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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

Cadenas rotas (36 page)

BOOK: Cadenas rotas
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Mangas Verdes meneó la cabeza. El artefacto le parecía frágil y carente de peso, y capaz de ofrecer muy poca protección. Pero tenía que admitir que había muchos momentos en los que su mente le parecía igualmente frágil y carente de peso, no más anclada al cuerpo que una pluma que cayera al suelo cuando la brisa dejaba de soplar. Con el corazón latiéndole ruidosamente, Mangas Verdes deslizó la cadenilla del pentáculo sobre su cabeza y dejó que reposara encima de su pecho.

Chaney tragó aire con una prolongada y temblorosa bocanada, como si hubiera corrido diez kilómetros.

—Eso es cuanto puedo daros. Ha llegado el momento de irse.

—Pero... —protestaron las dos mujeres.

—¡No nos has enseñado cómo se viaja por el éter! —exclamó Lirio un instante después.

Chaney suspiró.

—Yo hablo y ellas no escuchan... He dicho que todo eso sólo eran detalles. Concentrad vuestras mentes en lo que es importante, y olvidad lo demás. Mirad dentro de vuestros corazones; es allí donde se encuentra la verdad.

»Y ahora venid, pajaritos míos. Es hora de volar.

* * *

A nadie le pareció extraño que Chaney asumiera el mando. Con Lirio y Mangas Verdes sosteniéndola, una joven a cada lado, la anciana fue con paso lento y tambaleante hasta la hoguera central del campamento, donde esperaban Gaviota y sus oficiales. Después envió a la joven trompeta en busca de los guantes de Rakel, que habían quedado en su tienda. Chaney le dijo que los pusiera en la mano de Lirio.

Pero Lirio titubeó.

—Yo... ¡No puedo hacer esto! ¡Apenas puedo subir a un metro de altura! No puedo...

—Niña... —dijo Chaney.

Gaviota, que normalmente siempre trataba con gran deferencia a quienes eran mayores que él, la interrumpió.

—No te estamos ordenando que lo hagas, Lirio —dijo con voz afable y llena de dulzura—. Te lo pedimos por favor. Necesitamos a Rakel para que mande este ejército. Yo no puedo hacerlo, y no hay nadie más que pueda hacerlo. Fue gracias a Rakel como conseguimos nuestra primera victoria sobre Haakón.

Lirio no dijo nada, y se limitó a tirar de un hilo que sobresalía de su camisa mientras se preguntaba hasta qué punto estaba realmente enamorado Gaviota de Rakel, suponiendo que se tratara de eso.

—Es sólo que no quiero que... esto acabe... haciéndonos daño a todos.

O, peor aún, que todos acabaran perdidos en algún vacío.

Lirio clavó la mirada en el suelo, pero levantó la cabeza de golpe cuando Gaviota cayó de rodillas ante ella. El leñador tomó delicadamente sus manecitas entre las suyas, enormes, nudosas y llenas de heridas y mutilaciones.

—¿Qué estás haciendo? —protestó la joven—. ¡Levántate!

—Lirio, te lo suplico... Sé valiente y ayúdanos a rescatar a Rakel. No sólo por el ejército, o por mí, o ni siquiera por el niño al que tienen como rehén, sino también por ti.

La joven apartó las manos, incómoda y avergonzada, y le empujó los hombros.

—¡Basta! ¡Levántate! Oh, esto es muy embarazoso... ¿Qué quieres decir con eso de que he de hacerlo por mí?

¿Por qué de repente Gaviota estaba hablando como Chaney? ¿Acaso todo el mundo conocía sus más íntimos secretos?

Gaviota volvió a cogerle las manos y Lirio permitió que siguieran entre sus dedos. El leñador estaba de espaldas a la hoguera, y Lirio no podía verle bien la cara. Pero en su voz volvía a haber aquella apacible delicadeza que había visto en Gaviota por primera vez hacía tanto tiempo, cuando Lirio se enamoró de él.

—Lirio, ya sé que llevas una gran carga oculta dentro de tu alma. Incluso yo, torpe y ciego como soy, puedo verla. Estás llena de dolor, y lo sé. Sé que ésa es la razón por la que siempre has de mantenerte lejos de todo el mundo, y que por eso piensas que no puedes amar, que eres indigna de ser amada... Pero lo eres. Eres buena, y dulce, y considerada, y para ser todo eso te basta con no dejarte dominar por ese miedo que llevas dentro... Eres como un caballo lleno de bondad y amor que ha sido maltratado, y temes volver a correr. Pero por eso te pido que hagas esto y que nos ayudes. Te lo pido porque necesitas ayudar a otras personas, y ser amada, y respetada, y que cuiden de ti.

Lirio sintió que una lágrima la traicionaba y se deslizaba por la aleta de su nariz. ¿Cómo era posible que Gaviota fuese tan estúpido y torpe, y que al instante siguiente fuese tan dulce y comprensivo? Pero Gaviota y Chaney tenían razón. Era ella misma la que mantenía a distancia a la gente e impedía que llegaran hasta ella, y no ellos los que la mantenían alejada.

Y quizá por fin podría ayudar al ejército y a sus amigos, esos amigos que la habían aceptado tal como era y por lo que era.

Y, como en respuesta a ese pensamiento, el huevo de dingus brilló sobre su pecho con un cálido resplandor.

—Muy bien —resopló Lirio—. Lo intentaré. Pero levántate... ¡Vamos, levántate de una vez!

La gente reía a su alrededor, y después hubo un coro de oooohs y aaaahs cuando Gaviota la besó.

Lirio sorbió aire por la nariz y se limpió con la muñeca.

—Pero te advierto que quizá acabemos en el cielo y a dos kilómetros por encima del suelo.

Gaviota se echó a reír y le dio un potente abrazo de oso, estrujándola hasta que Lirio chilló.

—Entonces volaremos juntos.

Y el ejército prorrumpió en vítores y aclamaciones.

* * *

Por fin había llegado el momento de la partida.

Los preparativos ya estaban terminados, y todo el mundo tenía bolsas de comida y las armas bien afiladas.

Mangas Verdes iría acompañada por varios voluntarios, casi todos mujeres. La centauro Helki se había puesto su armadura, había colocado plumas nuevas en su larga lanza y había esparcido pintura de guerra sobre su cuerpo, llenándolo de runas, huellas de manos y sinuosas espirales. Con el yelmo que le cubría la cabeza, su rostro flaco y alargado tenía un aspecto feroz y sus ojos cubiertos de sombra brillaban con un hosco resplandor. Helki había insistido en ir a pesar de que Holleb aún no estaba totalmente recuperado de la terrible herida que había sufrido en el brazo. Mangas Verdes, que sabía hasta qué punto estaban unidos el uno al otro, se sintió muy impresionada. Una exploradora llamada Channa también se había ofrecido voluntaria para ir con ella. Channa era una mujer robusta de mejillas rollizas que vestía camisa y pantalones azules y calzaba botas grises, y llevaba una capa gris adornada con una pluma de cuervo sobre los hombros y una espada curva en el puño. Había sido amante de Givon, otro explorador que había sido decapitado por la horda de demonios junto con Melba, y tenía una deuda pendiente que cobrarse. La líder de los curanderos, Amma la samita, vestida con una túnica azul ceñida al cuerpo y un turbante blanco, también había insistido en ir. Kwam, el único hombre del grupo, no dijo nada, pero se negó a apartarse ni un centímetro de Mangas Verdes.

Mangas Verdes contempló a sus seguidores, sabiendo que también eran sus amigos.

—¿Preparados? —preguntó.

Todos asintieron con el rostro muy serio, un poco recelosos ante la perspectiva de ser trasladados por el éter. A nadie le gustaba, pues les recordaba que ya habían viajado antes de aquella manera y habían perdido sus hogares, quizá para siempre. Pero nadie se echó atrás.

—Estamos preparados, pero ¿cómo voy a encontrar al cerebro de piedra? —preguntó Mangas Verdes, volviéndose hacia Chaney.

Como respuesta, la druida alzó su mano buena y la puso sobre el hombro de Mangas Verdes. La luz de la hoguera que se esparcía por encima del viejo rostro de Chaney lo volvía de un color rojizo y oscurecía las arrugas, por lo que durante un momento Mangas Verdes pudo ver a la joven que había dentro de la anciana druida, y se dio cuenta de que, tal como había supuesto, se parecía bastante a ella.

—Piensa en el cerebro verde, como harías si fueras a conjurarlo —dijo Chaney—. De la misma manera en que tú lo has marcado, él también te ha marcado a ti.

Mangas Verdes parpadeó e intentó digerir la idea de que estaba marcada. Después rebuscó en las profundidades de su mente, y descubrió que así era. Todas las criaturas y objetos que había marcado y de los que podía disponer estaban allí: los lobos, los osos grises, el muro de espadas... Y a lo lejos, cantando como una alondra en los páramos, estaba aquel extraño cerebro de piedra.

—Sí, está allí —murmuró la joven hechicera.

—Pues entonces cierra los ojos, haz acopio de valor y de tus amigos, y ve hacia él. Yo te ayudaré.

La druida empezó a canturrear una antigua melodía que flotó en el aire de la noche y erizó el vello en las nucas del ejército. Las notas iban de un lado a otro, subiendo, bajando y moviéndose a la deriva. Mangas Verdes cerró los ojos y se concentró, aferrando el pentáculo que colgaba de su cuello con una mano mientras la otra temblaba visiblemente.

Por primera vez sintió que la magia venía hacia ella y la llenaba, en vez de limitarse a fluir a través de ella. El maná de la tierra, posiblemente recogido por Chaney, posiblemente recogido por alguna faceta de la misma Mangas Verdes, entró en sus pies, su cabeza, sus manos y su corazón.

Y entonces Gaviota dejó escapar un jadeo de sorpresa.

Los hilos que colgaban del maltrecho traje de Mangas Verdes empezaron a brillar, y el resplandor fue subiendo por la tela: primero fue marrón y después fue verde, y luego fue azul y, finalmente, amarillo en representación del sol.

Cuando el grupo estuvo envuelto por una aureola de claridad solar en la oscura noche —el yelmo de Helki quedó iluminado en último lugar, ardiendo como oro bruñido, pues era la más alta—, el ejército parpadeó intentando poder verles a través del resplandor.

Cuando pudieron volver a ver con claridad, Mangas Verdes y sus amigos se habían ido.

* * *

Los observadores dejaron escapar en un resoplido colectivo el aliento que habían estado conteniendo.

Gaviota giró sobre sus talones, tomó la mano de Varrius y se la apretó con fuerza.

—Si no volvemos, eres general..., y que los dioses te ayuden.

Gaviota intentó sonreír.

Pero el delgado soldado de negra barba no soltó la mano de Gaviota, y se aferró a ella con el poderoso apretón de un herrero. Varrius alzó la mirada hacia los ojos de Gaviota.

—Volverás. Este ejército te necesita, como necesita a tu hermana y a Rakel, para hacer el bien, detener a los hechiceros y conseguir que todos volvamos a nuestros hogares. No fracasarás, porque no debes fracasar.

—Eh... Muy bien. Gracias, Varrius.

Gaviota el leñador se echó la aljaba y el arco largo al hombro, colgó su látigo de mulero y una daga de negra empuñadura de su cinturón, y empuñó su pesada hacha de doble hoja para talar árboles. Lirio, inmóvil junto a él, estaba envuelta en su capa y sus ropas blancas. Los guantes de Rakel colgaban nacidamente de una de sus manos. Bardo, un paladín del norte, con su flaco y largo rostro muy serio, estaba cubierto de cota de malla desde la cabeza hasta los pies, por lo que parecía una serpiente gigante. Su blasón colgaba delante de él, el luminoso color del oro viejo realzado por el báculo alado ribeteado de rojo. Llevaba un gran escudo en forma de cometa y su enorme espada, de hoja tan larga que tenía que llevar el cinto muy arriba de las caderas. Con ellos estaba Ordando, la de la coraza de cuero llena de señales y arañazos y los brazos desnudos y la larga trenza rubia, con una capa color rojo sangre encima de los hombros. La guerrera iba armada con una espada larga y un escudo redondo en cuyo centro había un florón del que surgía un pincho. Había pedido tomar parte en el rescate, y se había atrevido a decir que lucharía con Gaviota para poder disfrutar de aquel honor. El leñador se había limitado a sonreír y había asentido.

Stiggur no se tomó tan bien su rechazo.

—¡Por favor, Gaviota, deja que vaya! ¡No estorbaré! ¡Y puedo ayudar! ¡De veras, puedo ayudar!

—Por última vez, no. —Gaviota intentó que su negativa fuese lo más amable y suave posible, pero acabó teniendo que empujar al muchacho hasta que sus brazos se interpusieron entre Stiggur y él—. Lirio dice que ya tendrá bastantes problemas para trasladarnos a los cuatro. Cinco sería imposible.

Stiggur parpadeó para contener las lágrimas abrasadoras que pugnaban por brotar de sus ojos. «Desea desesperadamente ser un hombre —pensó Gaviota—, pero apenas tiene trece años.» Y además era tan fácil quererle... Stiggur había imitado a Gaviota en todo, desde recogerse los cabellos en una coleta hasta llevar un chaleco y un faldellín de cuero, pasando por aprender a usar el látigo. Pero el muchacho no lloró, y se limitó a salir corriendo para acabar perdiéndose en la noche.

—¿Estamos preparados, Gaviota? —preguntó Lirio.

El leñador se encogió de hombros y sonrió para ocultar su nerviosismo.

—Te estamos esperando —dijo.

Lirio asintió y tragó saliva. De todos ellos, era la que seguía teniendo más dificultades para creer que pudiese hacer magia. La joven hechicera tuvo que menear la cabeza. Le resultaba difícil imaginarse que pudiera poseer cualquier clase de poder, pero tenía que intentarlo. Lirio se dijo que aquello era por Gaviota, y por el ejército y la cruzada, y por el hijo de Rakel, pues los hijos nunca deberían ser separados de sus padres..., y por ella misma. Ya iba siendo hora de que dejara de pensar en sí misma y pensara un poco en otras personas.

Nadie era realmente impotente. Si alguien le había enseñado eso, era aquel diminuto ejército que había conseguido tantas cosas y que representaba tantas más.

Chaney le había dado el huevo de dingus, y Lirio lo estaba sosteniendo en una mano. El huevo empezó a calentarse, y Lirio sintió que algo se agitaba debajo de su superficie de piedra.

Lirio alzó los guantes.

—Me siento como un perro de caza que estuviera husmeando el olor de un trapo.

Chaney le puso la mano en el hombro.

—No hay mucha diferencia —dijo—. Un artesano de su ciudad los hizo y Rakel los llevó, y ha dejado su sangre y su sudor en ellos.

Chaney aspiró una temblorosa bocanada de aire y empezó a cantar. Lirio pensó en Rakel y la llamó para que viniese a ella, como en una ocasión había llamado a Gaviota a través de los Dominios cuando le necesitaba tan desesperadamente.

Ordando fue la primera en darse cuenta, y soltó un gruñido.

Sus manos brillaban con un resplandor blanco.

El resplandor se fue extendiendo hasta que todos sus cuerpos brillaron, y después se volvió todavía más intenso. Lirio descubrió que su rostro y sus manos brillaban como el sol de invierno. Sus ojos también debían de estar brillando, pues se le nubló la vista como si hubiera entrado en un banco de niebla. «Nos vamos, realmente nos vamos...», pensó.

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