Antártida: Estación Polar (31 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Antártida: Estación Polar
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En ese momento, el marine se giró, y Schofield vio algo que hizo que se le helara la sangre.

Oh, no…
pensó
.

El marine, a continuación, se dio la vuelta y salió rápidamente del campo de la cámara.

Schofield, boquiabierto, se volvió para mirar a Renshaw.

—Todavía no ha acabado —dijo Renshaw interrumpiéndole antes de que hablara—. Siga mirando.

Schofield fijó la mirada de nuevo en la pantalla.

Vio la imagen de la cubierta de la plataforma y del tanque. No había nada más.

No ocurría nada.

No había nadie en la cubierta. Ningún movimiento en el agua.

Pasó un minuto entero.

Y entonces Schofield lo vio.

—Pero qué demonios… —dijo.

En ese momento, el agua del tanque pareció separarse sin más y, de repente, el cuerpo inerte de Schofield surgió del agua entre burbujas y espuma.

Schofield observó la escena estupefacto.

Pero fue lo que emergió tras su cuerpo lo que le dejó helado.

Fuera lo que fuese aquello, era increíblemente grande, al menos tan grande como una orca.

Pero no era una orca.

Elevó el cuerpo inerte de Schofield fuera del agua y lo depositó con cuidado sobre la cubierta. El agua se extendió por la cubierta y alrededor del cuerpo de Schofield cuando el animal saltó a la cubierta tras él. Toda la plataforma se estremeció bajo su inmenso peso.

Era enorme. Empequeñecía el cuerpo de Schofield. El marine observó la pantalla con asombro.

Era una especie de foca.

Una foca enorme, gigante.

Tenía un cuerpo colosal y fofo, con capas y capas de grasa ondulante, y se alzaba sobre dos inmensas aletas delanteras. Aquel animal daba la impresión de poseer una fuerza aplastante (alzar un cuerpo así requería una musculatura increíble). Debía de pesar al menos ocho toneladas.

El rasgo más extraño de todos, sin embargo, eran los dientes del animal. Aquella inmensa foca tenía dos largos colmillos invertidos, colmillos que le sobresalían de la mandíbula inferior y se elevaban delante de su morro.

—¿Qué demonios es eso? —dijo Schofield en voz baja.

—No tengo ni idea —dijo Renshaw—. El morro, los ojos, la forma de la cabeza. Parece un elefante marino. Pero nunca he visto uno tan grande. Los elefantes marinos tienen los caninos inferiores más desarrollados, pero nunca había visto unos así.

La foca de la pantalla se encontraba ahora en la cubierta. Ladeó la cabeza sobre el cuerpo de Schofield. Parecía estar olisqueándolo. Fue acercándose lentamente a su cuerpo inanimado hasta que sus largos bigotes se rozaron con la nariz de Schofield. Este no se movió.

Y entonces, lentamente, muy lentamente, la enorme foca comenzó a abrir sus fauces.

¡Justo delante del rostro de Schofield!

Sus mandíbulas se separaron, revelando los enormes colmillos inferiores del animal. La inmensa foca se inclinó hacia delante y bajó la cabeza. Su boca comenzó a cerrarse sobre la cabeza de Schofield…

Schofield observó la pantalla con los ojos como platos.

La foca estaba a punto de morderle la cabeza.

¡Iba a comérselo!

Y entonces, de repente, la foca gigante se volvió. Al principio Schofield se sorprendió del rápido movimiento del animal. La plataforma pareció estremecerse cuando el cuerpo de la foca giró.

Había visto algo que quedaba fuera de la pantalla.

La foca comenzó a ladrar.

La imagen no tenía sonido, pero Schofield podía ver cómo ladraba. Enseñó los dientes. Ladró y ladró. Se arrastró para darse la vuelta y adoptó una postura agresiva. Los músculos de sus enormes aletas delanteras sobresalieron cuando se movió.

Y, entonces, la enorme foca se giró y se sumergió de nuevo en el tanque. El impacto de su caída hizo que toda la cubierta se llenara de agua, la cual cubrió el cuerpo inmóvil de Schofield.

—Espere —dijo Renshaw—, he aquí mi entrada triunfal.

En ese momento, Schofield vio a otro hombre entrar en el campo de visión de la cámara. Ese hombre no llevaba un casco de marine y su rostro era claramente visible. Era Renshaw.

En la pantalla, Renshaw corrió hacia Schofield y agarró su cuerpo por las axilas para a continuación arrastrarlo lejos del campo de visión de la cámara…

Renshaw paró el vídeo.

—Y eso es todo —dijo.

Al principio, Schofield no dijo nada. Todo era demasiado abrumador.

Primero, un marine le disparaba y comprobaba su pulso (para asegurarse de que estaba muerto) y después lo lanzaba a patadas al tanque para no dejar rastro.

Y luego el elefante marino.

Aquella enorme criatura había elevado el cuerpo de Schofield fuera del agua y lo había colocado con delicadeza en la cubierta, junto al borde del tanque.

Renshaw dijo:

—¿Entiende ahora por qué le dije que había estado clínicamente muerto? Ese tipo que acabamos de ver, creo que estaba totalmente seguro de que usted estaba muerto.

Schofield dijo:

—Estaba dispuesto a ponerme una bala en el cráneo en caso de duda.

Schofield negó con la cabeza al rememorar lo que acababa de ver. La muerte lo había salvado de la muerte.

—Santo Dios… —musitó.

Schofield se quedó mirando a la nada durante unos instantes. A continuación parpadeó con rapidez y volvió al presente.

—¿Puede rebobinar la cinta, por favor? —le dijo a Renshaw. Acababa de recordar algo de la imagen del marine que le había disparado, algo que la visión del elefante marino había eliminado temporalmente de su mente.

Renshaw rebobinó la cinta y pulsó el
play
.

Schofield se vio a sí mismo caminando por la cubierta.

—Dele al avance rápido —dijo.

Renshaw le dio al botón de avance rápido. Schofield observó cómo caminaba a cámara rápida y caía de repente al suelo por el impacto del disparo.

El marine apareció en escena. Comprobó el pulso de Schofield. A continuación se incorporó y comenzó a hacer girar el cuerpo de Schofield hacia el tanque con ayuda de su pie.

—Vale, más despacio ahora —dijo Schofield.

La imagen retomó la velocidad normal justo cuando el marine le propinó al cuerpo de Schofield una patada final y este cayó al agua.

—De acuerdo, esté atento para cuando le diga que pare —dijo Schofield mientras observaba atentamente la pantalla.

En esta, el marine se encontraba en el borde de la cubierta, mirando al tanque, al punto donde el cuerpo de Schofield se había sumergido en el agua.

A continuación el marine se volvió y miró a su alrededor.

—¡Ahí! —dijo Schofield—. ¡Párelo ahí!

Renshaw pulsó rápidamente el botón de pausa del vídeo y la imagen de la pantalla se quedó inmóvil.

La pantalla mostraba la parte superior del casco del marine. Sus hombros también habían rotado ligeramente hacia arriba cuando se había vuelto para mirar a su alrededor.

—No lo pillo —dijo Renshaw—. Sigue sin ver su rostro.

—No estoy mirando su rostro —dijo Schofield.

Y así era.

Estaba mirando los hombros del marine. La protección del hombro derecho de aquel hombre.

La imagen de la pantalla estaba granulada, pero Schofield pudo ver claramente la protección.

Tenía un dibujo.

Schofield sintió un escalofrío cuando contempló el dibujo de la protección.

Era una cobra con las fauces abiertas.

En el oscuro almacén del nivel E, Madre tenía la cabeza apoyada contra la fría pared de hielo.

Cerró los ojos. Había pasado cerca de media hora desde la última vez que habían ido a ver cómo se encontraba y esperaba que Buck Riley apareciera de un momento a otro. Le estaba comenzando a doler la pierna y se moría por otro chute de metadona.

Respiró profundamente, intentando acallar el dolor.

Un instante después, sin embargo, tuvo la extraña sensación de que alguien más se hallaba en la habitación con ella.

Madre abrió lentamente los ojos.

Había alguien en la entrada.

Un hombre. Un marine.

Estaba allí, como una estatua, perfilado contra la entrada. Su rostro estaba envuelto en la oscuridad. No dijo una palabra.

—¿Libro? —dijo Madre incorporándose. Entrecerró los ojos para intentar ver de quién se trataba.

Se detuvo, sobresaltada.

No era Libro.

Libro era más bajo, estaba más rellenito.

Ese marine era alto y delgado.

El marine siguió sin hablar. Permaneció quieto, mirando a Madre, ocultando sus rasgos en la oscuridad. Madre se percató de quién era.

—Serpiente —dijo—. ¿Qué ocurre? ¿Se ha quedado sin habla? ¿Se le ha comido la lengua el gato?

Serpiente no se movió de la entrada. Siguió mirando a Madre.

Cuando habló, Madre no vio cómo se movía su boca. Su voz sonó baja, áspera.

—Estoy aquí para ocuparme de usted, Madre.

—Bien —dijo Madre sentándose más erguida, preparándose para otro chute de metadona—. No me vendría mal un poco del líquido de la felicidad de los kickapoo.

Serpiente siguió sin moverse de la entrada.

Madre frunció el ceño.

—¿Y bien? —dijo—. ¿A qué está esperando? ¿A que le dé una invitación con bordes dorados para pasar?

—No —dijo Serpiente con una voz gélida.

Dio un paso adelante al interior del almacén y los ojos de Madre se abrieron de par en par, horrorizados, cuando la luz del pasillo exterior iluminó el filo del cuchillo que llevaba en la mano.

Madre se pegó a la pared de hielo cuando Serpiente entró en el almacén blandiendo un cuchillo Bowie.

—Serpiente, ¿qué coño está haciendo?

—Lo siento, Madre —le dijo con frialdad—. Es una buena soldado. Pero está demasiado implicada en esto.

—¿Qué demonios me está queriendo decir? Serpiente fue acercándose lentamente.

Los ojos de Madre seguían fijos en el reluciente cuchillo que llevaba en la mano.

—Seguridad nacional —dijo Serpiente.

—¿Seguridad nacional? —bufó Madre—. ¿Quién coño es usted, Serpiente?

Serpiente sonrió. Fue una sonrisa débil, maligna.

—Vamos, Madre. Usted ha oído las historias. ¿Qué cree que soy?

—Un puto chalado, eso es lo que creo que es —dijo Madre mientras sus ojos se posaban sobre el casco que yacía en el suelo del almacén, a medio camino entre Serpiente y ella. Estaba boca arriba, con el micrófono apuntando al aire.

Lentamente, Madre comenzó a deslizar su mano izquierda por el cinturón.

—Hago lo que es necesario hacer —dijo Serpiente.

—¿Necesario para qué? —dijo Madre mientras pulsaba el botón de su cinturón. El botón que activaba el micro de su casco.

En la habitación de Renshaw en el nivel B, Schofield ya se había colocado el traje blindado.

Cogió sus armas. Se guardó la pistola y el cuchillo volvió a la funda que llevaba en el tobillo. Se colgó el MP-5 del hombro y enfundó el Maghook en la espalda. Por último, Schofield cogió el casco y se lo colocó en la cabeza. Escuchó voces al instante.

—… El interés nacional.

—Serpiente, quite ese puto…

Y de repente se produjeron una serie de interferencias y se cortó la señal.

Pero Schofield había escuchado suficiente.

Madre.

Serpiente estaba abajo con Madre.

—¡Dios Santo! —dijo Schofield.

Se volvió para mirar a Renshaw.

—De acuerdo, Harry Houdini. Tiene exactamente cinco segundos para mostrarme cómo salió de esta habitación.

Renshaw corrió inmediatamente hacia la puerta.

—¿Por qué? ¿Qué ocurre? —dijo.

Schofield corrió a su lado.

—Alguien está a punto de ser asesinado.

En el almacén, Serpiente elevó con el pie lo que quedaba del casco de Madre.

El pequeño micro situado a la altura de la mandíbula estaba abollado y doblado, roto, sin posibilidad de reparación.

—Vamos, Madre —dijo Serpiente en un tono admonitorio—. Esperaba más de usted. ¿O es que se olvida de que yo también recibo sus transmisiones?

Madre frunció el ceño.

—¿Mató a Samurái?

—Sí.

—Hijo de puta.

Serpiente estaba ya casi sobre ella. Madre se movió contra la pared.

—Es hora de morir, Madre.

Madre le bufó.

—Serpiente, tengo que saberlo. ¿Qué tipo de hijo de puta tarado, retorcido y falso es?

Serpiente sonrió.

—El único que podría ser, Madre. Del
GCI
.

Schofield observó con detenimiento cómo Renshaw se acercaba a la gruesa puerta de madera de su habitación.

Hasta ese momento, Schofield no se había fijado en que la puerta constaba de cerca de diez tablas de madera verticales. Renshaw apoyó sus dedos sobre una de esas tablas verticales.

—Las horizontales están en el exterior —dijo Renshaw—. Razón por la que nadie desde el exterior de esta habitación vio los cortes que hice en el interior de estas tablas verticales.

Schofield abrió los ojos de par en par cuando las vio.

Dos delgadas líneas horizontales se extendían a lo ancho de la pesada puerta (como dos cicatrices en la madera) y cortaban las tablas verticales. Las dos líneas horizontales eran paralelas, y estaban situadas a una distancia entre sí de menos de un metro, precisamente en aquellos puntos en los que estarían los maderos horizontales del exterior de la puerta.

Schofield se maravilló del ingenio de Renshaw.

Resultaba imposible que cualquiera que se encontrara al otro lado de la puerta pudiera saber que Renshaw había logrado serrar las tablas de madera verticales.

—Usé un cuchillo de cortar carne para serrar las tablas —dijo Renshaw—. Tres, para ser más exactos. La madera los desgasta con gran rapidez. —Extendió el brazo hacia su derecha y cogió un cuchillo de carne mellado. A continuación, Renshaw insertó la hoja del cuchillo en el estrecho agujero entre las dos tablas verticales. Luego usó el cuchillo a modo de palanca hasta que una de las tablas se separó del resto de la puerta.

Renshaw tiró de la tabla y un agujero rectangular apareció en la puerta, allí donde otrora se hallara la tabla. A través del agujero rectangular, Schofield pudo ver el túnel exterior curvado del nivel B extenderse ante sus ojos.

Renshaw siguió trabajando con rapidez. Cogió la siguiente tabla con las manos y tiró de ella.

El agujero de la puerta se hizo más grande.

Renshaw había hecho un agujero cuadrado en medio de la puerta. Schofield comenzó a quitar las tablas verticales y pronto el agujero fue lo suficientemente grande como para que cupiera un hombre.

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