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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Atrapado en un sueño (14 page)

BOOK: Atrapado en un sueño
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No, tenía que tranquilizarse. Pensar de manera racional. La forma de despertar menos sospechas era seguir haciendo una vida normal. Exactamente como de costumbre. Pero ¿de qué modo? Tenía que hacer de tripas corazón y armarse de valor. Cuando le interrogaran debía ofrecer respuestas adecuadas y actuar con naturalidad. Tenía que buscarse una coartada. Estudiarse la parrilla de televisión para poder afirmar que había estado viendo la tele. Pero ¿y las huellas dactilares? Era necesario volver para borrarlas. La motosierra solía estar en la caseta, concretamente en la ventana. Debía limpiar todas las superficies que había tocado. A desinfectar estaba acostumbrado. Llevarse las flores. Limpiar. Con rapidez. Antes de que otra persona acudiera y viera la sangre. Debía salvar su pellejo aunque destrozara la labor de la policía. No puedes fiarte de los funcionarios públicos. De todas maneras, a Linn ya no se la podía salvar. Estaba muerta. No le cabía ninguna duda. Y él no podía hacer nada para cambiarlo.

Capítulo 15

La fría luz del tubo fluorescente del departamento de patología dotaba al cuerpo brutalmente lacerado de un aspecto aún más grotesco que en el cenador de la Colina del Templo. Pese a que la cabeza había sido unida con pericia artesanal al cuerpo mediante pequeños y esmerados puntos, su visión resultaba insoportable. No pudieron evitar dar un paso atrás cuando retiraron la sábana verde. La inspectora Maria Wern advirtió como el rostro de Claes Bogren perdía color, las sudorosas mechas de su cabello color ceniza adheridas a la frente.

—Es ella. Linn —dijo con una voz apenas audible. Se tambaleó y tuvo que apoyarse con una mano sobre la pared.

—Venga, por favor. Vamos a sentarnos en la habitación contigua —respondió Maria agarrando con cuidado su brazo y conduciéndolo suavemente fuera de la sala de autopsias. El fornido cuerpo de Claes obedeció, aunque le supuso un esfuerzo titánico. Salió con pasos vacilantes, dejándose caer pesadamente luego en el asiento que le ofrecieron.

—No puede ser verdad. Ayer mismo por la noche hablé con ella. No es verdad. ¡No puede estar muerta! ¡No es posible! —exclamó abatiendo la cabeza entre las rodillas. Maria buscó a su alrededor algún recipiente donde pudiera vomitar y echó mano a un cuenco que había sobre el lavabo, por si acaso. Pese a la baja temperatura de la sala, el olor resultaba asfixiante.

—¿Cómo se encuentra? ¿Quiere un poco de agua?

Claes lo rechazó con un movimiento de la cabeza. Maria retiró la cortina y abrió la ventana de par en par. Fuera se oían alegres gritos infantiles, como procedentes de un mundo completamente ajeno.

—¿Puedo hacer algo por usted? —preguntó Maria poniendo su mano sobre la espalda de él.

Le temblaba el cuerpo y su respiración era profunda y agitada. Maria mantuvo su mano y poco a poco él fue recuperando el control.

—Estoy bien —repuso incorporándose y secándose el sudor frío de la frente con el dorso de la mano—. Pregúnteme lo que quiera saber —añadió con un estremecimiento en todo el cuerpo.

—Haberla identificado ha sido de gran ayuda para nosotros. Iremos pregunta por pregunta. Tómese el tiempo que necesite.

Maria se sentó al otro lado de la pequeña mesa de pino y colocó bien el mantel. Tras una pausa, sacó un cuaderno y un bolígrafo de su cartera. Claes Bogren era un hombre de aspecto cuidado, camiseta blanca y vaqueros Armani. Guapo, de esos que atraen las miradas al caminar por la ciudad. Tenía un corte de pelo atractivo y la piel bronceada, aunque la palidez asomaba ahora en forma de matiz grisáceo. Acababa de llegar a casa, al encuentro de su mujer, dos horas atrás, tras un mes en alta mar, según había dicho. Podía ser el culpable, pero Maria esperó que no lo fuera. Pensó que de alguna manera debería presentirlo, si hubiera sido capaz de cometer un acto tan horrendo. Tenía que tratarse de un loco.

—Volver a casa fue tan terrible. La sangre… El dormitorio estaba repleto de ella. Primero pensé que tal vez estuviera embarazada y hubiera tenido un aborto, así que llamé a urgencias, pero no habían atendido a ninguna Linn Bogren. Busqué por toda la casa, en la calle, pregunté a los vecinos… Ni rastro. No sabía qué hacer.

—Nos llamaron de urgencias. Se enteraron por las noticias del hallazgo en el jardín botánico y supusieron que usted podría ser su marido. Encontramos sus nombres de pila en el anillo de ella. Hasta ese momento no sabíamos quién era, ni los allegados con los que podíamos contactar —aclaró Maria para ayudarle a continuar con su relato.

—Telefoneé desde Gotemburgo ayer por la noche. Hablé con ella muy tarde. Me respondió de un modo muy extraño, con pocas palabras. Probablemente la desperté… Me preocupó, no se comportó como de costumbre… Había algo que no encajaba. Tenía un tono muy cortante…

—¿A qué hora fue eso?

—A las doce menos cuarto.

—¿De qué hablaron?

—Le pregunté si me quería. —Su voz se quebró y brotaron algunas lágrimas. Claes empezó a restregarse frenéticamente los ojos para contener el torrente. No quería verse obstaculizado por sus sentimientos. Deseaba contarlo para resolver el trámite—. Me dijo que sí. Entonces hablamos de la lluvia, de lo bueno que era.

—¿Oyó algún otro sonido de fondo?

—No pensé siquiera en eso. Si hubiera vuelto en avión quizá todavía estuviera viva. O tal vez habríamos muerto los dos… —señaló fijando la vista en Maria con una mirada enajenada—. ¿Me entiende? Si hubiera cogido el avión…

—¿Tenía la intención de hacerlo?

—No. Quería regresar cuanto antes, aunque eso no es lo habitual.

—¿Qué es lo que suele hacer?

—Atracamos en el puerto de Gotemburgo a eso de las once de la noche. Cuando nos hacemos a la mar no podemos consumir alcohol, excepto si el comandante es ruso. En ese caso, se espera de nosotros que bebamos como unos machotes. Por eso solemos celebrar nuestra llegada a puerto. A las seis en punto de esta mañana cogí el tren a Nynäshamn.

—¿A qué hora zarpó el barco? —Probablemente había llegado a tiempo para coger el de las 12.50, adivinó Maria, pero quería escucharlo de sus labios.

—A las 12.50. Se retrasó. Teníamos que tocar tierra a las 16.05, pero el viento soplaba fuerte y no lo hicimos hasta casi las cinco.

—¿Se encontró con alguien que conociera en el barco?

—No. Tenía una cabina. Necesitaba ducharme y dormir un rato.

—¿Conserva los pasajes? —preguntó, observando el asombro en su mirada—. No tengo motivo para sospechar de usted, pero, en la medida de lo posible, solemos confirmar todos los datos mediante recibos o billetes. Por su propio bien. Comprendo que pueda sentirse ofendido, pero contar con ellos facilita la investigación.

—Por supuesto. Los buscaré.

—¿Cómo realizó la última parte del trayecto hasta casa? —preguntó Maria mientras hacía una anotación en el cuaderno que tenía delante.

—Fui andando desde la terminal del puerto. Me di prisa para evitar preocuparla. Traté de llamar un par de veces, pero primero había mala cobertura en el barco y luego dio señal pero no respondió.

—¿Qué pensó usted?

—Me pareció extraño. Estaba esperando a que la llamara. Suelo hacerlo cuando el barco está llegando a puerto para que ponga a cocer las patatas y descorche el vino. Siempre comemos algo rico para celebrar mi vuelta a casa —dijo poniéndose en pie. Fue a cerrar la ventana y volvió a sentarse luego con los brazos fuertemente ceñidos alrededor del cuerpo.

—¿Se cruzó con alguien de camino a casa desde el barco?

—No me fijé. Solo quería darme prisa. Mi petate pesaba mucho. Tuve que dejarlo un rato en el suelo junto a la Torre de la Pólvora. No, nadie que yo recuerde. Probablemente había gente, pero no me acuerdo de nadie en particular.

—¿Y al llegar a casa…?

—La puerta exterior estaba cerrada, pero sin llave, y de los árboles colgaban tiras de tela. Pensé: «¿Qué mierda es esto? ¿Qué ha pasado aquí?». La llamé en voz alta. Era una forma extraña de dar la bienvenida a tu esposo, pero podían ocurrírsele cosas así. A veces le gustaba darme sorpresas. —Claes hizo una pausa y se mordió con fuerza los nudillos para no dejar escapar su tormento interior. Un sollozo profundo le convulsionó todo el cuerpo—. Era así… Tan dulce y atenta. Quería hacerme feliz.

Entonces llegó el llanto, todo el caudal que había luchado por reprimir, ese llanto que tanto necesitaba dejar escapar.

—Tenemos mucho tiempo —intervino Maria, levantándose para alcanzarle varios pañuelos de papel.

Claes le cogió con firmeza la mano y tiró de su brazo para que pudiera abrazarlo. Se agarró fuertemente a Maria y empezó a gimotear y a llorar a voz en grito mientras con su otro puño golpeaba la mesa con tal fuerza que esta se tambaleó.

—No puede estar muerta. Yo la amaba, la amaba con locura…

El dolor es el precio que hay que pagar por el amor, pensó Maria. Si no te atreves a amar, pierdes ya todo desde el primer momento. Pero no lo dijo en voz alta. Nadie se vuelve sabio de las experiencias de otros.

—Perdóneme —dijo frotándole la manga del jersey, empapado ahora de lágrimas, y sonándose luego la nariz en el pañuelo—. Perdone. He perdido los estribos.

—¿Es capaz de continuar? Si quiere, podemos hacer una pausa. Puedo buscarle algo caliente para beber, té o café. ¿Qué le parece?

—Sigamos —contestó sonándose de nuevo—. Quiero hacer todo lo posible para que pillen al cabrón que lo hizo.

Maria volvió a sentarse junto a la mesa y le miró atentamente.

—Entonces llegó a casa… Había tiras de tela colgando de los árboles…

—Era tan raro… Di varias voces pero no respondió. Así que entré… No estaba echado el pestillo de la puerta, por lo que supuse que se encontraba en casa y que se trataba de una sorpresa. No estaba en la cocina. Entré en la sala de estar para ver si había puesto la mesa de la habitación. Había cajas de mudanza en el suelo. En ellas estaba la enciclopedia y sus libros favoritos. Me quedé totalmente helado. No comprendo por qué los había metido ahí. Los muebles estaban en una posición muy extraña. Le gustaba cambiarlos de sitio con cierta frecuencia… ¿Cómo le voy a preguntar ahora qué pretendía con ello? ¡Nunca llegaré a saber cuál era su intención!

—¿Había algo más en las cajas? ¿Ropa, artículos de baño…?

—No lo sé. No tengo ni idea. Estando ahí oí que un coche se detenía en la calle y salí corriendo. Pensé que podía ser ella, que esa era la sorpresa y que quizá iríamos a comer a algún lujoso restaurante. Pero no era ella. Volví a entrar entonces y me di cuenta de que estaba rota la puerta de la terraza. Fue en ese momento, por primera vez, que sentí miedo. Me dirigí al dormitorio, el único lugar donde no había buscado y… allí estaba la sangre. ¡Dios mío!

De nuevo se vio vencido por un ataque de llanto, como si de un calambre se tratara, haciéndose con toda su persona. Maria aguardó, dispuesta a aplazar el interrogatorio en caso necesario. Pero él se aclaró la garganta y le dirigió una mirada inquisidora.

—¿Por qué? ¿Por qué a ella? Tanta sangre… Llamé al número de emergencias y el resto ya lo conoce. No entiendo quién ha podido hacerlo. Un loco… Linn caía bien a todo el mundo. No se me ocurre nadie que pueda haber querido hacerle daño. ¿Y ustedes? ¿Saben algo? ¿La… violaron?

—No podemos decirle nada hasta que no haya finalizado su labor el médico forense. Lo siento.

—Me dijo que la habían hallado en el jardín botánico, en el cenador. ¿Por qué? La asesinaron en casa y luego se la llevaron. ¿Hay algún motivo lógico que lo explique?

Maria agitó la cabeza para mostrar que también a ella le resultaba incomprensible. Linn iba vestida de novia, esa fue al menos la impresión que le dio al verla. Llevaba puesto un camisón blanco de encaje y en su mano sujetaba un ramo de flores. ¿Se había vestido ella misma así o lo había hecho otra persona?

—El camisón blanco que llevaba… ¿era suyo? ¿Lo reconoció?

—Solía llevarlo puesto cuando regresaba a casa. Se lo regalé al cumplir veinticinco años. Le encantaba la seda…

—¿Alcanzó a ver si faltaba algo en su casa, si alguien se había llevado alguna cosa?

—No lo sé… Bueno, tal vez el ordenador. No estaba cuando fui a buscar el número de la centralita del hospital. Se me quedó la cabeza en blanco y quería consultar las páginas amarillas. ¡Ah, no! Lo están reparando, ahora recuerdo que me lo dijo —repuso, y soltó lentamente aire entre sus labios semicerrados en una suerte de quejido. De repente mostraba un aspecto infinitamente envejecido. Maria trató de centrarse en sus preguntas.

—Me haría falta que me indicara el nombre de sus amigos más cercanos, aquellos con los que tuviera una relación más estrecha. Compañeros de trabajo, familiares… ¿Había alguna amiga o amigo especialmente próximo a quien pudiera haber confiado cosas que quizá no le contara a usted?

—Sara Wentzel —respondió Claes sin pensárselo dos veces.

Capítulo 16

Erika Lund abrió la puerta del dormitorio sin dejarse intimidar por el olor a sangre intensificado a causa del calor.

Albergamos en algún rincón, de forma instintiva y profundamente arraigada, esa percepción: el olor a sangre nos señala el peligro en la misma medida que el color rojo. Combatir o huir. Sus numerosos años de práctica le habían enseñado a neutralizar el olfato y la sensación de repugnancia. No sabía explicar cómo, pero siempre le funcionaba cuando se metía en un caso y debía concentrarse en los detalles.

No había suficiente luz para las fotos que necesitaba tomar. Subió el estor e inclinó la persiana hacia arriba. En el exterior, dos de sus colegas se encargaban de registrar las huellas de zapatos. El terreno aún se encontraba blando tras la lluvia de la noche del asesinato y había altas probabilidades de hallar algo de interés. Siempre hay algo. En sus años en el departamento científico, pocas veces había examinado Erika una escena del crimen tan pulcra. Todos los tiradores, jambas y superficies que suelen tocarse habían sido concienzudamente limpiados hasta casi el límite de la desinfección. Todo, excepto la sangre, que parecía exhibirse de un modo demostrativo, en una extraña combinación de locura y perfección. Cuando advirtió la marca en el empapelado de la pared, pensó primero que se trataba de una casualidad. Una raya más clara en la sangre de la pared que tuvo que quedar ahí tras el crimen. Pero luego se dio cuenta: alguien había inscrito en la sangre una K apenas visible.

En la caseta encontraron una motosierra, en cuya hoja había una cantidad suficiente de sangre seca como para efectuar un análisis humedeciéndola, pero ni una puñetera huella dactilar. Todo apuntaba a un asesinato bien planificado. Alguien con la presencia de ánimo suficiente como para borrar todo rastro. El autor tuvo que entrar por la puerta de la terraza tras romper el cristal y abandonar luego el inmueble por la puerta de la cocina, que estaba abierta. ¿Sabía el asesino que Linn Bogren estaba sola en casa? ¿Se conocían?

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