Alera (28 page)

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Authors: Cayla Kluver

BOOK: Alera
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—¿Va alguien a decirme que…?

—Los cokyrianos intentaron asesinar al capitán —informo Destari con brusquedad, y empezó a caminar arriba y debajo de una forma que no era propia de el.

—Me he llevado el pergamino —dijo Cannan directo y sin hacer caso de la palidez de Steldor, mientras obligaba a detenerse a Destari.

—Abridlo —lo apremió Destari.

Cannan lo miro con enojo.

A pesar de que Steldor estaba visiblemente confuso, no le dijo nada a su padre mientras este desataba la tira de cuero que rodeaba el pergamino y lo desenrollaba. Sin decir ni una palabra, el capitán arrugó el pergamino.

—¿Qué? —pregunto Steldor, aunque Destari ya sonreía adustamente, pues había comprendido.

—En blanco —se limito a decir Cannan.

En ese momento, todos los que habían estado escuchando se pusieron a hablar en voz alta, a discutir. La lustración se hacia evidente en cada palabra que se decía. La temperatura del recibidor pareció aumentar considerablemente, y quitarme la capa no sirvió de nada. Además, deseaba disfrutar de un poco de silencio para poder pensar en lo que había sucedido. El encuentro para la negociación o había sido más que una estratagema para atentar contra la vida de Cannan y posiblemente, para volver a capturar a London, los dos hombres más importantes de nuestras defensas. Quizás el mismo rapto formara parte de ese plan. Era muy posible que hubieran asesinado a mi hermana el mismo día en que se la llevaron, ya que el plan de los cokyrianos solamente había servido de cebo.

Repentinamente, el calor, el ruido y el olor a sudor y a sangre fueron superiores a mis fuerzas. Me alejé de ese caos y subí corriendo la escalera principal sin que nadie se diera cuenta. Intentaba contener las lagrimas, pues no quería derrumbarme y su sucumbir al llanto antes de haber llegado a la seguridad de mi santuario. En cuanto abrí la puerta de mis habitaciones entre en la sala, caí de rodillas sobre la alfombra de lana que cubría el suelo y empecé a llorar. Había creído que ese encuentro significaría el retorno de mi hermana, había creído que la vería que la podría abrazar, sentir su calor, y su vitalidad. Pero, en lugar de eso, lo más probable era que ella nos hubiera abandonado para siempre, y yo temblaba solo de pensarlo.

Mientras me debatía para contener las emociones, oí la puerta que se cerraba y supe que ya o estaba sola. Pensé que Destari, o quiza Steldor, habían venido a comprobar que me encontraba bien, inspire profundamente temblando todavía, me puse en pie despacio y me di la vuelta. Enguanto vi el rostro que se encontraba delante de mi me quede helada, pues aunque hacia mucho que deseaba volver a estar con el, no podía evitar tenerle miedo.

—Alera —dijo, dando un paso hacia mí.

Aunque durante la negociación había llevado el uniforme negro, ahora vestía la tunica azul real de los guardias de palacio, y me pregunte a quien se la habría quitado y en que condiciones habría quedado ese hombre.

Me aparte un poco inconscientemente, pues sabia que si el continuaba acercándose a mi yo no seria capaz de escapar, no seria capaz de gritar, dado que respirar ya se me hacia difícil.

—Puedes escucharme o puedes llamar a tus guardias —dijo con calma, completamente consciente del riesgo que corría al estar en palacio—. Es tu decisión.

—Narian —susurre, incrédula y asombrada—. ¿Que estas haciendo aquí?

—No tengo mucho tiempo, pues pronto vendrá alguien a ver como estas. Pero tenemos que hablar.

—¿Ahora? —pregunte, esforzándome por concentrarme mientras intentaba borrar las huellas que el llanto me había dejado el en la cara.

—No, mañana por la noche, en la propiedad de Koranis. Y ven sola.

Lo miré, insegura de quien era él realidad y terriblemente consciente que él estaba de parte del enemigo.

—Confía en mí una vez más, igual que yo confío en ti.

Me miró a los ojos, y solo pude darle una respuesta:

—Iré —prometí casi sin aliento y sin saber como podría cumplirlo. Solamente sabía que debía hacerlo.

Sin apartar sus ojos de los míos, se acercó lentamente, se levantó la manga de la camisa y se sacó una daga que llevaba sujeta al antebrazo. Yo no me aparté, lo cual quizá no era sensato sabiendo, como sabia, todas las armas que siempre llevaba encima. Narian se detuvo delante de mí y se desató la daga del antebrazo.

—Quiero que tengas esto. Llegado el momento quizás puedas necesitarlo.

Hablaba en tono sereno, como si me estuviera ofreciendo una mera chuchería.

Recordé como había reaccionado –Steldor cuando le pedí un arma. Narian sabía mejor que nadie el peligro que acechaba Hytanica, el peligro que yo y mis paisanos podríamos correr, puesto que era el ejecutor de los planes del Gran Señor.

Narian me copio el brazo izquierdo con suavidad, y yo sentí un inesperado deseo de tocarlo, de estar entre sus brazos, de fingir que nada había cambiado entre nosotros. A pesar de todo, no me moví. El levantó la manga de mi blusa y me sujetó la daga en el brazo. Luego, volvió a colocar la manga en su sitio y me miró a los ojos otra vez.

—lleva esto en todo momento —me dijo.

Levantó la mano para acariciarme el cabello y yo, si pensarlo, me adelanté y apoyé la cabeza sobre su pecho.

—Miranna —dije casi atragantándome mientras él me rodeaba con los brazos.

—Esta viva.

Una gran sensación de alivio me invadió: era la primera vez que sentía cierta tranquilidad desde que esa pesadilla había comenzado. Al cabo de un momento, Narian me copio de ambos brazos y me aparto un poco. De repente, sentí una culpa y vergüenza terribles.

—Ahora estoy casada —dije, a pesar de que era evidente de que él ya lo sabía...

—Mañana, después del anochecer —repitió él, como si yo no hubiera dicho nada—. Sola.

—Si, allí estaré —dije, sin querer pensar en el peligro al que me iba a exponer. Aunque fuera una insensata tenía una fe absoluta en él.

Antes de soltarme, Narian se inclino un poco y me besó suavemente en los labios. Luego se dio la vuelta y camino hacia la puerta. Al llegar, me miró, incapaz de contener sus emociones. Di un paso hacia delante con un irracional deseo de hacer algo para que se quedara conmigo, pero el rápidamente abrió un poco la puerta, atisbo hacia el pasillo por si había alguien a la vista y desapareció.

No había pensado en como podía haber entrado en palacio, y no me preocupaba como seria capaz de escapar. Sabía que Narian tenia la habilidad de entrar y salir cuando quisiera, pues ya lo había hecho varias veces durante los meses de invierno, cuando trepaba hasta mi balcón para llevarme fuera de palacio.

Me quede con la vista clavada en el lugar por donde Narian había desaparecido. Me dolía todo el cuerpo y volví a sentir la tristeza de encontrarme sin el hombre a quien amaba. A pesar de que sentía cierto alivio al saber que pronto tendría noticias de cómo se encontraba mi hermana, y quizá también del estado de London, la tensión que había pasado durante todo el día hizo que me retirara inmediatamente a mi dormitorio. Me desvestí sin esperar a mi doncella, corrí las cortinas para ocultar la última luz del día y me metí bajo las sabanas.

Al cabo de unos minutos oí que Steldor entraba en la sala; si lo hubiera hecho un poco antes, se hubiera encontrado con Narian, cara a cara. Al pensar en lo que podría haber sucedido, se me acelero el corazón. Oí que Steldor se acercaba mi habitación, y cerré los ojos fingiendo estar dormida, aunque tenía todo el cuerpo en tensión. Él dio unos suaves golpecitos en la puerta, la abrió y note su mirada sobre mí.

—Alera —llamo en voz baja.

Permanecí inmóvil, esperando desesperadamente que no hiciera nada más para intentar despertarme. Estaba segura de que si lo hacia, notaria en mi ojos que lo había vuelto a traicionar. Al cabo de un momento, Steldor salio de la habitación. Aparentemente tranquilo al ver que me encontraba bien. Pero solo yo sabia lo lejos que estaba de sentirme bien.

XV

EL HONOR EN LA GUERRA

A la mañana siguiente enfrentaba un problema. Tenía que encontrarme con Narian esa noche, necesitaba preguntarle qué sabía de mi hermana, sobre London, por qué había desaparecido la primavera anterior sin decir ni una palabra a nadie y por qué había accedido a luchar al lado de los cokyrianos. Necesitaba desesperadamente conocer las respuestas a esas preguntas, y Narian me estaba ofreciendo la oportunidad de saber la verdad. Pero si quería llegar a la propiedad de Koranis a la hora acordada, tendría que dejar el palacio justo cuando empezaba a anochecer, a caballo, y tendría que cruzar las puertas de la ciudad sin nadie que me hiciera preguntas. Y puesto que vivíamos rodados de grandes medidas de seguridad, todo eso era prácticamente imposible.

Llegó la tarde y al ver que el sol iniciaba su descenso, tuve que admitir que solamente había una solución a ese problema. Reuní todo mi coraje, abrí la puerta del pasillo y le pedí a Destari que entrara. Él me siguió hasta la ventana, donde me senté en uno de los sillones que tanto le habían gustado siempre a mi madre. Le invité a sentarse, pero se negó, prefería estar de pie, pues ésa era la actitud correcta.

Al mirarlo a los ojos me di cuenta de que estaba fatigado aunque de lejos no lo parecía. No podía imaginarme cómo se sentía. Destari estaba en el Ejército hacía diecisiete años, cuando London se había escapado de Cokyria después de pasar diez terribles meses en sus calabozos, y, sin duda, había desempeñado un importante papel en la recuperación de su amigo. Ahora que todos enfrentábamos a la posibilidad de que, aunque London sobreviviera milagrosamente por segunda vez en manos de los cokyrianos, ya no fuera el mismo cuando regresara. Esa idea casi me impidió hablar, pero tragué saliva y miré a los ojos de mi guardaespaldas.

—Destaria, necesito ayuda.

—Por supuesto, alteza. ¿Qué puedo hacer? –Su respuesta fue automática, aunque sus ojos mostraron un destello de preocupación.

—Solamente diré lo que tengo que decir si prometes que lo mantendrás en estricto secreto. Lo que te diga debe quedar entre nosotros.

Destari, un tanto receloso se sentó en el sillón tal como le había pedido antes.

—Alera, si se trata de algo de lo que mi deber me obligue a informar, será mejor que no me lo contéis.

Bajé la vista hasta mi regazo, incómoda, y elegí las palabras con cuidado. No me gustaba lo que iba a hacer, pero no se me ocurría otra solución.

—Tu deber no te exigirá informar de lo que voy a decirte –contesté. Al ver su expresión de alivio, sentí una breve punzada de culpa—. Tu lealtad me pertenece a mí, por encima de tu capitán, así que en realidad tu deber te obliga a permanecer en silencio, según mi deseo.

No me preocupaba que Destari pudiera contarle a Steldor lo que iba a decirle; el problema era que pudiera decírselo a Cannan. Y sí aprovechar mi estatus era la única manera de asegurarme de que mantendría el secreto, que así fuera.

Había esperado que me mirara como un hombre a quien acaban de traicionar, puesto que acababa de acorralarlo. Pero, en lugar de ello, sus ojos reflejaban curiosidad.

—¿De qué se trata, Alera? Es evidente de que hay algo que os preocupa.

—Narian ha estado aquí, en palacio.

—¿Qué? –exclamó, y yo le hice un rápido gesto para que bajara la voz. Casi en un susurro, repitió—: ¿Qué?

—Anoche, mientras todo el mundo discutía en el vestíbulo principal. Quiere que me reúna con él esta noche en la casa de campo de su padre, sola, pero necesito un caballo para llegar hasta allí. Debes ayudarme a conseguir una montura… y a salir de palacio sin ningún problema. Después, yo continuaré sola.

—No permitiré que vayáis sola –declaró, mirándome como si me hubiera vuelto loca.

—Pero debo hacerlo. Narian tiene información de Mirana y de London, información que necesito, que nosotros necesitamos. Y él fue claro. No debo llevar a nadie conmigo.

—Tampoco debía hacerlo Miranna, según la supuesta nota de Temerson.

A pesar de su falta de tacto, debía reconocer que tenía razón. Destari nunca se había fiado del todo en Narian, y yo no podía esperar que lo hiciera ahora, ni tampoco que comprendiera por qué todavía lo hacía yo, a pesar de que ese joven había acudido a la negociación al lado de la Alta Sacerdotisa. Debería haber sabido que él nunca me dejaría sola con alguien a quien consideraba una amenaza, tanto si se lo contaba al capitán como si no.

—Muy bien, entonces. Puedes venir conmigo si lo deseas.

Aunque permitir que Destari viniera conmigo parecía ser lo mejor, me sentía inquieta. No sabía si Narian estaría dispuesto a hablar con confianza en presencia de uno de los hombres que se habían mostrado más suspicaces con él durante su estnacia en Hytanica.

Destari asintió con la cabeza, solemnemente, y se puso en pie.

—Esperadme aquí. Voy a preparar los caballos. Luego haré que Casimir distraiga a Steldor en algún punto de palacio y vendré a buscaros.

—Gracias –dije en voz baja.

Destari me dirigió una rápida reverencia y salió de la sala.

Cuando llegó la hora de partir, me puse rápidamente una capa por encima del pantalón y la blusa con que me había vestido y me hice un rápido moño en la nuca, mientras me dirigía a abrir, pues Destari acababa de llamar. Mi guardaespaldas me llevó fuera de palacio por la puerta de servicio, así que salimos justo el oeste del muro del jardín. No perdí el tiempo preguntándome cómo había conseguido despejar la zona de guardias de palacio, sino que di por sentado que un segundo oficial tendría sus propios recursos.

—Es mejor que no nos vea nadie —me dijo por toda explicación—. Si no, nos harán preguntas.

El sol, ya casi sobre la línea del horizonte, teñía el cielo con tonos rosados y anaranjados. Destari me condujo hacia el este, lejos de palacio, hacia un pequeño manzanal que se encontraba situado entre nuestros terrenos y el complejo militar. Allí, dos cabalos escondidos entre los manzanos esperaban con paciencia a sus jinetes. Subimos a nuestras respectivas monturas y cabalgamos hacia el sur a un paso moderado, para no llamar la atención, hacia el distrito del mercado. Comprendí que Destari quería mantenerse alejado el máximo tiempo posible de la avenida principal que dividía la ciudad en dos partes.

A esa hora tardía, casi todas las tiendas que se alineaban a lo largo de las calles estaban vacías. A pesar de ellos, yo me ocultaba el rostro con la capucha de la capa, para que nadie me reconociera. Destari, en cambio, saludaba con una cordial inclinación de cabeza a las personas con quienes nos cruzábamos. Al final, la calle por la cual avanzábamos nos llevó hasta la anenida, todavía muy animada de gente. Pero avanzamos a paso rápido pro uno de los laterales hasta que llegamos a la entrada. Las puertas de la ciudad ya se habían bajado, y solamente los ciudadanos que llevaban un pase con el sello del Rey podían entrar y salir a esa hora del día.

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