Alera (44 page)

Read Alera Online

Authors: Cayla Kluver

BOOK: Alera
7.89Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Montando guardia. Ahí fuera, en algún lugar.

Bajó la mano y respiró profundamente para tranquilizarse y pensar con lógica.

—Dame la bebida, y después comeré. No me hará dormir inmediatamente.

Eso me pareció razonable, así que le di la bebida y espere por si me pedía ayuda: no quería ofenderlo al insinuar que podía necesitarme para beber. Él no dijo nada.

—Bueno, voy a buscar las gachas —dije, y lo dejé para que se las arreglara solo.

Había dejado el cazo hirviendo en el fuego, y puse unas cuantas cucharadas de comida y un puñado de pasas, al igual que había hecho para mí, en un cuenco de madera para llevárselo. Al darme la vuelta vi que se había incorporado y que se apoyaba en el brazo izquierdo. Se estaba tomando las hierbas. Bebió hasta que se lo hubo terminado y luego dejó la taza a un lado. Me hizo un gesto impaciente, pues no quería tumbarse hasta haber comido. Me di cuenta de que le costaba mucho mantenerse en esa postura y yo hubiera preferido que no se hubiera colocado de esa forma, pero no se me ocurría cómo ayudarlo sin ofender su orgullo.

Miró el cuenco con recelo, pero no tenía energías para quejarse. Se daba cuenta de que era importante comer para recuperar la energía, así que se forzó a tomar unas cuantas cucharadas. Decidí no mirarlo mientras comía, así que fui a remover el fuego. Al cabo de unos momentos oí que se volvía a tumbar, y al acercarme, vi que se había comido la mitad de lo que le había puesto. No podía culparlo por no tener apetito, dada la condición en la que se encontraba, pero no creía que a Cannan le pareciera suficiente. Por otro lado, por lo menos ya tenía algo en el estómago, aparte del vino. Al cabo de unos quince minutos, el alcohol y el alcohol y el roble surtieron efecto y Steldor se sumió en un profundo sueño. Volví a encontrarme sola, y esta vez no tenía nada en qué ocuparme. Regresé al lado del fuego. Revolví las gachas y añadí un poco de agua para que la pasta no quedara demasiado densa. Por suerte no pasó mucho rato —media hora como máximo— hasta que Cannan regresó a la cueva. Se detuvo al lado de Galen, le puso el pie encima del hombro y lo movió para despertarlo.

—Ya está bien, Bella Durmiente —dijo Cannan en cuanto Galen empezó a abrir los ojos con expresión soñolienta—. Es hora de que hagas tu turno.

Galen se puso en pie lentamente, sin acabar de estar despierto del todo, mientras el capitán se acercaba a mí y miraba a su hijo herido.

—¿Y Steldor? —Su voz era ronca y expresaba cansancio y preocupación.

—Se ha despertado. He hablado con él y ha comido un poco. No mucho, pero sí un poco.

—¿Ha hablado con coherencia?

—Sí. Estaba cansado y tenía dolor, y no se ha mostrado muy contento conmigo, así que, decididamente, era él mismo.

De repente, recordé el analgésico que le había dado, y cogí la taza para enseñársela al capitán.

—Me ha pedido esto, polvo de roble, así que lo he mezclado con un poco de vino. Me ha parecido que le iba bien, y se ha vuelto a dormir. Espero haberlo hecho bien.

Cannan asintió con la cabeza antes incluso de que terminara de hablar.

—De acuerdo. Veo que os habéis manejado bien sin Galen.

El sargento se encontraba al otro lado de la sala, cerca de la cascada, y se estaba lavando la cara. No parecía que hubiera oído nada de lo que estábamos hablando.

—No podía despertarlo —dije, con afecto—. Estaba tan lejos de aquí como vos.

El capitán se acercó a Steldor, se apoyó en el suelo con una rodilla y le puso el dorso de la mano sobre la mejilla. Observé su rostro por si detectaba preocupación, pero no fue así. Se limitó a acariciarle el cabello y dejó que el joven continuara descansando.

—¿Tenéis hambre? —le pregunté, y él negó con la cabeza.

Galen se había acercado al fuego y miraba insistentemente el cazo de gachas. Supe que no hacía falta preguntarle si tenía ganas de comer. Supe que no hacía falta preguntarle si tenía ganas de comer.

—De momento, está bien —le dijo Cannan al sargento mientras pasaba por su lado y se dirigía a la entrada de la cueva para prepararse la cama.

Puse unas cucharadas de gachas en un cuenco para Galen, añadí las pasas y se lo di. Galen se lo zampó al instante.

—Las mejores gachas del mundo —dijo con una sonrisa irónica mientras se limpiaba la boca con el dorso de la mano—. Gracias.

Galen salió para montar guardia. El capitán ya se había tumbado, dispuesto a disfrutar del merecido descanso que tanto había aplazado.

—Despertadme si Steldor se mueve —me pidió Cannan justo antes de dormirse.

Las palabras del capitán implicaban que yo debía permanecer alerta, lo cual me volvía a dejar sola en ese refugio húmedo y mal iluminado. Me sentí agradecida por que por lo menos entraran unos rayos de luz natural, pero solamente iluminaban la zona del suelo en que caían, e iban cambiando de posición con el movimiento del sol. Las luz de las antorchas y del fuego no era muy fuerte, así que las paredes y los rincones estaban oscuros. El silencio, allí, en el interior de la tierra, también era distinto: más completo, pues no se oía ni el viento, ni los pájaros, ni el rumor de las hojas de los árboles, ni siquiera los pasos. Nuestra existencia allí iba a ser terrible.

El tiempo pasaba lentamente yo tenía poco que hacer. Los segundos se convertían en minutos, y luego venían más segundos y más minutos. Mi necesidad de ocuparme en algo aumentaba pues mi mente empezaba a divagar hacia temas desagradables. No quena pensar, pues en cuanto lo hacía me preguntaba si mi reino todavía existía; no podía evitar pensar en mis padres, mis amigos, mi gente; tampoco podía evitar pensar en Narian, que había salvado a London y a mi hermana, pero que probablemente no tendría la posibilidad de salvar a otros, o quizá ni siquiera de salvarse sí mismo. Entonces recordé la boda de Galen, que se había celebrado tan sólo unos meses antes. El no mostraba sus sentimientos, pero por dentro debía de estar sufriendo un gran dolor. Tiersia, si todavía estaba viva, no tenía ni idea de dónde estaba Galen y, probablemente, lo habría dado por muerto. Sentiría un dolor innecesario. ¿Innecesario? Allí atrapados, era como si estuviéramos muertos. Nunca podríamos volver. Y ese pensamiento era más de lo que podía soportar.

Me puse en pie, decidida a encontrar algo que hacer para alejar la desesperación. Decidí que me sentiría mejor si me lavaba un poco, así que calenté un poco de agua. Por lo menos, mi cabello necesitaba desesperadamente un lavado.

Me pasé una mano por la cabeza y los dedos por algunas trenzas que se me habían soltado del moño que me había hecho antes de partir.

Pero tenía el cabello lleno de nudos y tuve que tirar varias veces para deshacerlos. En el proceso me arranqué algunos cabellos, y los tiré al fuego. La melena, pues así era como se podía calificar, era un problema importante: me había soltado las trenzas y sentirlas sobre mi espalda y mis hombros me causaba una desagradable sensación. Tenía el cabello más que sucio, lleno de ramitas y hojas, y en algunos puntos había nudos imposibles de deshacer. Si quería lavármelo, tenía que cortarlo. Saqué la daga que Steldor me había dado y se me ocurrió pensar en lo irónico que era utilizar la daga de mi esposo con tanta renuencia, para cortar esos mechones con los que a él tanto le gustaba jugar.

Llevé el cazo de agua caliente hasta el pequeño estanque que había en la base de la cascada y añadí un poco de agua fría para que la temperatura fuera la adecuada. Pensé en cuál sería la mejor manera de hacerlo. No tenía nada con que cepillarme el pelo, y nada más que agua para lavarlo. Frustrada, cogí la daga, me corté una de las trenzas a la altura del hombro y la dejé caer al suelo con indiferencia. Cogí el montón de cabello oscuro, muerto y sin brillo, y tomé una decisión práctica. Volví a tirarlo al suelo, cogí un puñado de cabello y lo corté. Continué cortándolo todo a la altura del primer corte. Después, observé mi reflejo en el agua, volví a coger la daga y lo corté todo a la altura de la nuca, igual que lo llevaba la Alta Sacerdotisa. De repente oí una exclamación a mis espaldas y me sobresalté. Me giré y vi que Miranna se había despertado y se acercaba a mí.

—Alera, ¿qué haces? ¡Tu cabello!

Me llevé un dedo a los labios para recordarle que hablara en voz baja.

—He tenido que hacerlo, Miranna. Mira, no está tan mal.

Miranna se arrodilló a mi lado y recogió un mechón de pelo del suelo.

—Pero el cabello corto... —empezó a decir con voz temblorosa.

—Volverá a crecer.

Miranna había querido recordarme lo que significaba en nuestro reino que una mujer llevara el pelo corto. El corte de pelo por encima de los hombros era el castigo común a la prostitución y a otros delitos graves, y además identificaba a las mujeres a quienes se rechazaba y de quienes se hacía burla. Aunque empezaba a ponerme nerviosa al pensar en lo que podrían deducir los demás, sabía que lo que había hecho era necesario. De todas formas, unas semanas más viviendo de esa forma y mi cabello hubiera sido insalvable y, además, ¿qué sociedad me podía juzgar en esos momentos?

—Mira, creo que… lo sensato…

Alargué la mano e intenté deshacerle una de sus trenzas, pero ella se apartó bruscamente al ver cuál era mi intención.

—No—dijo, profundamente alarmada.

—Es sólo cabello —le dije para intentar convencerla—. Y estarás mucho más cómoda cuando lo lleves corto. Podrás hacer una trenza y guardar lo que te corte.

Miranna tenía los ojos llenos de lágrimas, y comprendí el motivo: a ella siempre le había encantado su cabello. Lo tenía rizado y muy bonito, tanto si lo llevaba recogido como si no, y siempre jugaba con él enroscándose los rizos entre los dedos. Los chicos se fijaban en él, a sus amigas les encantaba peinarla y nuestra madre —a quien Miranna sabía que quizás no volvería a ver— siempre se lo había alabado. A pesar de todo, mi hermana asintió con la cabeza y se dio la vuelta para darme la espalda. Tenía el rostro cubierto de lágrimas y hacía pucheros, como si fuera una niña pequeña.

Volví a coger el cuchillo y empecé a cortarle el cabello, aunque no tan corto como el mío. Se lo dejé a la altura del hombro, pues con esa longitud sería manejable y le permitiría hacerse las trenzas que tanto le gustaban. Miranna lloraba en silencio mientras yo cortaba mechón tras mechón hasta que, al fin, terminé. Pasé los dedos por entre los rizos que aún quedaban y luego le até el cabello con la cinta con que me había sujetado el moño. No la iba a necesitar durante un tiempo.

—Ya está. Ahora será más fácil de lavar, y no está terriblemente corto. ,

Miranna, todavía haciendo pucheros, se llevó la mano detrás de la cabeza para averiguar cómo había quedado y observó su imagen en el agua. Esperé su opinión, pero no dijo nada. Cogió el montón de cabello cortado que yo acababa de recoger del suelo y regresó a su cama del rincón. Allí se tiró de costado, con sus preciosos rizos cortados entre las manos y se quedó inmóvil.

La observé durante un rato con un sentimiento mezclado de comprensión y de arrepentimiento. Luego me lavé la cabeza con agua caliente; me pasé los dedos entre el cabello y lo desenredé. Aunque sentía la nuca expuesta al aire, sentí un frescor casi emocionante, o, por lo menos, todo lo emocionante que podía resultar dadas las circunstancias. Me pareció que cortarme las trenzas me daba la libertad de ser una persona distinta, de no ser ya la princesa mimada y luego la reina de Hytanica. Ahora, fuera de mi reino, sería una persona capaz, respetada.

Del pelo que quedaba en el suelo, elegí el que estaba en mejores condiciones, lo enrollé y lo guardé en el bolsillo de mi pantalón para no perderlo. Estaba segura de que Miranna haría lo mismo cuando se recuperara de la conmoción.

Al cabo de poco tiempo fui a sentarme con mi hermana y al final, conseguí que mantuviéramos una conversación. Recordamos nuestra infancia, pero todo el rato nos sentíamos como si alguien hubiera muerto. No había manera de saber quién había fallecido, pero sabíamos que todo aquello que hasta ese momento había definido nuestra vida ya no estaba. Habíamos sufrido una pérdida terrible. Hablamos solamente de los tiempos felices, pues no creía que su estado mental permitiera otra cosa; además, por otro lado, no valía la pena recordar los momentos difíciles.

Mi atención se desvió de Miranna al oír que Steldor se agitaba, y vi que estaba moviendo la cabeza de un lado a otro, inquieto. Fui inmediatamente a atenderlo y le toqué la frente, pero él abrió los ojos y me apartó la mano. No sabía bien qué hacer, pues ahora Steldor parecía más molesto que la última vez que se había despertado. Se estaba intentando quitar las mantas que lo cubrían, pero la debilidad se lo impedía.

—¿Steldor? —dije para ver si estaba consciente.

—¿Qué? —El tono de su voz dejó claro que mentalmente no había ningún problema.

—¿Estás bien?

—Tengo mucho calor.

Se removía, tanto como se lo permitía su herida, intentando encontrar una postura cómoda. Temí que le hubiera subido la fiebre.

—Voy a buscar a tu padre —dije enseguida.

Cuando me dispuse a hacerlo, me di cuenta de que Cannan ya se estaba poniendo en pie. Vino hasta nosotros, se colocó al otro lado de Steldor y le puso el dorso de la mano en la frente.

—Tengo mucho calor —repitió Steldor, dirigiéndose a Cannan.

—Quizás estás demasiado cerca del fuego —repuso el capitán mientras le quitaba las mantas de encima—. Pero no te puedo mover yo solo.

—¿Dónde está Galen?

Mientras Steldor hacía la pregunta, lo observé con mayor atención y vi que no estaba sudando. Quizá Cannan tenía razón y simplemente estuviera demasiado cerca del fuego.

—Galen está bien —respondió Cannan y por la cara que puso Steldor, me di cuenta de que su pregunta se había debido a la preocupación y no a la incomodidad—. Está montando guardia.

Steldor tragó saliva y asintió con la cabeza.

—¿Y los demás?

—Los demás han llegado bien, pero Davan regresó para ir a buscarnos. Despistó con un rastro falso a los cokyrianos que nos perseguían. —Cannan hizo una pausa y luego, con tristeza, añadió—: No ha regresado.

Steldor asintió con la cabeza, pero no dijo nada más. Entonces el capitán dirigió su atención hacia mí y, al ver mi corte de pelo, adoptó una expresión burlona.

—Alera, traed un poco de agua para que beba —dijo Cannan, sin comentar nada sobre mi aspecto.

Me apresuré hasta la cascada y cogí una taza de camino. Me sentía aliviada de que el capitán se ocupara de Steldor. Mientras llenaba la taza de agua, escuché su conversación.

Other books

How to Meditate by Pema Chödrön
The Tortilla Curtain by T.C. Boyle
Rifters 2 - Maelstrom by Peter Watts
Killer Deal by Sheryl J. Anderson
Apocalypse by Dean Crawford
The Virgin's Proposition by Anne McAllister
Beyond the Farthest Star by Bodie and Brock Thoene