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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

Cadenas rotas (46 page)

BOOK: Cadenas rotas
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Su rostro era huesudo y estaba bronceado por los soles del verano. Sus ojos eran de un profundo azul turquesa, pero el izquierdo estaba enmarcado por una vieja cicatriz en forma de estrella. Los dos ojos llamearon cuando contempló la escena que había ante él, y la boca del hombre se tensó en una amenazadora cuchillada de ira.

Rakel por fin encontró el aliento que había quedado atrapado dentro de su pecho.

—¡Garth!

_____ 20 _____

—¿Dónde está mi hijo, Norreen? —preguntó aquel desconocido alto y delgado de piel morena.

—¿Quién es Norreen? —le preguntó Gaviota a Rakel, mientras reaccionaba instintivamente colocándose delante de las mujeres—. ¿Eres tú? ¿Y quién es este hombre?

—Es mi esposo —murmuró Rakel.

—¿Tu esposo?

—¡Tú! —Garth señaló a Gaviota con un dedo—. ¡Apártate de mi esposa!

—¡Intenta comportarte con un poco de educación, Garth! —replicó secamente Rakel.

—¡Silencio, traidora! —rugió el hechicero.

La arrogancia de aquel hombre enfureció a Gaviota. «Otro maldito fanfarrón con poderes mágicos —pensó—, que cree ser el señor de cualquier lugar en el que pone los pies.»

—He sacado a tu esposa de los más pestilentes agujeros del infierno —replicó secamente a su vez—, y ella nos ha guiado hasta la victoria. ¿Dónde has estado tú durante todo ese tiempo?

—Gaviota... —dijo Mangas Verdes en un tono de advertencia.

—Garth... —dijo Rakel en el mismo tono.

Pero los dos hombres, tan tozudos como poderosos, se habían caído mal el uno al otro nada más verse, y los dos entraron en acción con un veloz estallido de movimientos antes de que pudieran pensar en lo que estaban haciendo.

Garth llevó velozmente una mano a su bolsa de magia mientras Gaviota alzaba su hacha y se lanzaba a la carga.

Antes de que el leñador pudiera golpear, Garth ya había tejido un capullo negro de maná puro delante de él y lo había agitado como si fuese un bastón. Inmóvil delante de él, como si hubiera surgido de la nube negra, se alzaba una sombra del otro lado, un hechicero muerto hacía mucho tiempo y tan consumido que sólo nudos y tiras de músculo seguían adheridas a sus huesos recubiertos por el moho de la tumba. La criatura vestía una larga túnica azul, sorprendentemente flexible y limpia, que ondulaba como el oleaje de un océano bajo la luz de la hoguera. La sombra alzó una mano verde y marchita salpicada de llagas y manchas de podredumbre, y conjuró una bola de fuego de un repugnante color verdoso.

Pero fuera cual fuese el hechizo que pretendía tejer, quedó inconcluso. Mangas Verdes rozó una hebra de telaraña cosida en su chal y señaló con un dedo, y la bola de fuego se evaporó entre una nube verde amarillenta.

Gaviota había seguido moviéndose tan deprisa como en el primer instante. Encorvando los hombros, y con la furia aumentando todavía más su ya descomunal fuerza, el leñador hizo girar el hacha en un arco resplandeciente que partió en dos al hechicero no muerto: un chasquido como el de una ramita que se rompe y un chillido de sorpresa como el de una rata atrapada, y la criatura se desmoronó y quedó convertida en un montón de huesos perdidos entre los hermosos pliegues luminosamente azules de su túnica.

Pero Garth también se movió. Esparció delante de él lo que parecía un puñado de canicas negras, y ladró una áspera orden. Antes de que el leñador lanzado a la carga pudiera atacarle, Gaviota chocó con un escudo invisible e impenetrable. Aturdido y con la nariz sangrando, Gaviota empezó a gritar maldiciones y fue golpeando el muro para tratar de encontrar una entrada.

Mangas Verdes rozó un diminuto tallo de alga cosido sobre su hombro, curvó la mano en el aire como si recogiera algo invisible y la inclinó. Garth padeció un diluvio repentino cuando una columna de agua marina surgió de la nada encima de él y empezó a derramarse sobre su cuerpo. El agua llenó el escudo circular que había conjurado, revelando el perímetro de la fuerza invisible con tanta claridad como si ésta fuese un enorme vaso de cristal repentinamente llenado. Garth se limitó a meterse un guijarro en la boca y respiró el agua. Después sacó de su bolsa un objeto blanco amarillento: un diente. Garth sopló sobre él, dirigiendo el aliento hacia un grupo de jinetes que estaba cerca de ellos.

Y entre los caballos y jinetes se alzó de repente un monstruo tan alto como los árboles. Las ramas se rompieron y las hojas cayeron al suelo cuando el coloso movió sus inmensos flancos, golpeó el suelo con cuatro enormes patas y desplegó una larga y peluda trompa: era un mamut de guerra cuyo hirsuto corpachón, de seis metros de altura en los hombros, dejaba empequeñecida incluso a la bestia mecánica de Stiggur. El mamut, que era muy miope y estaba confundido por las siluetas que se agitaban alrededor de sus patas, golpeó por dos veces el suelo con las patas haciendo temblar la tierra, y después alzó su probóscide y emitió un trompeteo lo bastante potente para hacer añicos un yelmo. Los caballos, que ya habían quedado aterrorizados por el extraño olor y las enormes dimensiones de la bestia, se encabritaron y retrocedieron, volviendo grupas y chocando unos con otros, pisoteando soldados en la agitación para acabar huyendo al galope como si un águila hubiera caído sobre una bandada de palomas.

Mangas Verdes reflexionó durante unos momentos, intentando decidir cómo podía aplicar un mínimo de fuerza para obtener el mayor resultado posible. El mamut no debía aplastar el campamento y a sus seguidores. Stiggur acababa de dirigir su bestia mecánica hacia el mamut, y Liko avanzaba pesadamente junto a ella. La druida acabó decidiendo que podían salir muy malparados, lo cual significaba que Mangas Verdes debía dirigir el mamut hacia el oeste.

Rozó un trocito de metal quemado y retorcido que había en su chal y después agitó la mano, lanzando una bola de fuego que estalló entre las ramas muertas de un roble blanco. Los diminutos ojos negros del mamut relucieron cuando ramas, hojas y viejos nidos de pájaros empezaron a arder entre crujidos y chisporroteos a unos tres metros de su cabeza. Las chispas cayeron sobre el espeso pelaje aceitoso de la criatura, creando pequeños incendios que ardieron durante unos segundos antes de apagarse. Pero el fuego y los aguijonazos de dolor bastaron para aterrar a la bestia, y el mamut volvió grupas y retrocedió, aplastando un bosquecillo de álamos temblones para huir hacia el oeste y acabar desapareciendo estruendosamente en la noche.

Garth disolvió su escudo invisible, y el agua marina se esparció alrededor de sus pies. El hechicero estaba seco, pues su hechizo para respirar agua le había protegido.

Rakel medio desenvainó su espada y gritó a los hombres que dejaran de luchar, maldiciendo como sólo podía hacerlo la comandante de un ejército. Después, furiosa y disgustada, decidió dejar que pelearan hasta que su furia se hubiera disipado. Rakel volvió a guardar su espada en la vaina y se quedó inmóvil, hirviendo de ira con las manos apoyadas en las caderas.

Alzando su hacha para que le sirviese de escudo parcial, Gaviota agarró a Garth por el cuello y lo sacudió igual que si fuese un cachorrillo. Pero Gaviota no estaba muy seguro de qué quería de aquel hombre, y sólo sabía que si era tan precioso para Rakel no debía matarle. Pero un buen puñetazo en la boca...

Y entonces Garth se retorció en el aire y rozó a Gaviota con un dedo envuelto en una piel de anguila seca.

La terrible descarga del hechizo recorrió a Gaviota desde la cabeza hasta los pies. La electricidad desgarró su cuerpo, poniéndole los cabellos de punta y haciendo que los ojos se le desorbitaran mientras sus dientes brillaban con una capa de chispas y sus músculos temblaban y sufrían espasmos. Pero el leñador siguió aferrando tozudamente al hechicero, y sacudió a Garth con tal violencia que su cabeza se bamboleó de un lado a otro e interrumpió su concentración. El hechizo se desvaneció. Gruñendo, el maltrecho leñador rodeó la garganta del hechicero con las manos y empezó a apretar. Tanto si era el esposo de Rakel como si no, Gaviota le rompería unos cuantos huesos y le daría una buena lección a aquel hechicero...

Un golpe le hizo tambalearse y le apartó a un lado. Un aullido animal resonó en sus oídos. Alzándose junto a él había un par de guerreros salvajes de las tierras del norte, un hombre y una mujer de revueltos cabellos, con armadura de cuero y pieles y garrotes de piedra que enarbolaban sobre sus cabezas. La locura ardía en sus ojos. Los dos guerreros desperdiciaron la ocasión de asestar un golpe letal al lado indefenso de Gaviota, y se limitaron a lanzarse sobre él para golpearle con sus escudos. Gaviota olió una vaharada de aliento rancio cuando el hombre se inclinó sobre él e hizo chasquear sus dientes ennegrecidos y mellados sobre su rostro: un par de centímetros más, y le habría arrancado la nariz de un mordisco.

Gaviota, gruñendo con tanta ferocidad como la pareja de guerreros, alzó su hacha y detuvo el descenso de un garrote de piedra, lanzó una patada a la mujer para mantenerla a distancia y vio cómo su garrote descendía sobre él para romperle el cráneo...

Rakel gritó y la espada salió velozmente de su vaina. Su hoja arrancó un trozo de madera al garrote de la mujer, pero el hombre le golpeó el hombro con su escudo de cuero...

Garth vio que su esposa estaba a punto de ser partida en dos, y ladró una advertencia...

Y entonces todos se derrumbaron cuando un océano de agua marina cayó del cielo.

Esta vez Mangas Verdes había conjurado una auténtica marea. Los combatientes quedaron medio aplastados con los estómagos pegados al suelo, y el agua se agitó y chorreó por todas partes. Incluso Mangas Verdes, que se encontraba en el límite de la repentina inundación, quedó empapada hasta las rodillas. Las hojas fueron arrastradas en un veloz remolino, y el suelo del bosque quedó lleno de surcos y señales cuando el agua empezó a deslizarse por él. Un pulpo se retorció a los pies de Mangas Verdes, y la joven druida se inclinó sobre él, lo rozó y lo devolvió a su hogar mediante un conjuro.

Medio ahogado, el empapado grupo de combatientes se debatió como peces abandonados por la marea. Gaviota rozó una pluma cosida en su chal y entonó un hechizo de sueño sobre la pareja de guerreros salvajes.

—Basta de tonterías, por favor —pidió después mientras Gaviota, Garth y Rakel se ponían de rodillas, todos buscando instintivamente el paradero de su enemigo—. Es hora de hablar.

Temblando y fulminándose con la mirada unos a otros, todos asintieron.

* * *

Envueltos en mantas y sentados alrededor de una hoguera, Garth, Rakel, Gaviota, Lirio y Mangas Verdes estaban hablando mientras todo el ejército, salvo los piquetes de guardia, escuchaba en silencio fuera de su tienda.

Acusaciones enfurecidas, burlas y amenazas hacían vibrar el aire con un chasquear tan seco y feroz como el chisporroteo de las ramas entre las llamas, y tuvo que pasar algún tiempo antes de que todos se fueran calmando un poco y empezaran a oírse tonos más corteses y tranquilos. Pero Rakel —o Norreen, como la llamaba Garth— estaba acostumbrada a mandar ejércitos, y no pensaba quedarse callada. Sentado sobre su regazo todo el tiempo, envuelto en una capa de lana y con el cabello empezando a crecerle ya en el cráneo, Hammen contemplaba con los ojos muy abiertos a su padre espectral vuelto de la tumba.

—¡Te olvidaste de tu granja y de tus viñas, y de mí y de Hammen para correr en pos de la magia, Garth, y tú lo sabes! ¡Dejaste de amarme y te enamoraste de la magia, y también lo sabes! Lo sabes tan bien como un borracho sabe que ama a la uva, y que renunciará a todo por una botella más. Jugaste con ella, te revolcaste en ella, y comiste y bebiste magia y te acostaste con ella durante demasiado tiempo, ¡y seguías queriendo más! ¡Y mientras tú has estado recorriendo los planos en busca de magia como una rata anda detrás de la basura, Hammen y yo hemos sufrido! ¡No tenemos nada que agradecerte! ¿Vas a negar esto? ¿Eres capaz de mirarnos a la cara y decirnos que nos sigues amando?

Un largo silencio siguió a aquella larga serie de reproches, y mientras duraba Gaviota se volvió hacia Mangas Verdes y le habló en susurros.

—Es lo que temía que te ocurriese... Temía que olvidaras la humanidad por la magia, y que nos utilizaras como peones para perseguir tus oscuros fines.

—Y yo te dije que moriría antes que abandonar a mis amigos, mi familia y la humanidad —replicó su hermana—. ¡Y ahora calla!

Garth tomó un sorbo de té caliente con los ojos cerrados, absorbiendo su fragancia a menta y haciéndola penetrar hasta las profundidades de sus pulmones y su cuerpo, como si se hubiera olvidado incluso de comer en su persecución de la magia.

—Te he buscado, ¿no? —preguntó por fin con voz tranquila y firme—. He seguido tu rastro hasta aquí...

—¡Como si eso hubiera servido de mucho! —le interrumpió secamente su esposa. La hoguera de su furia era la que ardía con más intensidad entre todos los presentes, pero Rakel también era la que más había sufrido—. Durante ese tiempo fui torturada y después me persiguieron por la mitad de Benalia, y mientras tanto yo iba desangrándome en los brazos de ese hombre y ese muchacho. Ordando, que era una excelente guerrera, dio su vida a cambio de mi rescate. Y Bardo, un paladín, fue arrancado de un tejado como una paloma mientras nos defendía. ¡Unos demonios casi nos hicieron pedazos en un maldito erial de cenizas olvidado por los dioses! Pero durante cada centímetro del camino este ejército y estas personas me han protegido, consolado y cuidado, igual que han hecho con mi hijo, porque son personas buenas y decentes que se mantienen fieles a sus metas, sus visiones y sus promesas.

Rakel estaba llorando, derramando lágrimas de ira y pena, y se avergonzaba de estar llorando, pero no podía dejar de hacerlo.

—Gaviota, Mangas Verdes, Lirio, Stiggur, Varrius, Neith y todas las personas del campamento, hasta el niño más pequeño que recoge ramitas para las hogueras, han trabajado y sudado, y se han adiestrado y han luchado y han estado a punto de morir, maldita sea, ¡y muchos han hecho precisamente eso, morir!, para que los Dominios puedan quedar libres de la arrogancia, la autoridad y la crueldad de los hechiceros que se pavonean exhibiendo su magia. Y sin embargo, ¿qué se encuentran después de haber hecho doblar la rodilla a otra hechicera feroz e implacable? ¡A ti, surgiendo de la nada y lanzando acusaciones y hechizos para olvidarte de tu culpabilidad! Porque has sido culpable de arrogancia y de no pensar en los demás. Y en lo más profundo de tu ser, ese héroe que volvió a Estark para castigar a unos bastardos todavía más arrogantes que él por haber cometido el pecado de robar magia lo sabe también.

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