Read Antología de novelas de anticipación III Online
Authors: Edmund Cooper & John Wyndham & John Christopher & Harry Harrison & Peter Phillips & Philip E. High & Richard Wilson & Judith Merril & Winston P. Sanders & J.T. McIntosh & Colin Kapp & John Benyon
Tags: #Ciencia Ficción, Relato
—¿Para ir a dónde, señor?
—A
Ginebra
. —Barris apretó firmemente la mandíbula—. Tengo una cita con el Director General Dill.
Y añadió para sus adentros:
—Le guste o no le guste a Dill.
Barris cruzó la barrera de oficinistas y secretarias que defendían el acceso al despacho del Director General. Sus galones de Director eran un convincente argumento. Se abrió la última puerta... y Barris se encontró delante de Dill.
Jason Dill alzó la mirada lentamente, apartando a un lado un montón de informes.
—¿Quién es usted?
—William Barris. —Barris cerró la puerta del despacho detrás de él—. Deseo hablar con usted.
Dill enarcó las cejas.
—Rellene un formulario, solicitando una entrevista; sabe usted perfectamente...
Barris le interrumpió.
—¿Por qué ha devuelto usted mi formulario de preguntas? ¿Está escamoteándole información a
Vulcan III
?
Silencio.
El color abandonó el rostro de Dill.
—Su formulario no estaba debidamente cumplimentado. De acuerdo con el
Apartado Seis, Artículo 10
, del
Reglamento de la
Unidad
...
—Está usted impidiendo que
Vulcan III
reciba determinados informes; por eso no se define acerca de ellos. —Barris contempló fríamente al Director General—. ¿Por qué? Es absurdo. Y, además, un delito. ¡Traición! Boicotear la información, falsificar deliberadamente los datos... Puedo hacer que le detengan. —Se inclinó hacia Dill—. ¿Está tratando de aislar a
Vulcan III
¿Está...?
Se interrumpió. Dill le estaba apuntando con un lápiz de rayos, con una expresión desesperada en los ojos.
—Ahora, cállese, Barris —ordenó con voz ronca—. Siéntese y escuche.
Barris obedeció.
Dill abrió la boca un par de veces, como un pez recién salido del agua que trata de llenar sus pulmones de aire. Su rostro estaba gris; en su arrugada frente brillaba el copioso sudor.
—¿Quiere usted saber por qué estoy escamoteándole datos a
Vulcan III
? —Introdujo la mano izquierda en uno de sus bolsillos, sin dejar de apuntar a Barris con el lápiz de rayos—. Mire esto.
Dejó caer dos paquetitos encima del escritorio.
Barris recogió los paquetes y empezó a desliarlos con grandes precauciones.
—¿Qué hay aquí? —preguntó.
—Cintas magnetofónicas. Supongo que no estará usted familiarizado con ellas.
Vulcan II
no respondía en una pantalla visual; grababa sus respuestas en una cinta.
—Y estas cintas, ¿proceden de
Vulcan II
?
—Efectivamente. Son las últimas cintas; sus últimas respuestas.
Barris reaccionó violentamente.
—¿Acaso ha sido destruido
Vulcan II
?
—Hace quince meses.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Aplastado. Sistemáticamente destruido. Ignoro los motivos, aunque debe de haber alguno.
—¿Los
Curadores
?
—Pueden haber imaginado que se trataba de
Vulcan III
... De un cajón de su escritorio sacó un pequeño magnetófono.
—Permítame...
Cogió una de las cintas y la colocó en el aparato. Se oyó un zumbido y luego una voz metálica, impersonal.
«...ese Movimiento puede ser más importante de lo que parece a simple vista..., es evidente que el movimiento va dirigido contra Vulcan III y no contra los cerebros electrónicos en general... hasta que haya podido digerir todos los aspectos de la información, sugiero que Vulcan III no sea informado del asunto...»
—Le pregunté por qué —dijo Dill—. Aquí está la respuesta.
Colocó la segunda cinta en el magnetófono.
«...teniendo en cuenta la diferencia básica entre Vulcan III y los anteriores cerebros electrónicos... sus decisiones son algo más que simples evaluaciones de datos objetivos..., fundamentalmente, está creando una política del más alto nivel... Vulcan III se ocupa de problemas teológicos... el significado de todo esto no puede ser deducido inmediatamente.., necesito más tiempo para estudiarlo...»
—Esa fue la última cinta —dijo Dill.
—¿No le hizo usted más preguntas?
—Aquella misma noche fue destruido.
Dill recogió las cintas y volvió a metérselas en el bolsillo.
—De modo que escamotea usted los datos, atendiendo a la sugerencia de
Vulcan II
... Y lo ha estado haciendo durante quince meses.
—Sí, aproximadamente.
—¿Sin saber por qué?
Dill vaciló; dio unos golpecitos con su lápiz de rayos sobre el escritorio, con nerviosismo.
—En primer lugar, tiene usted que comprender la clase de relación que me unía a
Vulcan II
. Siempre habíamos trabajado juntos.
Vulcan II
era limitado, desde luego. Comparado con
Vulcan III
, era anticuado. No hubiera podido ocupar la posición que actualmente ocupa
Vulcan III
... decidiendo la política a seguir en todas las cuestiones.
—Tal como dice en la cinta.
—Vulcan II
era un cerebro electrónico antiguo; necesitábamos un instrumento más acabado para decidir los problemas básicos.
Vulcan II
quedó relegado a un segundo término. Pero yo siempre acudía a él cuando creía que podía contestar a mis preguntas. Estaba... encariñado con él, ¿comprende? Y me había acostumbrado a él, también. Hicimos juntos toda la Guerra y nunca me defraudó, dentro de los límites de su capacidad.
—Y, ahora, el
Vulcan II
ha sido destruido —murmuró Barris—. Resulta increíble pensar que ha mantenido usted esa política durante quince meses. Más de un año.
—Vulcan II
fue destruido antes de que pudiera facilitarme más información. Y yo seguí actuando de acuerdo con sus últimos consejos... —Dill se mordió el labio inferior—. Pero, no es eso todo.
Vulcan III
me ha amenazado con convocar una reunión del Consejo para... destituirme.
Barris le miró asombrado.
—¿Eso ha hecho?
Los ojos de Dill estaban llenos de temor.
—La verdad, Barris, es que le tengo un pánico atroz. —El lápiz de rayos se deslizó de su mano, resbaló sobre el escritorio y cayó al suelo—. Me encuentro entre la espada y la pared. Por un lado, los
Curadores
, y por otro esa maldita pesadilla suspendida sobre mi cabeza. Temo a
Vulcan III
, Barris; es más complicado de lo que imaginamos. Temo lo que pueda hacer..., lo que es capaz de hacer. Es peligroso... y
Vulcan II
lo sabía.
Barris se detuvo junto a la puerta, contemplando las polvorientas ruinas que llenaban la estancia. Los silenciosos montones de metal y las piezas retorcidas, formando una masa amorfa.
—No ha quedado mucho —dijo, finalmente.
—El que atacó a
Vulcan II
sabía exactamente lo que tenía que hacer; todo el sistema de cables está destruido, sin reparación posible.
—¿Ha mantenido usted en secreto esta información? ¿La conoce alguien?
—Absolutamente nadie. Todos los Directores suponen que
Vulcan II
ha sido puesto fuera de servicio, simplemente. Yo era la única persona que le consultaba.
Barris se inclinó a recoger un puñado de cables fundidos y tubos.
—¿Ha intentado reconstruir esto?
—¿El cerebro electrónico? Como ya le he dicho, la destrucción era tal...
—Los tubos —Barris alzó un tubo cuidadosamente—. La envoltura ha desaparecido, desde luego, pero los elementos interiores parecen intactos.
—¿Cree usted...?
—Este tipo de cerebro electrónico almacena sus datos en forma de cargas eléctricas polarizadas permanentemente a través de los elementos de esos tubos. Tal vez consigamos reactivar a
Vulcan II
lo suficiente como para reconstruir su teoría.
—¿Quiere usted decir que puede tener aún algunas partes..., vivas?
—¿Vivas? Mecánicamente intactas. Partes que pueden ponerse de nuevo en funcionamiento. Me gustaría saber lo que opinaba
Vulcan II
antes de ser destruido. Sería interesante descubrir las conclusiones a que había llegado acerca de
Vulcan III
.
—Me encargaré de que un grupo de mecánicos examine cuidadosamente todo esto y vea lo que puede hacerse. Le enviaré a usted una videofoto de su informe.
Barris sonrió.
—¿De veras? Toda su historia depende de
Vulcan II
. Usted dice que
Vulcan II
le dio instrucciones; tal vez lo hizo.., o tal vez no. —Barris recogió otros dos tubos aplastados y los unió a los que tenía en la mano—. En lo que a mí respecta, es usted un traidor hasta que se demuestre lo contrario. Esas cintas pueden ser falsas. Tal vez fue usted quien destruyó a
Vulcan II.
—¿Yo? Pero...
—Hasta que disponga de más elementos de juicio, consideraré su historia como una hipótesis metafísica en espera de hechos empíricos que la justifiquen.
Arrancó un trozo de cable retorcido.
—¿Qué está usted haciendo?
—Voy a llevarme estos tubos y haré que los examinen mis propios mecánicos; me pondré en contacto con ellos desde mi nave. —Barris contempló seriamente a Dill—. A partir de ahora, mi oficina se encargará de esto. Le daré a conocer los resultados que obtengan. —Se puso en pie—. Será interesante saber lo que dice
Vulcan II
, suponiendo que consigamos reconstruir estos tubos.
Barris regresó a
Nueva York
inmediatamente después de que los restos de
Vulcan II
fueron sacados de la fortaleza subterránea y cargados en una unidad de transporte norteamericana. Mientras cruzaban el
Atlántico
, Barris estableció contacto con Cartwrigh y le ordenó que dispusiera el envío de una patrulla al aeropuerto para hacerse cargo de los restos y de los mecánicos encargados de trabajar en ellos.
Cartwrigh tenía noticias: el poder de los
Curadores
iba en aumento; se habían producido nuevos atentados; una parte cada vez más importante de la población obedecía sus instrucciones. Cartwrigh no había podido —o no había querido— detener al Padre Fields. El macizo rostro había sido fotografiado a menudo, en las proximidades de una muchedumbre enfurecida, dirigiendo tranquilamente sus actividades mientras caían sobre algún miembro de la
clase T
.
Los
Curadores
estaban tratando de localizar a
Vulcan III.
Pero sólo unos cuantos hombres sabían dónde se encontraba. Entretanto los asesinatos y las destrucciones continuaban, los
Curadores
reunían sus fuerzas, preparándose para un ataque en masa a la
Unidad
. Un ataque que podía producirse en cualquier momento.
La
Unidad
controlaba el mundo.., o, mejor dicho, una delgada corteza, un filete de la superficie. Dentro, en las fundidas profundidades, las violentas corrientes emotivas ascendían y volvían a caer, mostrándose en ominosas ondulaciones que surgían a través de la corteza.
La
Unidad
gobernaba desde el plano más elevado; en un plano algo inferior operaba la influencia de la
clase T
, uniformada de gris, hasta que finalmente, en el fondo, el control racional se perdía en la homogénea masa de oficinistas, dependientes, camareros, conductores de autobús, amas de casa, obreros manuales..., hombres y mujeres anónimos que no podían ser distinguidos unos de otros.
Debajo de la nave de Barris estaba aquel mundo, el mundo de las masas indiferenciadas..., la horda de seres humanos que odiaba a la
Unidad
, que odiaban todo control racional, el elaborado sistema de expertos, técnicos, directorios y departamentos.
Cerca de
Boston
, un grupo de chiquillos dejó de jugar y permaneció en silencio mientras la nave de Barris volaba sobre sus cabezas. Barris vio interminables hileras de rostros vueltos hacia arriba..., rostros llenos de odio y de rencor, siguiendo con la mirada el vuelo de las naves de la
Unidad
. La mayoría de las ciudades pequeñas estaban en manos de los
Curadores
..., y todo el campo, las granjas y las aldeas y las zonas rurales. Las grandes ciudades eran islas, fortalezas, pero también en ellas estaban los
Curadores
. Y con ellos el odio hacia la
Unidad
.
Incluso en
Nueva York
hacían acto de presencia. Barris vio una procesión de
Curadores
, con sus túnicas pardas, desfilando por una calle del
Bowery
, solemnes y dignos en sus toscas vestimentas. La multitud les contemplaba con respetuosa admiración. En otra calle había un automóvil de la
Unidad
destruido por la multitud después de asesinar a su ocupante. Como le había sucedido a Pitt. Inscripciones hechas con alquitrán en las paredes. Consignas.
Mientras su nave descendía para aterrizar, Barris pudo verles alrededor de su propia oficina. En las esquinas de la calle, un
Curador
estaba arengando a una multitud, de pie sobre una improvisada plataforma. Rostros encendidos, palabras llameantes. Banderas. Y la multitud engrosaba.
Siempre más. Atraídos como por un imán por los hombres de túnicas pardas que prometían el derrumbamiento del odiado sistema, el retorno de los antiguos tiempos. Los
Curadores
empujaban al género humano hacia atrás, arrastrándole hacia el pasado, con su mezcla de mito, sueño y leyenda.
Y, frente a todo aquello, la estructura racional y científica de la
Unidad
: la sociedad del presente. Ciencia, ley y control de la naturaleza.
Clase T
, el cuerpo de adiestrados expertos, especialistas en campos claramente definidos. Una sociedad científica, en posesión de técnicas y métodos racionales, controlando y manteniendo eficazmente la ley y el orden. Gobernando racionalmente el planeta a través de sus elaboradas redes de oficinas, Directorios, Subdirectorios, organismos de investigación estadística, y el numeroso ejército de técnicos y empleados.
El jefe de los mecánicos informó a Barris al cabo de unos días.
—Primeros informes acerca del trabajo de reconstrucción Mr. Barris —informó Smith.
—¿Algún resultado?
—Poca cosa; la mayoría de los tubos estaban materialmente destrozados. Sólo quedó intacta una parte del almacén de datos.