Read Antártida: Estación Polar Online

Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Antártida: Estación Polar (27 page)

BOOK: Antártida: Estación Polar
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Schofield observó la mancha amarilla y blanca sobrepuesta a la costa de la Antártida. Había leves decoloraciones, manchas rojas y naranjas, negras incluso.

Abby dijo:

—Dado que habitualmente explosionan en una parte de la superficie del Sol, las erupciones solares solo suelen afectar a áreas definidas. Una estación solar puede tener un apagón total en sus transmisiones por radio mientras que otra situada a poco más de trescientos kilómetros puede tener todos sus sistemas en marcha sin problemas.

Schofield miró la pantalla.

—¿Cuánto duran?

Abby se encogió de hombros.

—Un día. A veces dos. Lo que le lleve a la radiación hacer el trayecto del Sol a la tierra. Depende del tamaño de la mancha solar original.

—¿Cuánto durará esta?

Abby se volvió para mirar su ordenador. Observó la representación de la erupción solar en la pantalla y frunció el ceño.

—No lo sé. Es una erupción solar grande. Yo diría que cinco días —dijo.

Un breve silencio siguió a su afirmación cuando todos los allí presentes entendieron lo que eso significaba.

—Cinco días —murmuró Quitapenas tras Schofield.

Schofield, pensativo, frunció el ceño. Se volvió hacia Abby.

—Acaba de decir que afecta a la ionosfera, ¿cierto?

—Así es.

—¿Y la ionosfera es…?

—La capa de la atmósfera de la Tierra que se extiende aproximadamente entre los ochenta y cinco y los setecientos kilómetros de altitud —dijo Abby—. Se conoce como ionosfera porque el aire allí está lleno de moléculas ionizadas.

Schofield dijo:

—De acuerdo. Entonces, una erupción solar explosiona en la superficie del Sol y la energía que emite viaja a la Tierra donde afecta a la ionosfera, que se convierte en una especie de escudo por el que las señales de radio no pueden pasar.

—Sí.

Schofield miró la pantalla de nuevo y observó las manchas negras en la representación gráfica en amarillo y blanco de la erupción solar. Había un gran agujero negro en medio de la mancha bicolor que atrajo su atención.

—¿Es uniforme? —preguntó Schofield.

—¿Uniforme? —Abby parpadeó. No comprendía a qué se refería.

—¿Es el escudo uniforme o presenta puntos débiles, inconsistencias, rupturas en el escudo por las que las señales de radio podrían penetrar? Como estas manchas negras de aquí.

Abby dijo:

—Sería posible penetrarlas, pero resultaría difícil. Esa ruptura debería estar directamente sobre esta estación.

—Mmm
—dijo Schofield—. ¿Existe alguna forma de averiguar cuándo o si una de esas rupturas se va a situar directamente sobre nosotros? Como, por ejemplo, esta de aquí.

Schofield señaló al gran agujero negro situado en el centro de la mancha amarilla y blanca.

Abby observó la pantalla, evaluando las posibilidades.

Finalmente, dijo:

—Podría haber una forma. Si puedo obtener algunas imágenes previas de la erupción solar, debería de poder trazar la velocidad a la que está recorriendo el continente y en qué dirección. Si puedo hacer eso, entonces tal vez podría hacer un trazado aproximado de su curso.

—Haga lo que esté en su mano —dijo Schofield— y llámeme si averigua algo. Quiero saber cuándo va a situarse una de esas rupturas sobre esta estación, para que podamos estar preparados para enviar una señal de radio a McMurdo cuando esta ruptura se produzca.

—Tendrán que arreglar la antena del exterior…

—Ya estoy en ello —dijo Schofield—. Encuéntreme una ruptura en esa erupción. Nosotros colocaremos de nuevo la antena en su sitio.

En Washington, Alison Cameron estaba sentada delante de un ordenador.

Se encontraba en una pequeña sala de ordenadores de las oficinas del
Post
. Había un lector de microfilms en un rincón. Armarios repletos de archivos se alineaban en dos de las cuatro paredes y media docena de ordenadores llenaban el resto del espacio de la sala.

Alison encontró la página que estaba buscando. La base de datos de las bibliotecas de todos los estados.

Existe la leyenda urbana de que el
FBI
tiene intervenidos todos los ordenadores de préstamos de las bibliotecas para seguir la pista a asesinos en serie. El asesino cita a Lowell en la escena de un homicidio, entonces el
FBI
investiga en todas las bibliotecas del país para ver quién ha cogido prestado un libro de Lowell. Como todas las leyendas urbanas, tan solo se trata de una verdad a medias. Sí existe un sistema (se trata de un servicio de CD-Rom actualizable) que cruza y vincula todos los ordenadores de las bibliotecas del país, diciendo al usuario dónde puede encontrar cierto libro. No enumera los nombres de cada persona que ha cogido prestado ese libro, solo dice dónde se encuentra un libro en particular. Se puede buscar ese libro de diversas formas: por el autor, por el título del libro o incluso por cualquier palabra clave inusual que aparezca en el texto. La base de datos de las bibliotecas de todos los estados proporcionaba tal servicio.

Alison contempló la pantalla que tenía ante sí. Pulsó el tabulador hasta situarse en la «Búsqueda por palabra clave». Tecleó: «Antártida».

El ordenador emitió un zumbido durante unos diez segundos y los resultados de la búsqueda aparecieron en la pantalla:

1.856.157 resultados encontrados, ¿quiere ver una lista?

Genial. Un millón ochocientos cincuenta y seis mil ciento cincuenta y siete libros contenían la palabra «Antártida». Eso no le servía.

Alison se quedó meditando unos instantes. Necesitaba una palabra que restringiera más los resultados, algo más específico. Tuvo una idea. Era una apuesta arriesgada, quizá demasiado específica. Pero Alison pensó que merecía la pena intentarlo. Tecleó:

latitud -66,5° longitud 115° 20' 12"

El ordenador volvió a hacer aquel zumbido mientras procesaba la información. Esta vez la búsqueda no llevó tanto tiempo. Los resultados aparecieron en la pantalla:

6 resultados encontrados, ¿quiere ver una lista?

—Pues claro que quiero ver una lista —dijo Alison—. Pulsó la tecla S de «Sí» y apareció una nueva pantalla. En ella se encontraba una lista de títulos de libros y dónde se encontraban.

base de datos bibliotecas de todos los estados

búsqueda por palabra clave

palabras usadas: Latitud -66,5°

Longitud 115° 20' 12"

número de resultados: 6

TÍTULO
AUTOR
EMPLAZAMIENTO
AÑO
TESIS DOCTORAL
LLEWELLYN, D. K.
STANFORD, CT
1998
TESIS DOCTORAL
AUSTIN, B. E.
STANFORD, CT
1997
TESIS POST -DOCTORAL
HENSLEIGH, S. T.
USC, CA
1997
ARTÍCULO BECA INVESTIGACIÓN
HENSLEIGH, B. M.
HARVARD, MA
1996
CRUZADA EN EL HIELO-REFLEXIONES SOBRE
UN AÑO EN LA ANTÁRTIDA
HENSLEIGH, B. M.
HARVARD, MA DISP.: TBP
1995
ESTUDIO PRELIMINAR
WAITZKIN, C. M.
BIBCONG
1978

Alison contempló la lista.

Todos y cada uno de aquellos resultados mencionaban de un modo u otro la latitud -66,5 grados y la longitud 115 grados, 20 minutos y 12 segundos.

Fundamentalmente se trataba de artículos universitarios. Ninguno de los nombres le decían nada: Llewellyn, Austin y los dos Hensleigh, S. y B.

Parecía como si el último Hensleigh, B. M. Hensleigh, hubiese escrito un libro sobre la Antártida. Alison miró la referencia del emplazamiento del libro. Había sido impreso en la Universidad de Harvard, pero estaba disponible en «TBP» (todas las bibliotecas principales).

A diferencia de los otros resultados, un conjunto de tesis de publicación privada acerca de un solo tema, ese Hensleigh había publicado un libro que podía adquirirse con facilidad. Alison decidió que le echaría un vistazo.

Sin embargo, había otro resultado que le llamó la atención.

El último.

ESTUDIO PRELIMINAR

WAITZKIN, C. M.

BIBCONG

1978

Alison frunció el ceño. Echó un vistazo a una lista de referencias pegada a un lado del monitor del ordenador. Era una lista de las abreviaturas empleadas en la base de datos. Alison encontró «BibCong».

—Ajá —dijo en voz alta.

BibCong era la abreviatura de Biblioteca del Congreso. La Biblioteca del Congreso se encontraba al otro lado de la calle del Capitolio, no muy lejos de las oficinas del
Post
.

Alison miró el último resultado una vez más. Se preguntó sobre qué versaría ese estudio preliminar. Miró la fecha del resultado.

1978.

Bueno, fuera lo que fuera, había sido redactado hacía veinte años, por lo que bien merecía la pena echarle un vistazo.

Alison sonrió mientras pulsaba el botón para imprimir la pantalla.

—¡De acuerdo! ¡Levántenla! —gritó Libro.

Quitapenas y Serpiente tiraron de los cables estabilizadores y la maltrecha antena de transmisión de la estación polar Wilkes (una especie de mástil negro de casi un metro de altura con un haz de luz verde y parpadeante en la punta) fue subiendo lentamente. El parpadeo intermitente del haz de luz verde iluminaba sus rostros.

—¿Cuánto cree que tardará? —le preguntó Schofield a Libro, gritando por encima del viento.

—No tardaremos mucho en levantarla, esa es la parte sencilla —respondió Libro—. Lo difícil será reconectar todo el sistema de cableado. Hemos logrado que vuelva a recibir energía, pero todavía quedan unos quince cables del sistema de transmisión por radio que tenemos que soldar de nuevo.

—¿Cuánto tiempo aproximadamente?

—Treinta minutos.

—Pónganse a ello.

Shane Schofield bajó con dificultades por la rampa de la estación y se dirigió al interior de esta. Había entrado otra vez para ver cómo iba Abby Sinclair y cómo se encontraba Madre.

Abby salió a su paso en la pasarela del nivel A. Mientras Schofield y los demás estaban fuera, ella había estado en la sala de radio observando los mapas meteorológicos en el ordenador para intentar encontrar una ruptura en la erupción solar.

—¿Ha habido suerte? —preguntó Schofield.

—Depende de lo que entienda por suerte —respondió Abby—. ¿Cuándo quería que ocurriera?

—Pronto.

—Entonces me temo que no le traigo buenas noticias —dijo Abby—. Según mis cálculos, una ruptura en la erupción solar se situará sobre esta estación en cerca de sesenta y cinco minutos.

—Sesenta y cinco minutos —dijo Schofield—. ¿Cuánto durará?

Abby se encogió de hombros.

—Diez minutos. Quizá quince. Lo suficiente para obtener una señal de conexión.

Schofield se mordió el labio mientras asimilaba toda la información. Había esperado obtener una ventana en la erupción solar mucho más pronto. Necesitaba desesperadamente ponerse en contacto con la estación McMurdo para hablarles del buque insignia que se encontraba a cientos de millas de la costa de la Antártida apuntando con una batería de misiles a la estación polar Wilkes.

Schofield preguntó:

—¿Habrá más rupturas sobre la estación?

Abby sonrió.

—Pensé que me preguntaría eso, así que lo he comprobado. Habrá dos rupturas más en la erupción tras la primera, pero tendrá que esperar mucho. De acuerdo. Ahora mismo son las 2.46 p. m., por lo que el primer período de apertura no tendrá lugar hasta las 3.51 p. m., sesenta y cinco minutos desde este momento. Los otros dos períodos tendrán lugar mucho después, aproximadamente a las 7.30 p. m. y a las 10.00 p. m.

Schofield suspiró. Aquello no pintaba nada bien.

—Buen trabajo, Abby —dijo—. Buen trabajo. Gracias. Si desea hacer algo más, esperaba que quizá quisiera permanecer en la sala de radio mientras mis hombres colocaban la antena fuera. Por si se obtuviera alguna señal.

Abby asintió.

—Me gustaría.

—Bien —dijo Schofield.

Abby quería hacer algo, necesitaba tener algo que hacer. Los acontecimientos de las últimas horas la habían afectado mucho, pero, una vez había tenido algo que la mantuviera ocupada, parecía estar mejor.

Schofield le sonrió y se dirigió hacia la escalera de travesaños.

Madre se encontraba sentada en el suelo con la espalda apoyada en la fría pared de hielo cuando Schofield entró en el almacén del nivel E. Tenía los ojos cerrados. Parecía estar dormida.

—Hola —dijo sin abrir los ojos.

Schofield sonrió mientras se acercaba y se ponía en cuclillas junto a ella.

—¿Cómo se encuentra? —le preguntó.

Madre siguió sin abrir los ojos.

—La metadona es buena.

Schofield miró lo que quedaba de la pierna izquierda de Madre. Libro le había vendado bastante bien la protuberancia irregular que le había quedado a la altura de la rodilla. Las vendas, sin embargo, estaban empapadas de sangre.

—Supongo que ya no podré jugar más al fútbol americano —dijo Madre.

Schofield miró su rostro y vio que Madre abría los ojos.

—Ese puto pez se llevó mi pierna —dijo indignada.

—Lo sé. Sin embargo, podía haber sido peor.

—No me diga —bufó Madre.

Schofield se echó a reír.

Madre lo miró mientras se reía.

—Espantapájaros, ¿le he dicho alguna vez lo jodidamente guapo que es?

Schofield dijo:

—Creo que es la metadona la que está hablando.

—Sé reconocer a un tío bueno cuando lo tengo delante —dijo Madre mientras se recostaba contra la pared y cerraba lentamente los ojos.

Schofield le habló en voz baja.

—No estoy seguro de muchas cosas, Madre, pero de lo que sí estoy seguro es de que no resulta muy agradable mirarme.

Schofield comenzó a pensar en las dos cicatrices que le recorrían verticalmente los ojos y en lo horribles que eran. La gente se estremecía por acto reflejo cuando las veía. Cuando no estaba de servicio, Schofield casi siempre llevaba puestas las gafas de sol.

Mientras pensaba en sus ojos, Schofield debía de haber apartado la mirada de Madre durante un instante, pues, cuando volvió a mirarla, ella lo estaba observando con detenimiento. Su mirada era dura y despierta, no vidriosa o adormecida por la acción de la metadona. Sus ojos miraban fijamente a sus gafas plateadas.

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