—¡Diré que sí, por supuesto! —exclamó casi en un chillido.
—Entonces me quedaré despierta esta noche. Debes venir a mis aposentos, sin hacer ruido, en cuanto hayas dejado a Temerson para contarme todos los detalles.
Ella asintió con la cabeza, encantada.
—¡Lo haré, y luego empezaremos a hablar de los planes para la boda!
Aunque resultaba fácil dejarse arrastrar por su entusiasmo al ver su rostro radiante, pensé en otra cosa:
Mira… No te sientas demasiado decepcionada si él no te pide en matrimonio. Quizá solamente desee darte un regalo.
—Oh, no seas tonta —contestó ella, apretándome las manos—. Ya me ha regalado un medallón absolutamente precioso para mi cumpleaños, lleno de nomeolvides, así que no va a hacerme ningún regalo. —Se puso en pie de un salto con los ojos brillantes de alegría—. ¡Además, si no lo hace, yo misma le pediré que se case conmigo!
Las dos estallamos en risas, aunque no estaba muy segura de que Miranna estuviera bromeando.
Aquella noche, después de bañarme y de cambiarme de ropa, me senté en un sillón de la sala, inquieta. ¿Habría salido bien el plan de Miranna para esquivar a los guardias? ¿Habría llegado junto a Temerson? ¿Y de qué estarían hablando?
Steldor había salido, y no esperaba que regresara temprano. Cuando vi que las estrellas aparecían en el cielo, estuve segura de que mi esposo pasaría toda la noche fuera, lo cual me iba muy bien en ese momento. Empecé a dar vueltas por la habitación, con una sensación de emoción y de nerviosismo que me hacía difícil estar quieta. Temerson tenía que haberle pedido que se casara con él, porque si no, ella ya hubiera regresado. Pensé en volver a entrar en el dormitorio de Steldor para distraerme un poco, curiosa por ver qué más cosas podría revelarme sobre mi esposo, y cuando daba la tercera vuelta a la sala me detuve delante de la puerta. En ese momento se abrió. Inmediatamente, me di la vuelta.
—Mira…
Sin embargo, no era Miranna quien se encontraba justo en el dintel, así que cerré la boca de golpe. Sentí las mejillas encendidas.
—¿Qué haces? —preguntó Steldor con una mirada inquisitiva al ver que me encontraba delante de su puerta.
—Daba vueltas por la sala —dije con sinceridad, pues sabía que ésa era una justificación satisfactoria para encontrarme tan cerca de la puerta de su dormitorio.
—Ya veo.
Él se quitó el cinturón y colgó sus armas en el lugar habitual, al lado de la chimenea. Sin dejar de mirarme con suspicacia, se quitó el jubón y lo tiró encima de uno de los sillones.
—¿Por qué estás despierta todavía? Es casi medianoche.
—Supongo que todavía no tengo sueño —contesté, evasiva, mientras jugueteaba con los pliegues de la falda—. En todo caso, creo que la sala en de los dos, y puedo utilizarla cuando quiera, sea la hora que sea.
—Eso es cierto. Quizá me quede contigo.
Me encogí por dentro, pues hubiera debido prever ese problema. Si Miranna venía mientras Steldor estaba allí, sabría que yo no había sido sincera con él. Todavía recordaba el comentario que me había hecho después de mi primera visita a Baelic, de que yo intentaba ocultarle cosas, y sabía que si eso sucedía, tendría otro motivo para desconfiar de mí. A pesar de todo, no quería contárselo. Si Halias o mi padre averiguaban lo que Mira había hecho, ella tendría serios problemas.
—Seguro que has tenido un día muy duro, mi señor —le dije en tono amable—. No es necesario que me hagas compañía.
Steldor me miró atentamente, se sentó en el sofá y puso los pies encima de la mesita.
—Desde luego, no es necesario. Pero es raro que estés despierta cuando regreso, y no quiero perder la oportunidad de disfrutar de tu compañía.
Me mordí el labio inferior. Me esforcé por que se me ocurriera la manera de salir de esa situación y entre ambos se hizo un largo silencio.
—Dado lo tarde que es —respondí finalmente, consciente de que él continuaba estudiándome con sus ojos oscuros—, creo que voy a retirarme, después de todo. Te deseo que pases una buena noche.
Me dirigí a mi dormitorio con la esperanza de que él se retirara al suyo. Creía que él simplemente había intentado irritarme quedándose allí, pues parecía muy cansado. Cerré la puerta y esperé, escuchando, hasta que oí que caminaba hacia su habitación. Al caba de unos minutos, abrí despacio la puerta para mirar. No vi nadie, así que me acerqué de puntillas al sofá.
—¿Este tipo de trucos te funcionan con la otra gente?
Di un respingo y me volví. Steldor estaba apoyado en la pared que quedaba a mi derecha. Esta vez sentí que todo el cuerpo se me encendía de vergüenza, tanto por haber pensado erróneamente que lo había engañado como por el susto que me había dado oír su voz de repente.
Se acercó a mí y me sostuvo la barbilla con el índice para hacerme levantar la cabeza y mirarlo a los ojos.
—¿Por qué no me dices qué está pasando?
Molesta y ofendida por el tono altivo, me aparté unos pasos de él.
—Estoy esperando a Miranna —admití, mientras me sentaba en el sillón que estaba al lado del sofá y fulminándolo con la mirada.
Él me siguió y se inclinó sobre el respaldo del sillón. Empezó a juguetear con un mechón que me caía por la espalda.
—¿Y por qué la estás esperando?
Dejé escapar un suspiro de frustración y me puse en pie para quedar fuera de su alcance.
—Ella se iba a encontrar con Temerson en la capilla.
Me miró fijamente, disfrutando de la situación, con las manos apoyadas en el respaldo del sillón.
—Y ella iba a encontrarse con él porque…
—Él le envió una nota a través de su doncella en la que le pedía que se vieran esta noche. Todo era muy romántico y misterioso… Miranna creía que él iba a pedirle que se casaran.
Aunque me hubiera gustado decirle que no era asunto suyo, albergaba la esperanza de que si se lo confesaba, al final me dejaría en paz. En lugar de ello vi que su expresión cambiaba, perdía ese aire de suficiencia y se volvía más adusta. Steldor se apartó del sillón y me observó con intensidad.
—¿Cómo iba a entrar Temerson en el palacio?
—No lo sé. No he pensado en ello. Pero debe de haber encontrado la manera.
—¿Halias está con ella?—preguntó.
Fruncí el ceño, incapaz de comprender su interés.
—No, Temerson decía que tenía que ir sola. Por favor, no se lo digas a Halias, Miranna solo quería…
—¿En la capilla, has dicho?
El tono urgente de su voz me alarmó; asentí con la cabeza, temerosa, de repente, aunque no sabía por qué.
Steldor cogió su espada y su daga y se ató el cinturón alrededor de las caderas mientras se dirigía hacia la puerta de salida.
—¡Guardias! —gritó, corriendo por el pasillo en dirección a la escalera principal.
Corrí detrás de él, acuciada por los cuatro o cinco hombres que respondían a su llamada. Conseguí ponerme a la cabeza del grupo justo cuando Steldor llegaba al vestíbulo principal.
—¡Espera! —grité, corriendo escaleras abajo tras él.
Se detuvo en la sala de guardia que daba al gabinete de Cannan para reunir a unos cuantos soldados más. Aproveché ese momento para cogerlo del brazo.
Steldor me apartó, sin darme ninguna respuesta, y continuó hacia el ala este, en dirección a la doble puerta de madera de la capilla que se encontraba al final del pasillo. Unos cuantos guardias de elite que se habían despertado por el ruido corrieron detrás de nosotros desde el pasillo norte que daba a sus aposentos. Entre ellos se encontraba Destari, que empezó a abrirse paso hacia mí. Steldor se detuvo delante de la doble puerta y sacó la espada. Hizo una señal con la cabeza a los hombres que tenía a su alrededor, y ellos también desenfundaron sus espadas. Steldor intentó abrir la puerta empujándola con su cuerpo, pero ésta no cedía.
—Está cerrada por dentro —dijo uno de los guardias mientras empezaba a organizar a los hombres para que la echaran abajo.
De repente, un fuerte ruido de madera rota resonó en palacio; Steldor dio una patada para acabar de abrir la puerta y consiguió romper la barra que la mantenía cerrada. La capilla se encontraba absolutamente a oscuras. Miranna no podía estar allí, ni tampoco Temerson, pues no había ninguna lámpara ni ninguna vela. Sentí que se me formaba un nudo en el estómago e intenté calmarme buscando alguna explicación. Quizá ya se habían ido; tal vez estaban dando un paseo a la luz de la luna. La salida hacia el patio este estaba allí cerca: quizás habían decidido salir a disfrutar del aire de la noche.
Me acerqué a Steldor, que estaba de pie en la entrada esperando que le llevaran una antorcha. Deseaba que me dijera que no me preocupara. Pero en ese momento percibí un olor metálico, y me cubrí la boca y la nariz con las manos.
—¿Qué es eso? —dije, intentando ver a través de la oscuridad y conteniendo las náuseas.
Antes de que Steldor respondiera, una nube se apartó de delante de la luna y su luz atravesó el cristal de la ventana e iluminó la escena. En el pasillo que había entre las filas de bancos, en medio de un charco oscuro que se extendía como un extraño depredador por encima de las piedras de color azul agrisado, había una persona tumbada boca abajo. Tenía las piernas en una postura demasiado extraña para estar durmiendo, y el cuerpo excesivamente quieto para estar viva.
Solté un grito de dolor y la imagen que tenía delante de mí se hizo borrosa, como si una niebla me impidiera la visión. Me fallaron las piernas, pero Steldor me sujetó por la cintura con su fuerte brazo e impidió que cayera al suelo. Poco a poco la visión se me aclaró y vi que altar de madera estaba destrozado y que la cruz, rota, estaba en el suelo. Volví a bajar los ojos al suelo de piedra y vi la densa textura de la sangre, el extraño ángulo de la cabeza, la quietud de la muerte.
—Miranna… —dije casi sin voz.
—Sujétala —oí que Steldor le decía a alguien, pero yo me debatía contra él, quería ir hasta mi hermana, y me negaba a que me apartaran de allí—. Mírame—me ordenó él con firmeza mientras me obligaba a volverme hacia él—. No es tu hermana. Y ahora tienes que aparatarte de aquí.
Destari entró para iluminar con la luz de una antorcha el interior de la capilla; por fin pude ver que la persona muerta tenía el cabello fino y blanco, y que llevaba la túnica del sacerdote. El alivio y la culpa me invadieron, pues aunque se había perdido una vida, no se trataba de la vida más preciada para mí. Un poco más tranquila, estaba a punto de permitir que Steldor me dejara en los brazos de uno de los guardias de palacio cuando otro miedo me dejó sin respiración. El altar no había sido destrozado sin motivo, sino que allí había un túnel. Quise volver a la capilla, pero Steldor me sujetó con fuerza.
—¿Dónde está mi hermana?—gemí, sintiendo que no podría parar las lágrimas.
Empecé a sollozar y, en ese momento, oí que Steldor daba unas órdenes.
—Id a buscar a mi padre y a Galen. Despertad a todos los guardias y registrad el palacio en busca de algún intruso. Registrad las caballerizas. Quizá todavía podamos seguirlos. Y dad la alarma para que cierren la ciudad.
Steldor, sin ninguna ceremonia, me dejó con uno de los guardias y regresó a la capilla acompañado por Destari y por unos cuantos hombres más. Parecía haber decidido que entrar en acción de forma inmediata era más importante que velar por su propia seguridad. Steldor enfundó su espada y se acercó rápidamente al altar dispuesto a meterse en el agujero que se abría debajo de él. Destari, que había comprendido que el Rey no debía correr ningún riesgo innecesario, lo agarró del hombro para detenerlo. Steldor admitió ese gesto e hizo una señal a los guardias para que entraran a explorar el túnel en su lugar. Luego recorrió de vuelta el pasillo de la capilla hasta donde yo me encontraba y me abrazó, impidiéndome ver al sacerdote asesinado y la entrada del túnel por donde los cokyrianos habían conseguido infiltrarse en palacio y llevarse a Miranna.