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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

Cadenas rotas (31 page)

BOOK: Cadenas rotas
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Y si Garth estuviera allí... Y Hammen, para ver actuar a su madre y contemplar cómo ganaba la gloria.

* * *

Por una vez, el ejército de Gaviota y Mangas Verdes fue el que llevó a cabo el ataque por sorpresa, y los combatientes lo ejecutaron con un feroz entusiasmo.

Las entradas al valle del hechicero se encontraban en el norte, el este y el suroeste. Las fuerzas de Rakel llegaron a caballo hasta sus posiciones el día anterior, con las armas que podían hacer ruido sujetas para que no tintinearan y los cascos de los caballos silenciados mediante trapos. Los seguidores del campamento habían tomado los mismos caminos e instalaron campamentos debajo de salientes y dentro de cavernas allí donde era posible, y los niños llevaron a cabo sus tareas y sus juegos entre susurros. Finalmente, en la más negra noche, la infantería avanzó y los caballos fueron colocados en formación.

Rakel observaba el cielo y aguzaba el oído para percibir el grado de preparación del ejército. Después, enviando una plegaria a su dios de la guerra, ordenó una carga.

La estruendosa llamada del cuerno de carnero hizo añicos el amanecer.

Gritando, aullando y chillando, el ejército entró en el valle como un torrente mientras el sol color rojo sangre se alzaba sobre las malas tierras, astillando los suelos en un sinfín de largas sombras rojas y negras. Del norte llegaron la caballería y los exploradores, con las lanzas enfiladas junto a las cabezas de sus monturas y las cintas amarillas aleteando al viento. Del suroeste, la ruta más corta, llegaron a la carrera los Verdes y los Rojos, mientras que del este, la ruta más larga, venían corriendo Rakel y Gaviota precediendo a los Azules de Neith. Aunque sólo eran treinta, gritaban como si fuesen trescientos, y el atronar de pezuñas y botas que invadió los tres angostos cañones fue tremendo.

El adormilado enemigo fue pillado totalmente desprevenido. Los traicioneros orcos, que habían atacado con tanta frecuencia desde las alturas y por la espalda, se encontraron atrapados entre tres falanges de guerreros enfurecidos. Orcos de color aceituna gritaron, corrieron, chocaron unos con otros, tropezaron y cayeron y se metieron en sus diminutas cavernas a tal velocidad que se golpearon la cabeza con los muros de roca. Dos orcos empezaron a luchar entre sí para cruzar la solitaria losa de piedra que salvaba el foso cavado alrededor del pináculo del hechicero, y su frenético debatirse acabó haciendo que los dos cayeran al foso entre alaridos.

Pero sus problemas no duraron mucho tiempo. La mayor parte murieron en cuestión de minutos.

La fuerza combinada de caballería y exploradores tenía permiso para abrir la ofensiva y, bajo las órdenes de Helki, formó una doble cuña que se abrió paso a través de los orcos como las guadañas a través del trigo. Las lanzas atravesaron a los orcos, y cuando los astiles se partieron o se volvieron demasiado pesados, los sables partieron en dos cabezas verdes y hendieron brazos adornados con brazaletes. Los combatientes de a pie prepararon sus arcos. Las cuerdas cantaron y las flechas sisearon, y los orcos murieron atravesados por ellas. Las aterrorizadas criaturas corrieron de un lado a otro para escapar a la muerte que las rodeaba por todas partes, pero las salidas del cañón estaban bloqueadas. Sangre de un negro verdoso fue empapando el suelo rocoso del valle mientras los gritos iban haciéndose cada vez más escasos. Fue una carnicería espantosa, pero Gaviota, Chaney y todos los demás habían estado de acuerdo en que el ejército se había ganado el derecho a infligirla. Los traicioneros ataques de los orcos les fueron devueltos con creces.

La mitad de su guardia había muerto antes de que el hechicero acorazado apareciese. Mangas Verdes y sus estudiantes, incluido el todavía tambaleante Tybalt, habían avanzado lo más deprisa posible pisándoles los talones a los oficiales y los Azules. Pudieron ver una robusta silueta desnuda en una de las ventanas superiores, que era un simple cuadrado abierto en la roca, pero el hombre desapareció enseguida. Volvió a aparecer unos minutos después, con sólo la mitad de su formidable armadura puesta: el hechicero llevaba el peto, el yelmo con cuernos, los guantes y el cinturón, y el resto de su atuendo se reducía a un sucio camisón de lana.

El hechicero movió las manos en su ventana, y lanzó al aire una nube de partículas blancas que parecían semillas. Las partículas llovieron desde la ventana, y allí donde caían aparecían pequeños torbellinos de cenizas que se enroscaron hacia el cielo y formaron a unas seis decenas de esqueletos de trasgo, diminutas siluetas temblorosas compuestas por viejos huesos amarillentos. Gaviota y Mangas Verdes los habían visto hacía tiempo en el bosque quemado, y habían quedado aterrados. Pero de día los esqueletos de trasgo parecían huesos de gallina arrojados en un estercolero, y el primer golpe del sable de un jinete dispersó los huesos como si fuesen ramitas para encender el fuego. Los esqueletos de trasgo fueron aplastados junto con los orcos agonizantes.

Mangas Verdes se echó a reír. Por una vez, otro hechicero se había visto bruscamente detenido. Mangas Verdes sabía que el conjurar requería su tiempo: algunos hechizos precisaban sólo segundos, y otros minutos. Pero el aturdido hechicero medio desnudo no dispondría de más tiempo. Mangas Verdes se aseguraría de que así fuera.

La nueva druida bajó de la grupa de Vara de Oro, alzó una mano para señalar la cámara de las alturas en las que el hechicero hacía desesperados esfuerzos para conjurar otro hechizo, y pensó en algunos de sus más viejos amigos, que en aquel momento estaban durmiendo en las tierras altas del Bosque de los Susurros a la espera de que pasara el invierno.

—Ayudadme, amigos míos, y haré que seáis recompensados...

Un instante después, y a pesar del estrépito de las carcajadas, pudo oír un graznido procedente del hechicero a medio acorazar. El hechicero fue tambaleándose hacia la ventana, se descolgó por encima del alféizar, aferrándose desesperadamente a él con las dos manos, y logró meterse por el hueco de la ventana de abajo. Un gigantesco oso gris sacó la cabeza por la ventana de la cámara que acababa de abandonar, gruñendo y tosiendo, y miró a su alrededor en busca del hombre que había invadido su madriguera.

Mangas Verdes vio asomar las manos enguantadas por la segunda ventana, y se preguntó sin mucho interés qué querría invocar el hechicero. Tendría que preguntárselo más tarde, cuando hubiera sido capturado...

Se subió las faldas, se puso en cuclillas y colocó las palmas de las manos sobre el suelo. El día anterior había hablado con la tierra, escuchando con una oreja pegada al suelo y leyendo su latir y su estado de ánimo. Si consiguiera establecer contacto con ella y utilizar su poder...

La carnicería del valle ya casi había terminado. Cuerpos verdes manchados de sangre oscura yacían por todas partes, retorcidos en toda clase de posturas y ángulos extraños como otras tantas muñecas rotas. Los hombres y las mujeres del ejército les cortaban la garganta a los orcos heridos y las patrullas iban sacando más orcos de las cavernas, tirando de sus tobillos antes de clavarles sus espadas. Otros combatientes limpiaban sus hojas en los harapientos faldellines de los orcos. Rakel ordenó a la trompeta que tocara la llamada de reunión, pues los oficiales habían acordado mantenerse lejos del pináculo y dejar trabajar a Mangas Verdes. El ejército volvió a adoptar su formación habitual, pero con un brazo de distancia entre cada combatiente para ofrecer un blanco lo más disperso posible en el caso de que fuera atacado con cohetes. Todos reían con deleite ante aquella victoria obtenida con tanta facilidad. La caballería hizo que sus monturas volvieran grupas en una espectacular maniobra, y se alejó en parejas y tríos para vigilar las entradas del valle. Muchos se protegieron los ojos contra la claridad del amanecer para poder ver qué ocurría a continuación.

Y lo que ocurrió fue que el hechicero parcialmente acorazado alzó un puño por entre cuyos dedos se filtraba un resplandor rojizo. Ya sabían que aquella luz procedía de la Piedra del Poder, un arma tan letal como misteriosa. Todos se encogieron un poco sin poder evitarlo, y Rakel tuvo que ordenarles con voz seca y dura que permanecieran en sus puestos.

Pero Mangas Verdes siguió acuclillada con las palmas encima del suelo. Sus ojos estaban cerrados mientras se concentraba.

Desde su balcón, el hechicero acorazado agitó la Piedra del Poder de un lado a otro y gritó una antigua maldición que chocó con las paredes rocosas y rebotó en una confusión de ecos.

Y las paredes del cañón iniciaron un lento fluir.

* * *

Los soldados, boquiabiertos, señalaron con las manos mientras enormes gotas de roca sólida rezumaban de las paredes y se iban derramando sobre el suelo de piedra. Las gotas de color rojo óxido, ocre, blanco sucio y gris pizarra se fueron uniendo unas a otras como acero derretido, y después volvieron a formarse lentamente. Del centro de los glóbulos se alzó un nudo primero, y luego un cuello y un torso que desarrolló brazos. Las gigantescas siluetas fueron adquiriendo cohesión y se convirtieron en hombres y mujeres, gigantes hechos de arcilla, blandos y carentes de rasgos, pero aparentemente tan poderosos como la misma tierra.

El júbilo embriagador de la victoria se evaporó, y los soldados sucumbieron al pánico mientras iban siendo rodeados por aquellas decenas de seres de arcilla. Los capitanes de Rakel enronquecieron de tanto gritarles que mantuvieran la formación, y golpearon a los soldados en la espalda y los hombros con el plano de sus hojas. Las siluetas a medio esculpir se alzaban por todas partes, tan altas como Liko el gigante. El ejército sabía que aquellos monstruos podían aplastar hombres y mujeres bajo sus pies como si fuesen hormigas, y que no habría forma alguna de replicar al ataque. Las botas crujieron sobre el suelo mientras los combatientes miraban frenéticamente a su alrededor. Algunos gritaron a Mangas Verdes que les salvara, e incluso los estudiantes de magia le dirigieron incoherentes balbuceos de súplica.

Y mientras tanto, Mangas Verdes seguía inmóvil con las manos pegadas al suelo.

Su mente viajó hacia abajo, y su espíritu viajó hacia abajo con ella. Como un topo ciego, como una nadadora, Mangas Verdes buscó en las profundidades con dedos invisibles de maná, investigando, persiguiendo y percibiendo fuerzas y debilidades ocultas. Voces asustadas llegaban tenuemente hasta ella y hombres y mujeres gritaban su nombre, pero Mangas Verdes estaba perdida en el subsuelo.

Olvidada a un lado en su bamboleante silla-hamaca colocada encima de un pony, estaba sentada la anciana druida Chaney. La vieja hechicera carraspeó y tosió entrecortadamente para aclararse la garganta, y después empezó a cantar con una voz que recordaba el graznido de un cuervo.

Rakel fue corriendo a reunirse con Gaviota. La guerrera de Benalia podía ser muy decidida y tener muchos recursos, pero unos gigantes de arcilla eran demasiado para treinta soldados. Rakel se dispuso a ordenar una retirada, y buscó mentalmente la ruta de huida más rápida y maldijo mientras lo hacía. ¿Qué estaban haciendo todas aquellas agitadoras de manos que no servían para nada? ¿Por qué no detenían aquella amenaza mágica? Más allá de Gaviota, pudo ver cómo las criaturas de arcilla daban sus primeros y largos pasos para salir de los charcos que las habían engendrado, alzando enormes puños de tierra sobre sus cabezas y preparándose para aplastar a los vivos y convertirlos en muertos...

La extraña canción de Chaney se hizo más poderosa y sus ecos resonaron en las paredes...

... y muy, muy despacio, las criaturas de arcilla fueron deteniendo su avance hasta quedar totalmente inmóviles. Cuando todas ellas se hubieron detenido sin haber llegado a dar más de tres zancadas, el cántico de la druida cesó.

Los soldados suspiraron y soltaron risitas de alivio en el repentino silencio. Tybalt, que ya estaba recuperado de la dolencia que había afligido a su mente, avanzó de puntillas. Armado con un garrote que había cogido, fue sigilosamente hacia el gigante de arcilla más cercano, que se alzaba como una copia del pináculo de roca. Tybalt lo rozó con la punta del garrote, alargando el brazo todo lo posible, y después golpeó una pierna inmóvil que había quedado paralizada cuando se disponía a dar otro paso.

La pierna se desmoronó como un castillo de arena, convirtiéndose en fragmentos diminutos que cayeron al suelo.

Los soldados rugieron su aprobación. Rakel también se echó a reír y movió un brazo, dando permiso para romper la formación. La infantería se apresuró a alzar sus armas para correr hacia las criaturas de arcilla y golpearlas con ellas. Recuperados de su pánico, todos rieron tan estrepitosamente como niños mientras deshacían a los seres de arcilla y los dejaban convertidos en colosales montones de barro seco.

Y entonces la tierra tembló bajo sus píes.

* * *

Mangas Verdes había profundizado en la tierra oculta por el suelo hasta encontrar una falla, y la había ido siguiendo hasta un punto cercano a la superficie. La joven hechicera introdujo dedos mágicos en la grieta y, con un encogimiento de hombros igualmente mágicos, irritó a la tierra lo suficiente para que ésta reaccionara.

La tremenda vibración sacudió el suelo del cañón como si fuese una alfombra.

Las rocas se desprendieron de las paredes para caer ruidosamente sobre el suelo. Los soldados se tambalearon e intentaron no perder el equilibrio. Los jinetes tiraron de sus riendas para impedir que sus asustadas monturas huyeran al galope. La joven trompeta dejó caer su instrumento. Alguien gritó. Chaney, que seguía inmóvil sobre su pony, sonrió.

El pináculo de piedra del hechicero se estremeció y empezó a oscilar lentamente de un lado a otro.

Mangas Verdes lo contempló, fascinada por su éxito. La columna de piedra sobre la que se alzaba la morada del hechicero, que no tenía más de cuatro metros de grosor, se partió de repente. Durante un segundo permaneció erguida y en posición vertical, pero después —despacio, muy despacio— la gravedad empezó a tirar de ella y trató de hacerla caer. Desequilibrado, el pináculo de piedra se inclinó y se derrumbó.

Directamente sobre Mangas Verdes.

Los ojos de la joven druida se desorbitaron. Mangas Verdes se irguió sobre sus sucias rodillas y se levantó las faldas para echar a correr. Mientras la sombra del pináculo que caía la rodeaba, vio a su robusto hermano corriendo al rescate..., pero ya era demasiado tarde para que Gaviota pudiese hacer nada.

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