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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (40 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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Me detuve en la entrada para orientarme. Me gustan las bibliotecas. Huelen bien y son silenciosas. La luz fluorescente de la entrada parecía demasiado oscura; de hecho, por lo general la luz natural que entraba por las grandes ventanas que ocupaban toda la altura de dos pisos la complementaba. Ahora, la penumbra de la puesta del sol lo inundaba todo.

Mi vista se detuvo de pronto en un torbellino que caía del techo, ¡venía directamente hacia mí! Sobresaltada, me agaché. Nick me agarró del brazo. Perdí el equilibrio y mis tacones resbalaron en el suelo de mármol. Con un grito caí al suelo. Tirada con las piernas cada una para un lado me puse roja de vergüenza mientras Jenks revoloteaba sobre mi cabeza riéndose.

—¡Maldita sea! —grité—. ¡Mira por donde vas!

Hubo un murmullo entre la gente y todo el mundo me miró. Jenks se escondió entre mi pelo. Su risita me estaba poniendo nerviosa. Nick se agachó y me cogió por el codo.

—Lo siento, abuela —dijo en voz alta mirando a todos avergonzado—. La abuela no oye muy bien —añadió con un murmullo cómplice—, está hecha un vejestorio. —Se giró de nuevo hacia mí con la cara seria pero con un brillo divertido en sus ojos marrones—. Estamos en la biblioteca —gritó—, no hay que hacer ruido.

Con la cara ardiéndome tanto que se hubiera podido tostar pan en ella, mascullé algo y le dejé que me levantase. Hubo un murmullo de burlas y después todo el mundo regresó a sus asuntos. Un inquieto adolescente con la cara llena de granos vino corriendo hacia nosotros, sin duda preocupado por si presentaba una demanda. Con más alboroto del necesario me condujo hasta la oficina sin parar de hablar de suelos resbaladizos que acababan de encerar y de decir que hablaría inmediatamente con el conserje.

Yo me aferraba al brazo de Nick y me quejaba de mi cadera, empleándome a fondo en mi papel de anciana. El azorado chaval nos hizo pasar a una zona privada. Con la cara roja siguió mimándome; me sentó en una silla y me colocó los pies en alto en una silla giratoria. Se quedó parado un momento al ver el cuchillo plateado de mi tobillo. Con voz débil le pedí agua y salió disparado para traérmela. Tuvo que intentarlo tres veces para pasar por la puerta automática. Se hizo el silencio cuando la puerta se cerró tras él con un
click
. Sonriente, mis ojos se encontraron con los de Nick. No era así exactamente como lo habíamos planeado, pero habíamos entrado. Jenks salió de su escondite.

—Ha ido como la seda —dijo, salió disparado hacia las cámaras de seguridad—. ¡Ja! —exclamó—. Son falsas.

Nick me dio la mano y me ayudó a ponerme en pie.

—Pensaba bajar por la entrada de la sala de descanso de los empleados, pero por aquí también nos vale. —Lo miré sin entender y él señaló con los ojos hacia la puerta gris de la salida de incendios—. El sótano es por ahí.

Sonreí al ver la cerradura.

—¿Jenks?

—Ya estoy en ello —dijo descendiendo y empezando a manipular la cerradura. La abrió en tres segundos.

—Allá vamos… —dijo Nick girando el picaporte. La puerta se abrió para dejar ver una oscura escalera. Nick encendió las luces y escuchó atento—. No hay alarmas —susurró.

Saqué un amuleto de detección y lo invoqué rápidamente. Permaneció cálido y verde en mi mano.

—Tampoco hay alarmas silenciosas —murmuré colgándomelo del cuello.

—Eh —se quejó Jenks—, esto es para principiantes.

Comenzamos a descender. El aire era más frío en la estrecha escalera y no había ese reconfortante olor a libros. Cada seis metros colgaba una bombilla desnuda que arrojaba su luz amarillenta sobre la suciedad de los escalones. Había una franja de unos treinta centímetros de mugre en ambas paredes a la altura de la mano que me hizo arrugar la nariz. También había una barandilla, pero no pensaba usarla. La escalera terminaba en un oscuro pasillo con eco. Nick me miró y yo observé mi amuleto.

—Está despejado —susurré y él encendió las luces para iluminar el pasillo y dejarnos ver sus techos bajos y las paredes de bloques de hormigón. Había puertas enrejadas hasta el techo por todo el pasillo que dejaban ver perfectamente las estanterías de libros tras ellas.

Jenks revoloteaba confiado delante de nosotros. Yo seguí a Nick con el repicar de mis tacones hasta una de las puertas cerradas con llave. Era la sección de libros antiguos. Mientras Jenks entraba y salía por entre los agujeros romboides de la reja, yo me aferraba a ella con los dedos y me ponía de puntillas para centrar todos mis sentidos en los libros. Fruncí el ceño. Era mi imaginación, por supuesto, pero parecía que podía oler la magia fluyendo de las estanterías de libros, casi podía verla arremolinándose en mis tobillos. La sensación de que un antiguo poder emanaba del almacén cerrado era tan diferente del olor de arriba como lo era un bombón suizo de primera calidad de una chocolatina: embriagadora, dulce y poco saludable.

—Bueno, ¿y dónde está la llave? —pregunté, consciente de que Jenks no podría forzar la pesada cerradura mecánica y anticuada. A veces los viejos métodos son los más seguros.

Nick pasó los dedos bajo una repisa cercana con un brillo en los ojos por alguna frustración del pasado cuando su mano se detuvo.

—¿Que no tengo la suficiente experiencia como para bajar al almacén de libros? —masculló para sí blandiendo una llave con un trocito de Blutack pegado. Con los ojos fijos miró un rato la llave antigua, que parecía pesada en su mano, antes de abrir la puerta.

Mi corazón dio un vuelco y volvió a calmarse al oír el chirrido de la puerta al abrirse. Nick se guardó la llave en el bolsillo con un movimiento repentino y decidido.

—Tú primero —dijo encendiendo la luz fluorescente.

Vacilé un instante.

—¿Hay alguna otra salida? —pregunté y él negó con la cabeza. Me dirigí entonces a Jenks—. Quédate aquí —le dije—, cúbreme… las espaldas. —Me mordí el labio—. ¿Me cubres la espalda, Jenks? —dije con un nudo en el estómago.

El pixie debió de advertir el ligero temblor en mi voz ya que dejó a un lado su entusiasmo y aterrizó en la mano que le ofrecía al nivel de mis ojos y asintió. Los brillos de su camisa negra captaban la luz y se unían al brillo que desprendían sus alas.

—Entendido, Rachel —dijo solemnemente—. Por esa puerta no va a entrar nada sin que tú lo sepas, te lo prometo.

Tomé aire nerviosa. Nick parecía confuso. Todo el mundo en la SI sabía cómo había muerto mi padre. Agradecí que Jenks no mencionase nada excepto que podía contar con él.

—Está bien —dije quitándome el amuleto de detección y colgándolo donde Jenks pudiese verlo. Seguí a Nick hacia el interior ignorando la sensación de miedo que me ponía la piel de gallina. Tanto si contenían magia negra como si trataban sobre magia blanca, no eran más que libros. El poder provenía del uso que se les diese.

La puerta crujió al cerrarse y Nick me rozó al pasar junto a mí haciéndome gestos para que lo siguiese. Me quité el amuleto de disfraz y lo metí en mi bolso, luego me deshice el moño y agité la cabeza. Al sacudirme el pelo me sentí rejuvenecer medio siglo.

Leí los títulos de los libros junto a los que pasamos. Nos detuvimos al ensancharse el pasillo en una sala de tamaño considerable, oculta a la vista desde el pasillo por estanterías de libros. Había una mesa de aspecto oficial y tres sillas giratorias diferentes que no valdrían ni para el escritorio de un becario.

Nick caminó decidido hacia el armario de puertas de cristal al otro lado de la habitación.

—Aquí, Rachel —dijo abriendo la puerta—, mira a ver si está aquí lo que buscas.

Se giró apartándose el mechón de pelo negro de los ojos. Parpadeé ante la penetrante y maliciosa expresión de su rostro alargado.

—Gracias. Esto es genial. De verdad te lo agradezco —dije dejando el bolso en la mesa y acercándome a él. Me asaltaron de nuevo las preocupaciones y las aparté de mi mente. Si el hechizo era demasiado desagradable no lo haría.

Con cuidado saqué el libro que parecía más antiguo. La AFI encuadernación estaba rasgada por el lomo y tuve que usar las dos manos para manejar el pesado tomo. Lo coloqué en una esquina de la mesa y arrastré una silla frente a él. Hacía tanto frío como en una cueva allí abajo y me alegré de llevar mi abrigo largo. El aire seco olía a patatas fritas. Ahogando mi nerviosismo abrí el libro. La página con el título también había sido arrancada. Usar un hechizo de un libro sin nombre era inquietante. El índice estaba intacto y arqueé las cejas sorprendida. ¿
Un hechizo para hablar con los fantasmas?… guay
.

—Tú no eres como el resto de humanos que conozco —le dije a Nick mientras recorría el índice.

—Mi madre me crió sola —dijo—, no podía permitirse vivir en el centro y prefería dejarme jugar con brujas y vampiros que con los hijos de los drogadictos. Los Hollows era el menor de los males. —Nick tenía las manos en los bolsillos traseros y se balanceaba de delante hacia atrás mientras leía los títulos de los libros en un estante—. Crecí allí. Fui al Emerson.

Lo miré intrigada. Que hubiese crecido en los Hollows explicaba por qué sabía tanto del inframundo, lo necesitaba para sobrevivir.

—¿Fuiste al instituto de los Hollows para inframundanos? —le pregunté.

Zarandeó la puerta cerrada de un armario alto. La madera se veía rojiza bajo la luz fluorescente. Me pregunté qué sería tan peligroso como para estar bajo llave en una sala cerrada con llave, de un sótano cerrado también con llave en los bajos de un edificio gubernamental.

Hurgando en la cerradura combada por el calor, Nick se encogió de hombros.

—No estaba tan mal. El director se saltó las normas por mí después de que sufriese una conmoción. Me dejó llevar una daga de plata para ahuyentar a los hombres lobo y que me mojase el pelo con agua bendita para que los vampiros vivos no fuesen tan molestos. Eso no los detenía, pero el mal olor que producía funcionaba igual de bien.

—¿Así que agua bendita? —dije, aunque decidí que prefería mi perfume en lugar de emitir mal olor corporal que solo los vampiros pudiesen detectar.

—Los únicos que me causaron problemas fueron los hechiceros y los brujos —añadió dándose por vencido con la cerradura y sentándose en una de las sillas con sus largas piernas estiradas frente a mí. Le dediqué una sonrisita de complicidad. No me extrañó que las brujas le causasen problemas—. Pero las bromas cesaron cuando me hice amigo del brujo más malo y feo del instituto: Turk. —Una sonrisita cruzó sus ojos y parecía cansado—. Le hice los deberes durante cuatro años. Tenía que haberse graduado hacía tiempo y los profesores se alegraron de encontrar una salida del sistema alternativa para él. Como no iba a lloriquearle al director todo el rato como el puñado de humanos que había en el instituto, me convertí en lo suficientemente guay como para juntarme con los inframundanos. Mis amigos cuidaban de mí y aprendí muchas cosas que quizá no habría aprendido sin ellos.

—Como que no debes tenerle miedo a los vampiros —dije pensando que era raro que un humano supiese más sobre vampiros que yo.

—Al menos no a mediodía. Pero me sentiré mejor cuando me haya duchado y me quite el olor de Ivy de encima. No sabía que era su albornoz. —Se acercó hacia mí—. ¿Qué estás buscando?

—No estoy segura —dije nerviosa mientras miraba por encima de mi hombro. Tenía que haber algo que pudiese usar que no me acercase demasiado al lado oscuro de la «fuerza». Se me pasó por la cabeza una tontería:
tú no eres mi padre, Darth y nunca me uniré a ti
.

Los ojos de Nick comenzaron a llenarse de lágrimas por la intensidad de mi perfume y se retiró. Habíamos venido con las ventanillas abiertas en el taxi. Ahora sabía por qué no había dicho nada al respecto.

—No llevas mucho tiempo viviendo con Ivy, ¿verdad? —me preguntó. Levanté la vista del índice, sorprendida y puso una expresión seria—. Me ha dado la impresión de que vosotras no erais…

Me ruboricé y bajé la mirada.

—No lo somos —dije—. No si podemos evitarlo. Solo somos compañeras de piso. Yo estoy a la derecha del pasillo y ella a la izquierda.

Titubeó un momento.

—Entonces ¿no te importa si te hago una sugerencia?

Desconcertada, lo miré fijamente y se sentó en el borde de la mesa.

—Deberías probar un perfume con base cítrica en lugar de floral.

Abrí los ojos de par en par. No era eso lo que esperaba y me llevé la mano al cuello allí donde me había echado una buena dosis de aquel horrible perfume.

—Jenks me ayudó a elegirlo —dije a modo de excusa—, me dijo que cubría el olor de Ivy bastante bien.

—Seguro que sí —dijo Nick con una sonrisa comprensiva—, pero tiene que ser potente para que funcione. Los de base cítrica neutralizan el olor del vampiro, no solo lo enmascaran.

—Oh… —suspiré recordando la afición de Ivy al zumo de naranja.

—El olfato de un pixie es muy bueno, pero el de los vampiros está muy especializado. Ve de compras con Ivy la próxima vez. Ella te ayudará a elegir uno que funcione.

—Eso haré —dije pensando que podría haber evitado molestar a todo el mundo si simplemente hubiese pedido ayuda la primera vez. Me sentí estúpida. Cerré el libro sin título y me levanté para elegir otro. Saqué el siguiente de la estantería. Tensé los brazos al descubrir que era más pesado de lo que parecía. Lo dejé caer en la mesa con un golpe seco y Nick se sobresaltó.

—Lo siento —dije pasando la mano por la cubierta para disimular que le había rasgado la encuadernación podrida. Me senté y lo abrí.

Mi corazón dio un vuelco y me quedé helada con el pelo de la nuca erizado. No era mi imaginación. Preocupada levanté la vista para ver si Nick lo había notado también. Estaba mirando por encima de mi hombro hacia uno de los pasillos formados por las estanterías de libros. La espeluznante sensación no provenía del libro. Venía de detrás de mí. Maldición.

—¡Rachel! —se oyó una vocecita desde el pasillo—. Tú amuleto se ha puesto rojo pero no veo a nadie aquí.

Cerré el libro y me puse de pie. Hubo una perturbación en el aire. El corazón se me aceleró cuando media docena de libros en el pasillo se movieron solos hasta el fondo de la estantería.

—Oye, Nick —dije—, ¿hay fantasmas en la biblioteca?

—No, que yo sepa.

Maldita sea. Me levanté y me puse de pie junto a él.

—Entonces, ¿qué coño ha sido eso?

Me miró cauteloso.

—No lo sé.

Jenks entró volando.

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