Alera (45 page)

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Authors: Cayla Kluver

BOOK: Alera
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—No has comido mucho antes. Tienes que comer para recuperarte.

—Lo sé —contestó Steldor, en un tono de voz extrañamente vulnerable—. Es que no…

Se interrumpió. Estaba demasiado cansado y dolorido para esforzarse con excusas.

—Es comprensible —asintió Cannan—. Pero debes hacerlo.

El tono de su voz no dejaba lugar a dudas: Steldor tenía que llenar su estómago.

—¿Tenemos algo más aparte de gachas?

—No hay mucho entre lo que elegir, London ha ido a cazar, pero hasta que vuelva lo único que hay es pan, gachas, fruta seca y galletas. Tú eliges.

Además de la taza, llené un cubo con agua y llevé ambas cosas hasta ellos. Cannan cogió a su hijo por debajo de los brazos por segunda vez y lo levantó para sentarlo, pero Steldor gritó de dolor y la respiración se le aceleró mucho.

—Calma, chico —lo tranquilizó Cannan, que había pasado el brazo derecho por el pecho de su hijo para tranquilizarlo y la mano izquierda sobre su frente, despeinando su oscuro cabello—. Ahora con cuidado. No pasa nada.

Steldor se calmó gracias al tono de confianza de su padre aunque todavía respiraba agitadamente. Le di la taza a Cannan y él ayudó a su hijo a beber. Luego volvió a dármela para que la volviera a llenar del cubo. Después me pidió que fuera a buscar fruta seca, gachas y un trapo, y volvió a ayudar a Steldor a beber. Cuando regresé, Cannan empapó el trapo de agua y mojó el rostro y el cuello de su hijo. Al terminar, animó al herido a comer, con un éxito mayor que el que había tenido yo. Una vez estuvo satisfecho de la cantidad de comida que su hijo había tomado, volvió a tumbarlo sobre las pieles para que siguiera durmiendo.

—¿Creéis que está bien? —pregunté, temerosa, pensando que quizá Cannan quisiera decirme lo que pensaba ahora que su hijo no podía oírle.

—Se ha enfriado más deprisa de lo que lo habría hecho si estuviera en una situación grave —contestó el capitán mientras volvía a comprobar si tenía fiebre. Luego levantó la camisa de Steldor para verificar cómo estaba la herida, y yo aparte los ojos—. La herida está un poco irritada, pero no hay motivo para alarmarse, todavía.

No comenté el hecho de que hubiera dicho «todavía», y él volvió a colocar las vendas y la camisa en su sitio. Luego me hizo un gesto con la cabeza indicando a mi hermana, que estaba sentada sobre su cama y miraba hacia delante con expresión vacía.

—¿Cómo está?

—Está... distinta. Cambiada.

—¿Se deja ayudar por vos, entonces?

Asentí, un tanto confusa por esa extraña pregunta.

—Sólo intento saber quién podría hacerse cargo de ella en caso de crisis —explicó, pues había comprendido mi expresión.

Sentí un desagradable escalofrío.

—¿Esperáis que haya una crisis?

—Sí. Es la única manera de estar preparado para afrontarla. Pero no, no creo que nos descubran.

Antes de que pudiera responderle, se puso en pie y se dirigió al lecho que se había preparado.

—Steldor dormirá durante un buen rato. Voy a ver si yo puedo hacer lo mismo. —Se me quedó mirando unos instantes con una sonrisa, cosa extraña en él—. Y, Alera, está claro que el cabello corto no siempre es motivo de vergüenza.

XXIV

MORIR POR EL REINO

Al cabo de unas horas London regresó, pero no lo hizo solo. Galen había bajado de su puesto de guardia para traer carne —venado— hasta la cueva. Cuando entraron, vi que Temerson los acompañaba. El chico parecía parecía agotado y estaba muy sucio; llevaba la ropa hecha jirones e iba medio cubierto con una capa oscura.

—Lo encontré vagando por el bosque, lejos —nos dijo London, mientras lo hacía pasar hasta el interior de nuestro santuario—. No está bien —añadió el guardia de elite mientras hacía un significativo gesto con el dedo al lado de la sien.

Temerson parecía tan perdido como Miranna, pero la vio enseguida y, en ese instante, su actitud cambió. Se soltó inesperadamente de London y se precipitó tropezando hacia donde estábamos mi hermana y yo. Miranna ya se había puesto en pie y se acercaba a él.

—Mira —murmuró él, parándose ante ella.

Me sorprendió que hubiera utilizado el apodo que yo misma empleaba con mi hermana. El chico bajó la cabeza y sus mechones de pelo color canela le cayeron sobre la cara. Miranna alargó la mano y se los apartó, y él la miró a los ojos. Vi que Temerson estaba a punto de llorar, y no fui capaz de imaginar por cuánto tenía que haber pasado antes de que London se tropezara con él.

Todos los hombres estaban en la cueva —London, en el centro; Galen, delante de los suministros, y el capitán, que se había despertado cuando los otros habían entrado, se encontraba de pie delante de su lecho—, y todos miraban al recién llegado intentando comprender cómo podía ser que estuviera allí. Steldor estaba dormido, más tranquilo ahora que no estaba tan atrapado por las mantas, y supuse que Cannan no haría nada por despertarlo.

Miranna y Temerson permanecían de pie sin decirse nada, ella tocándole el cabello, él mirándola a los ojos. Me sentí un poco incómoda, como si les estuviera imponiendo mi presencia, pero nuestra forma de vida del momento no permitía ofrecer ninguna intimidad. Al cabo de unos minutos, Miranna y el joven pretendiente se fueron al rincón. Entonces Canan se acercó a London y le preguntó:

—¿Qué le ha sucedido?

—No lo sé. Nunca ha sido muy hablador, y los sucesos recientes no lo han animado a ser de otra forma. No le he hecho preguntas. Quería ponerlo a salvo primero.

—Ahora lo único que tenemos es tiempo —contestó Canan—. Podemos permitirnos darle un poco.

—¿Y Steldor?

—Se despertó hace un par de horas quejándose de que tenía mucho calor.

London miró a Cannan a los ojos, pues comprendió lo que podía significar.

—Comió un poco, aunque no suficiente —continuó Cannan—, pero ahora descansa más tranquilo. El tiempo dirá, también.

—¿Me encargó de la siguiente guardia?

—No, yo lo haré. Me hará bien salir de la cueva un rato. Pero…

—Sí, lo sé, vigilaré a Steldor.

Cannan asintió con la cabeza. London se dirigió hacía Galen para ayudarle a preparar el venado. Lo seguí, pues necesitaba hacer algo, y además quería dejar solos un rato a Temerson y Miranna. Al acercarme, los dos hombres me miraron con las cejas arqueadas, pues se habían dado cuenta de mi nuevo corte de pelo.

—Pantalón, cabalgar, cabello corto…, ¿Qué será lo siguiente? —preguntó London, bromeando.

—Espero que la habilidad de preparar algo más que gachas —respondió Galen.

Los tres nos reímos, pues necesitábamos aliviar la tensión. Miré a London preguntándome cuál sería su verdadera opinión, y él me miró y aprobó con un gesto de cabeza.

—Aceptémoslo, Galen —dijo, un poco más serio—. Necesitaremos a todos los soldados que haya. Ahora, vamos a llenar los estómagos de todos.

Comer carne fue como un milagro. No me había dado cuenta, hasta que la tuve en la boca, de que era mucho más sabrosa que las gachas y que la comida deshidratada. Nos juntamos todos cerca del fuego y utilizamos las rocas a modo de taburetes. Cannan había permitido que el soldado que montaba guardia se uniera a nosotros y durante la comida no dejó de desviar la mirada hacía a su hijo, pero no lo despertó. Steldor podía comer más tarde.

Miranna y Temerson se sentaron el uno al lado del otro como dos pajarillos con alas rotas. Se apoyaban mutuamente sin pronunciar palabra. Él se había lavado y se había cambiado de ropa, lo cual había mejorado su aspecto aunque no su estado de ánimo.

Cuando terminamos de comer, Temerson miró a los tres hombres, pues sabía que pronto empezarían a hacerle preguntas. Parecía resignado a ellos. Entrelazó los dedos con los de Miranna en busca de seguridad y valor.

—¿Quieres contarnos cómo te perdiste en el bosque? —preguntó Cannan, y en su tono no había ni prisa ni ansiedad, pues sabía que asustar al chico, ponerlo nervioso, no era la mejor estrategia.

Temerson pareció quieto durante mucho rato, con la vista clavada en su mano y en la de Miranna. Nadie intentó apremiarlo. Finalmente, levantó la cabeza y nos miró con una expresión de sorprendente dureza.

—Me escapé —dijo sin mostrar la más mínima vergüenza, lo cual era poco habitual en él—. El Gran Señor vino a Hytanica, tal como todo el mundo decía que haría.

Al oír el nombre de nuestro terrible enemigo, Miranna se sobresaltó, pero Temerson le apretó la mano con fuerza. A mí se me aceleró el corazón: tenía tanto miedo como ganas de conocer la historia de Temernos.

—Narian estaba a su lado, y él exigió que el Rey y la Reina se presentaran ante ellos para negociar nuestra rendición. El rey Adrik y lady Elissia se presentaron en el vestíbulo principal para interceder por nosotros, y los soldados del Gran Señor forzaron la entrada.

»Era terrible, como el diablo. Alto, amenazador, iba al vestido todo de negro. Tumbaba a todo aquel que se interpusiera en su camino con una magia invisible que hacía con las manos. El rey Adrik intentó hablar con él, pero el Gran Señor estaba furioso. Dijo que quería acabar con el joven rey y que la ausencia de Su Majestad y su cobardía no lo invitaban a mostrarse compasivo. Entonces le preguntó al rey Adrik cuánto se atrevería a sacrificar. Éste le contestó que se lo daría todo con tal de salvar las vidas de los inocentes. Por algún motivo, el Gran Señor miró a Narian antes de contestar: «Ya he prometido proteger a los inocentes». Luego le dijo al rey Adrik que llamara a todos los oficiales de nuestro ejército. Dijo que pagarían con sus vidas y que, si no era así, no se mostraría tan piadoso con nuestras tropas.

Todos los que estábamos en la cueva nos quedamos sin respiración. El rango de oficial incluía a todos los guardias de elite, a todos los comandantes de batallón y a todos los soldados que no tuvieran un rango inferior al de teniente. Sin duda, el Gran Señor se había visto obligado a prometer compasión con los inocentes ante Narian, pero éste no debía de haber podido prever cómo trataría su señor a los soldados que se habían rendido. Temerson se había puesto tenso y se notaba que algo parecido a la furia lo poseía.

—Estábamos completamente a su merced. El rey Adrik no tuvo otra opción que mandar a buscar a todos los oficiales de palacio y del complejo militar, y todos acudieron a su llamada. El Gran Señor permitió que el rey Adrik se reuniera en privado con los hombres. Mientras lo hacía, nos llamaron a los demás, que nos habíamos refugiado en palacio, para que fuéramos al patio. Cuando los hombres salieron en fila del salón del Trono, lo hicieron con paso decidido, con resolución. Mi padre me cogió un momento y me dijo… —En ese momento se interrumpió, pero su expresión no mostraba la menor debilidad. Estaba decidido a continuar sin ceder a sus emociones—. Me dijo que tenía que saber que el rey Adrik había dado permiso a todos los hombres para que escaparan si podían, que no serían unos cobardes por hacerlo. Mi padre me dijo que recordara, aunque nadie más lo hiciera, que ninguno de ellos quiso hacerlo. En lugar de ellos, decidieron morir por el reino, para proteger a su gente y a sus hombres.

»Condujeron a los hombres hasta el campo de entrenamiento militar, y a nosotros nos hicieron ir detrás. El campo de entrenamiento estaba repleto de ciudadanos hytanicanos, obligados a reunirse allí. El Gran Señor hizo que los oficiales se colocaran de dos en dos, formando una fila de ejecución en la cumbre de la colina que da al campo, desde donde todos veíamos. Nos obligaron a mirar: esposas, hijos, hermanos, hermanas, padres. Yo miré. Mi padre murió en decimoséptimo lugar.

Era imposible decir nada, tan grande era el horror. La crueldad de Gran Señor era legendaria, pero ninguno de nosotros había imaginado nunca que se mostraría tan despiadado cuando la victoria había sido completa, cuando ya no podíamos presentar batalla. La manera fría en que Temerson se había referido a la muerte de su padre de la cual había sigo testigo, era terrible, inexpresable. El joven se aclaró la garganta y continuó.

—Antes de empezar, os buscó… a todos vosotros. Sabía que los reyes se habían marchado, pero quería al capitán, al sargento de armas, a London, para torturarlos. Al ver que ninguno de vosotros estaba allí se dio cuenta de que debías de estar con la familia real. Así que exigió que los guardaespaldas de la familia real se presentaran ante él, pues ellos podían saber cuál era vuestro escondite, y amenazó con matar a todo el mundo de la forma más lenta y dolorosa posible si no lo hacían.

»Después de torturar lentamente a los primeros oficiales, Halias, Destari y Casimir se entregaron para ser interrogados a cambio de que sus camaradas tuvieran una muerte rápida. Se los llevaron a palacio de nuevo.

Mientras escuchaba esa terrible historia me di cuenta de que los segundos oficiales se habían entregado; Narian podía haber identificado fácilmente, por lo menos, a dos de ellos. Me había prometido que salvaría tantas vidas como le fuera posible, que otorgaría tanta compasión como pudiera, e intenté convencerme a mí misma de que mantenía su palabra, a pesar de la profunda que rabia sentía y que me había pensar que Narian debería haberse esforzado más por detener a su señor e impedir que cometiera esas atrocidades.

—Entonces recorrió toda la fila de hombres —dijo Temerson en tono apagado—, y todos ellos cayeron al suelo con un terrible grito. Los mató sin arma visible. Fue rápido con la mayoría de ellos. Murieron en cuestión de segundos, como si fueran parte de una demostración. Él único que…—Temerson miró rápidamente al capitán y, a pesar de que mantuvo una actitud impávida, Cannan supo qué iba a decir el chico—. Reconoció a vuestro hermano, señor. Por un momento creyó que lord Baelic erais vos. Narian lo corrigió, dijo que estaba equivocado, pero la relación era evidente y…

—Y se tomó su tiempo —dijo Cannan, terminando la frase.

El rostro de Cannan continuaba impávido, pero la expresión de sus ojos era extraña: en ellos había una furia que yo no había visto antes. Su hermano había sido castigado con crueldad por un desgraciado parecido de familia, por la posición que Cannan ostentaba y porque éste no estaba allí para recibir el castigo. Cannan sentía rabia, pero en su mirada también había culpa y dolor. ¿Cómo era capaz de mantener el control hasta tal punto?

Yo me tapaba la boca y tenía el rostro lleno de lágrimas. Era difícil aceptar esa terrible verdad.

—Baelic no —exclamé—. No puede ser, Baelic no, él no puede… Él no…

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