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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

Cadenas rotas (13 page)

BOOK: Cadenas rotas
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—¡Cuidado! —advirtió Kwam, con un grito tan estruendoso que la joven hechicera dio un salto.

El ruido hizo que el tejón desapareciera al instante, y Hueso de Cereza se apresuró a emprender el vuelo.

Tybalt estaba tan concentrado en la labor de hacer girar la manivela, y Daru en la de asegurarse de que la máquina no le pillaba los dedos, que ninguno de los dos se había dado cuenta de la aparición de la serpiente. El reptil de un metro y medio de longitud cayó sobre el suelo embarrado con un estremecimiento, un siseo y un golpe ahogado. Enfurecida —quizá ante la frialdad de la tierra, quizá por el ruido o por la tosca conjuración en sí—, la serpiente de cascabel se enroscó instantáneamente sobre sí misma y se preparó para atacar. Sus largos colmillos eran tan blancos como astillas de hueso y relucían con el veneno que goteaba de ellos.

La criatura centró toda su escasa y miope vista en la pierna herida de Mangas Verdes. Mientras Tybalt y Daru se apartaban de un salto, la serpiente agitó la cola con un breve cascabeleo que sonó como un zumbido de irritación, y se preparó para hundir sus colmillos.

Por muy amiga de los animales que fuese, Mangas Verdes no pudo evitar ponerse a chillar...

... y Kwam se interpuso entre ella y la serpiente.

La serpiente de cascabel estalló en una erupción de veloz movimiento, desenroscándose y atacando con un impacto tan poderoso como el de un garrote. El estudiante de magia dejó escapar un gruñido cuando la cabeza chocó con su rodilla y los colmillos se hundieron como agujas a través de la pernera de su pantalón de lana. La serpiente se retorció para liberar sus dientes, perdiendo uno que quedó atrapado en la tela. Sus poderosas rotaciones hicieron que Kwam se tambalease de un lado a otro, bamboleándose como un árbol bajo los embates de un vendaval.

Y entonces Tybalt, que por fin había recobrado el control de sí mismo y había comprendido lo que estaba ocurriendo, alzó la picadora de carne y la dejó caer sobre la serpiente.

La venenosa criatura se echó hacia atrás para morder al hechicero pródigo, pero tenía la columna vertebral rota y sólo consiguió ejecutar un débil medio giro. Kwam dejó caer su pesada bota sobre la cabeza del reptil mientras éste intentaba volverse. El largo y fuerte cuerpo se agitó y se flexionó, chasqueando como un látigo para ir quedando gradualmente inmóvil después.

Tybalt echó hacia atrás su gorra púrpura y se secó la calva.

—¡Uf! ¡Caramba! ¡Nunca habíamos creado una serpiente venenosa! ¡Siempre eran pequeñitas, meras culebrillas de jardín! Me pregunto si no habremos puesto demasiada pimienta...

Después dejó escapar un balido de sorpresa cuando Kwam cayó sobre él.

* * *

Una vez disipada la confusión —cuando la pierna de Kwam estuvo atada con un torniquete y fue transportado hasta la tienda-hospital, Amma abrió la herida y extrajo el veneno chupándola, los sanadores hubieron masajeado sus brazos y sus piernas para esparcir el veneno por todo su cuerpo y diluirlo, y se declaró que sobreviviría—, Tybalt tuvo grandes dificultades para despertar algún interés hacia otro artefacto mágico.

—Veamos lo que tenemos aquí. —Alzó un perro de hojalata al que se le podía dar cuerda y que estaba colocado sobre un pequeño pedestal, como si fuera una caja de música. Por una vez, Tybalt no esperaba que nadie le prestara atención y habló en voz baja—. Lo sacamos de una caja que tenía una cerradura mágica. Cuando le das cuerda y lo acercas a una persona capaz de utilizar la magia, entonces...

Hizo girar una llavecita en la espalda del objeto y el perro giró al instante sobre su base, dirigió su hocico de hojalata hacia Mangas Verdes y Lirio y empezó a ladrar. «Yipyipyipyipyipyip», ladró durante largos minutos que produjeron un efecto lamentable sobre los nervios de todos los presentes, y siguió ladrando hasta que se le acabó la cuerda.

Tybalt recorrió con la mirada el círculo de rostros muy serios que le contemplaban bajo la pálida claridad del amanecer.

—Impresionante, ¿verdad?

Mangas Verdes se recostó en la silla de ramas e intentó no suspirar. Hueso de Cereza volvió, y la joven le ofreció un dedo para que se posara en él.

—Sí, Tybalt, es im-impresionante. M-Muy bo-bonito. Y ahora llévatelo, p-por favor.

Tybalt asintió con expresión abatida y se apresuró a esfumarse con su juguete de hojalata. Daru y Ertha estaban descifrando un rollo de pergamino, trabajando con las cabezas inclinadas y sin hacer ningún ruido. No sentían ningún deseo de compartir la vergüenza de Tybalt.

Gaviota había venido corriendo en cuanto el estudiante de magia se derrumbó, y Rakel le había seguido como una sombra. (Si Gaviota se había dado cuenta de ello, no hizo ningún comentario al respecto.)

—Me pregunto si fue así como Liante supo que tú y Lirio teníais poderes mágicos —comentó distraídamente con voz pensativa—. Pero ¿por qué no oísteis esos ladridos?

Mangas Verdes alzó las dos manos hacia el cielo y las dejó caer lentamente.

—N-No...

La joven se rindió. Hablar resultaba demasiado difícil, y su tartamudeo la agotaba. Mangas Verdes se había sentido mucho más a gusto antes, cuando sólo podía emitir ruidos animales y olisqueaba como un tejón, parloteaba como una ardilla y silbaba como un arrendajo.

Rakel levantó una mano enguantada y dirigió un dedo hacia la caja rosada rodeada de extrañas bandas colocada encima de otro arcón, señalándola con tan poco interés como si acabara de fijarse en ella.

—¿Qué es esa cosa tan fea?

Todo el mundo miró en esa dirección. Lirio, que había estado sentada en silencio mientras adornaba una camisa con bordados, se encargó de responder a su pregunta.

—Creemos que es un cofre de maná —dijo—. Liante lo hizo sacar del fondo de un cráter. Cayó del espacio. Se supone que almacena maná, energía mágica, pero no hemos conseguido averiguar cómo lo hace. Liante lo llevaba encima de su cabeza, sujeto con un pañuelo, cuando intentó sacrificar a Mangas Verdes, pero no creemos que sea la forma adecuada de utilizarlo. —La ex bailarina contempló con más atención a la guerrera—. ¿Por qué lo preguntas?

—Mera curiosidad.

Rakel se encogió de hombros. Sabía que ése era el objeto que la hechicera Karli había codiciado, pero que no había podido llevarse consigo porque se había vuelto intangible. Pero Rakel se guardó aquel conocimiento para sí misma, pues podía acabar resultando útil.

—Es horrible.

Lirio asintió, aunque sin una corroboración verbal, y volvió a concentrarse en su labor de bordado. Sin mirar hacia allí, se dio cuenta de que Gaviota se marchaba y de que la guerrera Rakel le seguía los pasos. Lirio dejó escapar un ruidoso suspiro y su mano tiró de un hilo con demasiada fuerza, rompiéndolo.

Mangas Verdes imitó su suspiro.

—¿Tú también, Lirio?

Lirio dejó su labor y clavó la mirada en el cielo.

—¿Qué vamos a hacer, Mangas Verdes? ¿Qué podemos hacer?

Mangas Verdes se levantó, cojeando sobre su pie bueno, e hizo girar su silla hasta dejarla de cara a su amiga, que estaba sentada encima de un escabel. El aire de comienzos del invierno era frío, pero las capas de lana que la envolvían hacían que la débil claridad solar resultara bastante agradable. El trabajo del campamento proseguía a su alrededor: un ajetreo continuo, niños que gritaban y se perseguían unos a otros, los sargentos que aullaban órdenes mientras entrenaban a sus nuevos reclutas, el olor de una comida que hervía en la olla, un padre cantando a un bebé que colgaba de su espalda mientras él daba martillazos sobre un pequeño yunque... Hueso de Cereza se metió un poco más adentro de la capa de Mangas Verdes y se quedó dormido.

Pero las dos mujeres estaban inquietas, y se les notaba.

—Quizá s-si repasáramos l-lo que sa-sabemos... —empezó a decir Mangas Verdes.

—¡Ya lo hemos hecho un millar de veces!

—¡Lo s-sé, lo sé! Pero quizá s-se nos ha pa-pasado por a-alto algo.

Lirio reprimió otro suspiro. Estaba harta de compadecerse de sí misma.

—Muy bien, intentémoslo. ¿Qué es lo que sabemos? Bueno, de hecho no sabemos nada aparte de lo que hemos visto y hecho... Así pues, y basándonos en eso, ¿qué sabemos con certeza?

Lirio siguió hablando e inició una enumeración. Al parecer, los hechiceros tenían la capacidad (en cuanto a de dónde surgía, eso era algo que nadie sabía) de trasladar cosas de un sitio a otro mediante conjuros. Cuando, mediante sus viajes, podían tocar cosas, los hechiceros también podían «marcarlas» (para usar el término empleado por Tybalt). De esa manera formaban un catálogo de animales, plantas, accidentes del terreno como las estalagmitas, fuentes de magia como los lotos negros, praderas encantadas y toda clase de criaturas. Esas cosas contenían «maná», una energía mística a la que los hechiceros podían acceder y que podían utilizar (nadie sabía cómo). Un hechicero que hubiera marcado algo, posteriormente podía manipular el maná (¿de las tierras en las que se encontraba, de las tierras que había estado recorriendo y catalogando, o del interior de su propia persona?) e invocar el objeto, haciendo que apareciese ante él.

Y, de alguna manera igualmente ignorada, también podía obligar al objeto o criatura invocada a que luchara en su beneficio.

Después de haber sido adiestrado en el arte de la creación de magia, naturalmente.

Ni Mangas Verdes ni Lirio habían recibido ningún adiestramiento. Sólo podían hacer magia a través de la intuición y las corazonadas, y a veces no podían hacer ningún conjuro.

Suponían que Mangas Verdes había ido siendo impregnada de magia desde su nacimiento por el Bosque de los Susurros y que, si se encontraba bajo una presión lo suficientemente grande, podía conjurar una cosa que hubiera tocado en el pasado. Pero no podía desplazarse a través del vacío («deslizarse», otra de las palabras de Tybalt), como hacían Liante y otros hechiceros a los que habían visto. ¿Por qué no? ¿Cómo hacerlo? ¿Por qué los conjuros de Lirio brillaban con un resplandor blanco, mientras que los de Mangas Verdes ondulaban con el centelleo de los colores de la tierra? ¿Cómo se las arreglaban otros hechiceros para controlar hordas enteras de demonios? ¿Se habían aventurado por tierras de demonios y habían tocado a uno? Nadie lo sabía, aunque todos —Mangas Verdes, Lirio, Tybalt y los bibliotecarios— tenían un centenar de ideas, vagas nociones y retazos de historias y viejas leyendas entre las que buscar las respuestas.

Pero pese a toda la confusión que padecía Mangas Verdes, la situación de Lirio era todavía peor. Sabían que poseía capacidades mágicas, pues en un momento de terrible presión, cuando Mangas Verdes había estado a punto de ser sacrificada, Lirio había deseado que Gaviota estuviera allí y había invocado al leñador desde una isla lejana a la que había sido expulsado. En esa ocasión sus manos habían ardido con un resplandor blanco (la ex prostituta rió con amargura ante la idea de que su persona poseyera alguna clase de blancura.) Desde entonces. Lirio no había tenido absolutamente ningún éxito con ninguna clase de hechizos.

Salvo una.

Lirio y Mangas Verdes eran hechiceras, y no tenían forma alguna de controlar sus poderes. Cierto, Mangas Verdes podía conjurar jaguares, lobos y muros de espadas, pero nunca deprisa o con excesiva facilidad..., y bastaba con ver sus morados, y los de sus seguidores, y la hilera de tumbas recién cavadas allí donde empezaba el bosque, para saber hasta qué punto era poco fiable su magia.

De hecho, si no fuera por Tybalt y sus estudiantes, quizá no existiera ningún ejército. Los estudiantes habían estado jugueteando con un aro de plata adornado con incrustaciones de coral y habían hecho surgir de la nada una puerta iridiscente que llevaba a la isla tropical en la que Liante desterraba a sus prisioneros. Cruzar la puerta y poner los pies en la isla les había permitido rescatar a los soldados rojos Tomás, Neith y Varrius, a Bardo y a un puñado de orcos, y descubrir nuevos objetos extraños e incomprensibles, como la estatua de arcilla oriental. Los combatientes se habían convertido en el núcleo de su ejército, dado que Gaviota no sabía nada sobre los ejércitos y su organización. Pero, como había observado Gaviota, Tomás había venido hasta allí para pelear y sólo había encontrado la muerte. La magia, había murmurado el leñador, era una bendición y una maldición..., y normalmente era lo último.

En el caso de Lirio, la magia había resultado ser una causa para la introspección y el examen personal. Bailarina y prostituta desde la infancia, práctica y tozudamente decidida, con escasas ambiciones y ninguna ilusión acerca de la vida, Lirio se había asombrado al enterarse de que era una hechicera..., que apenas poseía un hechizo. Sus capacidades desconocidas la habían maravillado y horrorizado al mismo tiempo, y se había mostrado tan poco dispuesto a ponerlas a prueba como lo estaba el pajarillo a dejar su nido. Eso había hecho que empezara a tener dudas sobre cada aspecto de su persona, desde la magia y la vida hasta el amor y la lealtad.

—¡Antes siempre estaba tan segura de todo! —gimió—. ¡Sabía quién era, mis deberes estaban claros, y sólo tenía que entretener a Liante y cobrar mi sueldo! ¡Iba a viajar a una ciudad y abrir una tienda, por el amor del cielo! Pero ahora... ¿Qué bien le estoy haciendo a este ejército y a su cruzada? Tú nos proteges con conjuros, Gaviota organiza los combates, Amma cura, los cartógrafos hacen mapas, los cocineros cocinan... ¡Por las alas de Xira, yo ni siquiera sé cocinar! ¡Ya ni siquiera soy una ramera! ¡Ni siquiera soy «la amiguita del general»! Ah, estaba enamorada de tu hermano, o creía estarlo, y él estaba enamorado de mí, aunque no entiendo cómo podía amar a una ramera, y ahora ni siquiera me acuesto con él porque..., porque...

Los sollozos la interrumpieron. Lágrimas de rabia, frustración, ira y confusión corrieron por sus mejillas. Mangas Verdes se inclinó hacia adelante y le agarró la muñeca. Lirio casi se echó a reír: ella, que se suponía era la mujer de mundo dura y experimentada, recibía consuelo de la diminuta y tartamudeante Mangas Verdes. Pero aquel día incluso la exuberante e inagotable alegría natural de Mangas Verdes se hallaba en uno de sus puntos más bajos. Quizá su tobillo roto hacía que estuviera fatigada.

—Oh, L-Lirio. —La muchacha suspiró. Movió sus delgadas piernas, y torció el gesto al sentir la punzada de dolor de su tobillo entablillado—. Yo tampoco sirvo de m-mucho co-como hechicera. Lo único que co-consigo es ofrecer un b-blanco a otros hechiceros. ¿De qué si-sirve e-eso? —Su tartamudeo la obligaba a hablar despacio—. O-Odio lu-luchar. ¿Por qué las per-personas no pueden lle-llevarse b-bien unas c-con otras?

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