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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Atrapado en un sueño (5 page)

BOOK: Atrapado en un sueño
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—¿No tienes un cigarrillo? —insistió el alto sacudiendo la cadena.

Ella negó con la cabeza. Ya no podía confiar en su voz.

Vio cómo los ojos grises verdosos de él iban de un lado al otro. Se decía a sí misma que mientras no la tocara y todo se quedara en palabras no pasaba nada. Lo importante era mantener el asunto a ese nivel. Si era lo suficientemente educada y Complaciente la dejarían marcharse.

—Entonces tendrás que darnos alguna otra cosa.

La agarró entonces entre las piernas con su enorme mano y apretó con fuerza. Ella intentó quitarle la mano, pero era mucho más fuerte. Le hacía daño. Primero sintió más miedo que repugnancia. Esta última se presentó luego… con ánimo de permanencia. El alto le miró con una sonrisa burlona. Sintió luego una mano en el hombro. Tenía al tercer muchacho pegado a ella. El gorro bajado ocultaba la parte superior de la cara. Era más delgado que los otros dos, apenas una sombra gris. Tres contra una, y el callejón vacío.

—¡Dejadme en paz! ¡Soltadme, por favor!

—Eso depende de si eres una niña buena y haces lo que te decimos —replicó quitándole la mano de sus partes y desabrochándose la bragueta.

Los otros rieron. Acto seguido recibió un empujón en la espalda, le sujetaron los brazos por detrás y uno de ellos le agachó la cabeza.

—¡No quiero! ¡Dejadme en paz!

—Si gritas te rajamos el cuello, ¿entiendes? —dijo y la agarraron con más fuerza aún—. ¿Lo entiendes?

Se bajó los calzoncillos. La piel violeta se destacaba bajo el vello desordenado.

—Sí.

La obligaron a arrodillarse y se vio abrumada por el olor a sexo y por un malestar físico. Surgieron las arcadas y el llanto. El alto le dio una bofetada y lanzó una imprecación. En ese mismo instante se abrió un portal tras la valla situada enfrente y apareció un vecino con sus perros. La banda se dispersó. Se esfumó con la misma rapidez con la que había aparecido.

—¿Puedo ayudarla en algo? ¿Se siente mal? —Harry, el vecino bonachón, se le acercó dispuesto a asistirla para levantarse. A Linn le temblaban las rodillas y le costó trabajo mantener el equilibrio—. Uno se descuida fácilmente y toma más de lo que es capaz de aguantar cuando sale con los amigos. ¿Se las arregla por sí sola? —añadió reprimiendo una sonrisa y observándola con ojos amables.

—Sí, sí, no se preocupe —dijo andando tambaleante como una anciana—. No es lo que usted piensa trató de aclarar, pero él le lanzó un guiño. Parecía evidente que no pensaba admitir excusa alguna.

—Sí, a todos nos ha pasado, aunque probablemente yo era algo más joven que usted cuando explore mis límites. ¡Vaya fiestas me pegaba! —repuso, y tiró de la correa—. ¡
Mirabell
! ¡
Gordon
! Ya… Ya sé que tenéis prisa. Continuamos nuestro camino. Son tan impacientes…

Hubiera querido contarle, explicarle lo ocurrido, pero su jocosidad era impenetrable y ella no se sentía con fuerzas para vencerla.

Linn entró en el portal dando tumbos. Cerró con llave la puerta en un torpe movimiento, colocó una silla bajo el pomo y fue a buscar el cuchillo de cocina más grande que pudo encontrar. Su pulso acelerado le retumbaba en todo el cuerpo. No se atrevía a bajar la guardia. Apagó las luces, se sentó totalmente en tensión y escudriñó en la oscuridad de la calle. ¿Habrían visto dónde vivía? No se le había ocurrido pensar en eso mientras se dirigía dificultosamente hacia la puerta. En ese momento solo quería salvarse y echar el pestillo tras de sí. Ahora maldecía su estupidez. Tenía que haberle explicado a Harry lo que había pasado. Podía haberle pedido que la dejara entrar en su casa y estar así a buen recaudo, pero le había refrenado, por una parte, la interpretación que este había hecho de la situación y, por la otra, la vergüenza, una vergüenza que no le correspondía a ella, pero que, sin embargo, tenía pegajosamente presente. A las niñas buenas no les ocurre eso, así que te lo has buscado. ¿Quién iba a creerla cuando ni siquiera el bueno de Harry tenía intención de hacerlo? ¿Por qué iba la policía a interpretar la situación de otro modo? Se vería abocada a repetir en detalle la asquerosidad que le había ocurrido para que después ni siquiera la creyeran. Además, no había pasado nada. ¿O sí? No se había producido una violación. Era acoso sexual, y ¿qué pena conlleva eso? No, no quería exponerse a una situación de ese tipo, tener que reproducir aquellos hechos vomitivos en un interrogatorio, ante personas desconocidas, que acaso en el fondo dudaran sobre si había sido consentido. «¿Por qué no opuso resistencia?», «Eso, ¿por qué?», «Porque traté de salir al paso sin violencia. Eran más y más fuertes». Había, además, otra cuestión. Su cuerpo se había negado a obedecerla, se convirtió en gelatina y no podía confiar en él. No había sido capaz de correr, solo de tambalearse, medio paralizada. Se había mostrado tan vacilante e inestable que Harry pensó que estaba borracha.

Linn se tumbó en la cama. Decidió dormir con la ropa y las zapatillas de deporte puestas. El cuchillo lo dejó en la mesilla de noche y el palo de béisbol y el móvil en la cama, junto a ella. Ya habían dado las doce. Solo le restaban unas horas de sueño antes de volver al trabajo, donde debería dispensar a los pacientes un trato cercano y no cometer error alguno. Antes de dormirse debía llamar a Sara. Si no, esta se extrañaría y, en caso de preocuparse, vendría con el coche a casa. No habría forma de impedírselo. El callejón tiene mil ojos cuando quiere. Alguien vería a Sara presentarse en mitad de la noche y se lo contaría luego a Claes. No podía permitirlo, no ahora, antes de pensárselo bien y decidir lo que iba a hacer. Linn sintió el cansancio como una placa de hierro alrededor de su cabeza. Tenía todo el cuerpo en ebullición. No sería capaz de dormir. Tenía que llamar a Sara.

Dos almas, pero un solo pensamiento. Al sonar el móvil, Linn se incorporó de un salto en la cama.

—Quería saber si estabas viva. No me habrás olvidado, ¿verdad? Me llamo Sara y soy tu amada.

—He tenido mucho lío en el trabajo. Acabo de llegar a casa.

—Te echo de menos. Me siento sola aquí.

—Yo también te echo de menos. Más de lo que te imaginas.

—¿Ha pasado algo en concreto?

—No, simplemente se complicó la cosa. Nos trajeron un paciente a cuidados intensivos a última hora. La UCI estaba llena, les había llegado un muchacho al que propinaron una paliza. ¿Han dicho algo ya por la radio?

—No que yo haya escuchado. ¿Cómo estás tú?

—Estoy exhausta.

—Entonces tienes que dormir. Mañana hablamos. ¿Has decidido si vas a contarle a Claes lo nuestro? Tienes que elegir, Linn, ya lo sabes, ¿verdad? No puedes jugar a dos bandas. No sería capaz de soportarlo.

—Hablaré con él. Tan pronto como vuelva, te lo prometo. Te quiero con locura.

Dijo las palabras acertadas, pero no logró dar un tono convincente a su voz.

—Te amo. Pronto tendremos que ser muy valientes —dijo Sara apenas sin resuello.

—Juntas somos enormemente valientes. Buenas noches. Linn no fue capaz de pronunciar ninguna palabra más.

Le resultaba imposible pegar ojo. La sensación de vulnerabilidad impedía a Linn quedarse tumbada en la cama. Vivía en la planta baja y alguien podía romper con facilidad el cristal de la puerta de su terraza. Se mantuvo atenta ante cualquier ruido proveniente de la calle, fue de una habitación a otra y exploró los distintos cachivaches que Claes y ella habían comprado juntos. La gran foto de bodas retocada e impresa sobre un lienzo, como si de una pintura se tratara, ella con un vestido color crema, de corte profundo en la espalda y una parte delantera de cuello alto, como marcan los cánones; y él ataviado con esmoquin, pajarita rosa y pelo corto. Eran tan jóvenes y sabían tan poco el uno del otro y del amor. No fue un amor apasionado, más bien una amistad, unos brazos cálidos y protectores. Ella lo había llamado amor. Hasta conocer a Sara pensaba que eso era todo. Linn se palpó el collar, lo había llevado siempre, desde el día de la boda. Era un regalo de la madre de Claes, un objeto de gran valor que habían ido heredando en su familia durante generaciones. Formaba ahora parte de ella. El collar se había convertido en la señal de que era la señora Bogren, en lugar de la alianza, que no podía llevar en el trabajo.

La mayor parte de los muebles los había comprado en un sitio de subastas en internet. Habían conseguido amueblar toda la casa por menos de veinticinco mil coronas. Muebles caros y de alta calidad por una miseria. Pero no quería quedarse con nada de eso. Se trataba de objetos irremisiblemente asociados a la vida que había vivido con Claes y que, además, no encajaban con el luminoso mobiliario y estilo bohemio de Sara.

Un ruido procedente de la calle volvió a sumergir a Linn en el miedo que había logrado conjurar durante un breve instante, la verja chirrió levemente. Pasos sobre el camino de grava. Aguzó al máximo el oído, agachó la cabeza por debajo de las ventanas y regresó con paso vivo al dormitorio. Se metió en los bolsillos el cuchillo y el móvil y se agazapó luego detrás del sofá. Unos golpecitos precavidos sobre la puerta de la entrada. Desde su escondrijo pudo ver bajo la tenue luz cómo se accionaba el tirador. El corazón se le aceleró dentro del pecho. Sentía como si se asfixiara de tanto contener la respiración. Volvieron a llamar a la puerta. Tras lo que le pareció una eternidad oyó de nuevo los pasos sobre la grava. El pomo de la puerta de la terraza se movió. ¿Cómo actuaría si rompían el cristal?

Otra vez se hizo el silencio. No ocurrió nada. Los árboles de fuera se balanceaban indolentemente a merced del viento. Se oyó algo raspando contra la pared. Trató de convencerse de que era una rama rozando la fachada. Y, entonces, allí… un rostro en la ventana. No pudo discernir quién era. Unas manos ahuecadas y una nariz contra el vidrio.

Linn quiso chillar pero el grito se le ahogó en la garganta. Marcó los dos primeros dígitos del número de emergencias y paró en seco. Si denunciaba a los jóvenes, estos podrían enterarse de su identidad y tal vez nunca más la dejarían en paz.

Capítulo 5

La sala de espera del centro de salud estaba a rebosar. Linn trataba de concentrarse en la lectura de un reportaje de un semanario sobre problemas de sueño cuando se le acercó un médico y le estrechó la mano.

—Por favor —dijo Anders Ahlström señalando la silla vacía frente al escritorio—. ¿No trabaja usted aquí de vez en cuando? —Recordaba vagamente haberla saludado hacía poco en la pequeña cocina del centro.

—Acaban de contratarme, pero en verano seguiré trabajando en el hospital —contestó con un movimiento que denotaba incomodidad—. Necesito el dinero, así que las vacaciones me las tomo en otoño.

El facultativo movió la cabeza en un gesto afirmativo. Tenía el ordenador encendido y el ventilador de la impresora emitía un ruido sordo.

—¿En qué puedo ayudarle?

—No aguanto más —dijo Linn Bogren sin poder contener el manantial de lágrimas—. No tengo fuerzas para ir al trabajo.

Se tapó los ojos con una mano, no se sentía capaz de enfrentar la mirada compasiva del médico. Anders Ahlström le ofreció un par de pañuelos de papel y esperó a que continuara. Al ver que no lo hacía, dijo:

—¿Ha ocurrido algo en su trabajo que haga que le resulte difícil acudir a este? Sus palabras quedarán entre nosotros.

—No, no es eso. —Linn se limpió su nariz moqueante y se frotó los ojos con el dorso de la mano—. Me siento a gusto con mi trabajo, tanto aquí como en el hospital. Es una labor enriquecedora y me llevo bien con mis compañeros de trabajo, pero necesito que me dé la baja porque no puedo dormir. Creo que me voy a volver loca si no consigo descansar.

—Entiendo. —Anders se había encontrado con muchos pacientes en la misma situación—. ¿Qué tipo de problemas de sueño tiene? ¿Podría describirlos?

Linn suspiró profundamente.

—He seguido todos los consejos que me han dado. Escucho cintas de relajación, evito entrenar antes de irme a la cama, no como en exceso, no bebo café ni alcohol. No me acuesto hasta que no estoy cansada y el dormitorio se encuentra a oscuras y a una temperatura adecuada. Y, pese a todo, no consigo conciliar el sueño… Dan las doce y me agobio porque sé que en breve deberé levantarme para llegar a la hora. El personal de noche necesita marcharse por la mañana, no soportan los retrasos. Siempre he sido madrugadora, así que llegar antes nunca ha supuesto en modo alguno un problema para mí.

—Trabaja por turnos ahora, ¿no es cierto? El turno C hasta las diez de la noche y luego el A. ¿Comienza a las siete de la mañana?

—Efectivamente. Lo peor es cuando trabajo en turno de tarde y luego he de acudir al de la mañana. Así ha sido este último año. Por eso solicité un puesto en el centro de salud. Pensé que trabajar la semana de corrido sería diferente. Sé lo que me va a decir: que deje mi suplencia de verano en el hospital, pero es que no puedo permitírmelo.

—¿Toma algún medicamento? —preguntó el médico echando un vistazo a la anotación realizada por la enfermera al llamar Linn para pedir cita.

—He probado con somníferos. Me ayudan a adormecerme durante un momento, pero luego me despierto atemorizada, con una sensación de pánico. Tengo la impresión de que alguien me observa a través de las ventanas. Por eso bajo todas las persianas. Incluso he puesto cinta adhesiva en los resquicios para que nadie pueda fisgonear. El problema es que ahora creo oír pasos en la escalera. Aunque me siento aterrorizada, me obligo a mí misma a abrir la puerta para echar un vistazo, pero nunca hay nadie. Me amodorro y empiezo a soñar… De repente hay una persona en mi habitación, lleva un cuchillo e intenta clavármelo. Trato de escapar rodando hacia un lado y él realiza un par de tentativas fallidas clavando el cuchillo en el colchón, pero logra luego acertarme en la barriga. Aquí… —explicó Linn señalando un punto en la parte superior de las costillas, donde la angustia solía anidar.

—¿Han entrado en su casa a robar alguna vez o ha tenido otra experiencia que la haya asustado? —preguntó el médico estudiando atentamente la reacción del rostro de ella al reflexionar.

Linn negó con la cabeza, pero luego se ruborizó y finalmente asintió.

—Me pareció ver una cara en mi ventana el viernes pasado, alguien en mi jardín mirándome fijamente, pero después no ha pasado nada más. Tal vez me lo imaginé, pero no quiero ayuda con eso. Necesito somníferos más potentes para poder trabajar durante el verano. Las pesadillas empezaron antes de ver esa cara en la ventana y han ido a peor desde entonces. Antes, esa misma noche, me tropecé con un grupo de muchachos y tuve miedo. Empezaron a molestarme y no pude mantenerlos a raya… Hubiera podido pasar cualquier cosa si mi vecino no hubiera aparecido —declaró Linn apartándose de la cara un oscuro mechón de pelo.

BOOK: Atrapado en un sueño
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