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Authors: Enrique Barrios

Tags: #Cuento, ciencia ficción

Ami, el niño de las estrellas (7 page)

BOOK: Ami, el niño de las estrellas
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—¿Qué dice? —volví a preguntar.

—Que debido a todo lo que expresó, queda «científicamente demostrado» que no hay vida inteligente en toda la galaxia, excepto en la Tierra… También dijo que la gente que vio el supuesto «ovni» sufrió una alucinación colectiva, y les recomendó una visita al psiquiatra…

—¿En serio? —pregunté.

—En serio —respondió riendo.

El científico continuó hablando.

—¿Qué dice ahora?

—Que tal vez exista una civilización «tan avanzada» como ésta, pero una cada dos mil galaxias, según los cálculos.

—¿Y eso qué significa?

—Que cuando sepa que en esta galaxia solamente hay millones de civilizaciones, va a quedar loco el pobre, peor de lo que está…

Reímos un buen rato Para mí resultó muy cómico escuchar a un científico diciendo que los «ovnis» no existen… ¡y yo, mirando el programa desde un «ovni»!

Permanecimos cerca de una hora en aquel lugar, hasta que la luz de la invisibilidad se apagó.

—Estamos libres.

—¿Entonces podemos continuar paseando? —pregunté.

—Claro. ¿Dónde te gustaría ir ahora?

—Mmmm… esteee… ¡a la isla de Pascua!

—Es de noche allá… Mira —ya habíamos llegado.

—¿Isla de Pascua?

—Efectivamente.

—¡Qué rapidez!

—¿Te parece rápido? Espera… ahora observa por la ventana. Estábamos sobre un desierto muy extraño. El cielo se veía demasiado oscuro, negro casi, excepto por el brillo azuloso de la luna.

—¿Qué es esto, Arizona?

—Esto es la luna.

—¡La luna!

—La luna. —Miré hacia aquello que yo había creído que era la luna.

—… Entonces eso…

—Eso es la Tierra.

—¡La Tierra!

—La Tierra. Allá duerme tu abuelita…

Quedé fascinado. Era en realidad la Tierra, tenía un color azul claro. Me pareció increíble que algo tan pequeño pudiese contener tantas cosas grandes, montañas, mares. Sin saber por qué, me llegaron imágenes archivadas en mi memoria, recordé un arroyo de mi niñez, una pared cubierta de musgo, unas abejas en un jardín, una carreta de bueyes en una tarde veraniega… todo eso estaba allá, en ese pequeño globo azul que flotaba entre las estrellas… De pronto vi el sol, un astro lejano, pero más encandilante que en la Tierra.

—¿Por qué se ve tan pequeño?

—Porque aquí no hay una atmósfera que actúe como lente de aumento, como lupa; por eso, desde la Tierra se ve más grande que desde aquí, pero si no fuera por los vidrios especiales de esta nave, ese pequeño sol te quemaría, justamente porque no hay una atmósfera que filtre ciertos rayos que son nocivos para ti.

No me gustó esa visión de la luna, desde la Tierra parecía más hermosa. Era un mundo desolado, tenebroso.

—¿No podríamos ir a un lugar más bonito?

—¿Habitado? —preguntó Ami.

—¡Claro!… pero sin monstruos…

—Para eso tendremos que ir muy lejos.

Movió los controles, la nave vibró muy suavemente, las estrellas se alargaron, transformándose en líneas luminosas; luego, en las ventanas apareció una neblina blanca y brillante que reverberaba.

—¿Qué pasa? —pregunté un poco asustado.

—Estamos situándonos…

—¿Situándonos dónde?

—En un planeta muy lejano. Tendremos que esperar unos minutos. Por el momento, vamos a escuchar alguna música.

Ami tocó un punto del tablero. Unos suaves y extraños sonidos llenaron el recinto. Mi amigo cerró los ojos y se dispuso a escuchar con deleite.

Eran unas notas muy diferentes de las que yo había conocido hasta entonces. De pronto, una vibración muy baja y sostenida llegaba a remecer la sala de mandos, luego, otra nota altísima se cortaba de improviso; el silencio duraba algunos segundos. Después se oían notas rápidas que subían y bajaban, otra vez la más grave se iba agudizando poco a poco, mientras unas especies de rugidos y algunas campanitas llevaban un ritmo cambiante.

Ami parecía extasiado, supuse que conocía muy bien aquella «melodía», porque con los labios o leves movimientos de su mano se adelantaba a lo que iba a escucharse. Lamenté interrumpirlo, pero aquella «música» no me gustó para nada.

—Ami —le llamé. No respondió; estaba muy concentrado en esa especie de interferencia eléctrica en una radio en onda corta…

—Ami —insistí.

—¡Oh, perdón!… ¿Sí?

—Discúlpame, pero no me gusta.

—Claro, es natural; el disfrute de esta música requiere de una «iniciación» previa… Buscaré algo que te parezca más conocido.

—Tocó otro punto del tablero. Surgió una melodía que me agradó inmediatamente, tenía un ritmo muy alegre. El instrumento principal sonaba parecido a la chimenea de un tren a vapor a toda velocidad.

—¡Qué agradable!… ¿Qué instrumento es ese que parece un tren?

—¡Dios mío! —exclamó Ami fingiendo horror, ¡acabas de ofender a la garganta más privilegiada de mi planeta, al confundir su hermosa voz con el ruido de un tren!

—Discúlpame, por favor… no sabía… ¡pero resopla muy bien! —dije, procurando arreglar mi metida de pata.

—¡Blasfemo! ¡Hereje! —Fingía jalándose los cabellos— decir que la gloria de mi mundo… ¡resopla! —Terminamos por estallar en carcajadas.

Aquella música lo impulsaba a uno a bailar.

—Para eso está hecha —dijo Ami— ¡Bailemos! —Se incorporó de un salto y comenzó a danzar haciendo sonar las palmas.

—¡Baila, baila! —me animaba—. Suéltate. Tú quieres bailar, pero aquello que no eres tú, no te lo permite… aprende a conquistar la libertad de ser tú mismo, libérate…

Dejé mi natural timidez de lado y me lancé a danzar con gran entusiasmo.

—¡Bravo! —me felicitaba.

Bailamos largo rato. Me sentí alegre, fue parecido a cuando corrimos y saltamos en la playa. Luego, la música terminó.

—Algo para relajarnos ahora —dijo Ami, dirigiéndose hacia el tablero. Oprimió otro punto y se escuchó una música clásica. Me pareció familiar.

—Oye, eso es terrícola.

—Claro; Bach, es fabuloso, ¿no te gusta?

—Creo que… sí. ¿También a ti te gusta?

—Por supuesto, o no lo tendría en la nave.

—Yo pensé que todo lo nuestro era «incivilizado» para los extraterrestres…

—Estás muy equivocado.

—Tocó otro punto del tablero.
«… imagine there’s no countries… it isn’t hard to do…»
[1]

—¡Pero si ése es John Lennon!… ¡Los Beatles!…

Yo estaba muy sorprendido, porque empezaba a creer que en la Tierra no había nada bueno.

—Pedrito, cuando la música es buena, lo es universalmente. La buena música de la Tierra es coleccionada en varias galaxias, al igual que la de cualquier mundo y de cualquier época, lo mismo ocurre con todas las artes. Nosotros guardamos filmaciones y grabaciones de todo lo que se realiza en tu planeta… El arte es el lenguaje del amor, y el amor es universal… Escuchemos.
«… imagine all the people living life in peace…»
[2]

Ami, con los ojos cerrados, parecía disfrutar de cada nota. Cuando John Lennon terminó de cantar, habíamos llegado por fin a otro mundo habitado.

Parte segunda

Se disipó la neblina blanca. Una atmósfera celeste de tono vibrante, parecía flotar alrededor, en lugar de estar en lo alto del cielo, como en la Tierra; me sentí sumergido en un azulino casi fosforescente que no dificultaba la visibilidad.

Desde las ventanas vi unas praderas bañadas de naranja suave. Fuimos descendiendo poco a poco; parecía un paisaje otoñal maravilloso.

—Mira el sol —recomendó Ami.

Un enorme círculo rojizo se destacaba en lo alto, velado tenuemente por la atmósfera de ese mundo. Se formaban varios círculos alrededor de aquel sol descomunal. Era unas cincuenta veces mayor que el nuestro.

—Cuatrocientas veces más grande —precisó Ami.

—No se ve como si fuera tan enorme…

—Porque está muy lejos.

—¿Qué mundo es éste?

—Es el planeta Ofir… Sus habitantes son de origen terrestre…

—¡¿Qué?! —me sorprendió tremendamente esa afirmación.

—Hay tantas cosas que se desconocen en tu mundo, Pedrito. Hubo una vez en la Tierra, hace miles de años, una civilización semejante a la tuya. El nivel científico de aquella humanidad había sobrepasado mucho su nivel de amor, y como además estaban divididos, ocurrió lo que tenía que suceder…

—¿Se autodestruyeron?

—Completamente… Sobrevivieron sólo algunos individuos que fueron advertidos de lo que iba a pasar y huyeron a otros continentes; pero resultaron muy afectados por las consecuencias de aquella guerra, tuvieron que recomenzar casi desde el principio. Tú eres el resultado de todo eso; eres descendiente de quienes sobrevivieron.

—Es increíble; yo pensaba que todo había comenzado como dicen los libros de historia, desde cero, las cavernas, los trogloditas… ¿Y la gente de Ofir, cómo llegó a este planeta?

—Nosotros la trajimos. Salvamos a todos aquellos que tenían setecientas medidas o más, la buena semilla… los rescatamos un poco antes de producirse el desastre. Se salvaron muy pocos, el promedio evolutivo en aquel tiempo era de cuatrocientas cincuenta medidas, cien menos que hoy. La Tierra ha evolucionado.

—Y si se produjera un desastre en la Tierra, ¿ustedes rescatarían a algunos?

—A todos aquellos que superen las setecientas medidas. Esta vez hay mucha más gente con ese nivel.

—¿Y yo, Ami, tengo setecientas medidas?

Le dio risa mi preocupación.

—Ya me esperaba la pregunta, pero te dije que no puedo responder eso.

—¿Cómo se puede saber quiénes tienen setecientas medidas o más?

—Es muy fácil. Todos aquellos que trabajan desinteresadamente por el bien de los demás, tienen sobre setecientas medidas.

—Tú dijiste que todos procuran hacer el bien…

—Cuando digo «los demás», no quiero decir sólo la propia familia, el club, el bando propio. Y cuando digo «bien», me refiero a aquello que no va en contra de la Ley fundamental del universo…

—Otra vez esa famosa ley; ¿podrías explicarme ahora cuál es esa ley?

—Todavía no. Paciencia.

—¿Y por qué es tan importante?

—Porque si no se conoce esa Ley, no puede saberse la diferencia entre bien y mal. Muchos matan creyendo hacer el bien. Ignoran la Ley. Otros torturan, ponen bombas, crean armas, destruyen la naturaleza pensando que hacen un bien. Resulta que hacen un gran mal todos ellos, pero no lo saben, porque desconocen la Ley fundamental del universo… sin embargo, deberán pagar por sus violaciones a ella.

—¡Vaya! No hubiera imaginado que fuera tan importante…

—Claro que es importante. Basta con que la gente de tu planeta la conozca y practique, para que tu mundo se transforme en un verdadero paraíso…

—¿Cuándo me la vas a decir?

—Por el momento, contempla el mundo de Ofir; tiene mucho que enseñarte, porque aquí todos practican esa Ley.

Me senté en un sillón junto a él para observar por la pantalla aquel hermoso planeta. Estaba impaciente por ver a sus habitantes.

Íbamos lentamente, a unos trescientos metros de altura. Observé muchos objetos voladores semejantes al nuestro; cuando se acercaron, comprobé que tenían formas y tamaños muy diversos. No vi grandes montañas en aquel planeta, tampoco zonas desérticas. Todo estaba tapizado de vegetación en múltiples tonalidades, con varios matices de verde, marrón y naranja en distintos grados. Había muchas colinas, lagunas, ríos y lagos de aguas de un celeste muy luminoso. Aquella naturaleza tenía algo de paradisíaco.

Comencé a distinguir unas edificaciones que formaban círculos alrededor de una construcción principal. Había bastantes pirámides, unas, con escalones, otras, lisas; con bases triangulares o cuadradas, pero lo que más abundaba era una especie de casas semiesféricas de diversos colores claros, con predominio del blanco.

Después aparecieron los habitantes de aquel mundo. Desde la altura los vi transitar caminos, retozar en ríos y lagunas, tenían apariencia humana, al menos desde la distancia; todos vestían túnicas blancas, solamente ciertos detalles eran de otros colores: las franjas de los bordes o los cintos. No se veía ninguna ciudad.

—No las hay en Ofir ni en ningún otro mundo civilizado. Las ciudades son formas prehistóricas de convivencia —dijo Ami.

—¿Por qué?

—Porque tienen muchos defectos; uno de ellos es que demasiadas personas en un mismo punto producen un desequilibrio que las afecta tanto a ellas como al planeta.

—¿Al planeta?

—Los planetas son seres vivientes, con mayor o menor evolución. Sólo la vida produce vida. Todo es interdependiente, todo está interrelacionado. Lo que le ocurre a la Tierra afecta a las personas que la habitan, y viceversa.

—¿Por qué demasiadas personas en un mismo punto producen un desequilibrio?

—Porque no son felices, y eso lo percibe la Tierra. Las personas necesitan espacio, árboles, flores, aire libre…

—¿La gente más evolucionada también? —pregunté confundido, porque Ami estaba insinuando que las sociedades futuras vivirían en ambientes al estilo «granja», y yo pensaba que iba a ser todo lo contrario: ciudades artificiales en órbita, inmensos edificios-ciudadelas, metrópolis subterráneas, plástico por todos lados; igual que en las películas…

—La gente más evolucionada sobre todo —respondió.

—Yo creía que era al revés.

—Si en la Tierra no pensaran todo al revés, no estarían a punto de destruirse nuevamente…

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