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Authors: Enrique Barrios

Tags: #Cuento, ciencia ficción

Ami, el niño de las estrellas (5 page)

BOOK: Ami, el niño de las estrellas
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—¿Cómo subiré a tu nave?

—Entraré nadando al agua, luego traeré el vehículo hasta la playa.

—¿No te dará frío meterte en el mar?

—No. Este traje resiste mucho más frío y calor de lo que imaginas… Bien, voy a buscar la nave. Tú, espérame aquí y cuando aparezca no te asustes.

—Oh, no; ya no les temo a los extraterrestres. —Me hizo gracia su recomendación innecesaria…

Ami avanzó hacia las suaves olas, se internó en el mar y comenzó a nadar. Un poco más allá desapareció del alcance de mi vista, en la oscuridad, pues la luna se había ocultado tras unas nubes más bien tenebrosas…Tuve tiempo para pensara solas por primera vez desde la aparición de Ami… ¿Ami?… ¡Un extraterrestre!… ¿Era verdad o había sido un sueño?

Esperé largo rato y comencé a inquietarme. No me sentí muy seguro… yo solo ahí, en una oscura playa terriblemente solitaria…Iba a enfrentarme a una nave extraterrestre… La imaginación me hacía ver sombras extrañas y movedizas entre las rocas, en la arena, emergiendo de las aguas. ¿Y si Ami fuera un ser perverso disfrazado de niño, hablando de bondad para obtener mi confianza…? ¡No! no podía ser… ¿Raptado por una nave extraterrestre?

En esos momentos apareció ante mis ojos un espectáculo terrorífico: debajo del agua un resplandor amarillo verdoso comenzaba a ascender lentamente, luego asomó una cúpula que giraba, con luces de muchos colores… ¡Era verdad! ¡Yo estaba contemplando una nave de otro mundo! Después apareció el cuerpo del vehículo espacial, ovalado, con ventanillas iluminadas. Emitía una luz entre plateada y verde. Fue una visión que no me esperaba, sentí verdadero terror. Una cosa es hablar con un niño… ¿niño?… con cara de bueno… ¿máscara?… y otra cosa es estar parado solo, en una playa, en la oscuridad de la noche y ver aparecer una nave de otro mundo… un «ovni» que viene a buscarlo a uno, a llevárselo lejos… Olvidé al «niño» y todo lo que me había dicho. Para mí aquello se transformó en una maquinaria infernal, venida quién sabe de qué sombrío mundo del espacio, llena de seres monstruosos y crueles que venían a raptarme. Me pareció de un tamaño mucho mayor que el del objeto que yo había visto caer al agua horas antes.

Comenzó a acercarse a mí, flotando a unos tres metros por sobre las aguas. No emitía ningún sonido, el silencio era espantoso, y se acercaba, se acercaba irremediablemente. Quise salir huyendo. Hubiera deseado no haber conocido jamás a ningún extraterrestre, quería volver el tiempo atrás, estar durmiendo y tranquilo cerca de mi abuelita, a salvo, en mi camita, ser un niño normal y vivir una vida normal. Eso era una pesadilla; no podía correr, no podía dejar de mirar a ese monstruo luminoso que venía a llevarme… tal vez a un zoológico espacial… Cuando estuvo sobre mi cabeza, me sentí perdido. Apareció una luz amarilla en el vientre de la nave, luego un reflector me encandiló y supe que ya estaba muerto. Encomendé mi alma a Dios y decidí abandonarme a su Altísima Voluntad… Sentí que me subían, que yo iba en una especie de ascensor, pero mis pies no estaban apoyados sobre cosa alguna. Esperé ver aparecer aquellos seres con cabeza de pulpo y ojos sanguinarios y sanguinolentos… De repente, mis pies se posaron sobre una superficie mullida y me vi parado en un recinto luminoso y agradable, alfombrado y con paredes tapizadas. Ami estaba frente a mí, sonriendo con sus grandes ojos de niño bueno. Su mirada logró calmarme, volviéndome a la realidad, a esa realidad hermosa que él me había enseñado a conocer. Puso una mano sobre mi hombro.

—Calma, calma; no hay nada malo. —Cuando pude hablar sonreí y le dije:

—Me dio mucho miedo.

—Es tu imaginación desbocada. La imaginación sin control puede matar de terror, es capaz de inventar un demonio donde sólo hay un buen amigo, pero sólo se trata de nuestros monstruos internos, porque la realidad es sencilla y hermosa, es simple…

—Entonces… ¿estoy en un «ovni»?

—Bueno, «ovni» es un objeto volador no identificado. Esto está plenamente identificado: es una nave espacial; pero podemos llamarle «ovni» si quieres, y a mí puedes decirme «marciano». —Se me fue completamente la tensión cuando reímos.

—Ven, ven a la sala de mandos —me invitó.

Por una puerta pequeñísima y en arco pasamos a otro recinto, tan bajo de techo como el que abandonábamos. Ante mí apareció una sala semicircular rodeada de ventanas ovaladas. En el centro había tres sillones reclinables frente a unos controles, y varias pantallas casi recostadas sobre el piso. ¡Aquello era como para niños! tanto los sillones como la altura del salón. Allí no hubiera cabido de ningún modo un adulto… Yo podía tocar el techo levantando el brazo.

—¡Esto es fabuloso! —exclamé entusiasmado. Me acerqué a las ventanas mientras Ami se acomodaba en el sillón central, frente a los controles. Tras los vidrios pude ver a lo lejos el resplandor de las luces del balneario. Sentí una leve vibración en el piso y el pueblo desapareció. Ahora sólo veía estrellas…

—Oye, ¡¿qué hiciste con el balneario?!

—Mira hacia abajo —respondió Ami.

Casi me desmayo: estábamos a miles de metros de altura sobre la bahía. Se veían todos los pueblos costeros de la zona, el mío se encontraba allá abajo, muy abajo. ¡Habíamos ascendido kilómetros en un instante y yo no tuve ninguna sensación de movimiento!

—¡Súper, súper bueno! —Mi entusiasmo crecía, pero pronto la altura me produjo vértigos.

—Ami…

—Dime.

—… ¿Esto no se cae?

—Bueno, si a bordo hubiera una persona que ha dicho mentiras, entonces los mecanismos podrían fallar…

—¡Bajemos entonces, bajemos! —Por sus carcajadas supe que bromeaba.

—¿Nos ven desde abajo?

—Cuando esta luz se enciende —señaló un óvalo sobre el tablero de comandos— quiere decir que somos visibles. Cuando está apagada, como ahora, somos invisibles.

—¿Invisibles?

—Igual que este señor sentado a mi lado —indicó hacia un asiento vacío junto a él. Me alarmé, pero sus risas me hicieron comprender que se trataba de otra de sus bromas.

—¿Cómo haces para que no nos vean?

—Si una rueda de bicicleta está girando rápido, sus rayos no se ven. Nosotros hacemos que las moléculas de esta nave se muevan rápido… alturas.

—Ingenioso, pero me gustaría que nos vieran desde abajo.

—No puedo hacerlo. La visibilidad o invisibilidad de nuestras naves, cuando están en los mundos incivilizados, se efectúa de acuerdo al «plan de ayuda». Eso lo decide un computador gigante situado en el centro de esta galaxia…

—No entiendo bien.

—Esta nave está conectada a ese «súper-computador» que decide cuándo podemos o no ser avistados.

—¿Y cómo sabe ese «computador» cuándo…?

—Ese «computador» lo sabe todo… ¿Quieres que vayamos a algún lugar en especial?

—¡A la capital! Me gustaría ver mi casa desde el aire…

—¡Vamos! —Ami movió unos controles y dijo «ya». Me preparé para disfrutar del viaje mirando por la ventana… ¡pero ya habíamos llegado!… ¡Cien kilómetros en una fracción de segundo! Yo estaba fascinado.

—¡Esto se pasó de rápido para viajar!

—Ya te dije que en general no «viajamos» sino que nos «situamos»… Es cosa de coordenadas, pero también podemos «viajar».

Miré las grandes avenidas iluminadas. Se veía increíble la ciudad, en la noche, desde el aire. Localicé mi barrio y le pedí que nos dirigiésemos hacia allá.

—Pero «viajando», lento, por favor. Quiero disfrutar del paseo.

La luz del tablero estaba apagada. Nadie nos veía.

Fuimos avanzando suave y silenciosamente por entre las estrellas del cielo y las luces de la ciudad.

Apareció mi casa. Fue extraordinario verla desde las alturas.

—¿Quieres comprobar si todo está bien allá adentro?

—¿Cómo?

—Vamos a mirar por esta pantalla.

Frente a él, en una especie de gran televisor, apareció la calle enfocada desde la altura; era el mismo sistema por el cual veíamos dormir a mi abuelita, pero con una gran diferencia: aquí la imagen se veía en relieve, con profundidad. Parecía que uno podía meter la mano por la pantalla y tocar las cosas. Intenté hacerlo, pero un vidrio invisible me lo impidió. Ami se divertía conmigo.

—Todos hacen lo mismo…

—¿Todos; quiénes son esos todos?

—No pensarás que eres el primer incivilizado que sale a pasear en una nave extraterrestre…

—Yo había pensado que sí —dije algo desilusionado.

—Pues te equivocas.

El foco de la cámara, o lo que fuese, pareció traspasar el techo de mi casa, recorriéndola por cada rincón. Todo estaba en orden.

—¿Por qué en tu televisor portátil no se ve en relieve, como en esta pantalla?

—Ya te lo dije, es un sistema anticuado…

Le pedí que diéramos una vuelta por la ciudad. Pasamos por sobre mi colegio. Vi el patio, la cancha de fútbol, los arcos, mi sala. Me imaginé contando más tarde la aventura a mis compañeros: «Yo vi el colegio desde una nave espacial»… Estaría orgulloso.

Fuimos pasando por toda la ciudad.

—Lástima que no sea de día —dije.

—¿Por qué?

—Me hubiera gustado pasear en tu nave también de día… ver ciudades, paisajes a la luz del sol…

Como de costumbre, Ami se estaba riendo de mí.

—¿Quieres que sea de día? —me preguntó.

—No creo que tus poderes sean suficientes como para mover el sol… ¿o sí?

—El sol no, pero a nosotros sí…

Accionó los controles y comenzamos a movernos tremendamente rápido, subimos la Cordillera de los Andes y la cruzamos en unos tres segundos, luego aparecieron varias ciudades que se veían como una manchita luminosa, debido a la gran altitud que habíamos alcanzado; inmediatamente después apareció el enorme Océano Atlántico, bañado de luna. También había numerosos bancos de nubes que limitaban mi visibilidad. El cielo se fue aclarando en el horizonte, viajábamos hacia el Este. Llegamos a tierra y, lo extraordinario: ¡el sol comenzó a subir rápidamente! Para mí aquello fue algo increíble. ¡Ami había movido el sol! En unos instantes se hizo de día.

—¿Por qué dijiste que no podías moverlo? —Ami se deleitaba observando mi ignorancia.

—El sol no se ha movido; nosotros nos hemos movido.

Comprendí mi error de inmediato, pero era justificable: Hay que ver lo que es contemplar el sol elevándose por sobre el horizonte a una velocidad impresionante…

—¿Sobre qué lugar estamos?

—África.

—¡África; pero si todavía no hace un minuto estábamos en América del Sur!

—Como querías viajar de día en esta nave, vinimos a un lugar en donde estuviese de día. «Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña»… ¿Qué país de África te gustaría visitar?

—Esteeee… la India.

Su risa me indicó que mis conocimientos geográficos no eran demasiado precisos…

—Vamos entonces a Asia, a la India… ¿A qué ciudad de la India quieres ir?

—… Me da lo mismo… elige tú…

—¿Te parece bien Bombay?

—Sí; fantástico, Ami.

Pasamos a gran velocidad y altitud por sobre el continente africano. Más tarde, en mi casa, junto a un mapa del mundo pude reconstruir aquel viaje. Llegamos al océano Índico, lo cruzamos mientras el sol ascendía y ascendía vertiginosamente. Pronto estuvimos sobre la India. La nave frenó de golpe y quedó inmóvil…

—¿Cómo es que no nos estrellamos contra las ventanas con esa frenada? —pregunté muy sorprendido.

—Es cosa de anular la inercia…

—Ah; qué sencillo…

Descendimos sobre la ciudad, hasta llegar a unos cien metros de altura e iniciamos el paseo sobre los cielos de Bombay.

Me parecía estar soñando o viendo una película. Hombres con turbantes blancos, casas muy diferentes a las de mi país. Me llamó la atención la enorme cantidad de gente en las calles. No era como en mi ciudad, allá, ni siquiera en el centro, a la hora de salida de las oficinas, uno puede ver esas multitudes, aquí estaban en todas partes. Para mí, aquello era otro mundo.

Nadie nos veía; la luz indicadora estaba apagada.

De pronto volví a «la realidad»:

—¡Mi abuelita!

—¿Qué pasa con tu abuelita?

—Ya es de día, se habrá levantado, estará preocupada por mi ausencia… ¡volvamos! —Para Ami, yo era un perpetuo motivo de risa.

—Pedrito, tu abuelita duerme profundamente. Allá son las doce de la noche en este momento, al otro lado del mundo; aquí son las diez de la mañana.

—¿De ayer o de hoy? —pregunté, enredado en el tiempo.

—¡De mañana! —respondió, muerto de risa—. No te inquietes. ¿A qué hora se levanta ella?

—Más o menos a las ocho y media.

—Entonces tenemos ocho horas y media por delante… sin contar con que podemos estiraaaar el tiempo…

—Estoy preocupado… ¿Por qué no vamos a ver?

—¿Qué quieres ver?

—Ella puede haber despertado…

—Veamos desde aquí mismo mejor.

Tomó los controles de una pantalla y apareció la costa sudamericana vista desde muy alto, luego la imagen mostró una caída en picada hacia la tierra a una velocidad fantástica. Pronto distinguí la bahía, el balneario, la casa de la playa, el techo y a mi abuelita. Era increíble, parecía estar allí; durmiendo con la boca entreabierta, en la misma posición anterior.

—No se puede decir que tiene mal dormir, ¿ah? —observó Ami con picardía, luego agregó— Haremos algo para que te quedes tranquilo.

Tomó una especie de micrófono y me indicó que guardara silencio. Apretó un botón y dijo «Psht». Mi abuelita escuchó aquello; despertó, se levantó y fue hacia el comedor. Pudimos escuchar sus pasos y su respiración. Vio mi plato semivacío sobre la mesa, lo tomó y lo dejó en la cocina; luego se dirigió a mi habitación, abrió la puerta, encendió la luz y miró hacia mi cama. Se veía perfecta, parecía que yo estaba allí, sin embargo, algo le llamó la atención, no supe qué fue, pero Ami sí lo supo. Tomó el micrófono y se puso o a respirar cerca de él.

Mi abuelita escuchó esa respiración y creyó que era la mía, apagó la luz, cerró la puerta y se dirigió a su dormitorio.

—¿Tranquilo ahora?

—Sí, ahora sí… pero es como para no creerlo; ella durmiendo allá y nosotros de día aquí…

—Ustedes viven demasiado condicionados por las distancias y por el tiempo.

—No comprendo.

—¿Cómo te parecería salir de viaje hoy y regresar ayer?

—Quieres volverme loco. ¿No podríamos ir a visitar la China?

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