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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

Cadenas rotas (16 page)

BOOK: Cadenas rotas
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Un encogimiento de hombros.

—No lo sé. Lo fue durante un tiempo, pero ahora está obsesionada con la magia. Igual que le está empezando a ocurrir a mi hermana... Hay algo extraño en la magia: es adictiva. Las personas que son capaces de utilizar la magia la persiguen con más ahínco que a la comida, el sexo, la amistad o cualquier otra cosa. Espero que nunca llegue a descubrir qué les atrae hacia ella. Te roba la humanidad... ¡Y ha vuelto a llevarse a mi hermana, maldita sea!

—Pero ¿qué hay del ejército? Cuentas con su lealtad. Todos te admiran y quieren parecerse a ti.

—Son una pandilla de inadaptados. La mitad buscan sus hogares, y la mitad se enrolaron porque les pagamos algunas monedas y anhelan aventuras, o no tienen un hogar que buscar. Preferiría que no hubiera ningún ejército y que Verde, yo y mi familia siguiéramos viviendo felices en Risco Blanco y que nunca hubiera oído hablar de la magia. Pero todo eso ha desaparecido... Y desear una existencia libre de hechiceros es como maldecir a los tábanos durante el Mes de la Cosecha. Tienes que vivir con ellos.

Gaviota removió la hoguera con la hoja de su hacha, sacándola enseguida para evitar que el metal se calentara y el temple se echara a perder.

Rakel comió en silencio. No hizo ninguna pregunta más. Las respuestas que le había dado el leñador la habían afectado demasiado. Gaviota no quería fama, gloria, adulación o riquezas. Sólo quería un hogar, una familia y días tranquilos para cultivar una granja o atender las tareas domésticas.

Ése había sido el sueño de Garth..., o eso había dicho. Pero la magia le había seducido y se lo había llevado, y después ella había sido arrancada de su hogar para pagar viejas deudas. ¿Por qué los dioses siempre te negaban las cosas que deseabas, incluso las más sencillas?

Rakel pensó que Gaviota nunca abandonaría a su familia para perseguir la magia y la fama. Era un hombre que deseaba exactamente lo mismo que ella...

* * *

—... porque, verás, todo es una red, una telaraña. Formamos parte de ella. Algunos hechiceros quieren creer que somos el centro, pero cualquiera que tenga una pizca de sentido común puede ver que no hay centros, sólo esferas conectadas las unas a las otras..., de la misma manera que los copos de nieve, con seis puntas, están juntos en un montón de nieve, tocándose pero a distancia, unidos pero separados...

Dedicados al estudio y a la concentración desde el amanecer hasta el ocaso, sin un solo momento de ociosidad, los días transcurrieron rápidamente para Mangas Verdes.

Chaney no le daba ni un segundo de reposo. La vieja druida hablaba incesantemente, pues tenía todo un mundo de conocimientos que impartir y ya no le quedaba mucho tiempo. La mujer nunca se cansaba y Mangas Verdes tampoco, aunque sólo comían setas, pan de piñones, tiras de corteza de sauce o bayas y moras. Las noches pasaban en un parpadeo, y Chaney ya estaba hablando cuando Mangas Verdes se despertaba; o quizá fuese que las noches pasaban sin que Mangas Verdes llegara a enterarse de su transcurrir, de tal forma que la oscuridad llegaba y se marchaba como si una nube se hubiera deslizado por delante del sol.

Pero la muchacha no tenía ningún motivo de queja, pues aprendía más y más a cada minuto que transcurría, y el conocimiento se iba amontonando sobre sí mismo y cada fragmento de sabiduría se añadía a los demás, y se iba apilando sobre su cabeza hasta que llegó un momento en el que Mangas Verdes creyó que quedaría aplastada bajo su peso. Pero escuchó, y aprendió, y vivió nuevas experiencias, y fue adquiriendo más confianza con cada día que pasaba.

—... por extraño que pueda parecer, lo que resulta más fácil es conjurar a alguien para llevarlo de un punto a otro —le explicó Chaney un día.

La anciana parecía tan débil y consumida como siempre. Sólo el áspero susurro de su voz tenía vida, y rara vez se alejaba de su roca recalentada por el sol. Pero Mangas Verdes tenía la sensación de que habían explorado el universo y todos sus planos, y de que incluso habían llegado a tocar las estrellas, todo eso mientras estaban sentadas en aquel claro.

—Llevar un objeto de un sitio a otro, en cambio, no es tan sencillo como ese truco de magia. Levantarse de una silla, cruzar un umbral y coger una vela en otra habitación resulta mucho más difícil y cansa mucho más. El conjurar mueve los objetos a través del espacio. Eliges un objeto que está ahí, y haces que el espacio que lo rodea pase a ser el espacio de aquí...

Mangas Verdes medio esperaba ver nevar cualquier día, pues el invierno ya había empezado cuando se fue del campamento, y ya debían de estar aproximándose al final del año. Pero cada nuevo día seguía siendo todo lo cálido que podía llegar a ser el invierno, y cada día aprendía más cosas. De vez en cuando se preguntaba cuándo llegaría Gaviota, pero enseguida expulsaba el pensamiento de su mente. Tenía cosas más importantes que la comida, la compañía o el sueño de las que asombrarse. La joven hechicera estaba aprendiendo cómo mover al mismísimo universo.

Y sin embargo había algunas noches en que los sueños volvían, llenos de locura, y cuanta más magia aprendía Mangas Verdes, más cerca le parecía encontrarse del precipicio...

Pero la voz amable y enronquecida de Chaney siempre estaba allí para apartarla del peligro, elogiando, pidiendo, insistiendo, animando..., como le había hablado en tiempos lejanos la voz de su madre, Agridulce, a la que la muchacha, que por aquel entonces era retrasada, sólo había conocido de una manera muy vaga. Quizá, al cuidar a Chaney, Mangas Verdes podría devolver a su madre muerta todo aquel amor y todas aquellas atenciones. Una cosa estaba muy clara, y era que Mangas Verdes nunca se sentía mejor y más feliz que cuando Chaney la llamaba «niña».

—Me llamaste druida, o algo que está por encima de eso, archidruida —estaba diciendo Chaney—, y sin embargo druida no es más que el nombre que se da a una persona que puede usar la magia y que ha profundizado en la magia de la naturaleza. Hechicera, brujo, bruja, taumaturgo, hechicero, caminante de los planos, hacedor de magia, chamán, sacerdote... Todo eso no son más que nombres. La gente ve a un pajarillo y lo llama arrendajo, pero eso es sólo para ellos: no cambia la forma en que vive el arrendajo, o lo que piensa de sí mismo...

Y así prosiguieron las lecciones, con Mangas Verdes teniendo la sensación de que había aprendido los conocimientos de toda una existencia en muy poco tiempo. Pero una mañana encontró a Hueso de Cereza metido dentro de un pliegue de su capa, rígido y frío. Cuando le comentó la muerte del pajarillo, Chaney guardó silencio durante unos momentos antes de contestar.

—Los gorriones sólo viven dos o tres años como mucho, querida... —replicó por fin.

* * *

El grupo de búsqueda de Gaviota salió de la taiga al segundo día y subió por una pendiente cubierta de hierba amarilla que llevaba a otra meseta. Había muchos momentos en los que desmontaban y subían usando las manos, tirando de sus caballos y medio arrastrándolos por la fuerza. Cuando llegaba la noche ataban a sus monturas para que no se escaparan y apostaban un centinela, y Gaviota siempre insistía en hacer un turno de guardia.

Los exploradores se hallaban en un mundo que les pertenecía por derecho propio, leyendo los sonidos e imágenes del bosque, vigilando en silencio durante la noche y hablando muy poco. Dinos y Channa eran amantes que compartían las mantas por la noche. Bardo cabalgaba un poco por delante de ellos o a un lado, absorto en sus pensamientos y en comunión con su dios; y la consecuencia de todo eso era que Rakel cabalgaba al lado de Gaviota, y que los dos hablaban.

Hablaron de muchas cosas, aunque Rakel siempre tenía mucho cuidado con lo que le decía. Permitió que el leñador pensara que no era más que una guerrera vagabunda obligada a servir a Karli por una compulsión mágica. Pero le habló de la familia que había dejado atrás en Benalia, y las preguntas llenas de inocencia de Gaviota le hicieron recordar cosas que había olvidado hacía mucho tiempo: historias, recuerdos e incidentes de su infancia y su juventud, cosas que últimamente habían estado volviendo a la superficie de su mente porque el tiempo le había dado su propio hijo, Hammen. Pensar en su hijo llenaba de dolor su corazón, pero se trataba de un dolor muy dulce y Rakel se iba sintiendo cada vez más unida a su familia pese a que estaban separados por una gran distancia.

Aun así, Rakel se juró que recuperaría a su hijo y que volvería a ver a su familia perdida. Y si Garth regresaba algún día, le exigiría que empleara su magia para el bien y para ayudar a la gente, y no en conjuros que hicieran aparecer a monstruos y asesinos para que lucharan con otros monstruos y asesinos.

Pero si quería liberar a su hijo, debía colocar las cabezas de Gaviota y Mangas Verdes delante del consejo, presentárselas al odioso Sabriam...

¿Podía hacer eso después de todo lo que había ocurrido? ¿Sería mejor quizá que no volviera nunca? ¿Podría esconderse de Guyapi, aquel hechicero capaz de «deslizarse» de un sitio a otro? ¿Podía desaparecer en las tierras salvajes de los dominios, ocultarse allí?

Pero, oh, su hijo, y que nunca pudiera conocer a su madre...

De noche Rakel yacía sobre su manta bajo las estrellas que destellaban con resplandores helados y oía a Gaviota recorriendo el campamento de un lado a otro, respirando a dos metros escasos de distancia de ella. Los pechos de Rakel por fin habían perdido la leche y habían quedado secos después de días de dolores, y el camino había ido endureciendo la blandura de su cuerpo. Mientras yacía en su soledad, echando de menos a su hijo y a Garth junto a ella, Rakel descubrió que anhelaba ser abrazada.

Y una noche ya no fue en Garth, cada vez más alejado dentro de su mente, en quien pensó cuando volvió a sentir aquel deseo, sino en Gaviota.

Más lecciones...

—Hay magia en todo, aunque más en algunas cosas y criaturas que en otras. Los humanos llevan un poco de magia dentro. Los elfos viven tan metidos dentro de la magia, igual que un pez vive metido dentro del agua, que no pueden separarla de sus existencias cotidianas. Algunos humanos dicen ser afortunados, pero la suerte no es más que usar la magia sin darse cuenta de ello. Así pues, en realidad la distinción entre los que pueden usar la magia y los que no pueden usarla no existe. Todas las criaturas son mágicas. Pero sólo unas pocas han aprendido cómo acceder al poder que llevan dentro...

Una mañana Mangas Verdes alargó la mano para dar unas palmaditas a su tejón, y el animal la mordió. Sorprendida, la muchacha observó con más atención a la criatura y descubrió que sus ojos habían quedado cegados por las cataratas, por lo que lanzaba mordiscos a todo cuanto le rodeaba en una reacción de defensa instintiva. El pelaje del animal ya no era gris, sino que se había vuelto casi totalmente blanco, y se movía con lenta rigidez, como si padeciera artritis. Mangas Verdes sabía que los tejones vivían seis o siete años. Aquel tejón de la oreja mellada tenía un año cuando empezó a seguirla. ¿Cómo...?

—La magia está revuelta y mezclada, como un gigantesco estofado. Hay magia de todos los colores, sabores y especies. Los druidas practican la magia de la naturaleza, pero incluso esa magia está compuesta de magia de la tierra, magia del agua, magia de los animales y magia del viento. A algunos hechiceros sólo les gusta la magia-magia, es decir, el manipular la magia: hechizos para determinar cuánta magia hay dentro de un artefacto, o cómo hacer invisible un artefacto. Sospecho que tu amiga Lirio, dado que sólo puede hacer algunos conjuros y volar un poco, tiene acceso a la magia de las nubes, o a la magia del cielo, o a la magia de lo que haya en el cielo, suponiendo que haya algo allí. He subido a las cimas de algunas montañas y he descubierto que el aire es tenue y frío, y supongo que a medida que vayas subiendo más arriba al final no habrá nada en absoluto..., salvo quizá alguna clase de magia que nadie ha descubierto y empleado todavía...

»El truco está en saber a qué clase de magia puedes tener acceso y purificarla. Si pretendes volar, entonces sólo quieres magia del cielo, de las nubes y del sol. Si llevas contigo magia de la tierra de color rojo hierro, entonces unirás un ancla a tus pies. Pero debes aprender a ver, a escoger una hoja de un árbol en un vasto bosque interminable...

La muchacha aprendía lentamente, absorbiendo y haciendo preguntas. Mangas Verdes hacía centenares de preguntas.

—¿Caminar entre los planos? Yo solía hacerlo cuando era joven, pero ya no lo hago. Lo he superado. Con el tiempo, aprendí que es mejor permitir que la naturaleza siga su curso. Sospecho que tú también lo aprenderás algún día. Todo es refinamiento, siempre aprender y más aprender... Por eso ya no tengo un grimorio. Verás, lo he reducido todo a una canción, porque así resulta más fácil de recordar...

»¿Compulsión? Ah, sí, la imposición de yugos, el obligar a lo que invoques a luchar por ti... Sí, muchos hechiceros emplean esa habilidad en su búsqueda del poder. Normalmente es el segundo hechizo que aprenden, pues su razonamiento es que no sirve de nada conjurar a menos que puedas controlar y dirigir lo que has conjurado. Pero una hoja tiene dos filos y si vives mediante la compulsión, puedes tener la seguridad de que acabarás conociendo su peso en tu espalda. Pero tú no estás interesada en doblegar a otros y hacer que se inclinen ante tu voluntad, ¿verdad, muchacha? No, ya me parecía que no. Sólo voluntarios, como tus soldados. Estupendo, eso siempre es mejor. Porque no te enseñaría a hacerlo ni aunque supiera cómo se hace...

»¿No te derrumbaste cuando esa hechicera del desierto te señaló con el dedo, y sin embargo Lirio sí? Quizá estás tan impregnada de magia que actúa como un escudo natural. ¿Tienes un hechizo de escudo? ¿No? Pues entonces se trata de eso. Normalmente se necesitan años para dominar esa habilidad y aprender a formar una muralla de maná puro, y sin embargo tú rechazas la magia con tanta facilidad como el plumaje de un pato rechaza la lluvia...

»¿Pesadillas? Todos los hechiceros las tienen, querida. Cuando conjuras, estás enviando tu mente, una parte de tu espíritu, en pos de la cosa que deseas conjurar. Hay historias de hechiceros que han enviado una parte demasiado grande de sí mismos al éter y que nunca han conseguido recuperarla después...

Eso la asustó.

—¿Marcar? Oh, sí, algunos lo llaman así. Sólo significa que si has visto algún objeto o criatura, y lo has tocado y olido, entonces lo conoces con la visión, con el don de ver. Por ejemplo, si a una persona corriente le das un clavo de herradura, lo reconocerá. Pero coge ese clavo y arrójalo dentro de una forja donde haya otros mil clavos idénticos a ese primer clavo, y entonces esa pobre alma ciega no podrá volver a encontrarlo ni en un millar de años. Pero un dominador del camino, un manipulador, podría limitarse a invocar la imagen de ese clavo —el clavo que había tocado—, cambiar el espacio a su alrededor, y atraerlo hasta su mano...

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