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Authors: Enrique Barrios

Tags: #Cuento, ciencia ficción

Ami, el niño de las estrellas (8 page)

BOOK: Ami, el niño de las estrellas
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—Y esta gente de Ofir, ¿no quiso volver a la Tierra?

—No.

—¿Debido a qué?

—Dejaron el nido, los adultos no vuelven a la cuna, les queda estrecha…

Al acercarnos a unas construcciones de poca altura y de un estilo muy moderno, comenzamos a descender.

—Esto es lo más parecido a una ciudad en un planeta civilizado. Es un centro de organización, distribución, y presentación de actos culturales. Las personas vienen ocasionalmente a buscar lo que necesiten, o también a presenciar alguna manifestación artística, espiritual o científica, pero nadie vive aquí.

Detuvo la nave a unos cinco metros de altura y con entusiasmo dijo:

—¡Ahora vas a conocer a tus antepasados de hace miles de años!

—¿Vamos a salir de la nave?

—Ni lo sueñes. Tus virus podrían matar a toda la gente de este mundo.

—¿Y por qué a ti no te afectan?

—Yo estoy «vacunado», pero antes de volver a mi planeta debo someterme a un tratamiento purificador.

Muchas personas transitaban por ahí. Cuando una de ellas pasó cerca de las ventanas de nuestra nave, me di cuenta de algo espantoso: ¡eran gigantes!

—¡Ami, éstos no son terrícolas; son monstruos!

—¿Por qué? —bromeó— ¿porque miden sólo unos tres metros?

—¡Tres metros!

—Poco más, poco menos, pero ellos no se sienten especialmente grandes…

—Pero tú dices que provienen de la Tierra, y allá la gente mide poco más de la mitad…

—Te dije que los sobrevivientes en la Tierra fueron afectados por radiaciones y desequilibrios en el planeta, esto alteró su crecimiento, pero al ritmo que van, en unos cientos de años alcanzarán su estatura natural… si sobreviven.

Nadie nos prestaba mayor atención. Eran personas de piel más bien morena, delgadas, caderas estrechas y hombros levantados, rectos. Algunos usaban un cinturón parecido al de Ami.

Todos se veían muy tranquilos, relajados y amables. Sus ojos, grandes y luminosos, denotaban profunda espiritualidad; los tenían estirados hacia los lados, almendrados; no como los de los asiáticos, sino como los de las personas que aparecen en las pinturas egipcias.

—Son los antepasados de los egipcios, mayas, incas, griegos y celtas, entre otros —me explicó Ami—; esas culturas fueron restos de la civilización atlante, y éstos son descendientes directos de ellos.

—¡La Atlántida, el continente hundido! —exclamé—. Yo creía que eso era una fábula.

—Casi todas las fábulas de tu mundo son más reales que esa sombría realidad en la que viven.

En general, la gente no andaba sola; más bien lo hacía en grupos, se tocaban mucho unos a otros al conversar, se llevaban del brazo o del hombro; algunos, de la mano. Cuando se encontraban o despedían, había grandes expresiones de cariño; eran muy alegres y despreocupados.

—Te lo dije, son des-pre-ocupados, no se pre-ocupan, se ocupan; ojalá tú aprendieras a hacer lo mismo.

—¿Por qué están tan contentos?

—Porque están vivos ¿te parece poco?

—¿Y no tienen problemas?

—Tienen desafíos, no problemas. Aquí todo está bien.

—Mi tío dice que la vida sólo tiene sentido cuando hay problemas que solucionar, y que una persona sin problemas se pegaría un tiro.

—Tu tío se refiere a problemas para su intelecto. Lo que pasa, es que él tiene actividad en uno solo de los dos cerebros que te mencioné, tu tío es simplemente «actividad intelectual andante». El intelecto es un computador que no puede dejar de funcionar; a menos que ya se tenga desarrollado el otro cerebro, el emocional. Cuando el intelecto no encuentra ningún problema que resolver, ningún rompecabezas, ningún puzzle, puede llegar a enloquecer y pensar en pegarse un tiro.

Me sentí aludido, porque yo también estoy siempre pensando sin cesar.

—¿Y qué más hay, aparte de pensar?

—Percibir, disfrutar de lo que se ve, escuchar los sonidos, palpar, respirar conscientemente, oler, saborear, sentir, aprovechar el momento presente… ¿Eres feliz en este instante?

—No sé…

—Si dejaras un momento de pensar, serías muy feliz. Imagínate: estás en una nave espacial, en un mundo situado años luz de distancia de la Tierra, estás contemplando un planeta civilizado, habitado por los antiguos atlantes… En lugar de preguntar tonterías, mira a tu alrededor, aprovecha el momento…

Sentí que Ami tenía razón, pero me quedó una duda y se la expresé:

—¿Entonces el pensamiento no sirve?

—¡Típica conclusión terrícola! —rió— si no es lo mejor, entonces tiene que ser lo peor. Si no es blanco, debe ser obligatoriamente negro. Si no es perfecto, es demoníaco. Si no es Dios, es el diablo… ¡Extremismo mental! —Se acomodó en el sillón—. Claro que sirve el pensamiento, sin él, serías un vegetal, pero no es el pensamiento la máxima posibilidad humana.

—¿Cuál es entonces, disfrutar?

—Para disfrutar, necesitas darte cuenta de que estás disfrutando.

—¿Y darse cuenta no es pensar?

—No. Darse cuenta es conciencia, y conciencia es más que pensamiento.

—Entonces la conciencia es lo máximo —concluí, un poco cansado ya de ese lío en el que me había metido gracias a mis preguntas.

—Tampoco —dijo Ami, con una sonrisa misteriosa—. Te pondré un ejemplo. ¿Te diste cuenta de que escuchaste una música extraña hace poco, la primera que seleccioné?

—Sí, pero no me gustó.

—Te diste cuenta de que escuchabas una música extraña, eso fue conciencia, pero no la disfrutaste.

—Realmente, no.

—Entonces, para disfrutar no basta con la conciencia…

—¡Tienes razón!… ¿Qué falta entonces?

—Lo principal. La segunda música sí la disfrutaste, ¿verdad?

—Sí, porque me gustó.

—Gustar es una forma de amar. Sin amor no hay disfrute, sin conciencia, tampoco; el pensamiento quedó en un discreto tercer lugar como posibilidad humana. El primer lugar lo ocupa el amor… Nosotros procuramos amarlo todo, vivir en amor, así disfrutamos más. A ti no te gustó la luna, a mí sí. Yo disfruto más y soy más feliz que tú.

—Entonces el amor es la máxima posibilidad humana.

—Ahora sí, perfecto, Pedrito.

—¿Y eso, lo saben en la Tierra?

—¿Lo sabías tú; te lo enseñaron en el colegio?…

—No.

—Allá están apenas en el tercer peldaño, en el pensamiento; por eso, a quienes piensan mucho les llaman sabios…

—¿Y cómo es posible que algo tan sencillo se les haya escapado?

—Porque utilizan uno solo de los dos cerebros, pero el pensamiento no puede experimentar amor. Los sentimientos no son pensamientos. Algunos llegan a creer que los sentimientos son algo «primitivo» y que deben ser substituidos por el pensamiento, entonces, elaboran teorías que justifican la guerra, el terror, la deshonestidad y la destrucción de la naturaleza. Ahora tu humanidad está en peligro de extinción debido a esos pensamientos tan «inteligentes» y a esas teorías tan «brillantes»…

—Tenías razón cuando decías que en la Tierra pensamos las cosas al revés…

—Entonces observa un poco el mundo de Ofir, aquí las cosas no son tan al revés.

La falta de sueño, todas las emociones del día y las nuevas enseñanzas de Ami, me tenían agotado. Tras los vidrios podía ver personas gigantescas, edificaciones estilizadas, niños de dos metros de altura, vehículos voladores y terrestres, pero mi interés se estaba diluyendo debido al cansancio.

—¿Sabes qué edad tiene ese señor? —Ami se refería a un hombre que conversaba cerca de la nave. Representaba unos sesenta años. Tenía el pelo blanco, pero no se veía anciano.

—¿Unos sesenta años?

—Tiene cerca de quinientos años de edad…Sentí un mareo, un cansancio, la cabeza me iba a estallar.

—¿Sabes, Ami? estoy cansado, quiero reposar, dormir, volver a casa; ya no quiero saber nada más, tengo náuseas, no quiero ver ninguna otra cosa…

—«Indigestión informativa» —bromeó Ami—. Ven, Pedrito, acuéstate aquí. Me llevó hacia uno de los sillones laterales, lo reclinó hasta transformarlo en un mullido diván. Me acomodé sobre él, era confortable.

Ami me puso algo en la base de la cabeza y el sueño me venció instantáneamente. Me dejé ir, dormí profundamente varias horas…

Desperté fresco y descansado, lleno de energías, como nuevo. Mi amigo se encontraba revisando unos controles, me guiñó un ojo.

—¿Mejor ahora?

—Sí, fantástico… ¡Mi abuelita! …¿Cuántas horas dormí?

—Quince segundos —respondió.

—¡Qué! —me levanté a mirar por las ventanas. Estábamos en el mismo lugar, las mismas personas circulaban por allí, el hombre de cabeza cana todavía conversaba, no lejos de nuestra nave. Nada había cambiado.

—¿Cómo lo hiciste?

—Necesitabas dormir para «cargar baterías». Nosotros tenemos «cargadores» que en quince segundos te reponen igual que ocho horas de sueño.

—¡Extraordinario! ¿Entonces ustedes jamás se acuestan a dormir?

—No tanto como jamás. Es necesario hacerlo de vez en cuando. A través del sueño recibimos algo más que «carga»; pero nosotros, con muy poco tiempo tenemos suficiente, no nos «descargamos» tanto como ustedes.

—¡Vaya; los «civilizados» le sacan el jugo a la vida! ¡Quinientos años… casi no duermen!…

—De eso se trata…

—Así que ese señor tiene quinientos años… ¿Cómo lo sabes?

—Por ciertos detalles de sus vestiduras. ¿Quieres hablar con él? Ven.

Nos sentamos frente a una pantalla; mi amigo tomó el micrófono y digitó unos puntos sobre el teclado del tablero.

Apareció el rostro del hombre. Ami habló en un idioma extrañísimo, unos sonidos que parecían sólo variedades de «shhh» casi inaudibles, los relacioné inmediatamente con la música que parecía el soplido de un tren, el hombre los escuchó y vino hacia la nave. Luego nos sonrió ¡por la pantalla; como si nos viera! y me dijo claramente:

—¡Hola, Pedro! Comprendí que un «traductor» operaba, puesto que los movimientos de sus labios no se correspondían con los de los sonidos que yo oía.

—Ho-hola —respondí nervioso.

—¿Sabes? Somos casi parientes, mis antepasados tambien vinieron de una civilización de la Tierra.

—Ah… —no se me ocurrió decir nada más interesante…

—Esa civilización se destruyó por falta de amor…

—Ah…

—¿Qué edad tienes?

—Die… digo, nueve años… ¿y usted?

—Unos quinientos años terrestres.

—¿Y… no se aburre?

—Aburre… aburrirse… —tenía cara de no comprender.

—Cuando el intelecto busca actividad y no encuentra —explicó Ami.

—Ah, sí; lo había olvidado… No; no me aburro ¿por qué habría de hacerlo?

—De tanto vivir, por ejemplo…

En ese momento se acercó a él una mujer muy hermosa y bastante joven. Saludó al hombre con gran ternura. Él también comenzó a acariciarla y a besarla, hablaron, sonrieron, luego ella se retiró. Parecían amarse mucho.

—Cuando el pensamiento está al servicio del amor, no existe el aburrimiento —dijo sonriendo.

Me pareció que estaba enamorado de esa bella mujer y le pregunté:

—¿Está usted enamorado?

Suspiró en forma profunda y dijo:

—Estoy totalmente enamorado.

—¿De la señorita que estaba con usted?

—De la vida, de la gente, del universo, de este estar existiendo… del amor.

Otra dama venía hacia él, se veía aún más hermosa que la anterior: morena, delgada, cabello largo, sedoso y muy negro, prácticamente azul oscuro; sus ojos eran de un verde transparente. Se acariciaron, se besaron en las mejillas, se miraron intensamente a los ojos, hablaron, rieron, luego se despidieron. Yo pensé que este señor era algo así como un Casanova espacial…

—¿Ha ido usted alguna vez a visitar la Tierra?

—Oh, sí. He ido algunas veces, pero es muy triste…

—¿Por qué?

—La última vez que fui, la gente se mataba, hambre, millones de muertos, ciudades destruidas, campos de prisioneros… es triste.

Me sentí muy mal, como si fuera un cavernario en aquel mundo.

—Lleva a tu planeta un mensaje de mi parte —dijo el hombre con una sonrisa de cariño.

—Claro, ¿cuál?

—Amor, unión y paz.

Nos despedimos para ir a visitar otros lugares del mundo de Ofir.

—¿Tiene dos esposas ese señor?

—Claro que no. Tiene una sola respondió.

—Pero… besó a las dos…

—¿Y dónde está lo malo? Se aman… Ninguna de ambas era su esposa.

—¿Y si la verdadera lo sorprende?… —Ami se rió de mí.

—En los mundos civilizados no existen los celos.

—¡Ah! —me entusiasmé, creí comprender…

—Entonces uno puede tener muchas mujeres… —dije con malicia. Me respondió con una mirada transparente.

—No. Una sola.

No comprendí, guardé silencio y preferí contemplar el panorama a través de la pantalla.

Aparecían campos de labranza en los que trabajaban máquinas. Cada cierto trecho había un centro como el que habíamos visitado antes. No se veían grandes extensiones despobladas, tampoco ciudades. Divisé caminos bordeados de flores, árboles y adornos de piedra; arroyos, puentecitos, cascadas… Todo aquel mundo parecía un jardín al estilo japonés.

La gente transitaba a pie, en grupos pequeños o en parejas. No vi ninguna carretera, sólo pequeños senderos. Minúsculos vehículos parecidos a los que se utilizan en los campos de golf transportaban a algunas personas.

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