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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

Cadenas rotas (19 page)

BOOK: Cadenas rotas
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Todos volvieron la mirada hacia el mismo sitio con los ojos llenos de perplejidad.

El cerebro verde, sostenido por los tentáculos que ondulaban y se retorcían manteniéndolo a unos treinta centímetros del suelo, estaba inmóvil sobre las hojas invernales. La voz procedía de su diminuta boca roja.

* * *

Al igual que Mangas Verdes, en cuanto empezó a hablar el cerebro verde ya no dejó de hacerlo ni un solo instante..., ni durante esa noche, ni durante todo el día siguiente, ni durante la noche de ese segundo día. Sólo se callaba cuando quienes le escuchaban acababan tan agotados que ni siquiera su sed de conocimientos podía evitar que se quedaran dormidos.

El que la veloz cháchara del cerebro parlante fuese casi incomprensible no ayudaba demasiado.

—... mías cada mano con altas torres por encima de grandes agujeros debajo de torre de marfil toda blanca y caverna como boca con ojos encima enanos viajan dentro de carretas bajan hasta muy profundo recogen maná Mishra usa contra Ashnod preguntan por qué señal verde cae del cielo y yo puesto dentro de jaula barrotes de óxido presionan los ojos no puedo ver largo tiempo frío en espacio no frío sino vacío no hay comida y ver cómo las estrellas se vuelven blancas púrpuras azules rojas todo estalla y hay una explosión puesto dentro de caja y enviado al espacio todo el mundo quiere tenerme y el consejo decide que no y entonces Sabios huyeron corriendo y gritando uno grande se derrumba ojos estallan sangre cuchillo vuela hace ruido como chapoteo aplastado corriendo en la oscuridad luz del sol caliente grandes pájaros se comen al hechicero y brazos que tiran me pertenecen el sol asa y la mujer oscura que huele a arena viene no quiero ir con ella me vuelvo fantasma que no se encuentra...

Mangas Verdes se restregó los ojos doloridos y alargó una mano en un gesto titubeante, como si quisiera hacerle callar.

—¡Más despacio, por favor! ¿Cuál era la historia? ¿Alguien te robó y huyó al desierto, o fue la mujer llamada Karli la que intentó robarte el mes pasado? ¿De qué momento estamos hablando? ¿Y cómo llegaste al cielo para caer de él y hacer ese enorme agujero?

—... los Sabios dijeron que si uno tiene todo lo que querría y hace que todos los demás hagan lo que ese uno dice entonces nadie puede tenerme y me meten dentro de una caja y no puedo ver oscuro dentro de la caja pero siento gran peso y soy empujado apretado lanzado a través del cielo y lo encuentro frío no-frío y brazos flotantes que van por todas partes no hay nada a lo que agarrarse así que adopto forma de caja...

—¡Por los brazos de Axelrod, Verde! —gruñó Gaviota—. ¿Quieres hacer que esa condenada cosa se calle de una vez para que podamos dormir? ¡Debe de ser un aparato de tortura! Estoy seguro de que lo usaban para torturar a la gente: ¡te encerraban en una habitación con eso y te volvía loco!

—Vamos, Gaviota, deja de decir tonterías —bromeó Rakel.

Todos —Mangas Verdes, Gaviota, Rakel, Chaney y los exploradores, salvo un centinela que iba y venía de un lado a otro— estaban dentro de la caverna de Chaney, aquel oscuro agujero que se abría en la ladera de la colina. Los ocho estaban pegados unos a otros, apretujándose desde la cabeza hasta los pies encima de mantas colocadas sobre el suelo arenoso. Rakel y Gaviota compartían la misma manta, y en toda la noche la mujer no había apartado ni un solo instante el brazo con que lo rodeaba del robusto pecho de su nuevo amor. Chaney estaba echando una corta siesta, pues nunca dormía más de una hora seguida, pero Mangas Verdes intentaba mantenerse despierta y trataba de descifrar el interminable discurso carente de todo sentido que entonaba aquella voz chirriante.

La caja estaba encima de una tosca mesa, con una vela de sebo al lado. La diminuta llama bailoteaba y brillaba sobre su piel llena de arrugas. Los gruesos tentáculos truncados o terminados en aquella especie de pinzas nunca paraban de moverse, retorciéndose continuamente como si fueran un nido de serpientes. Pero la joven hechicera estaba sentada a menos de medio metro de la cosa, con la cabeza apoyada en el brazo y aparentemente fascinada por ella.

—Espera, espera —suplicó Mangas Verdes. Necesitaba dormir, pero su necesidad de conocimiento era todavía más grande—. ¿Por qué todos te querían? ¿Qué puedes hacer, aparte de convertirte en una caja rosada y volver a tu auténtica forma después?

—... caja rosada es la forma de caja mantenida y yo apretado y estrujado dentro metido en el espacio cuando enviado lejos caja no verdadera forma cualquier forma buena...

—Espera, espera. Adoptaste la forma de la caja dentro de la que te metieron, ¿verdad? Pero en realidad no tienes ninguna forma, ¿eh? Puedes adoptar cualquier aspecto, ¿no? Como por ejemplo... ¿Una rana?

Mangas Verdes se echó hacia atrás cuando la masa temblorosa absorbió sus tentáculos en sí misma, se retorció un poco más violentamente y se encogió de repente..., y se convirtió en una rana del tamaño de un gato. El cambio se produjo en un abrir y cerrar de ojos, pero el artefacto no dejó de hablar ni un solo instante.

—... obliga a que los hechiceros hagan lo que los otros hechiceros quieren que ellos hagan y los Sabios dicen que no es bueno obligar a que nadie haga lo que no quiere hacer y que entonces hay que enviar muy lejos si es que no se puede destruir porque fue hecho por todos...

Mangas Verdes volvió a sobresaltarse cuando un fantasma se materializó junto a ella: era Chaney, blanca y tan reseca como un cadáver bajo la luz de las ramas y juncos. La anciana extendió la mano —Mangas Verdes hubiese podido jurar que la luz era visible a través de ella—, y rozó la cabeza de aquella cosa que no era una rana. Los enormes ojos saltones ni parpadearon ni se retrajeron, como sí habrían hecho los de una rana de verdad.

—Repite eso último, Hijo de los Sabios —dijo la druida.

—... no es bueno hacer que alguien tenga que hacer algo sólo porque otro quiere que haga eso así que debo irme pero no puedo ser destruido porque fui hecho por todos...

—¡¡¡Ahhhh!!! —jadeó la druida, y Mangas Verdes temió que estuviera sufriendo otro ataque. Pero la druida sólo estaba sintiendo un gran asombro—. ¿Lo ves, niña? ¡Este artefacto fue construido por los Sabios de Lat-Nam! Ellos...

—¿Quiénes?

—Oh, querida, ha pasado tanto tiempo... Los Sabios de Lat-Nam eran un antiguo colegio de personas con poderes mágicos fundado por Drafna y dedicado a codificar la magia, pero también a entender los artefactos todavía más antiguos que se conservan de tiempos desconocidos..., ¡y a detener a los hermanos, Urza y Mishra! Ya te contaré más cosas sobre ellos después, aunque en realidad no hay mucho que contar. Los Sabios eran el cónclave de hechiceros más grande que jamás ha existido, y trabajaron durante... Bueno, se piensa que durante décadas. Pretendían controlar la magia y fabricaron muchos, muchos artilugios maravillosos y letales. La mayor parte fueron destruidos cuando Urza y Mishra los encontraron durante la Guerra de los Hermanos, pero olvidémonos de eso ahora.

»¡Éste es uno de los objetos que crearon! —añadió, dando unas palmaditas sobre el artefacto, que seguía hablando—. Y si he entendido bien lo que acabo de escuchar, ¡tenía el poder de obligar a un hechicero a obedecer a otro! No sé si fue diseñado para ser un aparato de control, un castigo que el cónclave pudiera utilizar para someter a otros hechiceros a su voluntad o, quizá, como una especie de aparato de conexión para que pudieran unir sus poderes. Pero hay una cosa que no debes olvidar y que hemos de tener en cuenta: dice que no pudo ser destruido porque era demasiado poderoso, pues había sido creado por muchísimos hechiceros que trabajaron en estrecha colaboración. Y, en consecuencia, al final no les quedó más remedio que enviarlo lo más lejos posible...

La luz de la comprensión empezó a extenderse por la mente de Mangas Verdes, que de repente había dejado de tener sueño. La muchacha se irguió sobre su manta.

—Quieres decir...

—Que este juguetito es el artefacto más poderoso que ha existido en toda la historia —concluyó Chaney.

* * *

Mangas Verdes intentó entender las ramificaciones de todo aquello mientras un caos de pensamientos contradictorios se agitaba dentro de su cabeza. Gaviota y Rakel se habían levantado de su manta para estudiar el artefacto.

—Es demasiado poderoso —jadeó Mangas Verdes—, porque puede controlar... a cualquier hechicero...

—¡Y nosotros lo controlamos! —la interrumpió Gaviota.

—¿Qué? —preguntaron todos a coro.

—¿Es que no lo veis? —El leñador se levantó y se golpeó la cabeza en el techo de la caverna, pero ni siquiera se enteró—. ¿Es que no lo veis? ¡Era demasiado peligrosa para tenerla cerca, porque un hechicero puede utilizar esto para obligar a otros hechiceros a que hagan lo que él quiera! De la misma manera que ahora los hechiceros dominan a los peones y los someten a su voluntad... ¡Es la respuesta a nuestras plegarias! Con esta... cosa... por fin podremos atrapar a esos hechiceros que van de un lado a otro haciendo de las suyas, y podremos arrebatarles todo su poder. Es lo que el ejército necesita para triunfar.

El silencio fue casi absoluto mientras todos asimilaban aquel hecho..., casi, porque la rana siguió parloteando en un veloz susurro.

—No puede ser tan sencillo —murmuró Mangas Verdes—. Cuando se trata de la magia, nunca hay nada sencillo.

—¡Creía que odiabas la magia, Gaviota! —exclamó Rakel.

—¡Y la odio! —protestó el leñador—. ¡Pero esto pondrá fin a las carreras de quienes la emplean para malos usos! ¡Por fin hemos encontrado un poco de magia buena!

—O mala —graznó Chaney, que se había apoyado en la mesa con su mano buena y mantenía la mirada clavada en los ojos de la rana—. Un artefacto tan poderoso será un imán para cada persona capaz de utilizar la magia que haya en esta esfera. Cada día tendréis que enfrentaros a alguien que querrá robarlo.

—¡Sí! —jadeó Rakel de repente—. Eso es lo que estaba buscando Karli cuando atacó vuestro campamento. Arrojó todos los otros artefactos a un lado sin estudiarlos, y sólo cogió éste. Pero se volvió intangible como una imagen fantasmal apenas la hechicera intentó tomarlo en sus manos, y se escurrió por entre sus dedos. Cuando tuvo que dejarlo allí y huir, Karli gritó de furia.

—¿Por qué no nos contaste todo eso antes? —preguntó Mangas Verdes.

—¿Eh? Oh. —Porque por aquel entonces Rakel había sido su enemiga—. Se me olvidó.

—No importa —dijo Gaviota—. ¿Qué me dices, Verde? ¿Crees que tú y Chaney podríais averiguar cómo utilizar en contra de los hechiceros a esta cosa que no para de hablar?

—Yo... No lo sé. Todo es tan nuevo, tan repentino... ¿Chaney?

—Si invertimos el tiempo suficiente en ello, podemos encontrar la respuesta a cualquier pregunta —dijo la anciana druida con voz pensativa—. Pero...

—Tenemos que averiguar cómo se usa —dijo Gaviota—, y pronto. Antes de que otro hechicero aparezca, se la lleve y la utilice para controlarnos...

_____ 9 _____

—Por el amor de la dama Evángela, ¿quieres levantarla de una condenada vez?

Gaviota deslizó sus dedos sobre el mango de su hacha para empuñarla en un ángulo ligeramente distinto y la sostuvo de lado sobre su pecho.

—No veo por qué...

El leñador se encogió sobre sí mismo cuando la espada de Rakel salió disparada hacia su rostro. Desvió la corta hoja hacia arriba con un giro y un retorcimiento de la muñeca, pero la guerrera retrocedió de un salto e introdujo la hoja por debajo de la guardia de Gaviota, golpeándole en el pecho. Rakel había envuelto la punta de la espada con un trozo de corteza de abedul, pero aun así Gaviota soltó un gruñido ahogado.

Estaban practicando en un claro bastante alejado de la cueva de Chaney. Allí la mordedura del invierno era más intensa, y su aliento formaba nubéculas en el aire mientras sus pies iban y venían sobre las hojas caídas.

—Eres lento.

Pero Rakel también estaba resoplando. Trabajar en la granja y los viñedos la había mantenido en buena forma física, pero su cuerpo estaba preparado para el trabajo del campo, no para la lucha. Las piernas le pesaban como si fueran de plomo, y sus brazos y su estómago se habían ablandado. Pero ya empezaba a sentir los primeros cosquilleos de su antigua fortaleza, y notaba que empezaba a recobrar las viejas energías. Lo que debía hacer era aguzar sus reflejos y poner a punto su cuerpo, tal como había aguzado el filo de su espada.

Gaviota, exasperado, bajó el hacha.

—¡Nunca he afirmado ser un héroe surgido de alguna leyenda que mata hidras y medusas antes del desayuno! ¡Soy un leñador, por todos los Eternos! ¡Los árboles no esquivan tu hacha cuando les lanzas un golpe!

Rakel siguió mirándole fijamente mientras alzaba su espada para volver a atacar, pero esta vez Gaviota desvió la hoja hacia abajo. Gaviota se lanzó al ataque y envió el mango de su hacha hacia el rostro de Rakel, y la guerrera tuvo que agacharse. Pero enseguida se acuclilló y bajó su mano izquierda hasta apoyarse en el suelo, colocando su espada detrás de la pierna extendida de Gaviota en un movimiento tan veloz como el de una serpiente.

—Te has quedado sin tendón —anunció—. ¡Por los dientes de los dioses, Gaviota! En una hora te he matado una docena de veces, y te he dejado lisiado el doble. Y en Benalia ni siquiera se me consideraba ningún prodigio de la espada, sino que meramente se me tenía por una combatiente normal.

Gaviota, cada vez más disgustado, dejó caer su hacha al suelo, agarró a Rakel por los dos brazos y la arrojó por encima de su cabeza. Rakel aterrizó sobre su espalda, pero se dio la vuelta impulsándose con una mano y enseguida volvió a estar lista para atacar.

—¿Te importaría decirme por qué estás tan deseosa de adiestrarme? —preguntó el leñador—. Me las arreglaba muy bien por...

—Oh, Gaviota... ¿Es que no puedes entenderlo? Hasta el momento has tenido suerte en tus enfrentamientos con bárbaros azules, trolls y hombres-cerdo, o lo que fuesen aquellas criaturas, ¡pero un auténtico guerrero te dejará hecho trocitos esparcidos por el suelo antes de que puedas levantar esa reja de arado!

Gaviota frunció el ceño. Rakel no había respondido a su pregunta, pero decidió no insistir en que lo hiciera. Aquella mujer ocultaba más secretos que una de esas cajas que contenían cajitas dentro de más cajitas.

—He empuñado esta hacha desde que la forjé a los doce años —dijo, moviéndola de un lado a otro—. No voy a sustituirla por algún cuchillo para cortar queso como el que tienes en la mano. Hasta el momento he sobrevivido, ¿sabes? ¡He cambiado el maldito mango seis veces porque no paraban de hacérmelo astillas con sus espadas!

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