—¡Estoy muerta! —grita la italiana, que se ha pasado toda la tarde estudiando en la biblioteca.
—Yo también estoy muy cansada.
—No me extraña. Has limpiado tú hoy más de lo que yo lo he hecho en estos tres meses que llevamos aquí.
—Ya ves. Lo peor es que sigo sin poder estudiar. No me concentro.
—Ay,
Paola
,
Paola
… Eso no es por lavar los platos.
—Claro que no es solamente por eso.
Lo ha intentado. A ratos, pero lo ha intentado. Sin embargo, su esfuerzo ha resultado en vano. Entre lo de Luca Valor, el cansancio acumulado y lo que le ronda por la cabeza respecto a Álex, estudiar ha sido imposible. Su novio no ha dado señales de vida en todo el día. Estará muy ocupado escribiendo
Dime una palabra
. Dentro de poco deberá entregar la segunda parte de su novela y eso le tendrá un poco agobiado.
—Hay que desconectar de todo para estudiar bien.
—¿Cómo quieres que desconecte y estudie después de los dos días que he pasado?
—¿Te hago un esquema con flechitas, guiones y esas cosas?
—Qué graciosa…
Las dos se sacan la lengua y se insultan en sus respectivos idiomas.
—Tú lo que necesitas,
Paola
, es sexo para descargar todas esas tensiones —indica Valentina mientras se quita las botas.
—¿Qué?
—Me has oído bien.
—Claro que te he oído bien.
—Pues ya sabes: sexo, sexo, sexo.
—¡Estás fatal de la cabeza!
—Ya me has dicho eso hoy varias veces. Al final me lo voy a creer —protesta la italiana tumbándose en la cama y encendiendo su portátil.
—Es que me sueltas cada cosa…
La chica sonríe. Sexo, dice. Lo cierto es que esa parte de la relación con su novio también la echa de menos. Aunque prefiera no pensar demasiado en ello.
—
Ma che cosa! Ma che cosa!
—exclama Valentina gesticulando con las manos—. Todo lo que yo te digo es porque es verdad. Y tú lo sabes. O me vas a decir a mí, tu amiga la italiana, que no te mueres por un buen…
—¡Calla!
—Un buen achuchón en la cama. Que te abracen, te besen apasionadamente, te desnuden, te…
—¡Valentina, calla!
—Va, va… Te has puesto nerviosa. Eso es darme la razón, amiga. ¡Lo que tú necesitas es una gran noche de sexo!
—¡Cállate!
—¡Sexo!
Paula estalla en una carcajada. Se lanza sobre su colchón y se tapa la cabeza con la almohada. No puede dejar de reír. La que está empezando a estar mal de la cabeza es ella.
—El sexo no es tan importante para mí ahora… —indica la chica, cuando se tranquiliza.
—Ya, no me digas.
—En serio. Además, sin novio, no hay sexo.
—¿¡Sin novio no hay sexo!? ¿Eso es un refrán español? ¡Cómo os gusta a los españoles inventaros frases!
—No, no es un refrán. Es una realidad.
—La única realidad es que te deberías de buscar un amante que te ayude con ese tema.
—Mi único amante es mi novio.
—¡Tu novio está a miles de kilómetros!
—¡Lo sé! Pero no pienso serle infiel.
Valentina suelta un grito y se lleva las manos a la cabeza.
—Parece que vives en un cuento de hadas.
Alicia en el país de las maravillas
… No, no, mejor:
¡Cenicienta!
La italiana es ahora la que se ríe de su propia ocurrencia. Paula la observa muy seria, aunque en el fondo se está divirtiendo con las locuras de su compañera.
—Eso ha sido un golpe bajo, ¿eh?
—¿Por qué? Limpias, barres, friegas… y esperas a que venga tu príncipe azul a darte todo su amor. ¿Dónde tienes los zapatitos de cristal, Ceni?
Más carcajadas. Valentina no puede parar. Hace tanto ruido que su vecina les da un toque en la pared para que se calle.
—¿Ves, escandalosa? Ya has molestado a la alemana.
—¡Bah…! Esa es una cabeza cuadrada que no tiene sentido del humor.
—Creo que tú tienes demasiado.
Paula se levanta de la cama, sale del cuarto y llama a la habitación de al lado. Le abre una muchacha rubia de grandes ojos azules en pijama. La expresión de Inga es poco amistosa. La española no quiere tener problemas con nadie más en aquella residencia y le pide disculpas en inglés. Luego regresa a su cuarto.
—¿Por qué has hecho eso? —le pregunta Valentina, extrañada, desde la cama.
—Porque la hemos molestado.
—¿Y qué? Ella es muy delicada. Ahora tendremos que pedirle perdón cada vez que nos riamos.
—No quiero más malos rollos, Valen.
Y, tras coger su ordenador, se sienta en la cama con él entre las piernas. Lo enciende y espera a que se inicie la sesión.
—Está bien, está bien… Es mi culpa. ¡Azótame! —exclama, colocándose de rodillas y abriendo los brazos en cruz.
Paula mueve la cabeza de un lado para otro. No tiene remedio.
—Oye, ¿te va Internet?
—Espera —Valentina se tumba de nuevo y examina su portátil—. ¡Mierda de wifi! Pues yo necesito hablar con Marco.
—Luego dices de mí, pero tú no puedes vivir sin tu novio.
—Mi exnovio —puntualiza—. Y no es que no pueda vivir sin él. Simplemente, es… ¡ay, yo qué sé,
Paola!
¡Déjame tranquila!
—Te sigue gustando.
—¡Qué dices, insensata! Marco es historia. El pasado. Pero no deja de ser un buen conversador. Además, está loco por mí y eso me hace sentir bien.
—¡Eres increíble! —exclama Paula, riendo.
—Lo sé.
La italiana se levanta de la cama, agarra su ordenador y se calza unas zapatillas.
—¿Adónde vas?
—Abajo. A la sala de informática. A ver si ahí hay conexión. ¿Te vienes?
—No, yo me quedo. Estoy muy cansada.
—Bien. Hasta luego.
Abre la puerta de la habitación y sale canturreando.
De nuevo sola. Sonríe al recordar todo lo que su amiga le ha dicho después de la cena. Está loca, pero es una gran compañía.
Paula se echa en la cama boca arriba y respira hondo. Cierra los ojos. Hay demasiado silencio en aquel cuarto. Se gira otra vez y busca una canción en su ordenador. Se decide por un tema de Adele,
Make you feel my love
.
El wifi funciona de nuevo. ¿Estará Álex en el MSN? Hoy no ha podido hablar con él en todo el día. Un sentimiento de tristeza le invade al pensarlo. Cómo le gustaría estar a su lado ahora mismo, en la cama, acariciándole, besándole. ¡Sí, está conectado! Y las ganas de llorar que regresan. No lo entiende. Cada vez le pasa más a menudo.
Es él el primero que escribe esta vez. Paula solo mira la pantalla. Ya tiene una invitación para comenzar una videoconferencia. Aún no ha escrito nada, ni lo ha saludado. A su mente viene el vídeo dedicado de ayer, las lágrimas, el sentimiento de melancolía, las dudas…, las ganas de estar con él. ¿Apaga y se va? No, no puede hacer eso. Y acepta la llamada. La luz de su
cam
se enciende y se ve a sí misma en la pequeña ventana. Al otro lado está su amor. Ya le oye respirar. Sonríe. Está terriblemente guapo esa noche.
—Hola, cariño, ¿cómo estás? —Su voz llega lejana, pero alegre.
—Bien. Cansada —responde la chica, suspirando—. Te quiero.
—Yo también a ti. Te quiero.
Con el frío que debe hacer allí y él está con una camiseta de tirantes y un pantalón corto. Paula se fija en sus brazos y en sus hombros desnudos. Sigue estando en forma.
—¿Qué tal el día?
—Pues cansado también.
—¿Has escrito mucho?
—No, hoy me he dedicado a otras cosas. Me lo he tomado para hacer promoción.
El joven le cuenta lo de los globos. Le habla de Pandora, de los mensajes, de la pesadilla que tuvo por la noche, de la nieve… Pero Paula oye solo a medias. Sus ojos están puestos en su cuerpo. No solo es guapo, sino que su novio está buenísimo. Uff. Valentina tiene razón: se muere por una noche de sexo.
Y si… No. Eso que se le acaba de ocurrir no puede ser. Pero es que…
—Muy bien, cariño —responde la chica a algo que no ha escuchado del todo.
—¿Y tú qué has hecho? ¿Has estudiado?
—Bueno. Un poco.
¿Por qué comienza a tener tanto calor? Lo sabe. Sabe lo que le está pasando. ¿Y si le propone…?
—No te concentras, ¿verdad?
—Cielo, ¿me echas de menos? —le pregunta de repente con voz melosa.
—Claro que te echo de menos.
—¿A mí solo?
El chico se acaricia la barbilla sorprendido. No entiende a qué se refiere.
—Por supuesto que solo a ti. ¿A quién más iba a echar de menos?
—Quería decir que si solo me echas de menos a mí…, a mí. O también a las cosas que haces conmigo…, lo que hacemos juntos. Ya sabes.
Paula se sonroja después de decir esto. ¿Le habrá entendido ya? Más claro…
—¡Ah.., eso! —Y el joven suelta una risa—. Yo lo echo mucho de menos también.
—Hoy he estado pensando en ello.
—¿Sí? ¿Después de ver el vídeo? —bromea.
—No, tonto —contesta bajando la mirada—. Pero es que llevamos tres meses sin…, y hoy, pues… No sé qué me pasa.
Se traba. Duda. No sabe cómo pedírselo. Quizá toda esa presión que lleva acumulada está desembocando en un fuerte impulso sexual. Como cuando dos novios se pelean, hacen las paces y liberan la tensión entre ellos en la cama.
—Cariño, ¿qué quieres decirme?
Y dejándose llevar por ese impulso, la chica suspira. Se pone de rodillas y coloca el portátil sobre la almohada. Así la verá mejor. Se echa hacia atrás y se quita el jersey ante la mirada de Álex, que contempla ensimismado la escena. Es el sujetador de puntitos de colores que él le regaló. A continuación Paula se desabrocha el botón de su pantalón. Mira fijamente a la
cam
y sonríe.
—¿Quieres que siga?
—¿Quieres seguir?
—Sí.
—¿Estás segura?
—Segurísima.
—Sigue.
La chica coloca las manos en sus caderas y hace que sus vaqueros se deslicen lentamente sobre sus piernas. Álex observa sin perder ni un detalle. Traga saliva y resopla.
Una nueva mirada fija a la cámara de Paula. Sensual, inquietante, seductora.
—¿Sigo?
Esa noche de diciembre, en un lugar alejado de la ciudad
—Creo que es por aquí.
—¿Estás segura?
—No, pero no hay nadie a quien preguntar. Así que me arriesgo.
Giran a la derecha y se introducen por una estrecha carretera muy oscura y bacheada.
Hace unos minutos que comenzó a llover. Lo que faltaba. Diana ha perdido la cuenta de los sustos que se ha dado encima de la moto en aquel trayecto. Incluso, una de las veces, estuvo a punto de caer al suelo y arrastrar con ella a Mario. El chico nunca había abrazado tan fuerte a su novia.
—Empiezo a pensar que tal vez deberíamos haber venido en taxi.
—¿Te quejas de mi manera de pilotar?
—Tranquila, Pedrosa. No es eso —comenta el chico sujetándose todavía más a los hombros de Diana—. Es que la noche se ha puesto muy peligrosa para ir en moto.
—¿Y ahora te das cuenta? ¡Lleva peligrosa desde que salimos!
Grita y acelera después. Mario apoya su cabeza en la nuca de Diana y cierra los ojos.
Cada kilómetro que avanzan la carretera se pone peor. El asfalto casi no agarra con la lluvia y la visibilidad es prácticamente nula. Solo ven delante lo que la luz de la vespa alumbra.
—Espero que mi hermana esté en la casa de ese Fabián.
—Yo también lo espero. Porque, si no, habrá que esperar a que se ponga en contacto con tus padres para encontrarla.
—Igual no está con ese tío, pero sí sabe dónde ha ido.
—Puede ser.
Otro bache que levanta la rueda delantera de la moto. Mario da un brinco y resopla aliviado cuando comprueba que no se han ido al suelo.
—¿Sabes si queda mucho? —pregunta, deseoso de que termine aquella tortura.
—Según me dijo Gloria, y si no estoy equivocada, debemos estar cerca.
—Ese tío podía vivir en un sitio normal, como todo el mundo.
—No es un tío normal, cariño.
La lluvia comienza a caer con más fuerza. Mario mira hacia el cielo y reza para que pare. La visera del casco en un instante se llena de gotitas de agua. Pero cuando trata de secarse con la manga del abrigo, Diana reduce la velocidad de la vespa.
—¿Qué pasa? —pregunta el chico, temiendo que hayan pinchado.
—Mira allí. Creo que es esa.
A unos doscientos metros, en el margen derecho de la carretera, ven una enorme nave como la que Gloria le había descrito a Diana. Está aislada de todo.
—¿Esa? Si parece abandonada…
—No lo está —indica la chica señalando dos coches situados detrás de unos árboles. Son un Audi de color negro y un todoterreno.
Los chicos aparcan la moto a cierta distancia y se bajan de ella.
—¡Vaya cochazos…! —comenta Mario quitándose el casco.
—No debe tener problemas de dinero.
—A saber cómo lo consigue.
—Según me han contado, no haciendo nada bueno.
—Eso estaba pensando yo también.
La pareja se dirige bajo la lluvia hacia la nave con los cascos en las manos. Caminan con sigilo y hablan en voz baja para no hacer demasiado ruido. No saben con lo que se pueden encontrar allí.
Hay luz en una de las ventanas.
—¿Cómo puede tener electricidad? —pregunta Diana extrañada—. Si está viviendo aquí de manera ilegal, no sé cómo la conseguirá.
—Por algún generador. Cerca de aquí habrá alguno y lo habrá manipulado para conseguir luz gratuitamente. No es algo muy difícil de hacer. Si no te pillan, claro.
—Ah. Pues de momento no lo han pillado.
Unas risas llegan desde el fondo de la nave. También suena música.
—No está solo.
—Espera.
Mario le entrega el casco a Diana y se acerca a la ventana iluminada. Se asoma por ella con cuidado para no ser descubierto y observa a dos chicos y a dos chicas sentados en el suelo alrededor de una cachimba. Suspira cuando comprueba que la que ahora está aspirando por ella es Miriam.
Resignado, regresa al lado de su novia, que se ha puesto a cubierto para no mojarse más.
—¿Qué has visto? ¿Está tu hermana ahí dentro?
—Sí.
—¿Qué hacía?
—Fumaba en una cachimba. No parecía muy preocupada.
—Vaya… —dice Diana, devolviéndole el casco—. Por lo menos la hemos encontrado y sabemos que está bien.