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Authors: Enrique Barrios

Tags: #Cuento, ciencia ficción

Ami, el niño de las estrellas (10 page)

BOOK: Ami, el niño de las estrellas
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—¿Qué significa el círculo de tu pecho?

—Significa la humanidad.

—¿Y el corazón alado?

—Es el amor elevado y libre, desapegado.

—¡La humanidad unida en amor! —exclamé.

—¡Eres un genio! —dijo, muy contento.

Continuamos observando el espectáculo mientras Ami explicaba:

—Cada movimiento que ejecutan tiene un significado, forma parte de un lenguaje.

—¡Qué bonito!… me gustaría que mi abuelita viera esto… a propósito, ¿qué hora es en la Tierra?

—A tú abuelita le quedan cuatro horas de sueño.

—¿Podemos verla desde aquí?

—Sí, mediante la conexión con los satélites que tenemos en órbita en la tierra, espera.

Accionó los controles de una pantalla y apareció mi planeta visto desde mucha altura, después vimos a mi abuelita dormida.

—¡Qué maravilloso!… ¿Puedes ver todo el universo?

—¡No vueles tan alto!… me parece que desconoces el tamaño del universo.

—Tienes razón, lo ignoro —confesé.

—Nosotros sabemos de algunos millones de galaxias, las más cercanas, las otras las vemos desde lejos, y más allá… ignoramos qué hay… Pero esta pantalla es muy entretenida, con varios millones de galaxias basta, ¿verdad? —reímos— sin contar con que podemos sintonizar el pasado de cualquier mundo…

—¡¿El pasado?!… ¿Cómo es posible?

—Es fácil; todo queda archivado, y de muchas maneras… «Nada hay oculto que no llegue a conocerse»… Te mostraré una de esas maneras. Ese balón dorado que flota allí, recibe su luz del sol, ésta rebota en el globo, llega a tus ojos; otros rayos salen disparados hacia arriba, hacia el espacio, viajan por él eternamente. Si captamos esa luz en cualquier punto de su recorrido y la amplificamos, estaremos viendo el globo tal como fue en el pasado.

—¡Increíble!

—Más adelante puedo mostrarte a Napoleón, César, Jesús… ¡en acción!

—¿En serio?

—Y a ti mismo hace algunos años… pero por el momento quiero que conozcas un poco más de Ofir.

Comenzamos a elevarnos dejando atrás aquel anfiteatro. Una luminosa nave pasó muy cerca de nosotros haciendo cambio de luces; la nuestra también lo hizo, mientras Ami sonreía pícaramente.

—¿Quién era, algún amigo tuyo?

—Era gente alegre y divertida, proveniente de un mundo que visité hace mucho tiempo.

—¿Qué significó ese cambio de luces?

—Un saludo, amistad, me fueron simpáticos y nosotros a ellos.

—¿Cómo lo sabes?

—¿No sentiste?

—Creo que no… —Eso se debe a que no te observas. Si estuvieras atento a ti mismo, al igual que hacia el exterior, descubrirías muchas cosas… ¿No sentiste cierta alegría cuando se aproximaba esa nave?

—No sé… creo que no… estaba pensando que podríamos chocar…

—Estabas pre-ocupado —reía Ami—. Mira esa nave que va allá, es de mi mundo, fíjate que es idéntica a ésta.

—Me gustaría conocer tu planeta.

—En otro viaje te llevaré; no tenemos tiempo hoy.

—¿Prometido?

—Si escribes el libro, prometido.

—¿Y al pasado también?

—Al pasado también.

—¿Y a las playas de Sirio también?

—También —reía el niño espacial—, tienes buena memoria. Y también al planeta que estamos preparando para albergar a los que rescatemos en caso de producirse la destrucción de la Tierra.

—¿Eso quiere decir que la destrucción es inevitable?

—Depende de lo que hagan ustedes por vivir unidos, sin fronteras, sin injusticias, sin armas.

—Y formar un solo país: la Tierra, ¿verdad?

—Así debe ser. Los regionalismos exagerados revelan poca elevación de miras, egoísmo. Un excesivo apego a un lugar no deja espacio para amar el resto de los lugares. El universo es muy grande. Debemos pensar y amar «en grande». Algunos creen que los de su calle son mejores que los del resto de las calles del mundo…

—Tienes razón, debemos vivir sin fronteras. ¡Que sólo la atmósfera sea nuestra frontera! —exclamé con entusiasmo.

—Ni siquiera eso. El universo es libre, amor es libertad. Nosotros no necesitamos pedir permiso a nadie para venir a este mundo o al que deseemos visitar.

—¿Cualquiera puede llegar a este mundo sin pedir autorización?

—Y a cualquier otro mundo del universo…

—¿Y la gente de aquí no se enoja?

—¿Por qué habría de molestarse? —Ami se regocijaba con nuestro diálogo.

—No sé; me cuesta aceptar tanta maravilla…

—Trataré de explicarte, Pedrito. Los mundos evolucionados forman una confraternidad universal; todos somos hermanos, amigos, todos somos libres de ir o venir, mientras no perjudiquemos a nadie. Nada es secreto, nada es prohibido. No hay guerras de galaxias, no hay violencia entre nosotros. La violencia es una característica de los mundos primitivos y de las sociedades que esos seres construyen. No hay competencia entre nosotros, nadie quiere ser más que su hermano, lo único que todos queremos es disfrutar sanamente de la vida; pero como amamos, nuestra mayor dicha la obtenemos sirviendo, ayudando a los demás, y siendo útiles somos dichosos. Todos tenemos la conciencia en paz, amamos a nuestro Creador y le agradecemos por darnos la existencia y permitirnos disfrutar de ella. La vida es muy sencilla para nosotros, aunque tengamos muchos avances científicos, y si la humanidad de la Tierra logra sobrevivir, si logra sobreponerse a sus egoísmos y desconfianzas, nosotros nos haremos presentes para ayudarlos, para que se integren a la confraternidad cósmica. Si lo consiguen, la vida ya no será una dura competencia por sobrevivir; comenzará la dicha para todos; les daremos las herramientas para que puedan hacer de la Tierra un mundo feliz, en paz, justo y unido.

—Es hermoso lo que dices, Ami.

—Porque es verdad. Sólo la verdad es hermosa. Cuando llegues a tu mundo escribe ese libro, para que sea una voz más, otro grano de arena.

—Cuando yo les diga, todos me creerán y dejarán sus armas para vivir en paz… —dije, muy convencido. Ami volvió a reírse de mí, acariciándome la cabeza, pero esta vez no me molesté, porque ya no lo consideraba un niño como yo, sino mejor que yo.

—¡Qué inocente eres! No te das cuenta de que están en guerra, compitiendo en forma feroz, terriblemente dormidos, tan seriotes y graves… pero las verdades del universo no son serias, son hermosas. ¿Te parece serio un campo de flores?

—No. Es bonito —respondí.

—Si quienes dirigen los países y ejércitos fueran los creadores de las flores, les pondrían balas, en lugar de pétalos y leyes inhumanas y rígidas, en lugar de tallos…

—Entonces… ¿no me creerán?

—Los niños y quienes son como niños te creerán; los adultos piensan que sólo las cosas horribles son verdaderas. Coleccionan objetos materiales, adoran las armas y no se interesan por nada que sea hermoso y verdadero; consideran que la oscuridad es luz y la luz oscuridad. Esos no se interesarán por tu libro; pero los niños saben que la verdad es hermosa y pacífica. Ellos contribuirán para difundir nuestro mensaje, el cual llegará a través de ti. Es un proceso. Nosotros cumplimos con brindar nuestra ayuda, con servir. La humanidad debe ahora hacer un esfuerzo por sí misma.

—¿Y si no hacen caso y destruyen el mundo?

—Tendremos que hacer lo mismo que miles de años atrás.

—Rescatar a quienes tienen buen nivel —dije.

—Así es, Pedrito.

—¿Y tengo yo setecientas medidas? —Nuevamente intenté saberlo.

—Todo aquel que hace algo por la paz, tiene buen nivel. Y todo aquel que no hace nada, pudiendo hacer algo, es indiferente o cómplice, le falta amor, no tiene buen nivel.

—Entonces, apenas llegue a casa me pongo a escribir —dije, un poco asustado. Ami se rió de mí.

Nos acercábamos a un inmenso lago de aguas muy celestes. Sobre él se deslizaban embarcaciones de vela y de motor; en las orillas, la gente se bañaba. Sentí deseos de sumergirme en esas aguas cristalinas.

—Pero no puedes hacerlo.

—Por mis microbios.

—Correcto.

Había un embarcadero al que la gente llegaba para tomar libremente cualquier vehículo acuático, yates lujosos, pequeños botes de remos, unas bonitas esferas transparentes de diversos tamaños, bicicletas marinas y equipos de buceo.

—Entonces aquí uno puede tomar cualquier cosa…

—Claro.

—Pienso que la mayoría buscará los yates de lujo…

—Estás equivocado; a muchos les gusta remar, a otros juguetear con una pequeña barca, tener la sensación de cercanía del agua, hacer ejercicio físico…

—¿Por qué hay tantas diversiones; es domingo hoy?

—Aquí es domingo todos los días —reía Ami. Algunos tomaban equipos de buceo y se sumergían.

—¿Qué hacen bajo el agua?

—Pasear, conocer, disfrutar de la vida… ¿Quieres ir allá?

—Pero dijiste que no puedo salir de la nave…

Ami puso rumbo al lago mientras sonreía, nos sumergimos en él. Fue muy bonito ver aparecer ese mundo sub-acuático. Muchas personas y vehículos se desplazaban bajo la superficie de las aguas, la mayoría eran esas esferas transparentes.

Un niño provisto de lentes para bucear y de un pequeño tanque de oxígeno pasaba cerca de nosotros; al vernos, se aproximó a nuestra nave y pegó su nariz contra el vidrio de una de las ventanas, haciéndonos una morisqueta. Ami reía. Pensé que si yo hubiera estado buceando en una playa de mi mundo, no me habría acercado con tanta confianza a un «ovni» submarino…

En el fondo del lago apareció una enorme cúpula transparente con luces de diversos colores; había una especie de restaurante en el interior de esa gran burbuja. Adentro se veían mesitas, una orquesta y una pista de baile. Las personas danzaban al compás de un ritmo alegre. Algunos batían las palmas mientras observaban desde las mesas llenas con helados y bebidas en vasos altos.

—¿Tampoco se paga allí?

—En ninguna parte, Pedrito.

—Entonces, si la vida es tan fácil, ¿cómo es que la gente no se dedica a pasarla bien, en lugar de trabajar?

—Aquí hay muy poco trabajo, el más pesado lo hacen las máquinas y los robots.

—¡Esto es mejor que irse al cielo!

—Estamos «en el cielo»… ¿no?

Yo iba comprendiendo cada vez con mayor claridad lo maravilloso que debía ser vivir en un mundo como ése.

—Esto hay que ganarlo —dijo Ami.

Continuamos avanzando lentamente por el fondo de aquel lago poblado por extraños peces y plantas. Aparecieron unas pirámides que se elevaban entre algas y corales de variados matices.

—¿No hay tiburones por aquí?

—Ni tiburones, ni serpientes, ni arañas, ni fieras; nada agresivo o venenoso. Este es un planeta evolucionado, por lo tanto, ya no tiene especies alejadas del amor… ésas quedan para los mundos que las merezcan…

—¿Qué comen los peces?

—Lo mismo que las vacas y caballos de tu planeta: vegetales. En los mundos civilizados nadie mata para vivir, ningún animal se come a otro.

—Entonces tú no comes carne…

—¿Qué quisiste decirme?

Yo no había querido decir nada ofensivo, pero Ami reía.

—Claro que no comemos carne… qué asco, qué maldad matar esos pollitos, cerditos y vaquitas inocentes…

Así como lo había descrito, me pareció maldad a mí también. Decidí no volver a comer carne.

—A propósito de comida… —dije, sintiendo mi estómago vacío.

—¿Tienes hambre?

—Mucha. ¿No habrá alguna comida extraterrestre por ahí?

—Claro, busca allá atrás —me señaló un armario tras los sillones de comando. Levanté una tapa que se deslizaba hacia arriba. Apareció una pequeña despensa llena de envases de un material que parecía madera, marcados con signos extraños.

—Trae el más ancho. No supe cómo abrirlo, parecía hermético. Ami reía ante mi confusión.

—Oprime el punto rojo.

Al hacerlo, se levantó suavemente la tapa. Aparecieron unas frutas parecidas a las nueces, de color ambarino claro, algo transparentes.

—¿Qué son estas cosas?

—Come una.

La tomé, era blanda como esponja, la probé con la punta de la lengua. Tenía un sabor más bien dulce. .

—Come, hombre, come, que no es veneno —Ami no se perdía ninguno de mis movimientos.

—Pásame una.

Le acerqué el envase y tomó una de las frutas, se la echó a la boca y la comió con deleite. Mordí un poquito y lo saboreé con cuidado. Tenía un gusto como a maní, nueces o avellanas. Su sabor era muy delicado, me gustó. Fui adquiriendo confianza. El segundo bocado me pareció exquisito.

—¡Son muy sabrosas!

—No comas más de tres o cinco, tienen demasiadas proteínas.

—¿Qué cosa es esto?

—Es una especie de miel —reía Ami— de algo así como abejas —ahora reía más.

—Me gusta. ¿Puedo llevarle algunas a mi abuelita?

—Claro, pero deja aquí el envase. Sólo a tu abuelita, a nadie más se las muestres, cómanlas todas, no guardes ninguna, ¿prometido?

—Prometido… mmmm… son deliciosas.

—No tanto, para mi gusto, como unas frutas de la Tierra.

—¿Cuáles?

—Esas que llaman damascos o albaricoques.

—¿Te gustan?

—Claro, en mi planeta son muy apreciadas. Hemos intentado adaptarlas a nuestros suelos, pero sin obtener todavía ese sabor. Es frecuente la aparición de «ovnis» en las plantaciones de damascos… —Ami reía con sus carcajaditas de bebé.

—¿Ustedes se los roban? —pregunté, con gran sorpresa.

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