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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (35 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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—Buenas noches, Jim —dijo Trent afectuosamente—. Perdona por dejarme caer sin avisar.

La dulce cadencia de la voz de Trent era como un bálsamo que aliviaba mi dolor de cabeza. Lo adoraba y lo odiaba al mismo tiempo. ¿Cómo algo tan precioso podía pertenecer a alguien tan repugnante?

—Aquí siempre es bienvenido, señor Kalamack. —El hombre olía a virutas de madera y me acurruqué en una esquina, preparándome para lo peor—. Entonces, ¿se ha inscrito ya? ¿Tiene su puesto para el primer asalto?

—¿Hay más de una pelea? —interrumpió Jonathan.

—Por supuesto, señor —dijo alegremente Jim, a la vez que giraba suavemente la rejilla de la jaula para mirar dentro—. Las ratas luchan hasta que mueren o las retiran sus dueños. ¡Vaya, un visón! Qué… exótico. Quizá reduzca sus posibilidades, pero no se preocupe. Hemos tenido tejones e incluso serpientes antes. Nos gusta la variedad y a todo el mundo le encanta cuando se comen a uno de los luchadores.

Mi pulso se aceleró. Tenía que salir de allí.

—¿Está seguro de que su animal luchará? —preguntó Jim—. Estas ratas han sido criadas especialmente para pelear, aunque también tenemos una rata callejera que lleva haciendo una sorprendente demostración estos últimos tres meses.

—La he tenido que sedar para meterla en la jaula —dijo Trent con voz tensa.

—Oooh, sí que es una luchadora. Tome —dijo Jim solícito, al tiempo que le arrebataba una libreta a uno de los organizadores que pasaba por allí—. Déjeme que cambie su pelea del primer asalto a uno de los últimos para que pueda recuperarse totalmente de la sedación. Nadie quiere esos puestos de todas formas. No hay mucho tiempo para que los animales se recuperen antes del siguiente combate.

Me acerqué lentamente al frontal de la jaula, desesperada. Jim era un hombre agradable, de mejillas redondas y amplia barriga. Bastaría un pequeño hechizo para convertirlo en el Papá Noel del centro comercial. ¿Qué haría en los bajos fondos de Cincinnati? La jovial mirada del hombre pasó por encima del hombro de Trent y saludó efusivamente a alguien.

—Por favor, no se separen de sus animales en ningún momento —dijo dirigiéndose a los recién llegados—. Tienen cinco minutos para meter a sus participantes en el foso desde que se les llama o serán descalificados.

Un foso
, pensé,
estupendo
.

—Lo único que necesito saber ahora es el nombre del animal —dijo Jim.


Ángel
—dijo Trent con burlona sinceridad, pero Jim lo apuntó sin dudarlo ni un instante—.
Ángel
—repitió—, perteneciente y adiestrada por Trent Kalamack.

—¡Yo no te pertenezco! —chillé y Jonathan golpeó la jaula.

—Volvamos arriba, Jon —dijo Trent después de estrecharle la mano a Jim y que este se marchase—, el ruido de estas ratas me da dolor de cabeza.

Me agazapé apoyándome en las cuatro patas para mantener el equilibrio dentro de la oscilante jaula.

—No pienso luchar, Trent —chillé con todas mis fuerzas—. Ya puedes ir olvidándote.

—Vamos, estése quieta, señorita Morgan —dijo Trent en voz baja mientras subíamos—. ¡Pero si la han entrenado para esto! Todos los cazarrecompensas saben cómo matar. Trabajar para mí, trabajar para ellos… no hay mucha diferencia. Además, es solo una rata.

—Yo nunca he matado a nadie en mi vida —grité sacudiendo la puerta—. Y no pienso empezar a hacerlo para ti.

Pero en el fondo sabía que no tenía otra elección. No podía razonar con una rata, decirle que se trataba de un terrible error y que podíamos intentar llevarnos bien.

El ruido de las ratas quedó amortiguado por las conversaciones en voz alta cuando subimos las escaleras. Trent se detuvo para observar a su alrededor.

—Mira allí —murmuró—, es Randolph.

—¿Randolph Mirick? —dijo Jonathan—. ¿No estabas intentando organizar una cita con él para incrementar nuestros derechos sobre el agua?

—Sí —Trent casi suspiró la afirmación—, desde hace siete semanas. Al parecer es un hombre muy ocupado. Y mira allí, ¿ves esa mujer con el odioso perrito en brazos? Es la directora ejecutiva de la fábrica de cristal que nos suministra. Me gustaría mucho hablar con ella sobre la posibilidad de obtener un descuento por volumen. No tenía ni idea de que esto sería una oportunidad para hacer contactos.

Nos pusimos de nuevo en movimiento y avanzamos entre la multitud. Trent mantenía conversaciones animadas y amistosas, presumiendo de mí como si fuese una yegua de concurso. Me acurruqué en el fondo de la jaula e intenté ignorar los sonidos que las mujeres me dedicaban. Notaba la boca como el interior de un secador de pelo y de todas partes me llegaba un fuerte olor a sangre y orina rancias. Y a ratas. También las oía desde aquí. Chillaban con sonidos tan agudos que la gente no podía percibirlos. Las peleas habían comenzado ya, aunque ninguno de los asistentes de dos patas lo supiese. Puede que los barrotes y paredes de plástico separasen a los contendientes, pero ya se estaban intercambiando amenazas de violencia futura.

Trent encontró un asiento junto a la mismísima alcaldesa de la ciudad y, tras colocarme en el suelo entre sus pies, empezó a hablar con la mujer sobre los beneficios de recalificar sus terrenos como industriales en lugar de como comerciales, teniendo en cuenta que una gran parte se usaban de una forma u otra para un beneficio industrial. Ella no parecía escucharle hasta que Trent comentó que se vería obligado a reubicar sus industrias más sensibles a otros pastos más receptivos.

Fue una hora de pesadilla. Los chillidos y alaridos ultrasónicos se abrían paso entre los sonidos más graves, pasando inadvertidos para la multitud. Jonathan me mantenía al tanto con detallados comentarios, adornando las monstruosidades que sucedían en el foso. Ninguno de los combates duró mucho, diez minutos como máximo. El repentino silencio seguido de las salvajes explosiones de gritos de los espectadores resultaba primitivo. Pronto pude oler la sangre con la que Jonathan parecía disfrutar tanto, y no dejaba de sobresaltarme cada vez que Trent movía los pies.

El público aplaudía educadamente los resultados oficiales del último combate. Era una victoria clara. Gracias a Jonathan supe que la rata vencedora le había rajado el vientre a su oponente antes de que se rindiese y muriese con los dientes aún clavados en la pata de la ganadora.

—¡
Ángel
! —gritó Jim con voz grave para dar énfasis a su papel de animador del espectáculo—, perteneciente y adiestrada por Kalamack.

Me temblaron las piernas por la descarga de adrenalina.
Puedo vencer a una rata
, pensé mientras la multitud vitoreaba a mi adversario,
El Barón Sangriento
, que ya aparecía en el foso. No me iba a matar una maldita rata.

Se me hizo un nudo en el estómago cuando Trent se deslizó en el banco vacío junto al foso. El hedor era cien veces peor allí. Sabía que incluso Trent podía olerlo. Su cara se arrugó con gesto de desagrado. Jonathan hacía oscilar su peso nerviosamente entre una pierna y otra detrás de Trent. Para ser un pijo remilgado que se planchaba el cuello de la camisa y se almidonaba los calcetines, le gustaban demasiado los deportes violentos. Los chillidos de las ratas casi habían desaparecido ahora que la mitad estaban muertas y la otra mitad se lamía las heridas.

Dedicaron un momento o dos a las cortesías entre los dueños, seguidos por un drástico aumento de la excitación orquestado por Jim. No estaba escuchando su palabrería de maestro de ceremonias, estaba más preocupada por mi primera impresión del foso.

El círculo era más o menos del tamaño de una piscina infantil, con paredes de casi un metro de alto. El suelo era de serrín decorado con manchas repartidas por todas partes y que probablemente fuesen de sangre. El olor a orina y a miedo era tan fuerte que me sorprendía no verlo en el aire en forma de neblina. Alguien con un retorcido sentido del humor había puesto juguetes para mascotas en la arena.

—Caballeros —dijo Jim teatralmente, acaparando mi atención—. Coloquen a sus participantes. Trent se acercó la jaula a la cara.

—He cambiado de opinión, Morgan —murmuró—. Ya no me interesas como cazarrecompensas. Eres más valiosa para mí matando ratas de lo que serías jamás matando a mi competencia. Los contactos que puedo hacer aquí son fabulosos.

—Vete al cuerno —le repliqué.

Ante mi áspero chillido, abrió la puerta y me echó fuera.

Caí en el serrín con un ruido amortiguado. El rápido movimiento de una sombra al otro lado del foso me anunció la llegada del
Barón Sangriento
. La multitud exclamó un «oh» de admiración y di un salto para esconderme detrás de una pelota. Yo era mucho más bonita que cualquier rata.

Vista de cerca, la arena era horrible: sangre, orina, muerte. Lo único que quería era salir de allí. Mis ojos se toparon con los de Trent y él me dedicó una sonrisa cómplice. Creía que podía dominarme. Lo odiaba.

El público animaba, y me volví para ver al mismísimo
Barón
en persona corriendo hacia mí. No era tan largo como yo, pero era más corpulento. Calculé que pesaríamos más o menos lo mismo. No paraba de chillar conforme corría. Me quedé inmóvil sin saber qué hacer. En el último segundo salté y le propiné una patada cuando pasó junto a mí. Era un ataque que había usado cientos de veces. Fue un acto instintivo, aunque como visón resultaba menos eficaz y elegante. Acabé mi patada circular agazapada, observando cómo la rata derrapaba para detenerse.

El Barón
vaciló y se frotó el hocico donde lo había golpeado. Había dejado de chillar. De nuevo se lanzó contra mí azuzado por el público. Esta vez apunté con más precisión y le alcancé en su alargada cara al saltar hacia un lado. Aterricé agazapada con las patas delanteras colocadas automáticamente a la defensiva, como si luchase contra una persona. La rata derrapó más rápido que antes y se detuvo, chillando y sacudiendo la cabeza como si intentase enfocar. La visión de una rata debía de ser muy limitada. Podía usar eso en su contra.

Abalanzándose como un loco sobre mí,
El Barón
embistió una tercera vez. Tensé mis músculos con la intención de saltar hacia arriba y aterrizar sobre su lomo para estrangularlo hasta dejarlo inconsciente. Sentía náuseas. No mataría por Trent, ni siquiera a una rata. Si sacrificaba uno de mis principios, alguna de mis creencias, me tendría en cuerpo y alma. Si cedía con esta rata, mañana podría tener que hacerlo con personas.

El griterío del público aumentaba conforme
El Barón
se acercaba a mí corriendo. Salté.

—¡Mierda! —chillé cuando la rata derrapó justo debajo, girándose sobre su espalda. ¡Iba a caer justo encima de él! Aterricé con un suave golpe y chillé cuando sus dientes se aferraron a mi hocico. Presa del pánico, intenté liberarme. Pero no cedió. Ejercía la presión justa para que no pudiese escapar. Retorciéndome sobre él, pataleé para soltarme, golpeándole la tripa con mis zarpas. La rata chillaba con mis golpes y poco a poco fue soltando mi hocico. Finalmente aflojó el mordisco de mi hocico lo suficiente para zafarme de él.

Retrocedí unos pasos frotándome la nariz y preguntándome por qué no me la habría arrancado de cuajo.
El Barón
se puso sobre sus cuatro patas de un salto. Se tocó el costado allí donde le había golpeado primero y luego la cara y también la tripa donde le había golpeado con las patas traseras, como catalogando la lista de daños que le había producido. Levantó una pata para frotarse el hocico y sobresaltada, me di cuenta de que me estaba imitando. ¡
El Barón
era una persona!

—¡Dios mío! —chillé y
El Barón
asintió una vez. Mi respiración se hizo aun más rápida. Miré a mí alrededor y vi a la gente apretada contra las paredes del foso. Juntos puede que lográsemos salir de allí.
El Barón
hizo una serie de ruiditos hacia mí y el público se quedó en silencio.

De ninguna manera pensaba desaprovechar esta oportunidad.
El Barón
retorció sus bigotes y arremetí contra él. Ambos rodamos por el suelo en una pelea inofensiva. Lo único que debía hacer era pensar en cómo salir de allí y comunicárselo al
Barón
sin que Trent se diese cuenta.

Chocamos contra una rueda de ejercicios y nos separamos. Me puse en pie y me giré buscándolo. Nada.

—¡
Barón
! —chillé, pero no estaba. Me di la vuelta preguntándome si una mano desde fuera lo habría sacado del foso. Oí unos arañazos rítmicos desde la cercana torre de bloques. Me esforcé por no girarme. Me sentí aliviada. Seguía estando allí y ahora se me había ocurrido una idea: Las manos entraban en la arena únicamente cuando la pelea había terminado. Uno de nosotros iba a tener que fingir que había muerto.

—¡Eh! —grité cuando
El Barón
se me echó encima. Sus afilados dientes mordieron mi oreja, rasgándola. La sangre manó hasta mis ojos dejándome medio ciega. Furiosa, lo lancé por encima de mi hombro.

—¿Qué coño te pasa? —le grité cuando cayó al suelo. La multitud gritaba enardecida, obviamente desestimando nuestro comportamiento anterior tan impropio de roedores.

El Barón
empezó a soltar una larga serie de chillidos. Sin duda intentaba explicarme lo que pensaba. Me abalancé sobre él mordiéndole la tráquea y haciéndolo callar. Con sus patas traseras me pateó mientras intentaba cortarle el suministro de aire. Se retorció hasta lograr agarrarse a mi hocico con sus uñas. Disminuí la presión por el dolor de sus punzantes garras, dejándolo respirar de nuevo.

Entonces
El Barón
se desplomó como si por fin me hubiese entendido.

—Se supone que no estás muerto todavía —dije, con su pelaje aún en la boca. Lo sujeté más fuerte hasta que empezó a chillar y a debatirse inútilmente. El griterío de la gente aumentó, presumiblemente pensando que
Ángel
estaba a punto de cobrarse su primera victoria. Miré a Trent. Mi corazón dio un vuelco al ver su mirada de sospecha. Esto no iba a funcionar. Puede que
El Barón
lograse escapar, pero yo no. Tendría que morirme yo, no él.

—¡Pelea! —chillé sabiendo que no me entendía. Dejé de presionar hasta que mi mandíbula quedó floja. Sin entenderme,
El Barón
se hizo el muerto. Le di una patada en la entrepierna y saltó de dolor librándose de mi débil mordisco. Me alejé rodando.

—Pelea, mátame —le chillé.
El Barón
sacudió la cabeza intentando enfocar. Señalé con la cabeza hacia el público. Parpadeó y pareció comprenderlo. Atacó de nuevo. Sus mandíbulas se cernieron sobre mi garganta, cortándome la respiración. Me sacudí frenéticamente lanzándonos contra las paredes. Oía los gritos de la gente por encima del sonido de mi pulso martilleándome la cabeza.

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