Antología de novelas de anticipación III (47 page)

Read Antología de novelas de anticipación III Online

Authors: Edmund Cooper & John Wyndham & John Christopher & Harry Harrison & Peter Phillips & Philip E. High & Richard Wilson & Judith Merril & Winston P. Sanders & J.T. McIntosh & Colin Kapp & John Benyon

Tags: #Ciencia Ficción, Relato

BOOK: Antología de novelas de anticipación III
12.76Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ninguna de las dos cosas —dijo Barris—. No nos uniremos ni a unos ni a otros.

V

Barris se desembarazó de los Directores y soldados hostiles. Apostó centinelas en todo el edificio, en cada uno de los departamentos y oficinas.

Por la noche, el enorme edificio del
Mando de la Unidad
había sido organizado para la defensa.

Afuera en las calles, las turbas aparecían y desaparecían. De cuando en cuando, una lluvia de piedras rompía los cristales de una ventana. Unos cuantos atacantes, más atrevidos, trataron de forzar la entrada... y fueron rechazados. Pero eran centenares, contra unas cuantas docenas. Aunque estos últimos disponían de lápices de rayos, el arma de que estaba provisto todo el personal de la
clase T
.

Barris estableció contacto con Cartwrigh.
Norteamérica
había caído en manos de los
Curadores
; el propio Cartwrigh se había unido a ellos, Luego, Barris revisó cada uno de los Directorios. De los veintitrés, más de la mitad estaban en poder de los
Curadores
. Los restantes eran leales a la
Unidad
, a
Vulcan III.

Se acercó a una de las ventanas del edificio, contemplando una muchedumbre de
Curadores
luchando con una nube de
Dardos
metálicos. Una y otra vez, los
Dardos
descendían, golpeaban y volvían a ascender; la multitud les atacaba con piedras y tubos. Finalmente, los
Dardos
se batieron en retirada, desapareciendo en la oscuridad nocturna.

—No lo comprendo —dijo Daily—. ¿De dónde proceden?

—¿Los
Dardos
? —inquirió Barris—. Los fabrica
Vulcan III;
son adaptaciones de instrumentos de reparación. Nosotros le suministrábamos los materiales, pero el verdadero trabajo de reparación lo efectuaba él. Debió darse cuenta de las posibilidades de la situación hace mucho tiempo... y empezó a fabricarlos.

—Me pregunto cuántos tendrá.

Una hora más tarde reaparecieron los
Dardos
, esta vez en mayor número. La multitud se dispersó aterrorizada, aullando salvajemente mientras los
Dardos
caían sobre ellos.

Barris se apartó de la ventana.

—Esto es más serio —dijo—. Adviertan a los tiradores del tejado que estén preparados.

En el tejado, los soldados se dispusieron a rechazar el ataque. Los
Dardos
habían terminado con la multitud y ahora se acercaban al edificio de la
Unidad
, trazando un arco mientras ganaban altura para el ataque.

—Ahí están —murmuró Chai.

—Será mejor que nos refugiemos en el sótano —dijo Daily, dirigiéndose al ascensor.

Los soldados empezaron a disparar. La mayoría de ellos eran miembros de la guardia personal de Barris; los otros se habían marchado con Reynolds y su grupo, a la fortaleza.

Un
Dardo
penetró a través de la ventana. Perseguido por los disparos de un lápiz de rayos, acabó desintegrándose en una lluvia de partículas metálicas calentadas al rojo.

—La situación es grave —dijo Daily—. Estamos completamente rodeados por los
Curadores
. A excepción de este edificio, el resto de la
Unidad
es leal a
Vulcan III.
La fortaleza está dirigiendo ya las operaciones contra los
Curadores
en todo el mundo.

—Me pregunto quién saldrá vencedor, si los
Curadores
o
Vulcan III —
dijo Pegler.

—Los
Curadores
tienen más posibilidades —opinó Daily—.
Vulcan III
no puede acabar con todos; hay millones de ellos.

—Pero la
Unidad
posee las armas y la organización. Los
Curadores
no conseguirán tomar la fortaleza; ni siquiera saben dónde está. Y
Vulcan III
puede construir nuevas armas.

Repentinamente, Barris se dirigió al ascensor.

—¿Adónde va usted? —preguntó Chai.

—Al tercer piso del sótano —dijo Barris.

—¿Para qué?

—Hay alguien allí con quien quiero hablar.

Marion Fields escuchó atentamente, hecha un ovillo, con la barbilla apoyada en las rodillas.

—Los
Curadores
vencerán —dijo tranquilamente, cuando Barris hubo terminado.

—Quizá. Pero
Vulcan III
tiene expertos que trabajan para él: los que permanecieron leales; la mayor parte de la
Unidad
.

—¿Cómo pueden hacerlo?

Barris se encogió de hombros.

—Han pasado toda su vida obedeciendo a
Vulcan III,
siendo una parte del
Sistema de la
Unidad
. ¿Por qué tendrían que cambiar ahora de modo de pensar? Sus existencias han estado orientadas alrededor de la
Unidad
. Y es la única vida que conocen.

—Pero matan a otras personas.

Barris sonrió débilmente.

—También lo hacen los
Curadores
.

—Es distinto; los
Curadores
matan a personas malas —replicó Marion—. No comprendo cómo pueden servir a una máquina contra seres humanos. Tienen que estar locos.

Barris se inclinó hacia ella.

—¿Dónde está el Padre Fields? ¿Estás en contacto con él?

Marion vaciló.

—No.

—Pero sabes dónde está. Puedes llegar hasta él, si quieres.

—¿Por qué?

—Necesito hablar con él, para hacerle una proposición.

—¿Una proposición? —los ojos de la niña brillaron astutamente—. ¿Va usted a unirse a los
Curadores
?

Barris no dijo nada. Encendió un cigarrillo y fumó, con el rostro inexpresivo.

—¿Me dejará usted libre, si le acompaño al lugar donde está? —preguntó Marion.

—Desde luego; no hay ningún motivo para que permanezcas aquí.

—Mr. Dill me obligó a quedarme aquí.

—Mr. Dill ha muerto.

Marion asintió.

—Es una lástima. ¿Hay muchos hombres con aquellos horribles pájaros de metal?

—¿Los
Dardos
?
Vulcan III
está fabricando más. Los nuevos están provistos de lápices de rayos. Con la ayuda técnica que tiene, podrá organizar una guerra implacable contra los
Curadores
.

—Pero, eso significa contra todo el mundo. ¡Millones de personas!

—Contra todo el mundo, a excepción de los que trabajan para él en la fortaleza, y las oficinas de la
Unidad
que siguen siéndoles fieles.

—¿Cuántos hay con él?

Barris se encogió de hombros.

—Unos centenares.

Marion se decidió. Se puso bruscamente en pie.

—De acuerdo; le acompañaré a usted al lugar donde está mi padre. Pero tiene que venir solo..., sin guardias.

—De acuerdo.

—¿Cómo llegaremos allí? Mi padre está en
Norteamérica
.

—En una aeronave. Hay tres aeronaves aparcadas en el tejado de este edificio. Después del ataque podemos marcharnos.

—¿Conseguiremos burlar a los pájaros de metal?

—Eso espero —dijo Barris.

Mientras la aeronave volaba sobre
Nueva York
, Barris vio por primera vez los destrozos que los
Curadores
habían causado.

La mayor parte de la zona comercial de la ciudad estaba en ruinas. El edificio de la
Unidad
había resistido mucho tiempo antes de ser tomado por Cartwrigh y sus fuerzas de policía. La policía había luchado contra los soldados de la
Unidad
y los
Dardos
metálicos enviados desde la fortaleza.

Ahora, la ciudad estaba tranquila. La gente se movía vagamente a través de las ruinas, recogiendo cosas. Aquí y allá,
Curadores
embutidos en sus túnicas pardas organizaban los trabajos de descombro y salvamento. Al oír el ruido que producía la aeronave, la gente se dispersó para ponerse a cubierto. Desde el tejado de una enorme fábrica, dispararon contra ellos.

—¿Cuál es el camino? —preguntó Barris.

—Siga en línea recta. Pronto aterrizaremos. Nos llevarán a pie al lugar donde está mi padre.

La aeronave aterrizó en pleno campo, en las afueras de una pequeña ciudad de
Pennsylvania
. Inmediatamente, un camión se acercó por un camino polvoriento.

El camión se detuvo. Cuatro hombres se apearon. Uno de ellos empuñaba un rifle.

—¿Quién diablos es usted?

Marion se acercó a los hombres y conferenció con ellos. Barris esperó con los nervios en tensión. A lo lejos, hacia el norte, apareció una bandada de
Dardos
metálicos. Poco después, la línea del horizonte se iluminó con una serie de vivísimos resplandores.
Vulcan III
había equipado a los
Dardos
con bombas. Se oyeron numerosas explosiones.

Un hombre se acercó a Barris.

—Soy Joe Potter. ¿Es usted Barris?

—El mismo.

—Le acompañaré a usted al lugar donde se encuentra el Padre Fields. Sígame.

Barris y Marion montaron en el camión. El vehículo emprendió el camino de regreso a la zona de
Nueva York
. Cuando faltaban unas millas para llegar a la ciudad, Potter detuvo el camión en una estación de servicio. A la derecha de la estación había una destartalada cantina. Delante de ella había unos cuantos automóviles aparcados. Un grupo de chiquillos llenaba el aire con sus risas; en el patio trasero había un perro atado.

—Baje —dijo Potter.

Barris se apeó lentamente del camión.

—¿Dentro?

Potter volvió a poner el motor en marcha. Marion se había apeado también y estaba al lado de Barris. El camión se perdió de vista, envuelto en una nube de polvo.

—¡Vamos!

Marion se dirigió a la cantina y empujó la puerta. Barris la siguió precavidamente.

En el interior de la cantina había un anciano. Estaba sentado ante una mesa cubierta de mapas y de documentos. En la mesa había también un antiguo aparato telefónico, junto a un tazón de café.

El anciano levantó la mirada..., y Barris vio unas cejas pobladas y unos ojos penetrantes que le hicieron estremecerse hasta los huesos.

—¿Quién es usted? —preguntó el anciano, poniéndose rápidamente en pie.

—¡Papá! —Marion se echó en brazos del anciano.

—Soy el Director William Barris. —Alargó la mano y el anciano se la estrechó—. ¿Es usted el Padre Fields?

—El mismo. —El Padre Fields apartó cariñosamente a su hija. Contempló pensativamente a Barris—. ¿Qué está usted haciendo aquí? Tenía entendido que se hallaba usted en
Ginebra
.

Barris se sentó.

—Allí estaba. Acabo de regresar a
Norteamérica
.

—Mr. Barris está luchando contra
Vulcan III —
dijo Marion, colgándose del brazo de su padre—. Está de nuestro lado.

—¿Es cierto eso? —gruñó el Padre Fields.

—No. —Barris encendió lentamente un cigarrillo y se reclinó hacia atrás—. He venido aquí para hablar con usted. De negocios.

Fields volvió a sentarse, sin apartar sus penetrantes ojos del rostro de Barris.

—¿Qué es lo que tiene que decirme? ¿Está con nosotros, o no? ¿Está a nuestro lado, o es usted leal a aquella diabólica máquina?

—No estoy de ningún lado. —Barris dibujó un triángulo sobre la húmeda superficie de la mesa—. ¿Cuántos lados tiene un triángulo? ¿Dos... o tres?

—Esto es una guerra —dijo el Padre Fields bruscamente—, no una clase de geometría. O está usted con nosotros, o está contra nosotros.

Barris permaneció unos instantes en silencio.

—Hace un par de días, estaba contra usted..., pero en ese par de días han sucedido muchas cosas.

Fields sonrió.

—La
Unidad
ha desaparecido; en un par de días, el Sistema del gran monstruo ha sido barrido.

—¿De veras? —Barris sacudió la ceniza de su cigarrillo—. Han destruido ustedes a la
Unidad
, aquí; han destruido las oficinas, y han expulsado a todos los secretarios, y escribientes, y mecanógrafas. Pero no han destruido a
Vulcan III.

—Le destruiremos.

—¿Cómo? Ni siquiera saben dónde está; hace dos años que tratan de descubrirlo. Y, hasta que lo consigan, no habrán hecho nada.

—No tememos a
Vulcan III;
no puede hacernos ningún daño. Si pudiera, ya nos lo habría hecho hace muchísimo tiempo.

—Vulcan III
se enteró de la existencia de los
Curadores
hace veinticuatro horas. Durante quince meses le escamotearon los datos acerca de ustedes.

—¿Qué? —exclamó Fields—. ¿Quiere usted decir...?

—Han estado luchando contra la
Unidad
..., pero no contra
Vulcan III.
Han estado luchando contra la plana mayor de la burocracia... y nada más. En todo ese tiempo no había llegado hasta
Vulcan III
ninguna noticia del
Movimiento
. No ha hecho más que empezar a luchar; el gigante se está despertando...

El Padre Fields palideció.

—No lo sabía —murmuró.

—La guerra ha empezado ahora. Mientras venía hacia aquí, he visto una nube de
Dardos
metálicos que lanzaban bombas. Y esto es sólo el principio.
Vulcan III
ha entrado en acción... por primera vez. Está en su fortaleza, diseñando nuevas armas.

—¡Dios mío! —El Padre Fields se secó la frente con una mano temblorosa—. Ya me extrañaba a mí... Esos malditos pájaros metálicos... Y, ahora, esas bombas. No podía comprender por qué no las habían utilizado antes; creíamos que no tenían nada...

—No lo hicieron antes, pero lo harán ahora. —Barris se inclinó hacia Fields—. Escúcheme: en la fortaleza hay doscientos de los mejores especialistas del mundo, los técnicos más capacitados..., un grupo de hombres leales a
Vulcan III
que pueden fabricar armas inconcebibles. Poseen todos los diseños de la Guerra. Pueden volver a crear todas las armas del pasado. Con la capacidad organizadora de
Vulcan III,
y sus conocimientos técnicos, pueden...

—¿Ha permanecido leal toda la
Unidad
?

—Algunos de sus miembros están conmigo, en el edificio del
Mando de la Unidad
, en
Ginebra
.

Los ojos del Padre Fields centellearon.

—¿Con usted? Y usted, ¿con quién está, Barris? No está con
Vulcan III,
y sin embargo no está con nosotros.

Other books

A Chance of Fate by Cummings, H. M.
The Door to December by Dean Koontz
Sizzle by Julie Garwood
A Feather of Stone #3 by Tiernan, Cate
Fight for Love by Scott, Jennah
DUSKIN by Grace Livingston Hill
Advance Notice by Cynthia Hickey
Live for the Day by Sarah Masters