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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

Cadenas rotas (39 page)

BOOK: Cadenas rotas
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Reprimió un suspiro y les pidió que se cogieran de la mano, y volvió a concentrar su voluntad y sus pensamientos, y volvió a invocar oleadas de color para que acudieran a aquel paisaje gris.

La primera sensación que experimentaron después de que la neblina iridiscente se hubiera disipado de sus ojos fue la de que estaban sufriendo pinchazos por todo el cuerpo.

El grupo apenas podía moverse debido a las gruesas hojas de aspecto carnoso que se alzaban a su alrededor y se entrelazaban unas con otras. Ni siquiera podían verse los pies, tan frondosa era la vegetación y hasta tal extremo se confundían unas plantas con otras. Algunas hojas tenían bordes afilados, como si fueran tejas de madera, capaces de herir los flancos rojizos de Helki. Pero lo peor de todo, y eso ocurrió nada más llegar allí, fue que se encontraron asediados por millones de enormes mosquitos surcados por franjas marrones que hundieron sus aguijones en cualquier extensión de carne desnuda que pudieran encontrar.

—¡Deprisa..., ah..., Mangas Verdes! —baló Amma.

Dando manotazos y maldiciendo con los juramentos de su hermano, la druida tuvo que dedicar unos momentos a la búsqueda del cerebro de piedra. Seguía sin estar allí, pero no cabía duda de que se hallaba más cerca. Mangas Verdes se concentró a toda prisa, murmuró unas cuantas palabras y los sacó de allí, dejando sólo sus pisadas y un litro de sangre detrás de ellos.

Todavía frotándose y rascándose, se encontraron en un desierto de rocas planas cubiertas de líquenes verdosos y diminutos brotes amarillos. El cielo estaba nublado y amenazaba lluvia, y el viento tiró de sus ropas y las hizo bailotear alrededor de sus piernas y patas.

Helki bailoteó nerviosamente de un lado a otro, con sus pezuñas repiqueteando sobre aquellas rocas de aspecto parecido al pedernal. Su cola chasqueaba en la brisa como si fuese una bandera.

—El viento se vuelve cada vez más fuerte. Azota esta tierra, y empuja estas rocas. ¿Veis?

La centauro golpeó una roca con una pezuña. Había líquenes sanos en ambos lados, una señal de que se le había dado la vuelta recientemente..., y allí sólo había una cosa que pudiera hacer eso, y era el viento. Una roca se desprendió de una ladera cercana y empezó a rodar. Una ráfaga de viento derribó a Amma, y Kwam tuvo que ayudarla a levantarse y la protegió con su cuerpo. Pero enseguida tuvo que agarrarse a Helki para que no se lo llevara el viento.

Mangas Verdes siguió buscando. El cerebro de piedra estaba más cerca, pero no se encontraba allí. Tal vez estuviera en el siguiente plano.

Cuando volvieran a casa, tendría muchas preguntas que hacer a Chaney.

Si es que volvían a casa...

—¡Una vez más! —gritó—. ¡Agarraos fuerte, y no os soltéis!

Y desaparecieron, con una plegaria en los labios de Mangas Verdes.

* * *

Todo el mundo era roca negra, quemada y calcinada hasta haberse convertido en una sola masa fusionada. Cerca de ellos había la ruina ennegrecida de un edificio de piedra, no más alto que Mangas Verdes, cuyos muros habían sido derribados o se habían derretido. Había más edificios miraran donde mirasen, todos destruidos, perdiéndose en la lejanía por las paredes de un vasto valle. El cielo tenía el color del acero, una masa nublada en la que no había pájaros. Los únicos olores eran los del óxido, el polvo y el agua estancada.

Aquel sitio no podía ser más lúgubre y espantoso, pero aun así Mangas Verdes dejó escapar un chillido de alegría.

—¡Lo he conseguido! ¡Éste ha de ser el lugar! ¡Tiene que ser Phyrexia!

Los demás la felicitaron y le dieron palmaditas en la cabeza y en la espalda, pero enseguida se callaron. Aquel sitio era tan hostil y tan inhóspito que todos se sentían vagamente amenazados y temerosos. Helki, siempre práctica, se encargó de romper el silencio.

—Quizá es una mala pregunta, pero ¿dónde están los demonios y el cerebro de piedra?

Mangas Verdes frunció el ceño. Después del viento en el último plano que habían visitado, aquel lugar estaba tan silencioso como una tumba: era como si hubiesen sido sellados en un encierro lejano, como si estuvieran muertos y olvidados. Mangas Verdes se concentró y buscó la voz del cerebro de piedra.

Y lanzó una maldición.

—¡No está aquí!

Channa tenía su arco a medio tensar. Se había alejado un poco del grupo, en una reacción automática de exploradora, y estaba investigando lo que les rodeaba.

—¿Esto no es Phyrexia?

Mangas Verdes suspiró.

—Supongo que no. Aunque no cabe duda de que tiene todo el aspecto de un erial destrozado.

—Destrozado por los seres humanos —murmuró Kwam, alzando una mano y mostrándoles una punta de flecha de acero medio derretido.

—Sácanos de aquí, Mangas Verdes. ¿Quieres llevarnos lejos de este sitio, por favor? —preguntó Helki.

—Por supuesto. —La druida apretó los puños y desplegó sus sentidos mágicos en busca del maná de aquel lugar para atraerlo hacia ella—. Ese cerebro de piedra debe de..., de... Oh, no...

—¿Qué pasa? —preguntaron cuatro personas al unísono.

—Oh, no —gimió Mangas Verdes—. ¡No deberíamos haber venido en esta dirección! ¡No hay ningún maná! ¡Ha sido consumido! ¡Ya no queda nada de maná!

»¡No podemos salir de aquí!

_____ 17 _____

El hechizo de vuelo de Lirio cayó sobre ellos con un impacto tan perceptible como el de un puñetazo en el estómago.

Todos se sintieron agarrados por el cuello, el pecho y la ingle, y fueron alzados por el aire como entre los dedos de una mano gigantesca. Sus piernas carecían de peso, y estaban flotando como en un sueño, todavía cayendo pero muy despacio. Gaviota encontró la sensación tanto maravillosa como aterradora, porque se sentía tan libre como un pájaro o un saltamontes y porque sabía que estaba suspendido en el aire sin ningún punto de apoyo. No había cuerda de la que balancearse ni tablón o rama de árbol a los que agarrarse, sino únicamente la magia. El leñador experimentó tanto alivio como desilusión cuando sintió que sus pies entraban en contacto con las losas del suelo y notó que su peso normal volvía de repente con un golpe sordo, como si alguien hubiera dejado caer dos sacos llenos de grano encima de sus hombros.

—¡Lo has hecho, Lirio! ¡Lo conseguiste! —exclamó con voz enronquecida.

Bardo, Ordando y Stiggur se posaron en el suelo con sus cargas, que meneaban la cabeza y se aferraban a ellos. Lirio descendió, poniendo primero un pie en el suelo y bajando el otro un instante después, como un ciervo que salta una valla. La joven dirigió una sonrisa temblorosa a Gaviota, y el leñador rodeó con los dedos el delgado brazo del pequeño Hammen y lo sujetó con firmeza. No quería que el niño cambiara de parecer de repente y echara a correr.

—¿Y ahorra qué? —preguntó el siempre práctico Bardo.

La casa del consejo se alzaba detrás de ellos. Los primeros cuatro pisos eran de piedra y mortero, con ladrillo amarillo a partir de ellos. Arriba, muy lejos de ellos y en una enorme torre cuadrada, estaba la sala que habían invadido. Gaviota vio rostros que se asomaban a los ventanales y se inclinaban hacia los fugitivos. El leñador de Risco Blanco pensó que las dimensiones de aquel edificio eran casi increíbles: para él, un establo era colosal, y aquel edificio habría podido contener un centenar de establos amontonados unos encima de otros como si fuesen haces de ramas. Gaviota percibió por primera vez el tamaño y el poderío de Benalia, pues la casa del consejo era un edificio que se hallaba duplicado una docena de veces en el centro de la ciudad, con centenares de edificaciones más pequeñas rodeándolos.

Estaban atrapados. Una gran plaza pavimentada con losas de piedra rodeaba la casa del consejo. Su perímetro acogía a un mercado, con puestos callejeros y pequeños kioscos pegados unos a otros donde se vendía de todo: había artículos y mercancías de todas clases, armas relucientes y montones de comida, tanto común como exótica. La gente se agitaba en un ir y venir tan incesante como si fuesen hormigas, pero toda aquella multitud se quedó inmóvil para mirarles. Detrás de ella, los dos lados de cada calle estaban ocupados por hileras de casas de tres y cuatro pisos. Gaviota sabía que los edificios se extendían hasta el horizonte, pues había visto todo aquello desde arriba.

Los ratones del campo tendrían que sobrevivir en una ciudad..., con un montón de gatos persiguiéndoles.

Una horda de guardias del consejo, soldados de élite de una ciudad donde todo el mundo era un soldado, salió de la casa del consejo y se lanzó a la carga. Vestían los pantalones y los chalecos de cuero negro de los héroes, y también llevaban yelmos y cinturones adornados con remaches, todo ello pintado de negro. Iban armados con alabardas de acero tan concienzudamente frotadas y limpiadas que relucían, así como con espadas cortas colgadas de sus caderas y escudos redondos que subían y bajaban sobre sus espaldas. Había tanto hombres como mujeres, parejas de compañeros adiestradas para luchar juntos en el campo de batalla cuidando el uno del otro mientras combatían.

Cincuenta combatientes benalitas se lanzaron sobre el grupo de Gaviota, formado por una hechicera y cuatro luchadores..., o por tres, dado que Stiggur tenía que cargar con Rakel, o quizá sería más adecuado decir que por dos, ya que Hammen necesitaba que alguien cuidara de él.

Fue la corpulenta y rubia Ordando quien se encargó de hacer volver a la realidad al leñador. Acostumbrada a las ciudades, Ordando le dio un manotazo en el brazo y le sacó de su aturdimiento.

—¡General! —ladró secamente—. Al callejón..., ese espacio entre los edificios. Allí sólo podrán atacar de dos en dos, y probablemente esté lleno de giros y esquinas. ¡Pero hay que moverse de una vez!

—¡Bien!

Gaviota colocó a Hammen sobre su cadera e hizo girar a Stiggur de un empujón. El leñador llevó a todo el grupo a través de la plaza, abriendo la marcha con un rápido trote. Los benalitas, que estaban acostumbrados a las cargas de soldados y habían aprendido a quitarse de en medio para no estorbarlas, se hicieron rápidamente a un lado y después volvieron a pegarse los unos a los otros para contemplar la huida de los fugitivos.

Ordando tenía razón. Dos edificios de gran altura flanqueaban un callejón de paredes de ladrillo que se curvaba hacia el final. El aire apestaba, pues la gente lo usaba como retrete público. Gaviota medio arrojó a sus seguidores al interior del callejón, gritando órdenes mientras les empujaba.

—¡Bardo, coge al niño y ábrenos camino! ¡Lirio, averigua si puedes conjurar algún hechizo para viajar por el éter! ¡No sueltes a Rakel, Stiggur! ¡Ordando, vete! Yo les...

Pero la robusta guerrera metió a Gaviota en el callejón con un potente golpe de su trasero y después retrocedió hasta la entrada sin mirar al leñador. Ordando dejó caer su capa al suelo, preparando su espada y su escudo para el combate mientras le hablaba a gritos por encima del hombro.

—¡Marcharos! ¡Esto ha sido idea mía! ¡Yo les entretendré!

Gaviota puso la mano sobre el hombro lleno de cicatrices de la guerrera.

—¡Pero dijiste que sólo podían atacar de dos en dos!

—¡Y con eso siguen siendo dos! ¡Marcharos! ¡Yo les contendré! ¡Dale un beso a Rakel de mi parte, y besa a mis esposas por mí!

Ordando plantó los pies en el suelo, lanzó un escupitajo en su dirección y alzó la espada.

—¡Marcharos de una vez, y buena suerte en vuestra cruzada! ¡Con cada hechicero al que detengáis habréis salvado una docena de aldeas!

Gaviota intentó responder con alguna palabra de estímulo, pero su mente parecía haber dejado de funcionar. Maldiciéndose a sí mismo y tratándose de cobarde y fracasado, el leñador giró sobre sus talones y echó a correr por el callejón.

Un instante después oyó un grito detrás de él, acompañado por el impacto del acero templado sobre un casco de hierro. Después oyó una estruendosa carcajada tan llena de vida como el viento del norte.

—¡Hy-aah! ¡Venid a por mí, bastardos! ¡Venga, toma eso! ¡Poned a prueba vuestro valor con una capitana del ejército de Gaviota y Mangas Verdes! ¡Hy-aah!

* * *

—Es inútil.

Helki y Channa, su exploradora, se habían alejado de la plaza mientras los demás descansaban y Mangas Verdes reflexionaba. La exploradora de piel morena llevaba un arco corto en una mano con una flecha preparada entre los dedos. Tal como se le había enseñado a hacer, Channa se deslizó sigilosamente por entre los edificios en ruinas buscando enemigos y rutas de huida, examinando el terreno y percibiendo mil cosas más. Helki fue en otra dirección, moviéndose con idéntica cautela. El suelo, un extraño cristal negro que recordaba a la obsidiana, estaba resbaladizo debajo de sus cascos.

—No encuentro nada vivo. No hay plantas, ni siquiera musgo... Puede que haya agua en esa dirección, creo que hacia el norte, donde el nivel del suelo va descendiendo, pero no percibo ninguna señal de su presencia en un radio de un kilómetro. —Volvió a recorrer con la mirada el cielo color gris acero, buscando pájaros o insectos, y acabó meneando la cabeza—. No consigo creer que un lugar pueda llegar a estar tan muerto.

Sus palabras se perdieron en aquella atmósfera inmóvil y silenciosa, disipándose sin dejar ningún eco. Incluso el aire olía a muerto, pues no había olores, ni siquiera los de la podredumbre o el óxido. Aquel lugar era totalmente gris, piedra y ruinas de piedra y nada más.

Mangas Verdes sabía que estaba vacío de magia. El maná de la tierra había sido absorbido, aspirado y utilizado cuando la ciudad murió en algún horrendo cataclismo. ¿Sería aquél el lugar en el que habían batallado Urza y Mishra? ¿Quién podía haber causado tanta devastación sino los Hermanos?

Amma se sentó en el suelo, dobló su capa encima de sus rodillas y esperó pacientemente. Kwam desenrolló un pergamino y empezó a dibujar los edificios en ruinas, intentando distinguir las runas medio ocultas bajo las manchas dejadas por el fuego. Helki estaba ocupada con su arnés de guerra. Channa se había alejado hasta perderse de vista, absorta en su tarea de exploradora.

Mangas Verdes sintió deseos de gritar. Todos estaban ocultando su miedo tan admirablemente bien, esperando a que ella hiciese un milagro... La joven hechicera deseó desesperadamente tener algún milagro oculto.

Las preguntas giraban velozmente dentro de su cabeza. ¿Por qué la pista del cerebro llevaba hasta allí? ¿Habría estado en aquel lugar alguna vez, quizá habiendo formado parte del holocausto final? ¿Por qué no había conseguido llegar a Phyrexia, y aparecer cerca del cerebro?

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