Authors: Cayla Kluver
—¿Qué sucedió?
—Acabábamos de salir del túnel cuando los cokyrianos atacaron. Nos triplicaban en número, pero Steldor y Galen lucharon con la fuerza de veinte hombres. Cuando el último cokyriano hubo caído, Galen cogió tres caballos del enemigo para que pudiéramos escapar antes de que los demás nos siguieran. Fue entonces cuando descubrimos que Steldor había sufrido una grave herida.
Cannan apartó la mirada un momento y meneó la cabeza con expresión de incredulidad.
—No sé cómo ese chico consiguió seguir luchando con esa herida, pero ninguno de nosotros hubiera sobrevivido si no lo hubiera hecho. Vendé la herida tan deprisa como pude y luego continuamos cabalgando. Tenía intención de pararme y curársela en cuanto hubiéramos puesto cierta distancia con el enemigo. Pero descubrieron nuestro rastro inmediatamente.
Miré al capitán, estupefacta por la manera fría en que nos contaba esa desgracia, como si hubiera sido un ejercicio de entrenamiento, en lugar de una situación de vida o muerte. Supuse que, por dentro, debía de sentir un torbellino de emociones, pero no lo demostraba. Lo que sí estaba claro era que Steldor los había hecho seguir adelante. Rocé para que London y Cannan pudieran hacer ahora lo mismo por él.
—Galen y yo nos turnamos para irnos desviando e intentar despistar a los cokyrianos, pero están muy bien entrenados. Nos siguieron sin tregua, e iban ganando terreno a cada hora que pasaba. Por tanto, no nos atrevíamos a venir aquí directamente, y ya estábamos a punto de separarnos cuando Davan nos encontró. Entonces le dimos dos de los caballos para que él se alejara e intentara atraer a los cokyrianos, pues estos seguían el rastro de tres caballos. Davan se hizo un corte en el brazo para que su sangre despistara al enemigo. — El capitán calló un momento. Luego terminó su explicación—: Davan no ha vuelto con nosotros, así que tengo miedo de que su plan haya funcionado demasiado de bien. Quizá nos haya salvado la vida y haya perdido la suya.
Cuando Cannan terminó la narración, los tres permanecimos en silencio, tristes, pues las pérdidas que habíamos sufrido, y las que quizá todavía sufriríamos, eran terribles. Cannan miró a su hijo un momento y luego volvió a dirigir la atención a London.
—¿Y cómo conseguiste regresar a Hytanica? —preguntó.
—Narian me liberó…, consiguió hacerme escapar. Me habían encerrado en el templo de la Alta Sacerdotisa; ella parecía creer que la única forma de conseguir mi cooperación era con mi amabilidad. Por lo menos, sabia por la experiencia anterior que la tortura no funcionaba. Debió de ocultarle al Gran Señor mi presencia, porque si no, él me hubiera matado…En el pasado…No nos despedimos de la mejor forma hace diecisiete años.
Sus palabras confirmaron lo que siempre había sabido: que el amor de Narian era fiel y que él era leal a Hytanica, a pesar de que estuviera dirigiendo la batalla en nombre del Gran Señor. Cerré los ojos un momento y respiré profundamente. Me di cuenta de que nunca antes el segundo oficial había hablado más abiertamente de su cautiverio durante la última guerra.
—Yo ya había visto a Miranna y sabía dónde la tenían encerrada— continuó London—. No podía mancharme sin ella, así que acabé con sus guardianes y me la llevé conmigo. Cuando estuvimos fuera de los muros del templo, robé un caballo y cabalgamos sin parar de regreso a Hytanica.
En ese momento aproveché que London hacía una pausa y pregunté:
—¿Qué crees que le ha sucedido en Cokyria?
London me observó durante unos segundos, y tuve la impresión de que se preguntaba hasta que punto podría soportar la respuesta. Se apartó de la pared y se puso delante de mí.
—Dejad que os cuente lo que vi. Miranna estaba en manos de la Alta Sacerdotisa, y Nantilam le dio una habitación, comida y unos cuidados decentes. Mientras estuvo entre los muros del templo no le hicieron ningún daño.
—Eso es lo que viste. Pero ¿qué es lo que crees?
El corazón se me aceleró mientras esperaba la respuesta de London. Él suspiro profundamente y continuó:
—De acuerdo, voy a deciros lo que he deducido. Cuando la encontré, era de noche y yo llevaba puesta una capa negra. Se mostró aterrorizada ante mi presencia. Durante el viaje hacia Hytanica habló muy poco y durmió incluso menos; tenía mucho miedo de la oscuridad. Todo ello me hizo pensar que por lo menos al principio, la llevaron al Gran Señor. Creo que estuvo en sus manos hasta que la utilizó para presionar a Narian, así que seguramente estuvo en las mazmorras. Más allá de eso, no sé qué sucedió.
Me había quedado casi sin respiración, era como si mis pulmones no pudieran hincharse con el aire.
—Con el tiempo se recuperará —prometió London.
Lo creí, pues él era el único que podía saberlo.
Los dos hombres continuaron hablando y regresé al fondo de la cueva para ver cómo estaba mi hermana. Al cabo de un rato, London fue a buscar sus cosas y Cannan se acercó a mí.
—Si Steldor se levanta, tiene que comer, así que será mejor que despertéis a Galen. Yo voy a montar guardia.
El capitán habló en tono tranquilo, pero sus ojos no dejaban de dirigirse a su hijo, que permanecía inmóvil. Debía de estar tan casado como el sargento de armas; me pregunté cómo era posible que continuara de pie. Asentí con la cabeza. Cannan y London salieron juntos. London llevaba sus dagas, su arco de caza y el carcaj. Entonces me di cuenta de que, puesto de los hombres o bien se había ido, o bien estaban ocupados o estaban incapacitados, de momento yo era la responsable de la situación. Acepté de buena gana la responsabilidad, excepto del servicio de la casa, así que en esos momentos experimentaba una sensación de poder.
La leña todavía estaba bien amontonaba contra la pared, pero casi todo lo demás se encontraba en un absoluto desorden, así que organicé todas las cosas que habían quedado tiradas de cualquier manera a causa de las prisas por atender a Steldor. También recogí todo lo que London había dejado en el suelo, después de curarlo. Volví a enrollar las vendas, puse el tapón a las botellitas de vino y desanudé el hilo de coser. Cuando lo hubo guardado todo, recogí las ropas ensangrentadas y las eché al fuego. Nos sabía si las capas se podrían lavar, así que decidí dejarlas a un lado por el momento. Las pieles también estaban manchadas, pero posiblemente pudieran salvarse, así que las dejé junto a las capas. Mientras trabajaba iba hablando con mi hermana: le contaba que iba haciendo, con la esperanza de que, en algún momento, ella entrara en la conversación.
—¿Tienes hambre? —le pregunté, pues sabía que no había comido gran cosa desde que se había despertado—. Quizá debería preparar más gachas por si Steldor se despierta.
Miré a mi esposo, que estaba tumbado al lado del fuego, y pensé que todavía tardaría en recobrar la conciencia.
—No— murmuró Miranna, bajando la cabeza—. No tengo hambre.
La miré un momento y vi que le bajaba una lágrima por la mejilla.
—Mira, ¿qué sucede? —le pregunté en tono cariñoso, con la esperanza de que continuara hablando.
Ella sollozó un par de veces. Se me hacía tan extraño ver a mi risueña hermana llorar que no se me ocurrió que decirle para consolarla. Me arrodillé a su lado y le acaricié el cabello.
—Estoy tan confusa, Alera. No… sé dónde estamos, ni por qué estamos aquí. Ni siquiera sé… Ni siquiera recuerdo qué ha pasado.
—Estamos al norte de la cuidad, escondidas en una cueva —expliqué, animada por el hecho de que, por fin, mi hermana hubiera pronunciado unas cuantas palabras seguidas—. Hemos tenido que venir aquí para ponernos a salvo. Nuestro hogar Hytanica ha quedado en manos de los cokyrianos.
—¿Y padre y madre?
Sentí un nudo en el garganta y me mordí el labio inferior. Le pasé un brazo por encima de los hombros, sin saber cómo contestar a su pregunta Ni siquiera sabía si me lo podía contestar a mí misma. Al cabo de un momento, Miranna repitió con miedo en la voz.
—¿Y Padre y Madre?
—Han tenido que quedarse—dije, casi sin voz e intentando mantener el control, pues no quería asustarla.
—¿Y qué… me ha pasado a mí? —Se arrebujó entre mis brazos—. Todo es tan confuso. Recuerdo que fui a la capilla. Creí…que Temerson estaría ahí. Pero todo estaba tan oscuro…y alguien me agarró…y me ahogaba. —Miranna temblaba y las lágrimas le caían por las mejillas—. Estaba tan asustada…No recuerdo mucho después de eso, excepto que al final me llevaron ante la Alta Sacerdotisa. Y luego vino London.
Su tono de voz era casi histérico. La abracé con fuerza, deseando desesperadamente poder llorar con ella. Pero en lugar de eso, puse toda mi emoción en ese abrazo. Cuando se hubo calmado un poco, intenté decirle algo tranquilizador:
—Estamos en primeros de febrero, y pronto llegará la primavera. Sé que ahora mismo parece que eso no tiene ningún sentido, y quizá no lo tenga. Pero todo ha terminado ya, y estás a salvo. Y yo estoy aquí para cuidarte.
Ella no dijo nada, pero me quedé a su lado hasta que noté que su respiración se acompasaba y que se dormía. No podía dejar de preocuparme por ella, pues estaba muy cansada y había comido muy poco. Yo era la única persona consciente que había en la cueva. Galen no se había movido desde que se había metido en su cama: estaba tumbado de lado, con la boca abierta. Y Steldor hubiera parecido un cadáver de no ser por el leve movimiento de su pecho al respirar. Poco a poco, dejé a mi hermana sobre su cama. Fui a buscar algunas pieles más y se las coloqué bajo la cabeza. Luego cogí un cazo y lo llené de agua para preparar más gachas. Fui al rincón donde teníamos los víveres para coger un poco de avena y se me ocurrió añadir frutas secas para darles un poco de más sabor. Vi que había pasas, así que cogí un puñado.
Preparé una cantidad suficiente para Miranna y para mí, y un poco más por si Steldor recobraba la conciencia. Luego vertí una pequeña cantidad en un cuenco y añadí unas cuantas pasas secas. Comí en silencio; las gachas tenían más sabor y una mayor consistencia: añadirle frutas secas conllevaba una mejora considerable. Cuando terminé fui a sentarme contra la rugosa pared que quedaba frente a Galen, pues desde allí podía vigilar tanto a Miranna como a Steldor, y así me quedé, reflexionando y esforzándome para creer lo que le había dicho a mi hermana.
DECISIONES PRÁCTICAS
Por fin, alguien se movió. Oí un gemido. Me incorporé, sobresaltada, y miré a mi esposo. Vi que intentaba cambiar de posición, pero que no podía y se quejaba. Me acerqué a él rápidamente, y decidí que primero averiguaría cómo estaba antes de despertar a Galen. Si podía atender a Steldor yo sola, dejaría que el sargento continuara descansando. Pronuncié su nombre con un susurro, intentando despertarlo. El abrió los ojos y me miró con expresión de confusión mientras yo le ponía la mano sobre la frente para comprobar si tenía fiebre. Sabía, por la herida que había sufrido London, que uno de los mayores riesgos de una herida como ésa era que se infectara.
—¿Cómo te encuentras? —pregunté, aliviada al comprobar que no estaba muy caliente.
Él no respondió de inmediato. Finalmente pareció tomar ciencia de lo que significaba mi pregunta.
—Estoy... —Se interrumpió, como si le costara hablar. Inspiró lentamente y dijo—: Es como si me hubieran abierto la barriga y me hubieran prendido fuego.
A pesar de la gravedad de la situación, sonreí, aliviada de que, al contrario que Miranna, continuara siendo el mismo de siempre. Pero la sonrisa pronto se borró de mi rostro, pues vi que Steldor apretaba los puños para aguantar un espasmo de dolor. Giro la cabeza hacia el otro lado y su respiración se aceleró. Yo quería tocarlo, consolarlo, pero sabía que el mero hecho de que hubiera vuelto la cara significaba que no quería que yo viera su sufrimiento.
—Necesito algo —dijo al cabo de unos momentos con un gran esfuerzo—. Para el dolor. Tráeme algo. Lo que sea.
Miré hacia la zona de suministros que acababa de ordenar y pensé en las distintas clases de hierbas que teníamos. Entonces recordé que Cannan me había dicho que Steldor tenía que comer. El capitán no había mencionado nada para el dolor, y yo no quería arriesgarme a darle algo al Rey que pudiera hacerle daño. De repente, no sentí tanta confianza de que pudiera manejar la situación.
—Tu padre ha dicho que es importante que comas. —Miré a Galen y pensé que quizá debía despertarlo, pero estaba profundamente dormido. No quería negarle el descanso que tanto necesitaba, así que decidí no molestarle—. La verdad es que creo que sería mejor que te trajera unas gachas.
Steldor suspiró y me miró, suplicante.
—Alera, confía en mí. No podré comer si no... —De repente se quedó sin respiración, y tensó la garganta y la mandíbula para contener un gemido—. Dame lo que sea, ahora.
Su expresión de dolor hizo desaparecer mi indecisión. Corrí hasta el montón de hierbas para coger todas las que pudiera.
—¿Qué necesitas? —pregunté mientras me sentaba a su lado y removía el montón de paquetes que me había puesto en el regazo—. ¿Qué tal esto?
Miré la etiqueta.
—¿Irá bien la belladona?
—Eso es un veneno, querida; preferiría que no me lo dieras.
Incluso a pesar de esa tremenda herida, no había perdido su sentido del humor. Fui diciéndole el nombre de las hierbas hasta que él levantó un dedo para indicarme que lo habíamos encontrado.
—Bueno, ¿y qué hago?
Me quité todos los potes y paquetes de hierba del regazo mientras esperaba sus instrucciones. Pareció que mi ignorancia lo divertía, pero no se rió, pues sabía cuál podía ser el precio.
—Mézclalas con vino y tráemelas.
—¿Cuántas?
—Muchas.
—Pero no quiero darte demasiado…
—Alera, correré el riesgo.
Volvió a cerrar los ojos. Me puse en pie rápidamente. No quería que se desmayara antes de que hubiera comido algo. Agarré una botellita de vino y la mezclé con una cantidad generosa de hierbas. Estaba a punto de dársela cuando se me ocurrió otra cosa.
—¿Esto te hará dormir?
Él soltó un gemido y se tiró del pelo, en una manifestación clara de su frustración.
—Seguramente. A mí me parece una buena idea.
—Tu padre ha dicho que si te despertabas, tenías que comer algo. No puedo dejar que te duermas otra vez hasta que comas.
—Maldita sea —dijo en voz baja, y supe que no era tanto porque no quisiera comer como porque eso significaba prolongar la agonía—. ¿Dónde está mi padre?