Área 7 (22 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Área 7
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Los tres hombres de la unidad Alfa situados junto al
Marine One
corrieron a ponerse a cubierto al ver a la cucaracha pasar a gran velocidad bajo el pilón de cola del helicóptero presidencial.

El vehículo tractor salió derrapando por el otro lado y se detuvo. En esos momentos estaba mirando hacia el hueco del elevador.

Schofield vio el abismal hueco ante él, con su enorme plataforma hidráulica en el interior, que proseguía con su descenso; vio el domo del AWACS a unos tres metros por debajo de la línea del suelo.

Encendió el motor.

Sex Machine vio lo que estaba pensando.

—Está loco, capitán.

—Si funciona… —dijo Schofield—. Agárrese.

Pisó el acelerador.

El vehículo salió disparado, las ruedas chirriaron con gran estruendo, y se precipitó hacia el hueco.

La velocidad lo es todo
, pensó Schofield mientras conducía. Necesitaba la suficiente velocidad para que la cucaracha alcanzara el…

La cucaracha corrió hacia el borde.

Las balas rebotaban y estallaban a su alrededor.

Pero Schofield no se inmutó.

Entonces la cucaracha llegó al borde del hueco de la plataforma y se precipitó por el aire.

* * *

La cucaracha planeó, con el morro en alto y sus ruedas girando sin cesar.

Entonces, mientras caía, el parachoques delantero comenzó a flaquear y el vehículo recuperó la apariencia de un gigante de tres toneladas de acero que no había sido fabricado para volar.

Por ese entonces, la plataforma elevadora había descendido más de nueve metros, pero el cuerpo del AWACS (y su domo intacto) reducían la caía del vehículo a unos tres.

La cucaracha aterrizó justo encima del domo (inclinado hacia abajo) del avión.

El domo, con base de titanio y muy rígido, resistió con valor el embiste descendente del vehículo.

No así sus puntales de sujeción.

Se combaron al instante, como ramitas de un árbol, al igual que el fuselaje del avión.

El fuselaje cilíndrico del AWACS se arrugó como solo el aluminio puede hacer bajo el peso de un vehículo tractor en caída, amortiguando de manera eficaz el descenso de la cucaracha.

El domo se hundió en el fuselaje, creando una especie de rampa que permitió a la cucaracha de Schofield deslizarse desde el otro lado del avión hasta detenerse en lo que quedaba de su ala izquierda.

Schofield y Sex Machine fueron zarandeados como muñecas de trapo mientras la cucaracha botaba y rebotaba y descendía a velocidad vertiginosa.

Pero Schofield logró de algún modo pisar el freno y la cucaracha derrapó y giró antes de detenerse forzosamente contra la pared más alejada, justo junto a la abertura cuadrada que por lo general albergaba el minielevador extraíble.

Schofield ya estaba en marcha cuando la cucaracha se detuvo. Estaba ayudando a Sex Machine a salir de la cabina del conductor justo cuando el primero de los soldados del séptimo escuadrón salió de entre el bosque de metal retorcido y abrió fuego contra ellos.

Pero sus balas fueron demasiado lentas.

Lo único que pudieron hacer fue contemplar estupefactos cómo Schofield le pasaba a Sex Machine el balón nuclear, colocaba los brazos del hombre herido sobre sus hombros y, sin pestañear siquiera, saltaba con él por la abertura de la plataforma, desapareciendo en la oscuridad.

Como paracaidistas en caída libre, Schofield y Sex Machine cayeron por el hueco de la plataforma, empequeñecidos por el inmenso tamaño de esta.

Tal como le había ordenado Schofield, Sex Machine se agarró a sus hombros con toda la fuerza que pudo, sujetando a su vez el balón nuclear. Eso no impidió que no dejara de gritar durante todo el descenso.

La pared de hormigón gris se sucedía junto a ellos a gran velocidad a medida que caían por el lateral del hueco.

Mientras caía, Schofield bajó la vista y vio un cuadrado de luz procedente del hangar del nivel 1 que iluminaba el minielevador allí estacionado, a unos sesenta metros.

Desenfundó su recién adquirido Maghook.

No podía disparar el gancho a la parte inferior de la plataforma principal. Los cables de los Maghook solo medían cuarenta y cinco metros. No era lo suficientemente largo.

No. Tendría que esperar a que hubieran caído quince metros, y entonces…

Mientras caían, Schofield metió el gancho en un soporte de metal que sobresalía de la grasienta pared de hormigón. El soporte protegía una serie de gruesos cables que recorrían el largo de la pared.

Con el Maghook sujeto al soporte, Schofield y Sex Machine siguieron cayendo. El cable se iba desenrollando a la misma velocidad, bamboleándose en el aire.

La cubierta del minielevador se acercaba a ellos a tremenda velocidad.

Rápido, más rápido, cada vez más…

Sacudida.

Y entonces se detuvieron, a menos de un metro por encima de la cubierta del minielevador, delante de la enorme entrada que conducía al hangar del nivel 1.

Schofield soltó el botón negro de la empuñadura delantera del Maghook (un gatillo que frenaba el mecanismo que desenrollaba el cable). Justo a tiempo. Sex Machine y él descendieron a continuación el metro restante.

Sus botas tocaron el suelo. Se giraron y vieron que tenían compañía.

Delante de ellos, en el interior de las puertas del hangar, estaban Libro II, Juliet y el presidente. Con ellos estaban Madre, Lumbreras y el científico, Herbie Franklin.

—Como alguien quiera hacerse el gracioso y diga eso de «Decidí dejarme caer por aquí», yo misma le rajo el cuello —dijo Madre.

—Tenemos que seguir moviéndonos —dijo Schofield mientras enrollaba el cable de su Maghook. El elevador seguía descendiendo con su carga de soldados del séptimo escuadrón.

El grupo de Schofield se dirigió hacia la rampa de vehículos situada en el extremo más alejado del hangar subterráneo. Libro II y Madre llevaban a Sex Machine.

Juliet Janson se colocó junto a Schofield.

—¿Y ahora qué?

—Tenemos al presidente —dijo—, y tenemos el balón nuclear. Puesto que el balón era lo único que retenía aquí al presidente, yo digo que nos marchemos de la fiesta. Eso implica encontrar un terminal en red. Usamos el ordenador para abrir una salida durante el siguiente periodo ventana y luego salimos de aquí.

—Doctor Franklin… —Se volvió mientras comenzaban a descender por la rampa de acceso de vehículos en espiral—. ¿Dónde está el ordenador de seguridad más cercano? Algo que nos permita abrir una salida durante el siguiente periodo ventana.

Herbie dijo:

—Hay dos en este nivel: uno en el despacho del hangar y el otro en la caja de conexión.

—Aquí no —dijo Schofield—. Llegarán en cualquier momento.

—Entonces el más cercano se encuentra en el nivel 4, en el área de descompresión.

—Entonces allí nos dirigiremos.

Una voz de mujer se oyó por los auriculares de Schofield mientras seguían avanzando:

—Espantapájaros, aquí Zorro. Estamos en la base del conducto de ventilación. ¿Qué quieres que hagamos?

—¿Podéis atajar por la base del hueco del elevador de aviones?

—Sí, creo que sí.

—Entonces nos encontraremos en el laboratorio del nivel 4 —dijo Schofield por el micro de su muñeca.

—Recibido. Oh, y Espantapájaros, esto… tenemos un par de pasajeros nuevos.

—Genial —dijo Schofield—. Nos vemos pronto.

Bajaron corriendo la rampa de vehículos hasta el nivel 2, donde llegaron a una abertura en el suelo por la que se accedía al hueco de la escalera de emergencia. Los ocho bajaron apresuradamente las escaleras hasta llegar a la puerta de incendios que conducía al área de descompresión del nivel 4.

Lumbreras probó a abrir la puerta.

Se abrió con facilidad.

Schofield se preocupó. Esa era una de las puertas que habían cerrado e inutilizado antes. Ahora estaba abierta. Les hizo un gesto con la mano: «Cuidado».

Lumbreras asintió.

Abrió la puerta rápidamente y en silencio. Libro II y Madre entraron con sus M-16 y P-90 firmemente asidos.

No fue necesario disparar.

Salvo por los cadáveres del suelo (del previo encuentro con el séptimo escuadrón), el área de descompresión estaba vacía.

Juliet y el presidente entraron después, sorteando los cuerpos. Schofield a continuación, con Sex Machine sobre el hombro.

Había dos terminales informáticos en la pared, parcialmente ocultos tras las cámaras de pruebas que se asemejaban a cabinas telefónicas.

—Doctor Franklin, escoja un terminal —dijo Schofield—. Lumbreras, vaya con él. Averigüen qué tenemos que hacer para salir de esta ratonera. Libro, llévese a Sex Machine. Madre, hay que buscar un botiquín de primeros auxilios en el laboratorio contiguo.

Madre se dirigió a la puerta que daba al otro lado del nivel.

Libro II levantó del suelo al dolorido Sex Machine y a continuación fue a cerrar la puerta tras ellos.

—Pero ¿qué…? —dijo mientras miraba la puerta.

Schofield se acercó.

—¿Qué ocurre?

—Mire el cerrojo.

Schofield lo hizo.

El mecanismo de cierre de la puerta, un pestillo rectangular, estaba roto.

Un corte limpio.

Perfecto.

Tanto que solo podría haberse realizado con alguna especie de láser…

Schofield frunció el ceño.

Alguien había estado allí desde la batalla.

—Espantapájaros —dijo una voz.

Era Madre.

Estaba en la entrada que daba a la parte oeste del nivel 4. Junto a ella se encontraba Libby Gant, que había aparecido al otro lado del nivel.

—Espantapájaros, será mejor que veas esto —dijo Madre.

Schofield fue hasta la puerta dispuesta en la pared blanca que dividía el nivel 4.

Cuando llegó junto a Madre y Gant, miró el pestillo de la puerta. También había sido cortado con un dispositivo de corte láser.

—¿De qué se trata? —dijo.

Alzó la vista y se sorprendió al ver, junto a Gant, al coronel Acero Hagerty y a Nicholas Tate III, el asesor de política nacional del presidente. Los nuevos pasajeros de Gant.

Gant señaló con el pulgar al área que tenía a su espalda, al lugar que albergaba el cubo de vidrio.

Schofield miró hacia allí…

Y se le heló la sangre.

Parecía como si una bomba hubiera impactado en el cubo.

Sus paredes estaban rotas, hechas añicos, conformando distintos ángulos. Secciones enteras de vidrio habían caído al dormitorio, exponiendo la habitación al aire exterior. Había juguetes desperdigados por todas partes. El colorido mobiliario estaba vuelto del revés y descolocado.

Y ni rastro del niño, de Kevin.

—Al parecer también han cogido bastantes cosas del laboratorio —dijo Gant—. Está totalmente saqueado.

Schofield se mordió el labio pensativo mientras contemplaba la escena.

No quería decirlo. Ni siquiera quería pensar en ello. Pero no podía negarlo.

—Hay alguien más aquí con nosotros —dijo.

* * *

La lengua era afrikáans.

El idioma oficial del régimen del
apartheid
que gobernó en Sudáfrica hasta 1994 pero que en la actualidad, y por motivos obvios, ya no era el idioma oficial del país.

Tras consultar a los dos expertos en lenguas africanas de la agencia de Inteligencia, Dave Fairfax tenía todas las conversaciones grabadas traducidas y listas para ser presentadas a su superior, el director de la agencia. Miró la transcripción de nuevo y sonrió:

COM-SAT SEGURA E/13A-2

DIA-DIVESPACIAL-PENT-DC

OPERADOR: TI 6-009

ORIGEN: FA EE. UU.-AS(R) 07

—Todo esto es una mierda muy seria, amigo —dijo uno de los expertos en lenguas africanas mientras se ponía la chaqueta para marcharse. Era un tipo menudo y agradable que se llamaba Lew Alvy—. Joder, Recces. Die Organisasie. Por Dios santo.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Fairfax—. ¿De qué se trata?

—Los Recces —dijo— son la peor calaña de las fuerzas de élite. Son la unidad de reconocimiento del ejército sudafricano. Antes de la llegada de Mandela, era el batallón de asesinos de élite del régimen del
apartheid
. Especialistas en ataques fronterizos, objetivos protegidos (líderes de la resistencia negra por norma general), adiestrados para ser como fantasmas. Nunca dejaban rastro alguno de su presencia, pero se sabía que habían estado allí porque todos los cadáveres tenían el cuello cortado.

Y eran duros esos cabrones. Oí en una ocasión que una unidad de Recces tendió una emboscada en Zimbabue. Durante diecinueve días estuvieron sin moverse, ocultos en el Veld bajo lonas especiales deflectoras del calor hasta la llegada de su objetivo. El objetivo llegó, pensando que la zona era segura y ¡bum!, lo trincaron. Hay quien dice que en la década de los ochenta incorporaron mercenarios angoleños a sus filas, pero la cuestión dejó de tener trascendencia cuando Mandela llegó al poder en 1994 y la unidad fue desmantelada a tenor de sus anteriores misiones. De repente todos ellos se convirtieron en mercenarios, mercenarios cotizados.

—¡Joder! —dijo Fairfax—. ¿Y Die Organisasie? ¿Qué es eso?

Alvy dijo:

—Mitad leyenda, mitad realidad. Nadie está muy seguro. Pero el MI6 tiene documentación sobre ellos, al igual que la CIA. Se trata de una organización clandestina de sudafricanos blancos en el exilio que conspiran de manera activa para lograr la caída del Gobierno del Congreso Nacional Africano con la esperanza de que regresen los viejos tiempos a Sudáfrica. Son unos hijos de puta muy ricos, ricos y racistas. También se los conoce como la «Tercera fuerza» o la «Telaraña». Hasta la Interpol la clasificó el año pasado como organización terrorista en activo.

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