—Hola. —Le da dos besos, mientras le pide disculpas—. Perdona el retraso.
—No pasa nada. Tampoco ha sido para tanto —comenta irónica, aunque tranquila al verlo allí delante de ella—. Un cuarto de hora nada más.
—¡Lo siento!
La chica lo mira a sus ojos castaños e inmensos. Se le escapa una sonrisa, aunque no quiere. Es inevitable.
—Ahora eres un tipo muy ocupado. Es lo que tiene la fama.
—Qué va. No soy famoso. Si he llegado tarde es porque…
—Da igual —le interrumpe la chica—. No tienes que darme explicaciones. Pero que no se repita, ¿eh?
—Vale, prometido. No se repetirá —afirma, y se dan la mano en señal de acuerdo—.Ya veo que has pedido.
—Sí, un
caramel macchiato
.
—Como el día que te conocí.
Se acuerda. Es que todo lo que pasó aquel día fue inolvidable. Para los dos. Marcó sus vidas. Nada fue igual para Paula y para Álex desde entonces.
—Sí. Tienes buena memoria —indica, y le quita el sombrero para ponérselo ella—. ¿Me queda bien?
—Mucho mejor que a mí.
—Tú tan amable como siempre.
Los dos se quedan un instante en silencio. Despistaos de fondo,
Estoy aquí
.
—Bueno, ¿coges sitio arriba mientras yo pido? —pregunta Álex, señalando la cola que se ha vuelto a formar en la cafetería.
—Vale, pero espera…
La chica le coloca de nuevo el sombrero en la cabeza y, con la mano, le peina suavemente el flequillo que le queda por fuera. Paula siente un escalofrío cuando se enfrenta directamente a sus ojos. Inspira con fuerza y se gira bruscamente para subir la escalera. ¿Está volviendo a pasar?
Hay una mesa libre junto a uno de los dos ventanales del salón. Acelera el paso y se sienta en uno de los butacones. Fuera el abrigo. Toma un sorbo de su café y apoya la barbilla sobre las manos. Da un respingo cuando suena su teléfono. No puede ser. Otra vez él. El calvito pesado. Pero hoy no va a estropearle la tarde. Desconecta el móvil y lo guarda en el bolso. Fuera de servicio.
Pasan unos minutos hasta que Álex aparece. Paula lo observa sonriente mientras camina hacia ella. Sus emociones se disparan.
—He pedido lo mismo que tú —indica el chico sentándose en el sillón que está libre.
—¿Ah, sí?
—Claro. Así no hay problema de que me robes la bebida.
—No pensaba robarte nada —protesta la chica.
—Antes me has quitado el sombrero sin permiso.
—Eh…
Se sonroja. Tiene razón. Pero… ¡Ah!
Álex ríe al ver cómo Paula se avergüenza y su rostro enrojece a toda velocidad.
—Era una broma. —Se quita el sombrero para dárselo a ella otra vez—. Te queda mejor a ti. Póntelo.
Paula obedece y se lo pone, aunque no de muy buen grado.
—Llegas tarde y me tomas el pelo. No sé si quedar contigo ha sido una buena idea.
¡La mejor de las ideas! Hacía mucho que no acudía a una cita con un chico tan ilusionada. Quizá desde marzo.
—Si quieres, me voy…
—No, no, no te vayas. Una no toma café todos los días con un escritor famoso.
—Te ha dado fuerte con eso, ¿eh?
—Es que me parece increíble estar compartiendo mesa con una persona que ha publicado una novela que conoce tanta gente.
—Vamos, no seas pelota. Tú ya me conocías antes de que el libro se publicara.
La chica sonríe. Lo cierto es que no puede parar de sonreír. Nota un hormigueo en su estómago cada vez que habla.
—¡Ey, no soy pelota!
—Un poco solo.
—¿Has venido dispuesto a fastidiarme, verdad? Ahora encima me llamas pelota…
Álex bebe un trago de su café y se encoge de hombros.
—¿Por qué te teñiste tan rubia? —pregunta de repente.
—¿Eso no te lo dije la semana pasada?
—No. Me contaste que te habías cansado ya de ese color, pero no el motivo por el que te lo teñiste.
—Es verdad. Pues fue por cambiar un poco. Cuando las chicas queremos cambiar algo en nuestra vida, nos teñimos el pelo.
—Todas, no.
—Claro. Todas no, hombre. Y tampoco lo hacemos siempre. Pero a veces, cuando terminamos una etapa o creemos que la hemos terminado, solemos hacer algunos cambios en nuestro aspecto. A mí me dio por teñirme el pelo de rubia.
—Te queda bien.
—Bah. Nunca me he visto bien así, pero bueno… Por pereza lo he dejado hasta ahora.
El escritor sonríe. Sabe que siempre estará guapísima, sea cual sea el color de su pelo.
—¿Te puedo hacer una pregunta personal?
—Me das miedo, pero venga, dispara. —Se lleva inquieta el vaso a la boca.
—¿Sigues con Ángel?
La pregunta sorprende tanto a Paula que se atraganta con el
caramel macchiato
. Tose y hace que la bebida se le derrame por la barbilla. Afortunadamente, se ha echado hacia atrás justo a tiempo para no mancharse la ropa. La gente observa a la pareja con curiosidad.
—¡Perdona! Es que… —Pero su risa nerviosa, no le permite terminar la frase.
—Perdóname tú, no pensaba que te lo tomarías de esa manera.
La chica coge una servilleta de papel y se limpia la boca y la barbilla. Se acomoda de nuevo en el sillón y trata de serenarse.
—Al final, aquí contigo, siempre termino igual —comenta, recordando que el día en el que se conocieron Álex le tuvo que dejar una servilleta para que se quitara el caramelo de debajo de la nariz.
—Lo siento.
—No pasa nada. —Sonríe y comprueba que no se ha manchado ni el jersey ni el pantalón—. No, no sigo con Ángel.
—Ah.
—Lo nuestro se acabó cuando me fui a París.
—Eso fue en abril, ¿no?
—Sí —afirma seria—. Pasaron cosas y nos distanciamos. Y desde entonces no he tenido novio.
—Hacíais buena pareja. Una lástima.
Tal vez es verdad lo que dice Álex, pero los acontecimientos que se fueron dando no permitieron que la relación avanzara. Unos meses más tarde, Paula continúa preguntándose si hizo lo correcto cuando regresó de Francia.
—¿Y tú? ¿Estás con alguien?
Le toca a ella. En el fondo, le ha venido muy bien que haya sido el chico el primero en hablar de ese tema. Se muere por saberlo.
—¿No te sirvió la respuesta que te di en la librería?
—¿Cuál? ¿La de que lo importante no es tu vida privada sino el libro? Pues evidentemente, no.
—Vaya, qué inconformista.
—No es eso, pero me puede la curiosidad.
El joven sonríe. Y ella teme estar pasando el límite de la confianza. ¡Pero la culpa es suya, que ha empezado preguntando si seguía con Ángel!
—Si te soy sincero, no sé muy bien qué es lo que tengo.
Así que hay algo. No es lo que quería oír, precisamente. La curiosidad mató al gato. Y aquella noticia desinfla un poco sus ganas de estar allí.
—¿Es tu novia? —insiste, pese al golpe.
—No, no lo es.
—¿Te has casado?
—¡Qué dices! ¡No!
—¿No tendrás una amante?
—Es difícil de explicar —reconoce suspirando—. Ni siquiera sé si me gusta de verdad.
Bueno, algo es algo. Existe otra chica, pero tiene dudas sobre sus sentimientos… Aunque hubiera preferido que estuviera soltero y sin compromiso.
—Las cosas del corazón siempre son difíciles.
—Sí, muy complicadas.
—Mucho.
Los dos beben de sus cafés y miran por el ventanal al mismo tiempo. Ambos saben de lo que hablan. No hay nada más complicado que el amor.
—Pero cambiemos de tema —propone Álex sonriendo de nuevo—. Te voy a llevar a un sitio.
—¿Adónde?
—A un sitio que he abierto hace poco.
—¿Cómo? ¿Has abierto un local?
—Un bibliocafé. Servimos un café riquísimo y prestamos libros.
—¿Cómo se llama?
—Manhattan.
—¡Me encanta el nombre!
—Es en homenaje a Woody Allen.
Paula lo mira con admiración. Otra de sus ideas geniales. Aquel chico nunca dejará de sorprenderla.
—¿Y a qué esperas para enseñármelo? ¿Está lejos?
—A veinte minutos de aquí andando —indica—. Además, por si no lo recuerdas, hay una cosa en la que quiero que me ayudes. Como lo de los cuadernillos.
—Sí, lo recordaba —dice ella sonriente—. Pues vamos.
Los dos se levantan de sus sillones. Arrojan sus vasos a la papelera y bajan la escalera uno detrás del otro. Salen del Starbucks y juntos se dirigen al Manhattan. Allí, uno de los camareros ya tiene preparado lo que su jefe le ha encargado.
Una tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad
La comida ha sido más divertida de lo que Álex esperaba. El trocito de lechuga entre sus dientes le ha dado juego al camarero para hacer bromas continuas sobre ello. Hasta Pandora se ha soltado un poco más y cada uno de sus comentarios los ha recibido con una carcajada. Luego se sonrojaba y sonreía tímidamente.
Los dos caminan por la ciudad. Él cargado con una mochila y ella con las manos cruzadas detrás de la espalda. No van muy deprisa y tampoco dialogan mucho. Pero están cómodos el uno con el otro. Son muy diferentes. En cambio, hay cierta complicidad entre ambos.
Continúa muy nublado y el frío sigue persistiendo. Una tarde de invierno de chimenea y salita de estar. Sin embargo, los chicos se dirigen a un lugar completamente al aire libre.
—Todavía no sabes qué vamos a hacer, ¿verdad?
—No. Ni idea.
—Y en lugar de pensarlo, te has aliado con el camarero para reírte de mí. Muy mal, Panda.
—Perdona. Yo no…
La chica vuelve a ponerse colorada una vez más. ¡La ha llamado «Panda»! Nadie la llamaba así desde hacía mucho tiempo. Le agrada. Le recuerda a cuando era una niña y jugaba en la guardería con otros críos. Todavía era una más y no un bicho raro. Sus amigos le decían «Panda».
—Venga, ¿quieres que te dé una pista?
—Bueno, aunque no sé si acertaré.
—¿No se te dan bien las adivinanzas?
—No. Fatal.
Álex se ríe y saca la bolsa de globos de la mochila. Mientras anda, infla uno y le hace un nudo. Luego, lo suelta. Pandora observa cómo sube muy alto y se aleja lentamente de ellos.
—¿Ya lo has pillado?
—Mmm… No.
—No te preocupes —dice con una de sus sonrisas—. Ahora te lo explicaré todo.
La curiosidad va apoderándose cada vez más de la chica, que se siente tonta por no entender lo que el escritor se propone.
Juntos atraviesan una de las calles principales de la ciudad y llegan hasta una escalera que parece infinita. Suben por ella. Pandora tiene que detenerse un par de veces al faltarle el aire. El ejercicio nunca ha sido lo suyo.
Cuando alcanzan el último escalón, la chica resopla aliviada. ¿Para qué le habrá hecho subir hasta allí arriba? Sin embargo, mira a su alrededor y la respuesta ya no le importa tanto. Aquello es precioso. Es un parque inmenso lleno de árboles de muchas especies que se agrupan formando numerosos bosquecitos, todos comunicados entre sí por decenas de caminitos de arcilla.
—¡Guau…! —se le escapa al contemplar aquel maravilloso lugar.
—¿Te gusta?
—Muchísimo.
—Es un sitio perfecto para hacer lo que vamos a hacer.
—Estoy impaciente.
—Ven. Vamos a sentarnos allí —comenta el joven señalando un banquito de madera.
—Vale.
No hay demasiada gente. A su lado pasan dos chicos corriendo y varios ciclistas que pedalean por el camino principal. La temperatura es cada vez más baja y en aquel parque incluso parece que hace más frío.
Álex y Pandora se sientan en el banco. La chica está helada y se frota las manos, aunque no cambiaría estar en cualquier otro lugar ahora mismo por nada en el mundo.
—Bueno, pues te voy a contar lo que vamos a hacer, ya que tú no has conseguido averiguarlo antes.
—Es que no tengo imaginación —responde poniéndose roja una vez más.
—Seguro que tienes muchísima, solo que no le sacas provecho.
—No creo que sea eso.
Su imaginación está en los libros, en las historias que otros escriben y ella lee. Entonces sí juega a introducirse dentro de esas páginas y a formar parte de las aventuras y experiencias que viven esos personajes.
Álex coge otra vez la bolsita con los globos y la deja sobre el banco. A continuación saca dos rotuladores de la mochila.
—¿Azul o negro?
—Azul.
El chico le entrega el rotulador azul a Pandora y busca entre sus cosas algo más.
—Creo que el destino tiene mucho que ver con los libros —empieza a decir el escritor—. Cuando tú vas a una librería o a una biblioteca a elegir una novela con la que pasar unos días, no te paras a pensar que quizá esas páginas te pueden cambiar la vida.
—Mmmm…
—¿No te ha pasado nunca que te has encontrado con un libro que te ha sorprendido tanto que hasta te parece real?
—Continuamente —admite la chica, muy atenta a lo que le cuenta.
—Es tan mágico, te llena tanto, que hace que se te quede marcado en el corazón, en la cabeza, en el alma. Y solo es un libro. Una historia que alguien un día decidió escribir. Alguien como tú o como yo.
—Más bien como tú que como yo.
Álex sonríe con el comentario de Pandora.
—La cuestión es: ¿por qué empezaste a leer ese libro y no otro?
—¿Por qué?
Una nueva sonrisa. Mira a la chica y le guiña un ojo. Ya tiene lo que buscaba. Una pequeña libreta de páginas de colorines.
—Es el destino. Simplemente, eso. Tan sencillo y tan complicado al mismo tiempo. Algo que muchos dicen que no existe, pero del que todos hablan.
Si antes a Pandora le gustaba Álex, ahora, después de aquella reflexión, la vuelve loca. ¡Aquel chico es increíble! Sabía que era inteligente, romántico y, evidentemente, muy guapo. Pero cuando habla, además, transmite algo mágico. Hipnotizante. Sus ojos son incapaces de apartar la mirada de su boca. Como mucho llegan hasta sus ojos.
—¿Y qué tiene que ver el destino con los globos?
—Los globos son el enlace entre el destino, la novela y los lectores.
—¿Cómo? No entiendo.
—Espera.
El escritor arranca una hojita celeste de la pequeña libreta y la parte por la mitad. Luego escribe algo en ella y se lo entrega a Pandora que lee en voz alta.
—«El destino te ha encontrado
Tras la pared
».
—Líalo.
—¿Cómo?
—Haz un tubito muy fino con el papelito.