Read Ángeles y Demonios Online

Authors: Dan Brown

Ángeles y Demonios (66 page)

BOOK: Ángeles y Demonios
8.85Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Ya no podía soportarlo —dijo el camarlengo. No obstante, cuando se acercó más, no vio comprensión en los ojos de nadie. ¿No veían acaso la radiante simplicidad de sus acciones? ¿No se daban cuenta de la absoluta necesidad?

Había sido tan puro.

Los Illuminati. Ciencia y Satanás a la vez.

Resucitar el antiguo miedo. Para luego aplastarlo.

Horror y Esperanza. Haz que vuelvan a creer.

Esta noche, el poder de los Illuminati se había desatado de nuevo... y con gloriosas consecuencias. La apatía se había evaporado. El miedo
había
recorrido el mundo como un rayo, uniendo a la gente. Y después, la majestad de Dios había conquistado la oscuridad.

¡Ya no podía seguir siendo un espectador pasivo!

La inspiración había provenido de Dios, aparecido como un faro en la noche de agonía del camarlengo.
¡Oh, este mundo descreído! Alguien ha de liberarlos. Tú. Si no tú, ¿quién? Has sido salvado por un
motivo. Enséñales los viejos demonios. Recuérdales su miedo. La apatía es la muerte. Sin oscuridad no hay luz. Sin mal no hay bien. Oblígales a elegir. Oscuridad o luz. ¿Dónde está el miedo? ¿Dónde están los héroes? Si ahora no, ¿cuándo?

El camarlengo iba al encuentro de los cardenales. Se sintió como Moisés cuando el mar de fajines y bonetes rojos se dividió para dejarle pasar. Robert Langdon apagó el televisor, tomó la mano de Vittoria y abandonó el altar. El camarlengo sabía que el hecho de que Robert Langdon hubiera sobrevivido sólo podía ser voluntad de Dios. Dios había salvado a Robert Langdon. El sacerdote se preguntó por qué.

La voz que rompió el silencio fue la voz de la única mujer que había en la Capilla Sixtina.

—¿Usted
asesinó
a mi padre? —preguntó al tiempo que daba un paso adelante.

Cuando el camarlengo se volvió hacia Vittoria Vetra, no pudo comprender la mirada de su rostro. Dolor, sí, pero
¿ira?
Tenía que entenderlo. El genio de su padre era mortífero. Había sido preciso detenerle. Por el bien de la humanidad.

—Estaba haciendo el trabajo de Dios —dijo Vittoria.

—El trabajo de Dios no se hace en un laboratorio. Se hace en el corazón.

—¡El corazón de mi padre era puro! Y su investigación demostraba...

—¡Su investigación demostraba una vez más que la mente del hombre progresa con más rapidez que su alma! —La voz del camarlengo era más aguda de lo que había esperado. Bajó la voz—. Si un hombre tan espiritual como su padre fue capaz de crear un arma como la que hemos visto esta noche, imagine lo que un hombre corriente hará con esta tecnología.

—¿Un hombre como
usted?

El camarlengo respiró hondo. ¿Es que no se daba cuenta? La moral del hombre no avanzaba tan rápido como su ciencia. La humanidad no estaba tan avanzada espiritualmente para los poderes que poseía.
¡Nunca hemos creado un arma que no hayamos utilizado!
Y sin embargo, la antimateria no era nada, un arma más en el ya repleto arsenal del hombre. El hombre ya podía destruir. Hacía mucho tiempo que
había
aprendido a matar.
Y la sangre de su madre se derramó.
El genio de Leonardo Vetra era peligroso por otro motivo.

—Durante siglos —explicó el camarlengo—, la Iglesia ha resistido, mientras la ciencia desmenuzaba la religión poco a poco. Milagros desprestigiadores. Entrenar a la mente para imponerse al corazón. Condenar la religión como opio del pueblo. Denuncian que Dios es una alucinación, una muleta ilusoria para los que son demasiado débiles para aceptar que la vida carece de sentido. No podía quedarme cruzado de brazos mientras la ciencia presumía de dominar el poder del propio Dios.
¿Pruebas,
dice? ¡Sí, pruebas de la ignorancia de la ciencia! ¿Qué tiene de malo admitir que existe algo más allá de nuestra comprensión? ¡El día que la ciencia sustancie a Dios en un laboratorio, la gente dejará de necesitar la fe!

—Quiere decir que dejará de necesitar a la Iglesia —corrigió Vittoria, y avanzó hacia él—. En la duda residen sus últimos jirones de control. La
duda
es lo que les proporciona almas. Nuestra necesidad de saber que la vida posee un sentido. La inseguridad del hombre y la necesidad de un alma esclarecida, capaz de asegurarle que todo forma parte de un plan maestro. ¡Pero la Iglesia no es la única alma esclarecida del planeta! Todos buscamos a Dios de diferentes maneras. ¿De qué tiene miedo? ¿De que Dios se revelará en
otra parte
que no sea entre estas paredes? ¿De que la gente lo encuentre en su vida y abandone sus anticuados rituales? ¡Las religiones evolucionan! La mente encuentra respuestas, verdades nuevas florecen en el corazón. ¡Mi padre buscaba lo mismo que ustedes!
.
¡Un sendero paralelo! ¿Por qué no lo entienden? Dios no es una autoridad omnipotente que observa desde arriba, amenazando con arrojarnos a un pozo de fuego si desobedecemos. ¡Dios es la energía que fluye por las sinapsis de nuestro sistema nervioso y las cavidades de nuestros corazones! ¡Dios está en todas las cosas!


Excepto
en la ciencia —replicó el camarlengo con una mirada compasiva—. La ciencia, por definición, carece de alma. Está divorciada del corazón. Los milagros intelectuales como la antimateria llegan a este mundo sin instrucciones éticas. ¡Eso es peligroso en sí mismo! Pero ¿qué sucede cuando la ciencia proclama que sus investigaciones ateas constituyen el sendero del esclarecimiento? ¿Cuando promete respuestas a preguntas cuya belleza radica en que no hay respuestas? —Meneó la cabeza—. No.

Se hizo un momento de silencio. De repente, el camarlengo se sintió cansado, y sostuvo la mirada desafiante de Vittoria. Éste no era el desenlace que esperaba.
¿Era la prueba final de Dios?

Fue Mortati quien rompió el silencio.

—Los
preferiti
—dijo en un susurro—. Baggia y los demás. Dígame que no...

El camarlengo se volvió hacia él, sorprendido por el dolor de su voz. Mortati debía comprender. Los titulares anunciaban milagros científicos cada día. ¿Cuánto tiempo había pasado sin ellos la religión? ¿Siglos? ¡La religión necesitaba un milagro! Algo que despertara a un mundo adormilado. Que lo devolviera a la senda del bien. Que restaurara la fe. Los
preferiti
no eran líderes, sino transformadores, liberales dispuestos a aceptar el nuevo mundo y abandonar las viejas costumbres. Este era el único camino. Un nuevo líder. Joven. Poderoso. Vibrante. Milagroso. Los
preferiti
servían a la Iglesia con mucha más eficacia muertos que vivos. Horror y Esperanza.
Ofrecer cuatro almas para salvar millones.
El mundo los recordaría siempre como mártires. La Iglesia rendiría un tributo glorioso a sus nombres.
¿Cuántos miles han muerto por la gloria de Dios? Ellos sólo son cuatro.

—Los
preferiti
—repitió Mortati.

—Compartí su dolor —se defendió el camarlengo, indicando su pecho—. Yo también moriría por Dios, pero mi trabajo no ha hecho más que empezar. ¡Están cantando en la plaza de San Pedro!

El camarlengo vio horror en los ojos de Mortati, y una vez más se sintió confuso. ¿Era la morfina? Mortati le estaba mirando como si él hubiera asesinado a esos hombres con las manos desnudas.
Hasta eso haría por Dios,
pensó el camarlengo, pero no lo había hecho. El agente causante había sido el hassassin, un alma pagana inducida mediante engaños a pensar que estaba sirviendo a los Illuminati.
Yo soy
Jano,
le dijo el camarlengo.
Demostraré mi poder.
Y lo había hecho. El odio del hassassin le convirtió en un peón de Dios.

—Escuche los cánticos —sonrió el camarlengo, con regocijo en el corazón—. Nada une tanto a los corazones como la presencia del mal. Quemen una iglesia y la comunidad se indigna, enlaza las manos, canta himnos de desafío mientras la reconstruye. Mire cómo acuden en bandadas esta noche. El miedo los ha devuelto a casa. Hay que forjar demonios modernos para el hombre moderno. La
apatía
es la muerte. Enséñeles el rostro del mal, satanistas agazapados entre nosotros, dirigiendo nuestros gobiernos, nuestros bancos, nuestras escuelas, amenazando con destruir la Casa de Dios con su ciencia descarriada. La depravación es profunda. El hombre ha de permanecer vigilante. Buscar el bien. ¡Convertirse en el bien!

Cuando se hizo el silencio, el camarlengo confió en que ahora comprenderían. Los Illuminati no habían resucitado. Hacía mucho tiempo que los Illuminati habían muerto. Sólo su mito vivía. El camarlengo había resucitado los Illuminati a modo de recordatorio. Los que conocían la historia de los Illuminati revivían su maldad. Los que no, habían descubierto su existencia y se asombraban de lo ciegos que habían sido. Los antiguos demonios habían resucitado para despertar a un mundo indiferente.

—Pero... ¿y las marcas?

La voz de Mortati temblaba de indignación.

El camarlengo no contestó. Mortati no podía saberlo, pero los hierros de marcar habían sido confiscados por el Vaticano más de un siglo antes. Los habían encerrado a cal y canto, olvidados y cubiertos de polvo, en la Cámara Papal, el relicario privado del Papa, en los Aposentos Borgia. La Cámara Papal contenía aquellos objetos que la Iglesia consideraba demasiado peligrosos para que alguien los viera, excepto el Papa.

¿Por qué escondieron lo que inspiraba miedo? ¡El miedo devuelve a las personas a Dios!

La llave de la Cámara pasaba de Papa a Papa. El camarlengo Carlo Ventresca se había apoderado de la llave y entrado. El mito de los contenidos de la Cámara era fascinante: el manuscrito original de los catorce libros inéditos de la Biblia, conocidos como los
Apocrypha,
la tercera profecía de Fátima. Las dos primeras se habían realizado y la tercera era tan aterradora que la Iglesia nunca la revelaría. Además, el camarlengo había encontrado la Colección de los Illuminati, todos los secretos que la Iglesia había descubierto después de expulsar al grupo de Roma: su despreciable Sendero de la Iluminación, el astuto engaño del principal artista del Vaticano, Bernini... Los mejores científicos de Europa se burlaban de la religión cuando se reunían en secreto en el castillo de Sant' Angelo del Vaticano. La colección incluía una caja pentagonal que contenía hierros de marcar, uno de ellos el mítico Diamante de los Illuminati. Constituían una parte de la historia del Vaticano que los antiguos prefirieron sepultar en el olvido. El camarlengo no había estado de acuerdo.

—Pero la antimateria... —preguntó Vittoria—. ¡Se arriesgó a destruir el Vaticano!

—No existe el peligro cuando Dios está de tu parte —replicó el camarlengo—. Era Su causa.

—¡Usted está loco! —exclamó con odio la joven.

—Se salvaron millones.

—¡Han asesinado a gente!

—Se salvaron almas.

—¡Dígaselo a mi padre y a Max Kohler!

—Había que revelar la arrogancia del CERN. ¿Una gota de líquido capaz de desintegrar un kilómetro cuadrado? ¿Y usted me llama loco? —El camarlengo sintió que la ira se apoderaba de él. ¿Creían que su carga era sencilla?—. ¡Dios pone a prueba a los creyentes! Dios pidió a Abraham que sacrificara a su hijo. ¡Dios pidió a Jesús que padeciera la crucifixión! Por eso colgamos el símbolo del crucifijo delante de nuestros ojos, ensangrentado, doloroso, agonizante, para recordar el poder del mal. ¡Para mantener vigilantes nuestros corazones! ¡Las cicatrices del cuerpo de Cristo son un recordatorio viviente de los poderes de la oscuridad! ¡Mis cicatrices son un recordatorio viviente! ¡El mal vive, pero el poder de Dios vencerá!

Sus gritos resonaron en la pared posterior de la Capilla Sixtina, y después se hizo un profundo silencio. Dio la impresión de que el tiempo se detenía. El
Juicio final
de Miguel Ángel se
alzaba,
de manera ominosa detrás de él... Jesús arrojando a los pecadores al infierno. Brillaron lágrimas en los ojos de Mortati.

—¿Qué has hecho, Carlo? —preguntó en un susurro. Cerró los ojos, y una lágrima resbaló sobre su mejilla—. ¿Su Santidad?

Se elevó un suspiro de dolor colectivo, como si todos los presentes lo hubieran olvidado hasta este momento. El Papa. Envenenado.

—Un vil mentiroso —dijo el camarlengo.

Mortati parecía destrozado.

—¿Qué quieres decir? ¡Era sincero! Te... quería.

—Y yo a él.

¡Oh, cuánto le quería! ¡Pero el engaño! ¡Los juramentos a Dios quebrantados!

El camarlengo sabía que no comprendían aún, pero lo
harían.
¡Cuando se lo dijera, comprenderían! Su Santidad era el más nefasto farsante que la Iglesia había conocido. El camarlengo aún recordaba aquella noche terrible. Había regresado de su viaje al CERN con la noticia del
Génesis
de Vetra y el horripilante poder de la antimateria. El camarlengo estaba seguro de que el Papa se daría cuenta de los peligros, pero el Santo Padre sólo confiaba en el éxito de Vetra. Hasta sugirió que el Vaticano financiara el trabajo del físico, como un gesto de buena voluntad hacia la investigación científica con base espiritual.

¡Qué locura! ¡Que la Iglesia invirtiera en una investigación que
amenazaba con destruirla! Una investigación que resultaría en armas
de destrucción masiva. La bomba que había matado a su madre...

—Pero... ¡no puede hacer eso! —había exclamado el camarlengo Ventresca.

—Estoy en deuda con la ciencia —había contestado el pontífice—. Es algo que he ocultado durante toda mi vida. La ciencia me hizo un regalo cuando era joven. Un regalo que nunca he olvidado.

—No lo entiendo. ¿Qué puede ofrecer la ciencia a un hombre de Dios?

—Es complicado —había dicho el Papa—. Necesitaré tiempo para conseguir que lo comprendas. Pero antes, has de conocer un dato sobre mí. Lo he ocultado todos estos años. Creo que ya es hora de que te lo cuente.

Entonces el Papa le reveló la sorprendente verdad.

132

El camarlengo yacía en posición fetal sobre el suelo de tierra de la tumba de San Pedro. Hacía frío en la Necrópolis, pero contribuía a coagular la sangre de las heridas que se había hecho al desgarrar su propia carne. Su Santidad no le encontraría aquí. Nadie le encontraría aquí...

«Es complicado —resonó en su mente la voz del Papa—. Necesitaré tiempo para conseguir que lo comprendas...» Pero el camarlengo sabía que el tiempo no le ayudaría a comprender.

¡Mentiroso! ¡Yo creía en ti! ¡
DIOS
creía en ti!

BOOK: Ángeles y Demonios
8.85Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Blackbird In Silver (Book 1) by Freda Warrington
A Classic Crime Collection by Edgar Allan Poe
Hygiene and the Assassin by Amelie Nothomb
La vidente by Lars Kepler
Whirlwind by Rick Mofina
Jaid Black by One Dark Night
Because I'm Watching by Christina Dodd
Lorelei's Secret by Carolyn Parkhurst
Dusk by Tim Lebbon