Bridget Jones: Sobreviviré (28 page)

Read Bridget Jones: Sobreviviré Online

Authors: Helen Fielding

Tags: #Novela

BOOK: Bridget Jones: Sobreviviré
10.46Mb size Format: txt, pdf, ePub

7.15 p.m. He tenido una idea luminosa. Iré a una estación de servicio, esperaré haciendo cola mientras miro secretamente los condones, y entonces... De hecho no tengo por qué ajustarme a anticuados estereotipos masculinos ni sentirme descarada o como una zorra por llevar condones. Todas las chicas aseadas tienen condones. Es higiene.

7.30 p.m. Tralaralá. Lo he hecho. Ha sido fácil. En realidad he conseguido coger dos paquetes: un Paquete Variado (la sal de la vida) y otro de Látex Ultra Ligeros con Tetina en la Punta para Incluso Más Sensibilidad. El dependiente se quedó perplejo ante la varié

dad y cantidad de diferentes condones y al mismo tiempo se mostró extrañamente respetuoso: probablemente pensara que yo era una profesora de biología o algo así que compraba condones para la clase de alumnos adolescentes precoces.

7.40 p.m. Sobresaltada por los explícitos dibujos del folleto de instrucciones, que me hicieron pensar, inquietantemente, no en Daniel sino en Mark Darcy. Mmm. Mmm.

7.50 p.m. Seguro que lo tuvieron difícil a la hora de decidir el tamaño en los dibujos para evitar que la gente se sintiese alicaída o excesivamente arrogante. El Paquete Variado es una locura: «Los condones coloreados mates están pintados con colores chillones para diversión adicional.» ¿Diversión adicional? De repente vi la extravagante imagen de parejas con penes erectos de colores chillones llevando sombreros de papel, estallando en estridentes risas y golpeándose con globos. Creo que voy a tirar el Paquete Variado. Vale, será mejor que me prepare. Oh Dios, el teléfono.

8.15 p.m. Oh maldita sea. Era Tom quejándose de que había perdido su móvil y dijo que le parecía que se lo había dejado aquí. Me obligó a buscar por todas partes, a pesar de que yo ya llegaba muy tarde, pero no conseguí encontrarlo y al final me asaltó la sospecha de que quizá lo había tirado junto con los libros de autoayuda y los periódicos.

—Bueno, ¿puedes ir a cogerlo? —dijo impaciente.

—Llego muy tarde. ¿No puedo hacerlo mañana?

—Pero ¿y si vacían los contenedores? ¿Qué día pasan?

—Mañana por la mañana —dije amargamente con el alma en un puño—. Pero la cuestión es que está en uno de esos enormes cubos comunitarios y no sé en cuál.

Acabé echándome una chaqueta larga de piel por encima del sujetador y las bragas y saliendo a la calle dispuesta a esperar a que Tom llamase a su teléfono, y así yo sabría en qué contenedor estaba. Me encontraba encaramada a la pared mirando en el interior de los contenedores cuando una voz familiar dijo:

—Hola.

Me di la vuelta y allí estaba Mark Darcy.

Me echó una mirada de arriba abajo y caí en la cuenta de que estaba con toda la ropa interior —afortunadamente bien combinada— a la vista.

—¿Qué estás haciendo? —me dijo.

—Estoy esperando a que suene el contenedor —contesté dignamente cerrándome la chaqueta.

—Ya veo —hizo una pausa—. ¿Y llevas esperando... mucho rato?

—No —dije con cautela—. El tiempo normal.

Justo entonces uno de los contenedores empezó a sonar.

—Ah, debe de ser para mí —dije, e intenté meterme dentro.

—Por favor, permíteme —dijo Mark; dejó su maletín en el suelo, se encaramó de un salto con bastante agilidad a la pared, buscó en el interior del cubo de basura y sacó el teléfono.

—Teléfono de Bridget Jones —dijo—. Sí, claro, ahora te la paso.

Me lo entregó.

—Es para ti.

—¿Quién era ése? —siseó Tom histérico de excitación—. Tiene una voz muy sexy, ¿quién es?

Tapé el auricular con la mano.

—Muchísimas gracias —le dije a Mark Darcy, que había sacado un puñado de libros de autoayuda del

cubo y los estaba mirando con expresión de perplejidad.

—No hay de qué —dijo, y volvió a dejar los libros de autoayuda—. Ejem... —se detuvo mirando mi chaqueta de piel.

—¿Qué? —dije con el corazón en un puño.

—Oh, nada, ejem, sólo, mmm..., bueno, encantado de verte. —Vaciló—. En fin... encantado de volver a verte. —Entonces intentó sonreír, se dio la vuelta y empezó a alejarse.

—Tom, volveré a llamarte —dije por el móvil. El corazón me latía violentamente. Según todas las leyes de protocolo en las citas debería dejar que se fuera, pero yo estaba pensando en la conversación que había oído desde detrás del seto—. ¿Mark?

Se dio la vuelta con aspecto de estar emocionado. Durante un instante nos miramos.

—¡Ey! ¡Bridge! ¿Vas a venir a cenar sin falda?

Era Daniel, acercándose por detrás de mí.

Vi cómo Mark se percataba de su aparición. Me lanzó una mirada larga y dolorosa; luego dio media vuelta y se marchó.

11 p.m. Daniel no había visto a Mark Darcy... afortunada y a la vez desafortunadamente porque, por un lado no tuve que dar explicaciones de qué estaba haciendo él allí pero, por otro, no pude explicar por qué me sentía tan agitada. En cuanto entramos en el piso Daniel ya trató de besarme. Fue extraño negarme a que lo hiciese después de todo el tiempo que pasé el año pasado deseando desesperadamente que sí lo hiciese y preguntándome por qué no lo hacía.

—Vale, vale —dijo extendiendo los brazos con las palmas de las manos hacia mí—. No hay problema. —Sirvió para ambos un vaso de vino y se sentó en el sofá, sus largas y delgadas piernas con un aspecto terriblemente sexy enfundadas en aquellos téjanos—. Mira,

sé que te he hecho daño, y lo siento. Sé que estás a la defensiva pero ahora soy diferente, de verdad. Ven y siéntate aquí.

—Voy a vestirme.

—No. No. Ven aquí —dijo dando un golpecito con la mano en el sofá a su lado—. Venga, Bridge. No te voy a tocar ni un pelo, lo prometo.

Me senté con cautela, me arrebujé en la chaqueta y puse remilgadamente las manos en las rodillas.

—Eso es —dijo—. Ahora venga, toma un trago y relájate.

Me pasó el brazo con ternura por los hombros.

—Estoy obsesionado por la forma que te traté. Fue imperdonable. —Era encantador sentirse abrazada otra vez—. Jones —susurró dulcemente—. Mi pequeña Jones.

Me atrajo hacia él, colocando mi cabeza contra su pecho.

—No te merecías eso. —Una vaharada de su viejo y familiar olor llegó hasta mí—. Así. Sólo acurrúcate un poquito. Ahora estás bien.

Me acariciaba el pelo, me acariciaba el cuello, me acariciaba la espalda, empezó a quitarme la chaqueta por los hombros, bajó la mano por mi espalda y, con un rápido movimiento que produjo un leve chasquido, ya me había desabrochado el sujetador.

—¡Para! —dije intentando envolverme de nuevo en la chaqueta—. De verdad, Daniel. —Yo estaba medio riendo. De repente vi su cara. Él no se reía.

—¿Por qué? —dijo y me volvió a quitar la chaqueta bruscamente—. ¿Por qué no? Venga.

—¡No! —dije—. Daniel, sólo vamos a salir a cenar. No quiero besarte.

Echó la cabeza hacia adelante respirando entrecortadamente y entonces se irguió, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados.

Me puse en pie envolviéndome en la chaqueta y caminé hacia la mesa. Cuando miré hacia atrás Daniel tenía el rostro entre las manos. Me di cuenta de que estaba sollozando.

—Lo siento, Bridge. Me han bajado de categoría. Perpetua se ha quedado con mi trabajo. Me siento superfluo, y ahora tú me rechazas. Ninguna chica me querrá. Nadie quiere a un hombre de mi edad sin una buena trayectoria profesional.

Le miré sorprendida.

—¿Y cómo crees que me sentí yo el año pasado? Cuando era el último mono de la oficina y tú te dedicabas a jugar conmigo mientras te metías en líos con otras y haciendo que me sintiese como una mujer usada?

—¿Usada, Bridge?

Le iba a explicar la teoría de lo de la mujer usada, pero algo me hizo decidir que simplemente no valía la pena molestarse.

—Creo que ahora será mejor que te vayas —dije.

—Oh, vengar, Bridge.

—Sencillamente, vete —dije.

Mmm. Da igual. Simple y llanamente me voy a desvincular de todo esto. Me alegro de irme. En Tailandia podré liberar mi mente de todo lo que tiene que ver con los hombres y concentrarme en mí misma.

sábado 19 de julio

58,5 Kg. (¿por qué? Y en el día que iba a comprar el bikini, ¿por qué?), pensamientos confusos acerca de Daniel: demasiados, partes de abajo de bikini en las que he cabido: 1, partes de arriba de bikini en las que be cabido: media, pensamientos indecentes con el príncipe William: 22, número de veces que he escrito «El príncipe
William y su encantadora acompañante, la señorita Bridget Jones, en Ascot» en la revista Helio/: 7.

6.30 p.m. Mierda, mierda, mierda. Me he pasado todo el día en probadores de Oxford Street, intentando apretujar mis pechos en tops de bikini diseñados para personas con los pechos situados, o uno encima del otro en el centro de sus torsos, o uno debajo de cada brazo, con la cruda luz haciéndome parecer una
frittata
del River Café. La solución obvia es un bañador de una pieza, pero entonces volveré con un estómago ya de por sí blando y fofo que resaltará del resto del cuerpo por su blancura.

Programa urgente de dieta bikini con el objetivo de perder peso; 1
a
semana:

Domingo 20 de julio - 58,6 Kg.

Lunes 21 de julio - 58,1 Kg.

Martes 22 de julio - 57,7 Kg.

Miércoles 23 de julio - 57,2 Kg.

Jueves 24 de julio - 56,8 Kg.

Viernes 25 de julio - 56,3 Kg.

Sábado 26 de julio - 55,9 Kg.

¡Hurra! Así que de hoy en ocho días casi habré alcanzado el objetivo y entonces, con el volumen del cuerpo así ajustado, todo lo que necesitaré será alterar la textura y disposición de la grasa mediante ejercicio.

Oh joder. Nunca funcionará. Sólo voy a compartir habitación, y probablemente cama, con Shaz. Pues entonces me concentraré en el espíritu. Bueno, Jude y Shaz llegarán pronto. ¡Hurra!

Medianoche. Encantadora velada. Estuvo muy bien volver a estar con las chicas, aunque Shaz fue presa de tal grado de indignación con Daniel que a duras penas

pude evitar que llamase a la policía e hiciese que le arrestaran por violación en una cita.

—¿Superfluo? ¿Ves? —despotricaba ella—. Daniel es el perfecto arquetipo de hombre de fin de milenio. Le está quedando claro que las mujeres son la raza superior. Se está dando cuenta de que no tiene ningún papel ni función que desempeñar y, ¿qué hace? Echa mano de la violencia.

—Bueno, sólo intentó besarla —dijo Jude pacíficamente mientras hojeaba distraída las páginas de
Carpas de Ensueño.

—¡Claro! Ésa es justamente la cuestión. Ha tenido mucha suerte de que él no apareciese en el banco donde ella trabaja vestido como un Guerrero Urbano y allí matase a diecisiete personas con una metralleta.

Justo entonces sonó el teléfono. Era Tom que, inexplicablemente, no llamaba para agradecerme que le enviase el móvil después de todos los malditos problemas que me había causado el fastidioso aparato, sino para pedirme el número de teléfono de mi mamá. Tom parece ser bastante amigo de mamá, a la que en mi opinión ve como una especie de Judy Garland/Ivana Trump a lo
kitsch
(lo cual es extraño porque el año pasado sin ir más lejos recuerdo a mamá dándome un sermón acerca de que la homosexualidad era «sólo vagancia, cariño, simplemente no se quieren molestar en relacionarse con el sexo opuesto»... pero, claro, aquello había sido el año pasado). De repente temí que Tom le iba a pedir a mi madre que cantase «Non, je ne regrette rien» con un vestido cubierto de lentejuelas en un club llamado Bombear, a lo que ella —por ingenuidad y ego— accedería, pensando que aquello tenía algo que ver con la vieja maquinaria de los molinos de Cotswold.

—¿Para qué lo quieres? —dije con recelo.

—¿No está ella en un club de lectores?

—No sé. Todo es posible. ¿Por qué?

—Jerome siente que sus poemas están listos y le estoy buscando clubes de lectores en que los pueda recitar. Hizo una lectura la semana pasada en Stoke Newmgton y fue impresionante.

—¿Impresionante? —dije mirando a Jude y a Shaz y poniendo cara de estar a punto de vomitar. Acabé dándole el número a Tom a pesar de mis dudas, porque pensé que mamá necesitaría otra diversión ahora que Wellington se había ido.

—¿Qué pasa con los clubes de lectores? —dije al colgar el teléfono—. ¿Soy yo o han aparecido de repente de la nada? ¿Deberíamos estar en uno, o tienes que ser Petulante Casado para ello?

—Tienes que ser Petulante Casado —dijo Shaz con toda seguridad—. Eso es porque temen que sus mentes estén siendo absorbidas por las exigencias paternalistas de... Oh Dios mío, mira al príncipe William.

—Déjame ver —interrumpió Jude arrebatándole el ejemplar del
Helio!
con la foto del ágil y joven mocoso real. Yo misma tuve que hacer grandes esfuerzos por no arrebatársela. Aunque está claro que me gustaría contemplar tantas fotos del príncipe William como fuese posible, preferiblemente con un buen surtido de trajes, me doy cuenta de que ese impulso es avasallador y negativo. Sin embargo no puedo dejar a un lado la impresión de grandes cosas fermentando en el joven cerebro real y la sensación de que, cuando llegue a la madurez, aparecerá como un caballero de antaño de la Mesa Redonda, enarbolando su espada y creando un deslumbrante nuevo orden que hará que el presidente Clinton y Tony Blair parezcan anticuados caballeros de edad y pasados de moda.

—¿Hasta qué edad creéis que se es demasiado joven? —dijo Jude como si estuviera soñando.

—Demasiado joven para ser tu hijo legal —dijo Shaz con absoluta seguridad, como si aquella fuese una ley gubernamental. Y supongo que ya lo es, ahora que lo pienso, dependiendo de lo mayor que seas tú. Justo entonces volvió a sonar el teléfono.

—Oh, hola, cariño. Adivina qué. —Mi madre—. Tu amigo Tom —ya sabes, el «homo»—, bueno, ¡va a traer a un poeta a leer al Club de Lectores del Instituto Nacional de Salvamento Marítimo! Nos leerá poemas románticos. ¡Como Lord Byron! ¿No es divertido?

—Ejem... ¿Sí? —repuse sin saber qué decir.

—De hecho, no es nada especial —di) o con desdén—. A menudo tenemos autores en el club.

—¿De verdad? ¿Como quién?

—Oh, muchos, cariño. Penny es
muy buena amiga
de Salman Rushdie. Pero bueno, cariño, vas a venir, ¿verdad?

—¿Cuándo es?

—El viernes de la semana que viene. Una y yo vamos a preparar
vol-au-vents
calientes con trocitos de pollo.

Other books

Exquisite Danger by Ann Mayburn
Canapés for the Kitties by Marian Babson
Bound to Her by Sascha Illyvich
The Unmaking by Catherine Egan
The Bones by Seth Greenland